Camino de la cocina, Peter se detuvo ante la puerta entreabierta de la
habitación de Gaston.
La empujó con
suavidad para no molestar a su amigo. Sabía que se había levantado muy temprano, igual que el día anterior, para aprovechar el mayor número de horas del fin de semana.
Lo encontró sentado ante su escritorio, con los pies
descalzos sobre la madera, los vaqueros y una de las gruesas camisas que
utilizaba los días más fríos para ir al trabajo.
Se apoyó en el quicio de la puerta, cruzado de
brazos, y durante un buen rato le observó trabajar.
—¿A qué hora te has levantado? —preguntó al fin.
Gaston se
sorprendió del
tono amable y conciliador. Apretó la espalda contra el respaldo de la silla y estiró el cuerpo y los brazos.
—No lo sé. Aún no había amanecido. Las pinturas me llamaban —bromeó como si nunca hubieran estado enfadados.
tomó el paquete de cigarros, de una esquina
de la mesa, y prendió uno que inspiró con ganas.
—Deberías verte cuando dibujas —comentó sin moverse del umbral—. Eres otro. Relajado, feliz. Te olvidas
de que existe el tabaco.
—Tienes
razón. —Sonrió observándolo humear entre sus dedos—. No me había dado cuenta, pero es comprensible. Me
aficioné a los
pitillos cuando, después de intentarlo, descubrí que no podía dibujar allí dentro. Pero no necesito nada cuando
estoy creando. Nada —reiteró al recordar que nunca se había sentido más completo que cuando la tenía a ella y además podía plasmarla en sus cuadernos.
—Deberías buscar trabajo en algo relacionado con
esto —dijo Peter.
—Primero
tendrían que
desaparecer mis antecedentes penales y eso no va a ocurrir. —Observó los últimos trazos que había dado. Recordaban a las salpicaduras
espumosas de un rompiente de olas—. Esto es algo muy puntual que no volverá a repetirse. Pero no importa. Me he adaptado
a cosas peores.
—No te
rindas sin haber ofrecido pelea. No es digno de ti. Puedes presentar un currículum
brillante.
—Un currículum
brillante que un día se
cortó
bruscamente porque ingresé en prisión. ¿Cuál de las dos cosas crees que pesaría más?
—En un
empresario inteligente, la primera, que sería la que usarías para hacer tu labor.
—Si lo
intentara... —Abandonó el cigarro entre sus labios para sujetar
con las manos el dibujo—. Si lo intentara tendría algo más reciente para añadir a mis antiguas creaciones —dijo sin mucho convencimiento.
—Esa es
la actitud con la que ya una vez avanzaste. ¿Por qué no puedes hacerlo de nuevo?
—Entonces
todo fue distinto. —Cerró lentamente los ojos. No, el humo no adormecía el cerebro, ni siquiera atenuaba el
dolor que provocaban los recuerdos—. Entonces tenía algo por lo que luchar. —Pasó a sostener el pitillo con los dedos—. Quería que Manu viviera en un sitio decente.
No podía
hacerlo siendo un mediocre. Luché por conseguir mi sueño de trabajar en una gran compañía, pero no solamente por mí. Si yo ganaba, mi hermano ganaba.
Ahora... —Calló mientras aplastaba el cigarro en el
cenicero.
—Ahora
debería ser
igual. Siempre dices que le debes el cobrarte la venganza. ¿No le debes también salir a flote? ¿Crees que le gustaría verte así?
Gaston continuó haciendo trizas los restos de tabaco.
Esta vez no le molestaban los consejos de Peter. Los sentía nacer del aprecio, sin ningún tipo de saña.
—Pensaré en ello —dijo deseoso de cambiar de
conversación.
Se angustiaba
cuando recordaba a Manu y sus últimos instantes de vida entre sus brazos.
Peter asintió en silencio. Después suspiró antes de decir:
—Voy a
poner el desayuno, que parece que soy el único que recuerda que hay que
alimentarse. —Gaston
sonrió
aceptando su culpa—. Te aviso
cuando esté listo —añadió al tiempo que se apartaba de la puerta.
