viernes, 30 de diciembre de 2011

SI DECIDO QUEDARME CAPITULO 1

7:09
todo el mundo cree que fue por culpa de la nieve. y en cierto
sentido su pongo que es verdad.
esta mañana, cuando despierto, una fina capa blanca
cubre el césped delantero de nuestra casa. no pasa de un par
de centímetros, pero en esta parte basta eso para
que todo quede paralizado, porque el único quitanieves
está ocupado en despejar las carreteras. lo que cae
del cielo es agua mojada, gotas, gotas y más gotas, pero de
nieve, nada.
sin embargo, es suficiente para cerrar las escuelas. mi
hermano pequeño, teddy, suelta un alarido de guerra cuan -
do la noticia se anuncia en la radio de onda media de mamá.
—¡día de nieve! —brama—.papá, vamos a ha -
cer un muñeco.
mi padre sonríe y da unos golpecitos a su pipa.
se nota que papá está contento.
mi madre, que trabaja en una
agencia de viajes de la ciudad, apaga la radio y se sirve
una segunda taza de café.
—bueno, no esperéis que yo
vaya a trabajar. no sería justo. —coge el te lé fo no y llama a
la agencia. cuando cuelga, nos lanza una mirada—. ¿pre -
paro el desayuno?
--quién quiere
crepes?
—¡yo! ¡yo! —grita teddy—. ¿podemos echarles troci -
tos de chocolate?
—no veo por qué no.
—¡yu juuu! —aúlla mi hermano agitando los brazos.
mamá me acerca un tazón humeante y el periódico.
—sale una estupenda foto de tu novio —me dice.
—¿en serio? ¿una foto?
—ajá. y por cierto es todo lo que hemos visto de él
desde el verano —añade, lanzándome una mirada desosla -
yo con una ceja arqueada, su versión de una mirada pene -
trante.
—lo sé —digo, y se me escapa un inoportuno suspiro.
la banda de gaston, los teen angels, se encuentra en una
espiral ascendente, lo que es magnífico… casi siempre.
—ah, esta juventud de hoy ya no sabe apreciar la fama
—refunfuña papá, sonriendo. sé que se alegra por gaston,
que incluso se enorgullece de él.
hojeo el periódico hasta llegar a la agenda cultural. hay
una pequeña nota sobre los teen angels, con una foto di -
minuta de sus miembros, junto a un extenso artículo
y una imagen grande de su cantante, la diva
del pop britney spears. en la nota sólo se dice que la
banda local teen angels será la telonera
no menciona lo que para mí es una noticia aún más impor -
tante: que anoche los teen angels actuaron como grupo
principal en un club y que, según el mensaje que
me envió gaston  a medianoche, se agotaron las entradas.
—¿irás al concierto de esta noche? —pregunta papá.
—pensaba ir. depende de si cierran las carreteras por
culpa de la nieve.
—sí, menuda nevada se avecina —ironiza él, señalan -
do un solitario copo que desciende lentamente.
—además, he de ensayar con un pianista universitario
que la profesora se ha sacado de la manga. —
aún no he me han admitido en juilliard, pero la prue ba
me fue muy bien. la suite de bach y la música de shos ta -
kó vich fluyeron de mi instrumento mejor que nunca, como
si mis dedos fueran una prolongación del arco y las cuerdas.
cuando acabé de tocar, jadeante y con las piernas tembloro -
sas, uno de los examinadores aplaudió un poco, lo que ima -
gino que no ocurre con frecuencia. al salir, me dijo que hacía
mucho tiempo que no se veía a una joven campesina de
en juilliard. la profesora se lo tomó como
un indicio de que iba a ser aceptada. umm, no sé. tampo -
co estoy segura al cien por cien de querer que me acepten.
igual que ha ocurrido con la meteórica ascensión de los
teen angels, mi ingreso en juilliard daría pie a ciertas
complicaciones, o sea, agravaría las ya surgidas durante los
últimos meses.
—necesito otro café. ¿alguien se apunta? —pregunta
mamá, acercándose con la vieja cafetera eléctrica.
—quizá me vuelva a la cama —anuncio—. tengo el
chelo en el instituto, así que ni siquiera puedo ensayar.
—¿todo un día sin ensayar? oh, pobre corazón en
pena, no sufras —me pincha mamá. aunque se ha aficio -
nado a la música clásica a lo largo de los años
como pú -
blico obligado no siempre se ha mostrado complacida con
mis ensayos maratonianos.
me asomo a la puerta de atrás para echar un vistazo.
el sol ha conseguido abrirse paso entre las nubes y se oye el
siseo del hielo al derretirse. cierro la puerta y vuelvo a la
mesa.
