martes, 5 de junio de 2012

Inesperado Capítulo 15


Capitulo 15:

Sabías lo que tenía ganas de hacer, pero no. Se contuvo, y seguramente deseó que todo aquello fuera distinto.

-    Gabo, no confundamos…sos muy importante para mí, y no quiero perder nuestra amistad.

-    Perdón Rochi, no sé en qué estaba pensando… Quédate tranquila, va a estar todo bien. – Te sonrió apenas, y acarició tu mejilla.

-    ¿Vamos a casa mejor? – Te levantaste y sacudiste tu ropa por la arena.

-    ¿Un abrazo te puedo dar?

-    Más vale, tontito. – Te agazapaste a él y susurraste algo en su oído – Luz no se puede perder un tipo como vos –Soltaste una carcajada, y le diste un beso en la mejilla.

-    ¿Vos decís que no? – Se alejó e hizo que lo observaras de arriba abajo.

-    Nunca. – Le guiñaste el ojo, y comenzaste a caminar.


Volvieron a tomar el colectivo, y en diez minutos estaban de regreso, aunque aún les faltaba caminar algunas cuadras. Él te dejó dos antes, no sin antes recordarte que mañana lo esperaras para ir hasta el colegio. Como siempre, pero por si las dudas.

Lo primero que hiciste al entrar a tu casa fue subir la temperatura de los calefactores, estabas muerta de frío. Luego de ir al baño, y poner a cargar tu celular, te preparaste la merienda. Una chocolatada calentita en el sillón nunca faltaba.
Mientras tomabas aquella infusión, hacías la tarea de Sociología con música de fondo. Hasta que, tu celular comenzó a vibrar sobre la mesa, y te desconcentraste.

“¿Estás en tu casa?”, te escribió Gastón.
“Si, llegué hace un ratito. Vení, si querés."Olvidaste que lo habías invitado antes.
”Ahora no puedo, tengo que preparar un trabajo para el viernes”. Se enojó, lo notabas.
“Ok, como quieras.” Te querías hacer la acá no pasó nada, pero te jodió que te cambiara por un par de libros. Hay que admitirlo Rocío.

No recibiste respuesta alguna, pero no le diste importancia. Ya se le va a pasar, pensaste. Posteriormente a tu tarea, arrancaste una hoja, lapicera en mano e hiciste la lista para el supermercado. Aún quedaban cosas, pero aprovechaste tu tiempo libre para hacer las compras. Tenían bastante dejada la casa, ya que, tu hermana sino trabajaba, cursaba, y vos, de vez en cuándo pasabas suficiente tiempo dentro de la misma.
Sacaste plata del lugar “secreto” de Eugenia, te abrigaste bien y por primera vez, te sentiste un ama de casa. – Si, te reíste sola de tan solo pensarlo.-

Agarraste un carrito y comenzaste a deambular por las góndolas, siguiendo tu lista improvisada – Aunque siempre terminabas agregando algo más.-
Alrededor de unas quince cosas, entre productos y verduras, ibas a pagar en la caja. Un último agregado: la cerveza – No para vos. Eugenia y el vicio que le agarra.

Mientras esperabas que las tres personas pagaran sus cosas, leíste la parte de atrás de un producto colgado cerca, revisaste un par de veces si llevabas todo y hasta imaginaste ese sin fin de historias que podían surgir en un ambiente así. Qué la cajera, con en el compañero de al lado. Que la chica que estaba pagando en la caja de en frente, miraba con otros ojos al cajero. Que una de la otra fila – rubia para agregar a tu complejo- ya la estaba mirando con mala cara. - Mejor nunca vuelvas al supermercado porque casas a todos con todos. – No hace falta aclarar que sos un personaje y que tu imaginación no tiene límites.



9 de Mayo del 2009


Esa mañana no fue casual. El frío no congeló tu cuerpo, ni mucho menos la alarma estruendosa de tu celular sonó. Es más, ni siquiera alcanzaste a despertar que Eugenia ya estaba en tu habitación, cantando y con una bandeja repleta de cosas. – Si, quería que festejaras a lo grande.

-    ¡Feliz cumple, enana! – Te hizo sentar para que desayunaras – Te me vas para arriba, Rochi. – Te dio un beso en la mejilla, y se sentó en la punta de tu ama.

-    ¿Era necesario madrugar? – Todavía llevabas los ojos chiquitos, además el sol ya entraba por la ventana.

