martes, 28 de agosto de 2012

El hijo del Magnate Capítulo 30


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 Cap 30
Gastón cambió de conversación.
—Esta noche tengo una reunión, así que no podré verte antes de la ceremonia —le dijo.
Rocío se sintió muy decepcionada y ni siquiera supo por qué. Estaba engañando a su propia familia al hacerles creer que se había enamorado de Gastón. Aquello sólo era un trabajo, un simple acuerdo, y Rocío misma había tomado la decisión de mantener las distancias con él.
Sin embargo, por mucho que lo internara, no podía dejar de pensar en Gastón Dalmau.
Por mucho que se esforzara, no lograba resistirse al deseo. En lugar de una mujer adulta, parecía una adolescente.
El avión aterrizó a primera hora de la noche en el aeropuerto de Pulkovo, en San Petersburgo. Hacía mucho más frío que en Londres. La limusina que la recogió avanzó lentamente por las calles de la ciudad. Rocío nunca había visto tantos edificios bonitos en un mismo lugar así que tampoco se sorprendió mucho cuando el coche se detuvo frente a una mansión espléndida y el
chófer le informó de que ya habían llegado a su destino. Subió por la escalinata, entre las nubes de vaho de su respiración, y entró en un vestíbulo magnífico cuyo entarimado estaba reluciente. Las paredes de color amarillo, los detalles arquitectónicos de escayola y los muebles antiguos le
parecieron tan bellos como inesperados a la vez; tras conocer el ático de Gastón en Londres, había supuesto que su residencia de San Petersburgo también sería moderna y funcional.
La acompañaron a un dormitorio de invitados, tan elegante como el resto de la casa, donde dejaron su equipaje. Poco después, le ofrecieron algo de comer: pero Rocío desestimó la oferta. El viaje había sido muy largo y estaba agotada. Cuando aparecieron dos doncellas y se dedicaron a guardar sus cosas, Rocío se retiró al enorme cuarto de baño, donde se quitó la ropa y sumergió en agua caliente.
Fue tan placentero, que estuvo en el agua mucho más tiempo del que pretendía. Y habría seguido allí si no hubieran llamado a la puerta.
— ¿Sí?
Rocío salió de la bañera, sobresaltada, y alcanzó una toalla.
—Soy Gastón. Quiero hablar contigo.
Sorprendida, Rocío alcanzó el albornoz que estaba colgado detrás de la puerta y se lo puso. No era la indumentaria más adecuada para recibir a Gastón, pero taparía más que una simple toalla. Cuando abrió y salió del cuarto de baño, se sentía desnuda. No había tenido ocasión de
maquillarse ni de cepillarse el pelo.

En cuanto miró a Gastón, tan alto y amedrentador, se quedó sin aliento. Llevaba un traje gris y estaba espectacular, pero su expresión de ira la paralizó al instante. Gastón arrojó dos fotografías sobre la cama y dijo:
— ¡Explícate ahora mismo!
Asombrada, Rocío frunció el ceño y se acercó a la cama para mirar las fotografías. Se las habían sacado en la cafetería del aeropuerto de Londres, y aparecían su padre y Rocío.
— ¿Qué tengo que explicar?
Gastón palideció.

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