domingo, 9 de septiembre de 2012

El hijo del Magnate Capítulo 36


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 Cap 36
Rocío  se estremeció. A pesar de todo, Gastón Dalmau la fascinaba. Lograba que se sintiera la mujer más bella del mundo, y no pasaba un momento sin que quisiera arrojarse a sus brazos. Pero eso era lo más difícil de todo: a partir de entonces, estaría sometida constantemente a su atractivo, y no sabía si podría resistirse. Al pensar en ello, se dijo que Eugenia tenía razón. Las relaciones sexuales le daban tanto miedo que les daba demasiada importancia. No sabía entregarse. No era capaz de vivirlo con naturalidad.
Ajeno a las dudas existenciales de su flamante esposa, Gastón se mostró de muy buen humor. Y no era para menos, porque Rocío  y Ines se llevaban mucho mejor de lo que había previsto. A decir verdad, el comportamiento de Rocío  le parecía extraño. No podía creer que los psicólogos se hubieran equivocado tanto con Rocío al realizar el informe inicial; pero era la única explicación que se le ocurría, a no ser que estuviera ante una actriz consumada. Fuera como fuera, había acertado con Rocío. Ahora sólo tenía que dejarla embarazada. Y el proceso iba a resultar más que entretenido.
En cuanto llegaron al hotel donde ofrecían la recepción, Gastón la tomó en brazos y entró con Rocío al vestíbulo entre los vítores y aplausos de los invitados, Rocío  se quedó bastante sorprendida, porque las bodas inglesas eran mucho más formales y menos animadas. En cuanto se sentaron en el salón, un hombre se levantó de repente y propuso un brindis en honor a los recién casados, que fue seguido entre gritos de ¡Gorko! ¡Gorko!*
—Ahora tenemos que besarnos durante tanto tiempo como nos sea posible —le explicó Gastón.
Al ver la mirada de perplejidad de su esposa, añadió:
— ¿Es que no has leído la información que te enviamos?
Rocío  maldijo a su hermana para sus adentros; por lo visto, había hecho bastante más que negarle el informe de la joven morena.
Gastón la besó entonces, con una delicadeza que Rocío  no esperaba. Pero cuando sintió su lengua en los labios, perdió el control y pasó los brazos alrededor de su cuello, incapaz de contenerse por más tiempo.
Los invitados empezaron a cantar. Rocío no les prestó ninguna atención; sólo sentía las caricias de Gastón, que poco a poco iba derruyendo todos sus muros defensivos. Cuando por fin se apartó de Rocío, tuvo la impresión de que se habían estado besando durante un siglo.
Unos segundos después, miró a su alrededor y se quedó pálida al reconocer a uno de los invitados a la fiesta, que se levantó inmediatamente para saludarla. Era el príncipe Jasim.

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