-    Si, porque los dieciocho solo llegan una vez, y además son las diez. – Sonrió satisfecha.

-    ¡Pero claro! – Ironizaste- Ahora me acuerdo que tengo una hermana que le encanta festejar cumpleaños. – Una sonrisa falsa, y bebiste la chocolatada.

-    Para algo se hicieron, Rochita. – Y hasta el día de tu cumpleaños te iba a perseguir con ese apodo.

No estabas del mejor humor, no te agradaba festejar tu cumpleaños, pero lamentablemente en tu familia todos eran así. Para ellos, era una fecha primordial. Siempre fiesta -por más mínima que sea- y obviamente, volaba el cariño de todas partes.

Aún así, intentaste cambiar tu carácter. Eugenia se había levantado temprano y se tomó el trabajo de preparar tu torta favorita – esa de vainilla con pedacitos de chocolate – de llenarte una bolsa de caramelos, y cortar una rosa de su tan preciado jazmín – ese que también te gusta a vos.
No se merecía que recibieras su presente así, además, en cierto punto empezaba a gustarte.

Más tarde, buscaste en tu placar algo abrigado que ponerte. Un jean, una polera blanca y un sweater gris con flores fue tu elección. Luego de calzarte las botas haciendo juego, fuiste hasta la cocina a llevar la bandeja.
Pero en el camino, un paquete gigante con moño rojo, llamó tu atención. Euge sonría desde la cocina, y te alentó para que lo abras. Apoyaste la bandeja en la mesa, y despegaste el envoltorio con delicadeza, a lo que tú hermana te gritó “¡Rompé que trae suerte!”, reíste y le hiciste caso. Y allí, descubriste el mejor regalo que habías tenido en dieciocho años – Sin contar la casa de muñecas que te habían regalado a los seis, y el viaje Londres por tus quince – Una guitarra.

Quince minutos después, te colocaste el saco de paño violeta y saliste de tu casa, no sin antes saludar a Eugenia y agradecerle por todo.
Metiste las manos en tus bolsillos, y comenzaste a caminar acompasadamente. Sabías a donde querías llegar, lo que no sabías era si te animabas. Si después de cuatro meses, ibas a poder tocar ese timbre, pareciendo una autentica desconocida – Hasta las llaves de tu casa habías devuelto –

Diez cuadras, y ahí estabas otra vez. La casa seguía igual, pero ahora llevaba un pequeño detalle: tu mamá había comprado sus plantas preferidas, y adornaban el pequeño jardín de entrada. Sonreíste al verlas porque te gustaban, tanto o más que a ella. – También habías heredado de Emilia el amor por las flores.- Desde pequeña, en cada estación agregaban alguna más, por eso gran parte del patio esta cubierto de diferentes tipos, formas y colores

Tres pasos, un poco de aire y tu dedo estaba sobre el timbre. Sufriste la espera, hasta que aquel rostro que te resultaba tan familiar, te abrió la puerta, y con una sonrisa inmensa te invitó a pasar.

Las primeras palabras fueron las de un cordial saludo, a las que tu mamá respondió con un beso en tu mejilla. En cambio vos, la envolviste con tus brazos. Verdaderamente la necesitabas, más allá de sus vueltas, siempre había sido un pilar de tu vida.

-    Feliz cumpleaños, mi amor. – Te dijo mientras seguían abrazadas.

Y que se le escaparan algunas lágrimas no era poco. Verte tan independiente, tan mujer, la conmovía de pies a cabeza. Además, ahora tu pancita ya se notaba considerablemente, y era la primera vez que la veía sin que le gritaras, o tan solo la ignoraras.

-    Gracias – Sonreíste, y le secaste las lágrimas – Yo…

-    No digas nada, Rochi. Hoy hay que festejar – Otra que tu hermana– No sabía que ibas a venir, pero de todas formas iba a enviarte esto con Euge. – Te llevó hasta la cocina, y viste tu torta predilecta. Además, una caja rosa con flores, y un moño gigante en composé. – Podés abrirlo, eh. – Te hizo reaccionar porque aún seguías a su lado.

La torta decidiste probarla después, preferiste develar que había dentro de la caja. Desataste el moño, y retiraste la tapa. Allí adentro te encontraste con cosas que al día de hoy las considerabas perdidas, una carta, y el libro de tus dieciocho años.

-    Ahora te toca escribir, a vos. – Una tradición que había decidido implementar tu mamá, como forma de guardar todos los recuerdos que Consideró importante.

