Emilio se sentó a su lado, y le dijo:
- Pequeña, tu no eres el tipo de chica para jugar a esto.
- No sé lo que estás...
- Llevas viniendo a este salón desde hace cinco años. Y desde hace dos
meses no haces más que ponerte colorada – suspiró -. Y no quisiera pasar a la
historia como un estúpido capaz de facilitarle una coartada a la señora Dalmau.
Me da la impresión de que tu marido es un tipo capaz de romperle los dedos a
quien haga una falta así. Me dan temblores de sólo pensarlo.
- Lo siento – Rocío se sintió avergonzada.
- Y yo siento no poder ayudarte más, porque ha sido bonito verte feliz
por un tiempo.
- ¿Señora Dalmau?
Rocío miró a Boyce, su guardaespaldas, que proyectaba una sombra grande
y oscura sobre ella se puso de pie, Boyce le echó una mirada de desconfianza a
Emilio, quien se encontraba demasiado cerca de la esposa de su jefe.
Tan pronto como se acomodó
en la limusina se desmoronó. Emilio sabía que ella estaba viendo a alguien. Se
sentía tan humillada. Y también se sentía terriblemente culpable. Se peluquero
además tenía miedo de verse envuelto en un escándalo matrimonial. Aunque lo
cierto era que nada de eso sería posible, ya que Gastón no tenía ni la menor
idea de lo que hacía ella. Pero el dicharachero Emilio, que tantas veces se
había reído de sus depresiones, estaba sinceramente asustado.
Todo el mundo le tenía miedo
a Gastón. Y sin embargo ella jamás lo había oído gritar. Durante los primeros
tiempos de su matrimonio, Rocío había sentido terror hacia Gastón, pero con el
tiempo ese terror se había ido difuminando, y adquiriendo la forma real de la
indiferencia de Gastón hacia ella. Simplemente parecía que Rocío no existía en
la escala de seres humanos importantes para Gastón. Él se había casado con Rocío
para obtener las acciones que su padre le había cedido a ella. Su esposa era
parte de un acuerdo de negocios, nada más.
Y sin embargo, ella hubiera
jurado que había habido momentos, al principio de la relación, en que Gastón la
había mirado con odio; un tiempo en que cada palabra de él sonaba como una
amenaza hacia ella, cuando la sola presencia de Gastón la hacía sentir en
peligro. Entonces había aprendido a evitarlo siempre que podía. Había aceptado
casarse con ella por las acciones. Pero no obstante el divorcio no parecía se
una idea que lo convenciera. Y esto era algo que Rocío no alcanzaba a
comprender.
Y ahora Gastón, que no había
dado la más mínima señal hacia ella en cinco años, había vuelto a casa y la
estaba esperando. Era algo que la ponía nerviosa. Subió los escalones de la
enorme casa aferrada a su bolso como si buscase protección en algo.
“ La esposa infiel “, pensó
con tristeza.
Pero ella no era su esposa
en realidad, se recordó, como lo había hecho desde que había conocido a Santiago.
Tendría que haberle pedido su libertad mucho tiempo atrás. Pero su padre se
hubiese puesto fuera de sí, y se hubiera sentido terriblemente decepcionado.
Rocío se había pasado los
primeros diecisiete años de su vida complaciendo a su padre, Max. Y hacía cinco
años, por consejo suyo, se había casado con Gastón, y ése había sido el error
más grande de su vida. Gastón le había quitado la libertad, y no le había dado
nada a cambio. Pero todo eso era historia pasada, se recordó a sí misma. Hacía
apenas dos meses que su padre había muerto, a causa de la enfermedad coronaria
que había dañado su salud durante años.
- El señor Dalmau la está esperando en la sala – le informó Petros, el
mayordomo.
Rocío se puso más nerviosa aún. Como norma general, ella no veía a Gatón
hasta la hora de cenar, por lo que sospechó que algo no iba bien.

detesto que me dejen con la duda!
ResponderEliminarquiero saber que pasa!