—Lo
siento. —La
disculpa de Gaston le detuvo en el último instante—. Siento mucho mi comportamiento de los últimos días.
—Yo
tampoco puedo presumir del mío. —Introdujo las manos en los bolsillos, incómodo—. Perdóname. Sé que no es fácil aguantar a un bocazas como yo.
—Eso es
cierto —bromeó retomando el rotulador negro con una
sonrisa que revelaba que no estaba de acuerdo.
—¡Lo
olvidaba! —añadió Peter con un brillo cómplice en los ojos—. He invitado a comer a Lali.
Lali... También a ella le debía disculpas. Esa mujer se lo entregaba
todo y él no
terminaba de hallar la forma de correspondería.
—Me
parece bien —murmuró mientras se volvía hacia el dibujo.
Unos segundos
después, volvía a sumergirse en los trazos azules y
blancos con los que trataba de simbolizar la incorpórea y pura esencia del mar.
Comenzaba a
oscurecer cuando el comisario llegó a la gasolinera.. Empujó la puerta y, al no poder abrirla, golpeó tres veces con los nudillos, aguardó un breve espacio de tiempo y volvió a dar otros tres golpes idénticos. La contraseña funcionó. El chico sin nombre le dio acceso y
volvió a
atrancar la puerta en cuanto estuvo dentro.
—¿Qué pasa, por qué tanta prisa en que nos viéramos hoy? —preguntó Pablo con gesto agrio. Odiaba los
imprevistos; nunca traían nada bueno.
—Lo dejo.
Me voy —dio por
toda respuesta, con las manos temblonas y la frente sudorosa.
—¿Pero qué estás diciendo? ¿Cómo que lo dejas?
—Muy fácil. —Frunció los labios con un gesto nervioso y burlón—. Me largo, desaparezco, dejo esta mierda
antes de que esos cabrones me den matarile.
—¡Quieres
tranquilizarte y decirme qué pasa! —gritó cogiéndole de los brazos y zarandeándole.
—Sospechan
algo —aseguró apartándose de él—. Presiento que saben que tienen un
chivato dentro y que antes de empezar a moverse van a eliminarlo.
—¿Y por
qué van a pensar que eres tú? —clamó con impotencia al ver que todo podía venirse abajo.
—¡Porque
soy yo, joder, porque soy yo! —Se pasó las manos por la cabeza mientras movía su angustia de un lado a otro—. El mismo cabrón que les dio el soplo de la redada les
ha podido contar que yo soy el delator que buscan.
—Nadie lo
sabe —aseguró recostándose en la pared y cruzándose de brazos como si no hubiera de qué preocuparse—. Ni las personas en las que más confío saben nada de ti. Si no haces tonterías estarás a salvo, pero si ahora te acojonas y te
mueves, sabrán que
eres tú, te
encontrarán
dondequiera que corras a esconderte y entonces sí que acabarán contigo.
—¿Seguro
que nadie sabe de mí, ni mi nombre, ni mi alias ni nada?
—Seguro.
Tranquilízate. Si
no pierdes los nervios todo saldrá bien.
—Si me
pillan también será jodido para usted, ¿no? —preguntó receloso, secándose la cara con la manga de la chaqueta.
—¡Exacto,
chaval! —Le puso
la mano en el hombro y sonrió para infundirle confianza—. Yo soy una parte interesada en que esto
salga bien. Y saldrá, siempre que actúes como lo has hecho hasta ahora.
El soplido de
alivio del joven le tranquilizó, pero no lo suficiente.
Hacía rato que Gaston no escuchaba los
comentarios de Peter. Respondía con monosílabos mientras echaba furtivos vistazos al reflejo en
los cristales de los escaparates que se sucedían a su izquierda. A esa hora de la
tarde, con los comercios a punto de cerrar, la Gran Vía era un devenir de transeúntes apresurados.