—los del condado han exagerado las cosas —comento.
—naturalmente —dice mamá—. pero ahora no pue -
den dar marcha atrás, después de anunciar el cierre de las
escuelas. y yo ya he llamado para pedir el día libre.
—pues sí —dice papá—. razón de más para aprove -
char este inesperado paréntesis. ¿qué tal tomar el coche y
pasarnos a ver a camilo y paz?
son unos amigos de mis padres, de la época en
que él se dedicaba a la música. desde el nacimiento de su hija
han optado por comportarse como adul tos. viven en una
vieja y espaciosa granja. camilo se dedica a algo de webs de
internet en un establo conver tido en despacho, y paz
trabaja en un hospital cerca no. su bebé es la principal ra -
zón de que mis padres quie ran visitar los. ahora que teddy
acaba de cumplir los ocho años y yo tengo diecisiete, ya no
despedimos ese olor a leche agria que tanto emboba a los
adultos.
—y al volver pode mos pasar por book barn, ¿va le?
—propone mamá para engatu sarme.
se trata de una vieja, enorme y polvorienta librería de
segunda mano. en la trastien da guardan un alijo de discos
de música clásica, a veinticin co centavos, que nadie parece
querer aparte de mí. tengo una pila escondida de bajo de mi
cama. una no va por ahí alardeando de poseer una colec -
ción de música clásica.
se los enseñé a gaston, pero cuando ya hacía cinco me -
ses que sa líamos. esperaba que se echara a reír, pues es un
tío tope en la onda, con sus tejanos de dobladillo vuelto y
sus converse negras, sus des gastadas camisetas punk-rock
y sus tatuajes sutiles. no es de la clase de chicos que salen
con alguien como yo. y por eso, cuando hace dos años en el
ala de música del instituto advertí que me miraba, creí que
pretendía burlarse de mí y me empeñé en evitarlo. el caso
es que no se rió cuando le enseñé mi colección. resultó que
él también tenía una colec ción de discos polvorientos bajo
su cama, de rock, claro.
—también podríamos parar en casa de los abue los para
una cena temprana —sugiere papá, alargando ya la mano
para coger el teléfono—. estaremos de vuelta con tiempo
más que suficiente para que vayas a portland —añade mientras marca el número.
—de acuer do —acepto. no es por el cebo de book barn,
ni por que gaston esté de gira, o por que mi mejor amiga,
mery, esté ocupada con el anuario. ni siquiera es por que ten -
ga el chelo en el instituto, o por que no quiera que darme en
casa viendo la tele o durmien do. es que, sencillamente, me
gusta salir con mi familia. ésa es otra cosa de las que no se
alardea, pero gaston tam bién es así.
—¡teddy! —llama papá—. ¡venga, vístete! ¡nos va -
mos de aventura!
momentos
después irrumpe en la cocina ya vestido, como si se hubie ra
puesto la ropa mientras baja ba como un rayo por la empi -
nada escalera de madera
mamá ríe y deposita un plato de crepes un poco cha -
muscados sobre la mesa de la cocina.
—a desayunar, familia.
8:17
subimos al coche, ya era vie jo
cuando nos lo dio la abuela al nacer teddy. mis padres me
preguntan si quiero conducir. no quiero. papá se sienta al
volante. ahora le gusta con du cir. se ha bía negado terca -
mente a sacarse el carnet du rante años, e insistía en ir en bi -
cicleta a todas partes. cuando tocaba en la banda,
papá tiene quedar le al contac to varias veces para que el
coche arranque por fin con un ruido ahogado. a continua -
ción se produce la habitual ba talla por el dominio de la ra -
dio.
—quiero bob esponja. ¡mira, ya está puesto! —gri ta
teddy, dando botes y seña lando el portátil.
apoyo la cabeza en la ventani lla y contemplo el paisa -
je
las ventanillas se empañan. di bujo garabatos con el
dedo.
cierro los ojos.
uno no espera que la radio funcione después. pero fun ciona.
el coche ha quedado destripa do. el impacto de un ca -
mión de cuatro toneladas que circu la a cien kilómetros por
hora y se estrella contra el lado del acompañan te tiene la
fuerza de una bomba atómica. arranca las puertas de cuajo
y el asiento del pasajero atra viesa la ventanilla del conduc -
tor. lanza el chasis dando tum bos por la carretera y el mo tor
se desgarra como si fuese una telaraña. manda las ruedas y
los tapa cubos al interior del bosque. e incendia fragmen tos
del depósito de gasolina, así que ahora hay unas llamas di -
minutas lamiendo la carretera mojada.
