jueves, 27 de septiembre de 2012

Un Hombre para Mi... Capitulo 3







    Era un rancho pequeño según la mayoría de los criterios, pero todavía más según los criterios de Tejas. Enclavado en las fértiles llanuras al oeste del Brazos, con medio kilómetro de recorrido de un afluente del río en el extremo nordeste de la finca, el Twisting Barb incluía tierras inmejorables, aunque no fueran muchas. El rancho, que contaba con menos de mil cabezas de ganado, tenía espacio para más, pero sus propietarios no habían aspirado nunca a ser unos «reyes del ganado».
            En la actualidad había un único propietario. Gimena había asumido la dirección del rancho tras la muerte de su marido. Había aprendido bien cómo había que criar el ganado y podría haberse encargado de todo con facilidad, salvo por algo: carecía de buenos peones que le hicieran caso.
            Desesperada, se había planteado seriamente vender el rancho. Todos sus peones buenos se habían ido cuando su marido había muerto. Había hecho correr la voz en el pueblo de que buscaba personal, pero cualquier peón que valiera algo buscaba trabajo en la finca de los Dalmau. Los únicos dispuestos a trabajar para ella eran adolescentes inexpertos y jóvenes procedentes del Este que se habían dirigido al Oeste por alguna razón, pero a quienes había que enseñar todos los pasos de la cría de ganado.
            Estaba dispuesta a enseñar. Pero ellos no lo estaban a aprender, por lo menos no de una mujer mayor a la que consideraban una segunda madre. Como un montón de jovencitos, la oían pero no la escuchaban. Sus instrucciones les entraban por una oreja y les salían por la otra. Cuando estaba a punto de rendirse y vender el rancho, había llegado Gastón Dalmau.
            Conocía a Gastón desde hacía muchos años. Era el hijo de su vecino, Nicolas Dalmau, un ranchero que sí aspiraba a ser conocido como un «rey del ganado». Nicolas poseía el mayor rancho de la zona y siempre estaba intentando ampliarlo. Habría llamado a la puerta de Gimena si hubiera sabido que pensaba vender. Sólo que Gimena no quería vender realmente, sino que creía que no le quedaba más remedio que hacerlo, dado lo mal que le habían ido las cosas tras la muerte de su marido. Pero Gastón había cambiado su situación, y Gimena seguía dando las gracias por la tormenta que lo había llevado al Twisting Barb hacía tres meses.
            Había sido la peor tormenta del invierno. Y la única razón por la que Gastón estaba cerca cuando estalló era que se había peleado con su padre y se iba de casa para siempre. Gimena le había dado alojamiento aquella noche. Como era un hombre astuto, se había percatado de que algo no iba bien y a la mañana siguiente, durante el desayuno, le había sonsacado los problemas que tenía.
            Gimena no había esperado que le ofreciera ayuda, aunque debería haberlo hecho, pues Nicolas Dalmau podía tener muy mal genio, pero había educado muy bien a su hijo Gastón.
            Le estaba tan agradecida que, de haber sido veinte años más joven, se habría enamorado de él. Sin embargo, era lo bastante mayor, o casi lo bastante mayor, para ser la madre de Gastón, y lo cierto era que, aunque nadie lo sabía, estaba enamorada de su padre. Lo había estado desde el día en que lo conoció hacía doce años, cuando Nicolas fue al rancho a darles la bienvenida a la zona a ella y a su marido, y les había regalado cien cabezas de ganado para ayudarles a poner en marcha su rancho en ciernes.
            Nicolas era el hombre más atractivo que Gimena había conocido en su vida, lo que, unido a su amabilidad aquel día, le había ido abriendo camino hacia un rincón de su corazón y se había quedado en él. Su marido no lo había sabido nunca. Nicolas no lo había sabido nunca. Nadie lo sabría jamás si podía evitarlo. Y, a pesar de que la mujer de Nicolas había muerto mucho antes de que ella lo conociera y de que su propio marido había muerto hacía poco, nunca había pensado hacer algo respecto a lo que sentía por ese alto tejano.
            Nicolas Dalmau era demasiado imponente para ella, rico, todavía atractivo, con una personalidad destacada; un hombre que podría tener cualquier mujer que quisiera si se lo proponía. Mientras que ella era una castaña timorata que no había despertado nunca admiración de joven y mucho menos ahora que se acercaba a los cuarenta.
            Gastón era en muchos aspectos como su padre, demasiado guapo para su propio bien; a pesar de todo, Gimena no tenía noticia de que hubiera roto ningún corazón por el camino, así que no creía que se aprovechara de su atractivo en ese sentido. Podía haber sido un poco pendenciero de muchacho, podía haber chocado con su padre bastante a menudo, pero era digno de confianza. Si decía que haría algo, pasara lo que pasara, lo hacía. Y, por supuesto, lo habían educado para convertirse en el mejor ganadero de los alrededores. Lo habían educado para hacerse cargo de la vasta finca de los Dalmau.
            Gastón no tardó demasiado en transformar el puñado de novatos con los que Gimena no avanzaba en un equipo dinámico. Los peones lo admiraban, qué caray, lo adoraban. Sabía cómo tratar a los hombres, de modo que ni siquiera se sentían mal cuando tenía que reprenderlos. Estaban más que dispuestos a aprender de él, y lo hicieron.
            Gastón era ganadero hasta la médula. Lo lógico sería que montara su propio rancho en algún otro lugar. Claro que, de hacerlo, rompería los lazos con su padre, y Gimena no creía que ésa fuera su intención. Al irse de casa intentaba decir algo a su padre. Daba tiempo a Nicolas para que entendiera lo que ese algo significaba y lo aceptara.
            De todos modos, Gimena era realista. Tres meses era tiempo suficiente para que alguien entendiera. Gastón se iría pronto, a otro lugar o a casa para arreglar las cosas con su padre. Aunque esperaba que la dejara en buenas manos. Parecía dedicar mucho esfuerzo a preparar a su peón de más edad, Victorio, para que se hiciera cargo de todo cuando él ya no estuviera. Uno o dos meses más y Victorio sería un capataz excelente. No le cabía ninguna duda. Pero no sabía si Gastón se quedaría ese necesario par de meses más.
            Seguramente sí. La semana anterior, Gimena se había torcido un tobillo y, aunque ya se sentía mucho mejor, no lo demostraba. Gastón estaba preocupado por ella desde el accidente, y estaba bastante segura de que, en ese estado de ánimo, el joven se quedaría.

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