Se fijó en la puerta abierta de una conocida
tienda de ropa íntima
femenina. Empujó con
brusquedad a Peter y prácticamente lo arrastró al interior. No prestó atención a sus protestas, menos aún a sus observaciones sobre los
sugerentes modelos que acapararon su atención. Tiró de él hasta conducirlo a la trasera de un
expositor de batas y camisones de seda. Le pidió que mirara hacia la calle y le señaló a dos tipos con hombros del tamaño de un armario ropero.
Lo único extraño que Peter observó, además de la aparatosa cicatriz que cruzaba la
mejilla izquierda del más fuerte, fue su actitud. Sin detener el paso
alargaban el cuello para otear sobre los transeúntes mirando con impaciencia hacia los
lados.
—¿Qué pasa con ellos? —preguntó cuidando de no asomar demasiado la
cabeza.
—Nos
siguen —comentó Gaston con tranquilidad—. Lo vienen haciendo desde hace rato.
—Estás de mofa, ¿no? ¿Para qué van a seguirnos unos tipos como esos?
—¿Debes
algo a alguien? —consultó mirándole con guasa—. ¿Te has acostado con la mujer de alguien? —Una sonrisa aturdida fue la respuesta—. ¡Lo que sospechaba! Entonces me siguen a mí
—aseguró sarcástico.
Peter no rio la
broma. Abrió los
ojos de par en par y con preocupación.
—¡El
comisario!
—¿A quién, si no, iba a importarle lo que hace
alguien como yo? —dijo sin
dudar mientras volvía la atención hacia la calle—. Además sus caras me suenan. Me suenan mucho.
Sobre todo la del que tiene la cicatriz.
Trató de hacer memoria. Tenía la sensación de haberlos visto alguna noche, cerca
de la cárcel, en
actitud de estar aguardando el paso de alguien. Pero además los recordaba de algún otro lugar que no conseguía rescatar de su memoria.
—Esto
puede ser jodido —opinó Peter mirándole con enfado—. Te advirtió que no te acercaras a esa poli y no le
hiciste ni puto caso. No se puede tocar los cojones a un tío como ese, porque si quiere complicarte
las cosas lo hará.
Los tipos
desaparecieron entre el gentío, pero Gaston no bajó la guardia. Tenía el presentimiento de que andarían oteando hacia los lados y también a sus espaldas.
—No, si
no me pesca haciendo algo ilegal —aseguró pensativo—. Solo tengo que cuidarme mientras preparo ciertas
cosas.
El encuentro que
iba a tener con agustin, esa noche, tendría que aplazarse.
Durante los días siguientes centró su interés en confirmar si le vigilaban. Pensar en
la posibilidad de volver al presidio para no salir en años le angustiaba. No soportaba la idea de
empezar a morir de nuevo tras esos muros, especialmente si lo hacía sin haber conseguido arrastrar a Rocio
en su derrumbe.
Por eso debía tener cuidado en que no le siguieran
cuando se encontrara con agustin o con el tipo que le conseguiría la mercancía. Saber que no era el mismo joven
incauto de entonces le hacía sentirse más seguro, pero no lo suficiente.
Cuando tuvo la
certeza de que nadie le seguía, entró en el bar en el que se había citado con agustin.
—Así que el proveedor no tiene que llamarte
por teléfono
cuando tenga tu mercancía y quieres que te la entregue en un local muy
concurrido que tenga salida trasera —repitió agustin en un momento de la conversación—. ¿Eso significa que alguien te sigue los
pasos?
—No estoy
seguro —reconoció Gaston ofreciéndole un pitillo. El chico lo rechazó señalando su copa medio vacía—. Pero estoy tomando precauciones. No
quiero problemas ni para vosotros ni para mí.
—¿Quién te puede estar siguiendo? —preguntó haciendo una señal al camarero para que se acercara.
—Es una
larga historia. —Sujetó con los dientes la boquilla de un cigarro
y lo sacó del
paquete—. Lo más probable es que no lo esté haciendo nadie y que yo esté perdiendo la razón, pero hay que ser cautos. —Lo encendió y se llenó los pulmones con una primera inhalación.
—Descuida.
Sé lo que necesitas y conozco el antro perfecto.
