Gaston aceleró la marcha de modo inconsciente. Lali alargó el brazo para alcanzar el borde de su
cazadora y tiró hacia sí. Él se detuvo riendo por su torpeza de
cometer una y otra vez el mismo error y aguardó a que ella avanzara los pasos que le había sacado de ventaja. La estrechó por la cintura y la pegó a su costado.
Continuaron en
dirección al
piso de Lali, en la plaza. Esa tarde Gaston había tenido un interés especial en que se vieran. Había algo que necesitaba contarle, algo que
no podía
arriesgarse a revelar por teléfono.
Alumbrado por la
luz amarillenta de una farola, Gaston echó un rápido vistazo a su reloj de muñeca, inquieto porque el tiempo avanzaba y
aún no había comentado nada.
—¿Ya es
la hora? —preguntó Lali.
—Diez
minutos. Ni uno más, si
quiero firmar a tiempo de evitarme dificultades.
Lali ajustó la alarma de su propio reloj, para
asegurarse de que eso no ocurriera, y volvió a pegarse a él para que la abrazara de nuevo.
—Tengo
otro problema —dijo Gaston
de pronto.
—¿Qué tipo de problema? —preguntó con sus grandes ojos negros abiertos de
par en par.
—Algo que
descubrí el sábado, cuando pensaba que todo se ponía en marcha. No te lo había contado aún porque he estado tratando de dar con la
solución.
—Por lo
que veo no lo has conseguido. ¿Qué es lo que pasa? —insistió adelantándose para detenerse frente a él y hacer que se detuviera.
—Que no
es tan sencillo como yo había supuesto —indicó mientras ella le rozaba con mimo los arañazos de su mejilla—. El domicilio es sagrado. El juez no
emite una orden de registro sin un motivo muy poderoso, y un chivatazo no basta
por muy fiable que este sea. Según están las cosas, pienso en otro lugar o lo olvido todo.
Lali reaccionó como si hubiera recibido la mejor
noticia que podía desear.
—Tal vez
eso sea lo mejor —opinó animosa—. Sabes que nunca me ha gustado esto de
la venganza.
Gaston resopló. Le pasó el brazo por los hombros, la acercó a su costado y comenzó a caminar de nuevo junto a ella.
—No voy a
desistir, Lali, y lo sabes. No hagas lo mismo que Peter.
Aceleró el paso al entrar en la plaza.
—Tú mismo has dicho...
—He dicho
que tengo que pensar otra forma de hacerlo. —La condujo hacia la zona ajardinada,
apartada de la acera y los peatones, y se detuvo ante un banco vacío—. Al parecer, si metiera la droga en un
coche o un negocio no habría problemas —dijo en voz baja—. Ahí sí que actuaría la poli en cuanto recibieran el aviso.
—Ella
tiene coche —musitó apagada, como si se resistiera a darle
ideas.
—Lo tenía entonces —aclaró él—. Ahora no lo sé. No se lo he visto. Tendría que vigilarla de nuevo para comprobarlo.
Lali se encogió de hombros y suspiró. Pensar en que él volviera a pasar horas acechando a Rocio
la angustiaba.
—Olvídalo —insistió sin demasiadas esperanzas.
—Está su tienda de decoración —continuó Gaston sin prestarle oídos—. Pero Peter dice que ni se me ocurra
pensarlo. Que no es tan sencillo entrar en un comercio como hacerlo en un piso.
Sacó el tabaco del bolsillo de su cazadora. Lali
le observó,
pensativa, encender un cigarro y dar una larga y profunda calada.
—Entonces,
¿qué vas a hacer? —preguntó al tiempo que le veía expulsar el humo.
—No lo sé. Seguramente planear otra cosa. Tiene
que haber algo.
—Si
consiguieras un contrato de trabajo y un domicilio fijo en otra ciudad, ¿dejarían que te desplazaras a vivir donde fuera?
—Imagino
que sí —respondió confuso—. Tendría que informar y esperar una decisión, pero no creo que pusieran impedimentos.
