Perdón!!!!!!!!!!!! Estos días no me conecté casi nada a la compu y no tuve tiempo de escribir.
Acá les dejo el capítulo 4 de Inesperado
Capitulo 4:
Inés, la mamá de Candela, te abrió la puerta. Te hizo pasar, y te preguntó lo mismo de siempre. Era como una rutina entre ustedes, hasta que tu amiga aparecía en escena con sus locuras, y dejaba de ser una charla común y corriente.
- Me dejaste con las ganas ayer, eh. Yo que te quería dar un abrazo enorme. – Estaban en el patio de la casa sentadas cómodamente bebiendo una chocolatada con galletitas.
- Cande no lo hice a propósito, me fui de casa. – Si, ahora no sabía donde meterse - ¡No pongas esa cara!, siempre decís cosas fuera de lugar. – Reíste, y bebiste el contenido del vaso.
- ¡Hay no, perdón amiga! Si ya sé que soy así, pero esto es jodido. ¿Y a donde estás ahora?
- Ayer a la noche fui a lo de Gastón, porque bueno, justo me llamó y se puso como loco cuando le dije que estaba caminando sola, y hoy a la mañana me fui para lo de Euge. No sé, no me sentía cómoda con él.
- Si está bien lo que hiciste. Igual, sabés que en casa siempre hay un lugarcito para vos. – Dulce. Esa era otra palabra que siempre caracterizó a Candela.
- Gracias, Candelita. - No dudaste en abrazarla.
- ¿Ahora si vamos a caminar?
- Si, ahora sí. – La ayudaste a juntar las cosas para llevarlas a la cocina.
Tras avisar que ambas se iban a caminar por la playa, salieron de allí. Durante el camino hablaban de cosas cotidianas, sin ninguna relevancia. Luego, Candela comenzó con sus inventos. Canciones, monerías, lo primero que se le ocurría. Total no caminaba nadie cerca de ustedes.
A pesar de que había un poco de viento, se mojaron los pies en el mar. Y caminaron en la orilla, hasta donde terminaba aquel balneario.
Más tarde, ya cansadas de caminar se sentaron, y siguieron disfrutando de la tranquilidad que ese lugar les brindaba. Por fin, podías respirar un poco en paz, y te encontrabas más relajada, porque el primer paso ya lo habías dado.
- ¿Te pasa algo Cande? – Habían permanecido en silencio por unos minutos.
- ¿A mí?
- ¿Vos ves a otra Candela por acá? – Odiabas que te evitara.
- No, nada.
- Bueno. – Sabías que no toleraba la indiferencia.
Cinco minutos más de silencio, y la tenías hablando. Sí, la conocías como a la palma de tu mano.
- Yo y Vico, lo hicimos. – Tenía vergüenza, y te causaba gracia. Pocas veces la veías así.
- ¿En serio? – Levantaste tu ceja, con una sonrisa.
- ¡Si Rochi, no te voy a estar jodiendo! – Obvio que no.
- ¡Bueno, no te enojes! – Te acercaste, y la abrazaste. – Felicitaciones Candelita – Parecías una nena al hablar. - ¿Se cuidaron, no?
- Sí, más vale. – Y sonreíste satisfecha.
Luego de ese abrazo te encargaste se sacarle un poquito más de información. Típico chusmerio de amigas. No fue tan fácil, pero al final lograste tu cometido.
Ya estaba oscureciendo, por lo que decidieron volver. Mientras tu amiga te hablaba, aprovechaste para revisar tu celular. Por sorpresa tenías tres llamadas perdidas de Gastón. Recién ahora te dabas cuenta de que lo habías silenciado de una vez por todas a tu celular, pero el vibrador no te daba resultado.
- Te llamo o me llamás. Ya lo sé amiga. – Ella rió. Siempre lo mismo te decía. Algún día te ibas a avivar.
- Nos estamos viendo Rochita – Se estaba cobrando tus apodos. – Cuídate, y cuídame a mi sobrinito barra sobrinita.
- Chau, te quiero.
Y una vez que te despediste, decidiste llamar a Gastón. Te intrigaba a que se debían tantas llamadas.
- Hola Ti, ¿Cómo andas?
- ¡Al fin das señales!. – Exagerado, pero no dejaba de ser un amor - Un poco golpeado, pero bien.
