lunes, 20 de agosto de 2012

El hijo del Magnate Capítulo 26


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 Cap 26
Cuando terminaron de cenar, Rocío optó por volver a casa con su madre. Gastón la miró fijamente, para hacerle saber que su decisión no le había gustado; pero Rocío no tenía intención de quedarse a solas con él en su ático.
Se suponía que su matrimonio era un acuerdo legal y un trabajo, nada más; y si quería que Gastón se mantuviera en esos límites, tendría que marcarle claramente las distancias. Además, no sentía el menor deseo de ir al piso de Eugenia, donde la estarían esperando un montón de cajas llenas de ropa cara que sólo contribuirían a aumentar su malhumor.
Anna ya había entrado en el coche cuando Gastón se acercó a   ella y dijo:
—Espero volver a verte antes de la boda,
—Lo siento... me gustaría pasar unos días sola antes de viajar a Rusia —declaró Rocío.
Rocío se encontró con la mirada de aquellos ojos dorados y oscuros y sintió un vacío en la boca del estómago. Eran los ojos más bonitos que había visto nunca. Pero apretó los puños y se apartó de él, muy consciente de los guardaespaldas que los rodeaban.
Gastón alzó un brazo y le apartó un mechón de la frente.
—Lo dices de tal modo que parece muy razonable, Rocío —observó—. Pero sabes que no es lo que quiero.
Rocío parpadeó con nerviosismo. Podía oír los latidos de su propio corazón y se sentíairremediablemente atraída hacia él. Hasta el sonido de su voz la excitaba y la estremecía.
Pero justo por eso, por la intensidad de su respuesta física, se aferró al orgullo y se resistió a suencanto.
—Gastón, tengo derecho a descansar.
— ¿A descansar?
—Se supone que esto es un trabajo, ¿verdad? Entonces, no puedo estar veinticuatro horas al día a tu disposición —respondió.
Gastón se quedó helado. El comentario de Rocío lo había ofendido y le había recordado que, en efecto, aquello sólo era un trabajo; pero como siempre, su valentía le fascinó. Tendría que ser más convincente y más generoso con Rocío si quería ganarse su favor.
—Creo que no has leído la letra pequeña de nuestro contrato. Desde el momento en que te pongas el anillo de casada, estarás a mi disposición las veinticuatro horas del día —dijo con frialdad.
Gastón se alejó, dejando a Rocío estupefacta, nerviosa, aliviada y arrepentida a la vez. Por una parte, se alegraba por haber sido capaz de resistirse a Gastón, por haber demostrado que no era un juguete y que no se parecía a las mujeres que lo asaltaban en los clubes nocturnos; pero por otra, sentía la necesidad y el deseo de correr hacia él y reclamarle otro beso apasionado.
Por desgracia para Rocío, el orgullo era una compañía mucho más fría y solitaria que el amor.

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