—¡Vayámonos! —dijo de pronto—. Vayámonos lejos.
—Lali... —musitó como una súplica—. No puedo construir mi futuro huyendo de
mi pasado. Puedo ser muchas cosas, pero nunca un cobarde.
—Eso no
es huir. Es cambiar de vida.
—Pero es
que mi vida siempre ha estado aquí y la he perdido. La he perdido. ¿Entiendes lo que eso significa? —Se volvió hacia las luces del centro de la plaza,
arrojó con
rabia el pitillo al suelo y lo aplastó con el pie—. Nunca recuperaré mi vida si me marcho.
—Perdona.
—Introdujo las manos en los bolsillos de
su abrigo—. No caí en que... Lo siento.
Gaston se volvió hacia ella al percibir la pena en el
tono de su voz.
—No te
disculpes. —Le rozó la barbilla con los dedos—. Solo estabas pensando en lo que
consideras mejor para mí, y te lo agradezco. Te agradezco toda la ayuda que me
prestas.
—No es
ayuda lo que te doy. Es amor —susurró.
—Amor a
cambio de nada.
—Amor a
cambio de tenerte conmigo. Con eso me basta.
—No debería ser así...
Ella siseó para acallarlo a la vez que le colocaba
un dedo sobre los labios.
—Ya hemos
hablado suficiente sobre esto. No volveremos a hacerlo. Te amo y me quieres.
Eso es lo único que
importa.
Gaston la abrazó por la cintura mientras ella se colgaba
de su cuello besándole en
la boca. La alarma sonó en el reloj de Lali. Se iniciaba la cuenta atrás para que Gaston acudiera a pasar otra
noche de reclusión.
El camarero puso
sobre la mesa dos cafés y una copa de coñac, y volvió a dejarlos solos. Pablo sacó su tarjeta de crédito y la colocó sobre la bandejita plateada que contenía la cuenta. Rocio no protestó. Con los años había comprendido que él pagaría siempre, aunque la invitación hubiera partido de ella. Tenía una idea muy particular de lo que debería ser un caballero cuando acompaña a una mujer.
—¿Cómo va el asunto de Carmona? —preguntó ella mientras rasgaba el sobrecito de azúcar y lo vertía en su café.—Siempre caen los últimos de la cadena, los más pringados —dijo con aire ausente y girando aún la cucharilla en el interior de la taza.
Pablo bebió de su copa mientras la estudiaba en
silencio.
—Vas a
desgastar la porcelana del fondo —musitó. Ella levantó la cabeza volviendo al presente—. No me
has invitado a cenar para hablar de Carmona, ¿verdad? Te conozco lo bastante como para
saber que quieres pedirme algo.
—Hemos
cenado juntos muchas veces —se disculpó—, y lo hemos hecho por el simple placer de vernos y
conversar.
—Muchas —repitió satisfecho—. Y si por mí fuera lo haríamos las trescientas sesenta y cinco
noches de cada año, sin
olvidar la del bisiesto —bromeó tratando de contrarrestar el nerviosismo que traslucía Rocio—. Pero hoy es diferente, lo sé. Así que, comienza. —Le cubrió una mano con las suyas para infundirle ánimo—. Dime qué quieres, porque sabes que no puedo negarte
nada.
—Está bien. —Soltó por fin la cucharilla, a un lado del
plato—. Es
cierto que necesito tu ayuda. —Clavó en él su mirada sincera—. Quiero la dirección de Gaston.
Por un instante
la sorpresa dejó
paralizado al comisario. Su sonrisa se transformó en unos labios finos y apretados, en un
semblante tenso.
—¿Para qué la quieres? —preguntó arrugando el ceño y afilando la mirada.
—Tengo...
Mery y yo tenemos un trabajo perfecto para...
—Ya tiene
un trabajo —interrumpió con sequedad—. Y no me digas que el que pretendes
ofrecerle tú es más adecuado. Eso no debería preocuparte.