—Hay algo
más que me gustaría decirte —señaló cuando volvieron a quedarse solos—. Manu tendría ahora tu edad. Cuando te miro... —Carraspeó emocionado—. Cuando te miro le veo a él. Cuando te saludo con un abrazo, cierro
los ojos y siento que le estoy abrazando a él.
—Si vas a
sermonearme, yo...
—No. No
se trata de eso. —Buscó en el bolsillo interior de su cazadora y
sacó una fotografía—. Pensé que te gustaría tenerla.
agustin la sujetó entre los dedos. Tomó aire al encontrarse con tres rostros que
le sonrieron desde el papel. Manu, vicco y él mismo sentados en un banco de la plaza.
—Gracias —dijo con voz entrecortada—. No llegaron a pasarme esta foto.
—Dieciocho
años —musitó apenado—. Los tres teníais dieciocho años en ese momento. Ellos no cumplieron ni
uno más.
—¡La vida
es una mierda! —masculló entre dientes sin dejar de contemplar la
imagen.
—No
siempre. —Hizo
rodar el extremo candente del pitillo por el centro rugoso del cenicero—. Calculo que tu hermano ronda ahora los
dieciocho, ¿no?
—Algo así —respondió agustin sin mucho ánimo.
—Y pasa
la mayor parte de su tiempo contigo.
—¿Estás queriendo decir que le llevo por el mal
camino?
—Yo,
precisamente, no soy el más apropiado para reprochar algo como eso —afirmó con cruel resentimiento hacia sí mismo—. Estoy tratando de decirte que si no
dejas de vivir de esta forma, es muy posible que cualquier día una bala agujeree el cuerpo de tu
hermano y muera entre tus brazos. O puede que lo encuentres en una escombrera
porque alguien lo ha arrojado como si se tratara de basura. —Hizo una pausa para digerir sus propias
palabras—. Y te
aseguro que si algo de eso ocurre no podrás perdonarte nunca.
—No voy a
currar siempre en esto —se defendió—. Es provisional. Lo dejaré cuando haya ganado una pasta.
—Piénsalo bien. Mírame a mí, mira en lo que me he convertido por
acercarme a ese tipo de gente y piensa si existe una riqueza que te compense el
riesgo. Con mucha suerte, en lugar de muerto se puede acabar encerrado en una
apestosa cárcel
para un montón de años. Esos años que deberían ser los mejores de una vida.
—Lamento
lo que te ocurrió. Me
cuesta imaginar lo que tuvo que ser para ti. Pero no siempre tiene que terminar
de la misma forma.
—Nunca
piensas que puede pasarte algo así. —Pasó la mano por su cabeza, desde la frente hasta la nuca,
con los ojos cerrados y la mandíbula tensa—. No lo piensas, pero pasa.
—No, si
te sabes cuidar. Y yo sé hacerlo —aseguró orgulloso.
Gaston se frotó el dolor que le palpitaba bajo los párpados y volvió a mirarle.
—¿Y un
chaval de dieciocho años puede saber lo mismo que tú? ¿Supieron cuidarse Manu o vicco?
—No estoy
tan metido en esto como crees —pareció disculparse de pronto—. Solo hago de enlace ocasional.
—Una sola
vez puede bastar para joder tu vida o la de quien confía en ti. —Sus ojos brillaron vidriosos.
—No
conozco otro trabajo en el que se gane tanta pasta —razonó en voz baja y tensa.
—Esta
noche, cuando llegues a casa, mira a tu hermano y mira a tu madre. —Se interrumpió un instante, frustrado al no dar con las
palabras que le hicieran despertar—. Míralos bien y pregúntate qué vida quieres para ellos y qué quieres para ti.
—No creo
que tú pienses
mucho en la vida que quieres para ti —contraatacó sin ganas.
—Yo no
tengo vida. —La
expresión vacía en sus ojos confirmaba la penosa realidad—. Ya lo sabes. La perdí la tarde en la que murió Manu. adap A.Iribika

Ay Gaston, cada día peor, y Rochi, que onda Rochi? quiero que se encuentren, quiero algo. Me desespera esta situacion.
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