CAPITULO I
Rocío bajó deprisa los escalones que daban al bar y entró. Estaba oscuro
y lleno de bebedores que aprovechaban la hora del almuerzo para tomar un trago.
No veía a Santiago; no era lo suficientemente alta como para divisarlo entre las
cabezas de hombres de negocios trajeados que tenía a su alrededor. Mientras se
abría camino entre los cliente, sintió un estremecimiento. La idea de que la
vieran allí, de que la reconocieran la aterraba. Por ello fue un alivio distinguir
entre la multitud en el extremo opuesto del local la cabellera rubia de Santiago. Santiago, alto, sofisticado y atractivo, se puso de pie al verla aproximarse a él.
Leah se sintió orgullosa.
- Llegas tarde – se quejó él.
- Lo siento, no pude escaparme antes – explicó ella jadeando, mientras
se dejaba caer en el asiento y echaba otra ojeada al lugar, temerosa de
encontrar alguna cara conocida.
- No sigas. Estás en otra parte de la ciudad.
Rocío bajó la cabeza, escondiendo la cara ruborizada detrás de la melena
rubia ceniza.
- Ese hombre de allí me está mirando!
- La mayoría de los hombres miran a las mujeres bonitas... y tú eres
exquisitamente bonita, mi amor – murmuró Santiago en voz baja, adoptando un tono
íntimo mientras le tomaba la mano-. Me fastidia ver que te miran todos cuando
pasas.
- ¿De verdad? – preguntó ella asombrada por sus cumplidos.
- ¿Por qué no vamos a mi apartamento? – sonrió Santiago dibujando el labio
inferior con el dedo.
Rocío se puso rígida.
- No puedo. Todavía no. Ya sabes cómo me siento – musitó. El miedo se
había apoderado de ella.
Él cambió su expresión por un gesto frío y duro.
- Santiago, por favor...
- Por lo que se ve, estás jugando conmigo mientras tu esposo está de
viaje.
- Te amo – los ojos de ella se llenaron de tristeza y ansiedad.
- ¿Entonces cuándo vas a decirle que quieres divorciarte? – le exigió.
- Pronto. Estoy buscando el momento apropiado – Rocío se había puesto
pálida, y en los rasgos bonitos de su cara expresaba cierta tensión.
- Teniendo en cuenta que él solo duerme contigo una noche al mes, puedo
esperar sentado aquí hasta el año que viene, según tú. Tal vez lo ames al
desgraciado...
- ¿Y crees que es posible? Tu sabes bien que nuestro matrimonio no es
como otros.
- ¿Y no quieren los periódicos aprovecharse de esa situación? – se rió Santiago burlón.
- No me hace ninguna gracia, Santiago.
- Bueno. Lo único que me tranquiliza es saber que si yo no soy tu
amante, él tampoco lo es. Un verdadero misterio. Mírate. La esposa virgen
después de cinco años. Y sin embargo a él rara vez no se le ve con una
jovencita colgada del brazo. Quizás sea un homosexual no declarado.
El estómago de ella se revolvió. Pensó que había sido una locura
contarle a Santiago la verdad sobre su matrimonio. No se trataba de que fuese a
usarlo en su contra. Le tenía verdadera confianza a Santiago, pero se daba cuenta
de que su confesión podía resultar peligrosa, si bien servía para calmar los
celos de Santiago hacia Gastón.
- ¡No hables así de él! – se quejó Rocío.
- ¿Acaso no estás cansada de él? No creo que jamás tengas la valentía de
decirle que quieres ser libre nuevamente. Me parece que estoy perdiendo el
tiempo contigo.
- No, eso nunca – dijo ella aterrada ante la idea de perderlo.
No podía imaginarse volver a los tiempos de su vida sin Santiago. Una vida
aburrida, vacía. Días interminables. Sin ninguna vida social. No tenía amigos.
La observaban en todos los sitios a los que iba. La puerta de su cárcel se
había cerrado el día de su boda, y ella había sido tan tonta, tan ingenua de no
darse cuenta hasta que había intentado pasar las rejas.
- ¿Entonces cuándo? – presionó él.
- Pronto. Muy pronto. Te lo prometo.
- No entiendo por qué no recoges tus cosas y te vas. No se puede decir
que no tengas motivos para divorciarte de él. El adulterio no va a pasarse de
moda mientras ande por ahí Gastón Dalmau.
- Tengo que hacerlo bien, Santiago. ¿No crees que le debo eso al menos?
- No creo que le debas nada. Ni siquiera es tu esposo ante los ojos de
la iglesia ni de la ley – Paul insistió.
- ¡Me tengo que ir! – dijo Rocío mirando el reloj de pulsera.
Santiago le rodeó los hombros y la besó con demostrada maestría.
- Te llamaré – le prometió -. Te quiero.

Hola soy Lucia! Subi seguido! Es hermosa esa novela!!
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