Rocio traqueteó sobre la mesa con las yemas de los
dedos. No le sorprendía la reacción de Pablo. Había pedido su ayuda porque la necesitaba
casi con desesperación, no porque hubiera dado por hecho que la conseguiría.
—No
quiero discutir contigo. No tendría ningún sentido. Solo necesito que me digas dónde está viviendo.
—¿Cómo puedes pedirme eso cuando sabes que lo
considero un peligro para ti? Si, por la razón que sea, ese cabrón ha dejado de molestarte, no voy a ser
yo el que vuelva a acercarte a él. Es un mal tipo y los dos lo sabemos.
—Soy una
mujer adulta, Pablo —dijo con gesto de fastidio—. Sé cuidarme sola.
—Pues no
lo parece —respondió él con la misma aspereza—. Hay una frase que mi abuela solía repetir a mi hermana cuando la veía insistir con algún chico. «El ratón corriendo detrás del gato», decía mientras se santiguaba. Algunas veces
esa frase es muy cierta, como en este caso. Me cuesta creer que tú, una mujer inteligente, quieras
convertirte en ese insensato ratón.
—Siempre
dices que no puedes negarme nada —le recordó, ignorando el resto de sus comentarios.
—Y es
cierto. Pero esta vez me has pedido lo único que no puedo concederte —suspiró tratando de recuperar la serenidad—. Entiéndeme, por favor. No puedo hacer otra
cosa.
—Di más bien que no quieres —le desafió mirándole a los ojos.
Durante un
momento Pablo se mantuvo inmóvil y pensativo, como si estudiara hasta dónde llegaría en esta ocasión la terquedad de Rocio.
—No
quiero —susurró despacio—. No quiero que te haga daño.
—Sabes
que encontraré el modo
de dar con él, con o
sin tu ayuda.
La decepción se unió a la impotencia que ya dominaba en los
sagaces ojos marrones del comisario.
—Está bien. Ya que insistes te diré dónde puedes encontrarle. —Tomó un trago de coñac y después observó con detenimiento el líquido cobrizo Dejó la copa sobre la mesa y volvió a mirarla—. En la puerta de la prisión, de lunes a jueves, cinco minutos antes
de las nueve de la noche. Nunca se atrasa, porque, aunque no lo parezca, es un
preso y sigue cumpliendo condena. Pero eso ya lo sabías —comentó con sorna—. ¡¿Quieres evitarle la humillación de esperarlo a la salida o la entrada
de su centro de internamiento?! Esa estupidez no cambiará la clase de hombre que es.
—Gracias
por la detallada información —ironizó cogiendo su bolso de la silla de al lado.
El comisario la
atrapó por la
muñeca para retenerla.
—Lo
siento. Lo siento mucho. —La soltó confundido por su propia brusquedad, y se frotó con rabia la frente—. ¡Maldita sea! ¡¿Por qué tiene que ser siempre ese tipo el
causante de que me comporte como un cabrón contigo?! Lo único que quiero es verte feliz. Por favor
—rogó al ver que ella no abandonaba la idea de
irse—. Al
menos espera a que me cobren la cuenta para que pueda llevarte.
Rocio resopló mirando hacia otro lado. Volvió a sentarse rígida, sin soltar la correa del bolso, que
apoyó sobre
sus muslos. Cuidó que su
espalda no rozara el respaldo. Confiaba que cuanto más incómoda se mostrara ella, peor se sintiera él.
—Estoy
cansada y quiero volver a casa —manifestó con frialdad.
—Como
quieras. Tú mandas.
Y realmente
mandaba, pensó
mientras hacía un
gesto al camarero para que se aproximara. Él se moría por complacerla siempre, sin importarle
lo que tuviera que hacer para conseguirlo. Pero no esta vez. No para acercarla
a ese cabrón del
que sabía que no
recibiría nada
bueno.
Peter nunca
imaginó que
pasaría una
tarde de sábado a
solas con Lali. Ni siquiera lo pensó cuando abrió la puerta y se encontró con ella, que llegaba buscando a Gaston.
