miércoles, 8 de agosto de 2012

El hijo del Magnate Capítulo 20


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 Capítulo 20

Unas horas después de la conversación de Rocío y Eugenia, Gastón alcanzó una toalla y salió del cuarto de baño, donde había estado enfriando sus pasiones bajo una ducha helada. Eran las cuatro de la madrugada y apenas había dormido. Había dado vueltas y más vueltas, tan excitado con el recuerdo de Rocío como un adolescente ávido de relaciones sexuales. Pero eso no le hacía ninguna gracia; de hecho, le desesperaba y le extrañaba a la vez que Rocío  Igarzabal le provocara una reacción física tan intensa.
Encendió el ordenador, frunció el ceño y buscó la fotografía de la que iba a ser su esposa. Curiosamente, la mujer de la imagen era igual que Rocío y, sin embargo, no se parecía nada a Rocío: en persona, sus rasgos eran más dulces y más redondeados; sus ojos, más brillantes; y su sonrisa, más atractiva. Sólo encontró una explicación: que fuera una fotografía vieja, de una época en la que estaba más delgada. E incluso así, no le hacía justicia. En cualquier caso, el deseo no cegaba a Gastón Dalmau. Había planeado el matrimonio con detenimiento, para reducir la posibilidad de error al mínimo, pero Rocío Igarzabal había resultado ser un territorio tan peligroso como desconocido. Se había enfrentado a él en varias ocasiones e incluso se había atrevido a bailar con otro hombre en el club. Ya no estaba seguro de que casarse con Rocío fuera lo más adecuado. Su relación podía terminar de manera desastrosa. Consideró la posibilidad de romper el acuerdo, pero la encontraba enormemente atractiva y sabía que encontrar a otra candidata con esa característica, y al mismo tiempo aceptable para su abuela, resultaría complicado. Pensó en todas las mujeres con las que había compartido su cama y le pareció extraño que Rocío hubiera despertado en él un deseo tan intenso, un deseo que no había sentido durante más de una década. La perspectiva de tenerla era demasiado tentadora para dejarla escapar. Aunque fuera peligroso, se arriesgaría.
Se la imaginó con su vestido negro, recordó sus senos y sus piernas y se excitó al instante. El vestido le quedaba muy bien y le gustaba mucho: pero era muy provocativo y no tuvo ninguna duda de que Ines no lo habría aprobado. Tendría que llevarla de compras para que llevara ropa más adecuada. Y en poco tiempo, cuando por fin estuvieran juntos y a solas, le pediría que se pusiera el vestido negro y disfrutaría de las delicias que ocultaba. Definitivamente, se casaría con Rocío. Un deseo tan potente merecía y exigía satisfacción. Además, estaba dispuesto a sacrificar su libertad para darle el gusto a su abuela, pero no había ningún motivo para que su matrimonio no fuera una experiencia placentera

Rocío  despertó con un sobresalto. El teléfono estaba sonando, así que se sentó en el sofá, donde había pasado una noche francamente incómoda, y miró a su hermana con expresión somnolienta.
— ¡Contesta de una vez, por Dios! —Le instó Eugenia—. Yo no puedo contestar por ti... Seguro que es él, y es mejor que no sepa que existo.
Rocío contestó la llamada.
—¿Dígame?
—Quiero llevarte de compras —declaró Gastón sin preliminares—. Pasaré a recogerte a las diez de la mañana.

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