Prólogo parte 1
—ENTONCES, ¿vas a seguir
adelante con todo esto? ¿Te vas a casar con Gastón aunque sepas que él no te
quiere?
Rocío se estremeció al oír
las palabras envenenadas que acababa de pronunciar su madrastra. Estaban las
dos en el dormitorio de Rocío, bueno, el que lo había sido hasta poco después
de la muerte de su padre. Tras aquello Lisa había anunciado su decisión de
vender la preciosa casa con jardín en la que Rocío había crecido para poder
comprarse un apartamento en la pequeña ciudad en la que vivían.
—Gastón me ha pedido que
reciba a sus clientes —había explicado su madrastra el día que le había
comunicado sus planes de vender la casa, cosa que había dejado perpleja a
Rocío—. Dice que cuando yo me hice cargo de tratar con los clientes, la empresa
de tu padre empezó a ir mucho mejor. Desgraciadamente tu madre nunca entendió
lo importante que era ser amable con los clientes.
En aquella ocasión Rocío
había intentado que no la afectaran las palabras de su madrastra; simplemente
había respondido encogiéndose de hombros en un gesto que ya era característico
en ella cada vez que Lisa mencionaba a su difunta madre. Siempre sentía el
impulso de defender su memoria, pero ya tenía experiencia suficiente para saber
que era mejor no hacerlo. Sin embargo no había podido evitar hacer un breve
comentario:
—Mamá estaba muy enferma.
Si no hubiera sido así, estoy completamente segura de que habría tratado a los
clientes de papá con toda amabilidad, y habría estado encantada de hacerlo.
—Sí, todos sabemos que piensas que
tu madre era una santa —sus ojos se habían llenado de furia y hostilidad—. Y
Gastón está de acuerdo conmigo en que, durante todos estos años, le has puesto
las cosas muy difíciles a tu padre con esa manía tuya de intentar hacerlo
sentir culpable por haberse enamorado de mí.
La manera en la que Lisa se
vanagloriaba de aquello había hecho que a Rocío se le revolviera el estómago, y
el resto de la conversación no había logrado precisamente que se encontrara
mejor.
—Gastón opina que tu padre
fue muy afortunado al casarse conmigo. De hecho… —había dejado de hablar para
hacerle un gesto de complicidad, una complicidad que desde luego no existía
entre ellas dos. Rocío solo tenía ganas de dejar de escuchar a Lisa hablar de
Gastón como si tuviera una relación muy estrecha con él; le dolía aún más
porque estaba profundamente enamorada de él.
Rocío nunca había
conseguido entender por qué su querido padre se había enamorado de una mujer
fría y manipuladora como Lisa. Tenía que admitir que también era muy bella:
alta y con muy buena figura. Todo lo contrario que Rocío, que siempre había
sido la viva imagen de su madre: bajita, con el pelo rubio lleno de rizos
indomables y los ojos miel que, en el caso de su madre estaban permanentemente
llenos de amor y ternura, mientras que los ojos azules de Lisa no transmitían
nada más que frialdad.
Sin embargo quería
demasiado a su padre como para decirle lo que opinaba realmente. Su madre había
muerto cuando ella tenía siete años y, cuando a los catorce su padre había
decidido volver a casarse, Rocío se había convencido a sí misma para aceptar a
aquella mujer que se iba a convertir en su madrastra por el bien de su padre.
De hecho, tenía la firme convicción de aceptar a cualquier persona que pudiera
hacerlo feliz.
Pero Lisa pronto había
dejado muy claro que ella no era tan generosa; tenía treinta y dos años cuando
se casó con su padre y nunca demostró el más mínimo interés por los niños, y
mucho menos por Rocío, a la que siempre había tratado como una adversaria, una
rival con la que tenía que competir por el amor y la atención de su marido. La
más obvia muestra de lo que sentía por su hijastra había tenido lugar a los
tres meses de llegar a la casa, cuando había anunciado que creía que lo mejor
era mandar a Rocío a un internado, en lugar de seguir viviendo allí con ellos y
estudiando en el colegio privado que había elegido su madre antes de sucumbir a
la terrible enfermedad degenerativa que había acabado por matarla. Entonces
había sido Gastón el que había intervenido para recordarle a su padre las
molestias que se había tomado su primera mujer para encontrar una escuela
adecuada para su hija. También había sido Gastón el que había aparecido un día
en aquel mismo colegio con la terrible noticia del accidente de su padre; y
había consolado a Rocío mientras ella no había podido controlar un llanto
desesperado y lleno de impotencia.