además, produce un ruido de mil demonios. toda una
sinfonía al triturar, un coro al reventar, un aria al explotar y,
finalmente, el triste aplauso de trozos metálicos impactando
contra los árboles. después todo queda en silencio excep to
la sonata para violonchelo n.º 3, que sigue sonando. no se
sabe cómo, la radio del coche aún funciona, así que beet ho -
ven se escucha en la que an tes era una tranquila mañana
de febrero.
al principio creo que no ha pa sado nada demasiado gra -
ve. todavía oigo a beetho ven. y estoy de pie en la cune ta,
junto a la carretera. cuando me miro, la falda tejana, la cha -
queta de pun to y las botas ne gras que me puse por la maña na
es tán igual que cuando sali mos de casa.
trepo por el terraplén para ver mejor el coche. ni siquie -
ra es ya un automóvil, sino un esqueleto metálico sin asien tos
y sin pasajeros. lo que signifi ca que el re to de mi familia
tiene que haber salido despe dida igual que yo. me limpio las
manos en la falda y camino por la carretera en su busca.
primero veo a papá. desde va rios metros de distancia
distingo el bulto de la pipa en el bosi llo de su chaqueta.
«¡papá!», grito. a su alrede dor el asfalto está pegajoso y en -
cuentro trozos grises que pare cen de una coliflor. sé lo que
estoy viendo, pero en princi pio no consigo relacionarlo con
mi padre. lo que me viene a la mente son esas noticias so bre
tornados e incendios, cuando explican que han destrozado
una casa pero han dejado in tacta la de al lado. en el asfal to
hay trozos del cerebro de mi padre. pero su pipa sigue en el
bolsillo superior izquierdo.
a continuación encuentro a mamá. casi no se ve san -
gre, pero ya tiene los labios azulados y el blanco de sus ojos
está completamente rojo, como un demonio de una pe lí cu -
la de terror de serie b. parece absolutamente irreal. y es al
verla convertida en una ridícu la zombi cuando me recorre
una oleada de pánico.
«¡teddy! ¡tengo que encon trarlo! ¿dónde está?» giro
en redondo con súbito frene sí, como la vez que lo perdí de
vista durante diez minutos en la tienda de comestibles.
llegué a convencerme de que lo habían secuestrado, pero
sólo se había alejado para ins peccionar la sección de chu -
cherías. cuando lo encontré, no sabía si darle un abrazo o
regañarlo.
vuelvo corriendo a la cuneta de la que he salido y veo
que asoma una mano. «¡teddy! ¡estoy aquí! —le gri to—.
alarga la mano y te sacaré.» pero cuando me acerco más,
veo el destello metálico de una pulsera de plata de la que
cuelgan un chelo y una guita rra diminutos. me la regaló
gaston cuando cumplí los die cisiete. es mi pulsera. la lle -
vaba esta mañana. me miro la muñeca. sigo llevándola.
me aproximo y compruebo que no es teddy quien yace
en la cuneta. soy yo. la san gre del pe cho me ha empapa do
la camisa, la falda y la chaque ta de punto, y ha teñido la nie -
ve con gotas que parecen de pintura. tengo una pierna re -
torcida y desgarrada, con el hueso a la vista. tengo los ojos
cerrados y el pelo rubio ensangrentado.
me doy la vuelta. algo falla. esto no puede estar ocu -
rriendo. somos una familia que ha salido en coche. esto no
es real. debo de haberme que dado dormida. «¡no! basta.
por favor, basta. ¡despierta, por favor!», grito al aire he la do.
mi aliento debería formar vaho, pero no lo hace. me miro
la muñeca, que está como siempre, sin heridas ni restos de
sangre, y me pellizco con fuerza.
no siento nada.
no es la primera vez que su fro una pesadilla. he soña -
do que me caía a un abismo, que tocaba en un recital sin sa -
ber me la partitu ra o que rom pía con gaston, pero siempre
he logrado abrir los ojos en el último momento, levantar la
cabeza de la almohada y dete ner la película de terror que se
desarrollaba tras mis párpa dos. lo intento de nuevo. «¡despierta! —chillo—. ¡des pierta! ¡despierta despier ta despierta!» pero no despierto.
entonces oigo algo. la músi ca. aún oigo la músi ca, así
que me concentro en ella. toco las notas de la sonata para
violonchelo n.º 3 con los dedos, como suelo hacer cuan do escucho las obras que estoy practicando. gaston lo llama air
chelo. siempre me dice que un día tenemos que tocar a dúo,
él air guitar y yo airchelo. «al acabar, podemos romper los instrumentos. sé que te gustaría», bromea.
sigo concentrada en tocar en el aire, hasta que el coche
exhala su último aliento y la música se apaga con él.
no pasa mucho rato hasta que se oyen las sirenas.


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