-    Gracias, Gracias – La abrazaste con fuerza – Ahora yo digo, ¿Cómo encontraste todo esto?

-    Nunca lo perdí, guardo tus cosas desde el día que naciste. Algunas faltan, pero ya las voy a encontrar.

-    Creo que hay una parte que se la llevó Eugenia. – La otra caja que descansa en lo de tu hermana.
-    Si, puede ser. Hace unos meses estuvo revolviendo ahí arriba.

Le diste una mirada a todos los objetos que había dentro, y volviste a guardarlos. Más tarde, los ibas a mirar más tranquila y a leer la carta.
Emilia te invitó a tomar unos mates, y aunque vos ya habías desayunado, no te negaste a ellos. Llenó la pava eléctrica con agua, y la puso a calentar. Vos, mientras tanto cortabas la torta en varios pedazos.
Comenzaron a hablar, pero antes de contar con tus propias palabras como iba todo, y demás, decidiste pedir perdón. Por lo que habías hecho, por lo que no, y por el tiempo que te habías alejado. Era como una asignatura pendiente que necesitabas saldar, porque querías empezar otra vez. Volver al día anterior en que confesaste todo, y tu mundo se puso al revés.
Mientras proseguías hablando, se escuchó el sonido de las llaves, y un “hola” tan particular que venía camino a donde ustedes se encontraban. Era Nicolás, tu papá.
Decir que quedó duro es poco. Te vio y al instante se le esfumaron las palabras. Sin dudas, no esperaba a encontrarte allí, menos aquel día.

-    Yo…no…quería… Feliz cumpleaños, hija. – Aunque ciertas veces todavía te molestaba su reacción, en el fondo seguía siendo tu papá, el que amabas con tu vida y más.

-    Gracias – Sonreíste e hiciste que su día fuera el mejor - ¿No me vas a abrazar ni a revolear por los aires como cuándo era chiquita? – Porque equivocarse es humano, perdonar es divino, habías escuchado alguna vez.

Dejó las bolsas, y te pusiste de pie porque venía con todas las ganas a abrazarte, y hasta te dio una vuelta por el aire, para terminar con un beso en tu cabeza y un “Perdóname” al oído.

-    Si me prometes que vas a estar conmigo para toda la vida. – Lo observaste a los ojos, y viste como un brillo surgió de ellos.

-    Todo lo que más pueda, amor – Volvió a abrazarte. No quería dejarte ir otra vez – Y con estas dos criaturas también, ¿Qué van a decir del abuelo si no? – Deseaste tantas veces escuchar esas palabras de tu papá. Ahora eran una realidad.

-    ¡Y de la abuela también! – Saltó tu mamá que no quería quedarse afuera de la conversación.

-    ¡Más vale! – Esbozaste una sonrisa – Van a decir que son los mejores, seguro. Mi nena y mi nene, los van a amar de eso no me caBen dudas – Acariciaste tu panza, y ellos te observaron con ternura – Ahora sí, no me los malcríen tanto, eh.

-    Y no sé, la tarea de abuela me corresponde a mí. – Reíste, porque sabía que los terremotos iban a ser su debilidad.

Tu papá se sentó con ustedes a la mesa, y allí le seguiste contando más detalles, incluyendo que te ibas a vivir con Gastón, a lo que no se opusieron ni mucho menos, hasta te felicitaron y parecían contentos por la noticia.

La hora del mediodía llegó, y no pudiste negarte a compartir un almuerzo con ellos. Llamaron a Eugenia, y acepto sin ningún problema. Se llevó una gran sorpresa al verte allí y una enorme alegría, porque al fin volvían a estar unidos, y a ser la familia que alguna vez fueron.
Al terminar de comer los tallarines con salsa rosa, que tu mamá especialmente preparó, colocaron una vela en el postre que había traído tu hermana, y a coro te cantaron el “Feliz cumpleaños” aunque vos no quisieras. Finalmente pediste tres deseos y la soplaste.

Por la tarde, fueron a caminar por la playa, y Candela también se incorporó a su plan, por lo que ustedes iban riéndose de todo -y por todo- un poco más adelante. Mientras que el resto de tu familia, iba un poco más atrás.
Eugenia, iba prendida a la cámara de fotos y cada cosa que le llamaba la atención la retraba, así como a ustedes en situaciones espontaneas. Además de la cocina, la fotografía era su segunda pasión.

1 comentario:

  1. Faltas Gas que la salude para su cumple!! me encanta besos esta demas la nove

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