Eso había ocurrido casi
doce meses antes, cuando ella tenía diecisiete años; ahora tenía dieciocho y en
menos de una hora se convertiría en su esposa.
El coche que tenía que
llevarla a la misma iglesia en la que se habían casado sus padres y en la que
estaba enterrada su madre estaba esperándola fuera. En la habitación contigua
se encontraba el viejo abogado de su padre que iba a acompañarla hasta el
altar. Iba a ser una boda tranquila, como le había pedido a Gastón
encarecidamente.
«¿Vas a seguir adelante con
todo esto? ¿Te vas a casar con Gastón aunque sepas que él no te quiere?» Su
mente volvió a repasar las palabras que su madrastra había pronunciado
consciente del dolor que iban a causarle.
—Gastón dice que es por mi
propio bien —respondió con voz entrecortada—… y que eso es lo que mi padre
habría querido.
—Gastón dice —Lisa repitió
sus palabras burlándose de ella abiertamente—. Eres tonta, Rocío. Solo hay una
razón por la que Gastón quiere casarse contigo y es porque quiere hacerse con
el control de la empresa.
—¡Eso no es cierto! —la
joven protestó con fuerza—. Él ya dirige el negocio —le recordó a su
madrastra—. Y sabe perfectamente que yo jamás querría que fuera de otra forma.
—Puede que tú no pero, ¿qué
me dices del hombre con el que te casarías algún día si Gastón no se
convirtiera en tu marido? —le preguntó con más suavidad—. Vamos, Rocío, ¿no
creerás de verdad que Gastón está enamorado de ti? —su tono volvió a rozar la
burla—. Es un hombre, para él solo eres una niña… Escucha, él mismo me ha dicho
que si no fuese por la empresa, jamás se casaría contigo.
Aunque trató de contenerlo,
se le escapó un grito ahogado de dolor que contrastaba con la sonrisa
triunfante de Lisa. Se odió a sí misma por permitir que aquella mujer
traspasara todas sus defensas.
—Gastón nunca… —empezó a
decir intentando recuperar el control que ya había perdido.
—¿Nunca qué, Rocío? —la
interrumpió antes de que pudiera seguir—. ¿Nunca me confesaría algo a mí?
Querida, me temo que hay muchas cosas de las que no tienes ni la menor idea.
Gastón y yo… —hizo una pausa mientras se observaba las uñas con total
tranquilidad—. Bueno, debería ser él el que te dijera esto y no yo, pero
digamos simplemente que tenemos una relación muy especial.
Apenas podía creer lo que
estaba oyendo; no era posible que algo así le estuviera ocurriendo justo el día
de su boda, el día que se suponía iba a ser uno de los más felices de su vida
pero que, gracias a Lisa, se estaba convirtiendo en uno de los peores.
Desde la muerte de su
padre, Rocío no se había parado a pensar en las complejidades del testamento de
su padre; había estado demasiado inmersa en su dolor como para considerar cómo
iba a afectarla económicamente aquel fallecimiento. Por supuesto sabía que su
padre había tenido mucho éxito en los negocios; John Atkins siempre había sido
un consultor financiero muy apreciado por sus clientes y por el resto de la
gente con la que hacía negocios. También recordaba lo entusiasmado que se había
mostrado con Gastón cuando lo contrató nada más licenciarse.
Ambos hombres se habían
conocido en una conferencia que el señor Atkins había dado en la universidad en
la que estudiaba Gastón, y ya allí le había sorprendido la energía y las
habilidades para negociar del joven.
Gastón había tenido una
dura infancia; su padre lo había abandonado y lo habían criado multitud de
parientes después de que su madre volviera a casarse y su marido se negara a
aceptarlo en su casa. A pesar de tantas calamidades, Gastón había trabajado
duro para pagarse los estudios y, al principio de trabajar para su padre, había
vivido con ellos durante un tiempo. Él solía llevar a Rocío al colegio cuando
el señor Atkins estaba en algún viaje de negocios; también había sido él el que
la había enseñado a montar en bici; y, cuando su padre lo nombró socio de la
empresa, Gastón el Dragón, como ella lo llamaba en broma, había sido Rocío con
la que había salido a celebrarlo a una heladería cercana.