—Creí que estaba contigo —le había dicho él.
—No sé dónde está, pero lleva todo el día con el teléfono apagado —había respondido ella con sus preciosos ojos
negros pugnando por contener las lágrimas.
Se le había partido el corazón al verla triste. En aquel momento deseó tener cerca a su amigo para agarrarle
del cuello y advertirle que no volviera a hacerla sufrir. Pero lo que hizo fue
rogar a Lali que no se fuera. Pedirle que pasara a tomar algo mientras
esperaban a que Gaston llegara.
Él se sirvió una copa. Ella pidió que le preparara una infusión.
—A veces
necesita estar solo —comentó, un poco después, con intención de animarla—. Tantos años encerrado, siendo un simple número, sin ningún control sobre sí mismo. Todo eso destroza el cerebro del
hombre más
fuerte. Ahora precisa tiempo para poner orden en su cabeza, seleccionar lo que
quiere recordar y decidir qué debe sepultar. Quemar puentes nunca es fácil.
—Créeme que lo entiendo, pero a veces me
duele que no busque mi compañía en esos momentos de flaqueza.
— Él te
quiere —murmuró sin dejar de mirarla.
Un lánguido brillo en los negros y exóticos ojos de Lali enterneció a Peter.
—¿Te
habla de mí? —preguntó ella con una tímida sonrisa.
—Muchas
veces. —Advirtió la ansiedad con la que esperaba oír algo agradable—. Dice que tú eres su paz, su norte.
—Es
bonito que sienta eso.
—Sí, es bonito que alguien te necesite de
esa forma.
La sonrisa de Lali
se apagó. Se
acercó el vaso
a los labios, olió el
contenido con los ojos cerrados y volvió a mirarle.
—Tú sabes que no está enamorado de mí, ¿verdad?
—No hay
secretos entre nosotros —dijo correspondiendo a su franqueza.
—¿Qué opinas de nuestra relación?
—No
opino. Nadie puede valorar las relaciones de los demás. Cada uno vivimos como queremos, como
podemos, como nos dejan. Todos perseguimos la felicidad y cada cual lo hace a
su manera.
Ella se quedó en silencio. Bebió de su infusión con la mirada perdida en la pared
blanca que tenía
enfrente.
Peter pensó que ese era el momento de cambiar de
conversación, de
hablarle de cosas que no le hicieran daño.
—¡Cinco
idiomas! —exclamó con admiración—. Tu trabajo debe de ser apasionante.
—Sí que lo es. —Peter fingió no ver las dos lágrimas que ella se enjugó con los dedos—. Sobre todo porque es diferente cada día y eso me permite conocer a personas muy
interesantes.
—¿En qué cambia? —preguntó con verdadera curiosidad.
—La
empresa ofrece toda clase de servicios de traducción —suspiró bajito y volvió a frotarse los párpados—. Mi trabajo consiste en ir a encuentros
y reuniones y traducir al mismo tiempo que los clientes conversan.
—¿Es por
eso que viajas a menudo?
—Es otro
de los aspectos que me atrae. —Esbozó un amago de sonrisa—. Ya sabes que viajar me encanta.
En unos momentos
Peter pasó de
hablar para hacerle olvidar el mal rato a escucharla fascinado. Volvió a envidiar a Gaston, que podía disfrutar de la compañía de esa mujer siempre que quisiera.
Cuanto más la
conocía, menos
entendía que no
le apeteciera hacerlo a todas horas. Estaba seguro de que, si él estuviera en su lugar, jamás se cansaría de mirarla. adap A Iribika

Me lei la historia completa, y me encanta, me atrapo como ninguna. Me parece muy feo lo le hizo Rochi a Gaston y es comprensible que él sienta odio por ella, pero tambien la ama, y si le dejara hablar a Rochi capaz entenderia un poco, quiero un encuentro lindo entre ellos, Pablo y Lali me caen mal, que dejen de meterse en lo que no les importa. ESPERO EL PROXIMO!!!!!!!!!
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