- ¿Y ahora que te pasó? – Claro, creías que era un chiste.
- Tu viejo me pasó. Vino al departamento a buscarte como loco, suerte que no estabas. – Y una mezcla de furia y miedo atravesaron tu cuerpo.
- ¡Perdón Gas, pensé que me estabas haciendo una broma! – También la culpa, porque el no se merecía esos golpes.
Continuaste hablando con él, mientras esperabas el colectivo. Cuando este llegó, cortaste porque no se escuchaba bien entre tanta gente, y el movimiento del vehículo.
En quince minutos, aproximadamente, te encontrabas tocando el portero del edificio, en el cual vivía Gastón.
Cuando lo viste acercarse a la puerta, no pudiste evitar que una lágrima se deslizara por tu mejilla. Te sentías culpable.
Te dejó un pequeño beso en tus labios, y te apegó a él pasando sus brazos por tu cintura. A pesar de todo te sonreía, y vos no podías aceptar esa muestra de afecto. No sentías que lo merecieras.
- Gas, lo único que hago es traerte más problemas. – No lo mirabas a los ojos. Él, en cambio, no podía sacarte los ojos de encima. – Creo que deberíamos separarnos por un tiempo, hasta que las cosas se calmen.
- Rochi, estoy dispuesto a soportarlos. Amor, vos sos lo mejor que tengo en la vida. Y ese hijo, que vamos a tener. – Acomodó uno de tus mechones.
- Gas, yo también te quiero demasiado, pero por eso te lo digo. No soporto verte así por mi culpa. Siento que te estoy haciendo mal.
- Hey, mírame. – Levantaste tu mirada – Yo soy feliz con vos. Todo esto, no importa. ¿Podés entender eso? – Te trataba con una delicadeza increíble.
- Gas, yo no soy feliz si sé que esto tiene que ver conmigo. Yo quiero salvarte, y quiero lo mejor para vos. No podemos estar juntos. Yo no sé que es capaz de hacer mi viejo, te lo juro, a esta altura ya no lo conozco. – Él te decía cosas que te alegraban el alma. Pero vos, no podías permitirte seguir con todo esto.
- Vení vamos adentro, está haciendo frío. – Veían como se acercaba la tormenta.
- No, dejémoslo así. Va a ser más fácil. – Querías soltarte de sus brazos. – Me voy Ti, sabés que te amo. – Y te causó mucho dolor observar su mirada. Como sus ojos verdes, se apagaban.
Saliste de ahí, casi corriendo. No veías ni siquiera por donde caminabas, solo sabías que era en la dirección correcta a la casa de tu hermana.
Y estuviste a punto que un auto te pasara por encima, pero frenaste a tiempo. Por suerte, solo te quedó una cuadra más, y te encontrabas en la casa de Eugenia.
Ingresaste con las llaves que te había dado, y te encontraste con tu mamá. Ni siquiera la saludaste, solo la observaste con una mirada llena de furia, y escapaste a tu habitación. Te encerraste ahí, y te dedicaste a llorar, porque era lo único que te salía en ese momento.
- Hija, ¿Podemos hablar? – Tu mamá del otro lado de la puerta.
- ¡Salí!, ¡Andate!, ¡Andate bien lejos! – Le gritaste enloquecida.
Y luego de eso, ninguna de las dos te insistió para poder entrar.
Unas horas más tarde, alguien tocaba tu puerta. Vos ya estabas más calmada. Te habías acostado en la cama, pero no habías podido dormir.
- Rochi, te traje algo para que comas. – Era Euge, con una bandeja en sus manos.
- No quiero. – Tu voz, a penas se oía.
- Tenés que comer Rochi, ya no estás sola en el mundo, eh.
- ¡Te dije que no quiero! – Y sabías que ella no se merecía todo esto.
- ¿Y que querés entonces?.A ver, decime. – Aunque Eugenia tampoco se quedaba atrás.
- Un abrazo. - Como cuándo eras chiquita. Había cosas que aún no perdías.
En segundos, tenías a tu hermana sentada al lado tuyo. Te sentaste para recibir su abrazo, y es increíble como tus ganas de llorar volvieron, pero ahora tenías a alguien que te consuele, y eso te reconfortaba un poco más.

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