Lo que no sabía muy bien
era cuándo había cambiado su forma de ver a Gastón, cuándo había dejado de ser
solo un empleado de su padre o un buen amigo suyo y había pasado a ser algo más.
Recordaba un día en el que, al salir de la escuela, lo había encontrado
esperándola en el pequeño coche deportivo que acababa de comprarse. Era un día
soleado y Gastón había abierto la capota; se había vuelto a mirarla como si
hubiera podido notar su presencia incluso antes de que estuviera a su lado, y
la había observado con aquellos maravillosos ojos verdes. Aquel día había
sentido que lo veía por vez primera y, su corazón había reaccionado golpeándole
el pecho con fuerza.
De pronto había notado una
terrible emoción al acercarse a él y, sin saber muy bien por qué, había sentido
el impulso de mirarlo a la boca. Algo había cambiado dentro de su cuerpo; algo
había despertado y la había hecho sonrojarse al percibir el peligro que aquello
suponía, el peligro de que él pudiera adivinar lo que le estaba ocurriendo. No
podía aguantar estar cerca de él y, al mismo tiempo, no podía soportar la idea
de que se alejara de ella.
—Solo una chiquilla
inexperta como tú podría creer que Gastón te quisiera —la voz dura y cruel de
Lisa hizo que Rocío volviera de sus recuerdos—. Una mujer de verdad sabría
inmediatamente que hay alguien más en su vida. ¿A que ni siquiera ha intentado
llevarte a la cama? —le preguntó desafiante—. Y no finjas que no te habría
encantado que lo hiciera.
De forma instintiva le dio
la espalda a su madrastra para que ésta no pudiera ver la expresión de su
rostro; al hacerlo se vio a sí misma en el espejo. Gastón había insistido en
que se pusiera un vestido bastante clásico y de nuevo había dicho que eso era
lo que le habría gustado a su padre. Era obvio que, si había algo que Gastón y
ella tenían en común, era el amor por el difunto señor Atkins.
—Él no te quiere como un
hombre quiere a una mujer —insistió su madrastra sin piedad—. Estoy segura que
hasta a alguien tan ajena al sexo como tú, le resultará extraño que no te haya
llevado a la cama. Cualquiera habría adivinado lo que eso significaba;
especialmente tratándose de un hombre tan apasionado como Gastón —añadió
sonriendo—. Si lo que quieres es ser una esposa no deseada, tendrás que
aprender a ocultar tus sentimientos un poco mejor. ¿No habrás creído que no ha
habido otras mujeres en su vida?
Claro que sabía que había
habido otras, y sabía también lo angustioso que era sentirse celosa de todas
ellas porque lo había sufrido durante años. Mujeres a las que encontraba
atractivas de un modo que, obviamente, ella no se lo parecía; a ellas las había
tenido entre sus brazos, en la cama junto a aquel cuerpo fuerte y sexy, desnudo
al lado de ellas bajo las sábanas…
Ella no era más que una
niña, la hija de su socio y amigo; una chiquilla a quien protegía y trataba con
cierto paternalismo, como si los separaran veinte años, en lugar de cinco.
Pero, ¿qué más daban esos cinco años? Dentro de nada serían iguales porque
serían marido y mujer. Sintió un escalofrío al pensar aquello. Durante toda su
adolescencia había deseado que su sueño se hiciera realidad y Gastón
correspondiera a su amor y le dijera que no podía vivir sin ella; que la
deseara con todas sus fuerzas y la hiciera su esposa.
Por supuesto que una parte de ella, una vocecita que se había negado a
escuchar, le aconsejaba que fuera cauta, que se preguntara por qué Gastón jamás
había mencionado el amor en sus conversaciones con ella. Y de alguna manera
había conseguido no pensar en ello hasta ese momento.

MUY BUENO! me encanto. Ame el primer capitulo, te juro que lo ame, la historia se plante BUENISIMA. Que mala la madrastra de Rochi, sera cierto que lo engaña al padre con Gaston? yo dudo en eso, pero bueh. Rochi, pobre, esta muy enamorada de él. Me dolio todo lo que le dijo la otra, la hizo sentir re mal, ag. Bueno, quiero el proximo!!!
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