Hacía rato que había caído el último de los árboles marcados para la tala. Peter
detuvo la motosierra y miró alrededor Se acercó a Gaston, que resopló tras terminar de despiezar el suyo y
cargó la
motosierra sobre el hombro derecho.
—¿Bajamos
y nos echamos un cigarrito? —preguntó Peter señalando con un gesto hacia la carretera.
—Tú odias el tabaco —dijo comenzando a
descender la ladera.
—Pero un
cigarrito no me hará daño, ¿no? —insistió yendo tras él.
Gaston se limitó a reír mientras cuidaba de no tropezar con
troncos y ramas. Jamás había visto a su amigo con un pitillo entre los labios y
dudaba que esta fuera a ser la primera vez.
Dejaron las
pesadas herramientas en la trasera del camión y junto a ellas los cascos, las gafas
protectoras y los guantes.
—¿De
verdad quieres uno? —dijo Gaston al tiempo que abría la cajetilla.
—Me he
propuesto entenderte y voy a comenzar por descubrir qué encuentras en esta cosa para que solo te
separes de ella mientras duermes o dibujas.
Gaston convirtió su risa en irónica carcajada, pero le entregó un cigarro y lo encendió. La primera inhalación provocó a Peter un violento acceso de tos.
—Horrible
—consiguió decir con voz ahogada a la vez que el
humo irrumpía por su
boca—. Esto
te tiene que hacer polvo los pulmones. —Cogió oxígeno con teatralidad—. ¡No sé cómo puedes maltratar así a tu cuerpo, tío!
—Te lo he
explicado —aspiró de su propio pitillo—. Me ayuda a no pensar.
—Tal vez
ese sea el problema, que no piensas las cosas antes de hacerlas —tiró el cigarrillo al suelo y lo aplastó con el pie—. Porque hay un nuevo problema; uno del
que no me has hablado, ¿verdad?
—Yo no
pienso y tú lo
haces demasiado —bromeó, y al instante siguiente recuperó la seriedad—. Pero tienes razón. Hay un problema. —Se apoyó en la barandilla y miró a los compañeros que seguían trabajando en la ladera—. Busco su compañía. Independientemente del odio que siento
por ella, me gusta tenerla cerca.
Peter no necesitó oír ningún nombre para saber de quién hablaba. Sacudió la cabeza con pesar y se sentó a su lado, hombro con hombro.
—Por una
vez en la vida me habría gustado estar equivocado —se lamentó—. Pero hay evidencias que no se pueden
tapar con nada. Siempre he tenido claro que la amabas.
Gaston rio por
lo bajo. No se había atrevido
a pensar en esas palabras, pero ahí estaba su amigo, que a veces parecía su conciencia, diciendo una vez más lo que a él le aterraba siquiera preguntarse.
—No lo
digas ni en broma. —Consumió una buena parte del cigarro en una sola y ansiosa
inspiración—. ¿Qué clase de hombre sería si la amara después de lo que me hizo?
—Uno de
verdad —respondió aun sabiendo que no había sido una pregunta—. Uno que cuando ama lo hace para siempre
y por encima de todo; incluso de las traiciones.
—¡Valiente
consuelo sería ese!
No. No la amo. La nece... —Tragó al sentir que las palabras se le atravesaban en la
garganta—. Creo
que... ¡Dios, no
lo sé! —Se frotó la cara con energía—. En realidad, ella fue el motivo que
encontré para
seguir vivo hasta salir y cobrarme la deuda. Ahora es posible que esté confundiendo las cosas. Me he convencido
de que la necesito y...
—Creo que
insistes en engañarte.
Haz caso a mi sexto sentido esta vez. Te guste o no, estás pillado por esa mujer.
—No es
eso —resopló despacio y volvió a mirarle—. De todos modos, todo esto terminará pronto. —Arrojó el cigarro al suelo y lo destrozó, rabioso, con la gruesa suela de su bota—. La aplastaré como ella me aplastó a mí.
—¿De
verdad crees que si la destruyes dejarás de atormentarte con ella? Porque, si es
así, no entiendo que no lo hayas hecho todavía.
Gaston volvió a contemplar la ladera cubierta de
troncos y ramas. No quería hacerse esa pregunta. Llevaba tiempo preguntándose demasiadas cosas.
—Debemos
volver al trabajo —dijo a
la vez que se volvía para marcharse.
—¿Y Lali?
—Peter alzó la voz para que se detuviera.
Lo hizo. Se
volvió
despacio, con el ceño arrugado.
—¿Qué pasa con ella?
—Hace
semanas que no la ves —indicó poniéndose en pie.
—Sabe que
estoy ocupado con el trabajo —trató de justificarse sin demasiada energía.
—¿Tanto
como para no ir a verla ni una sola tarde? —Gaston resopló incómodo—. Deberías poner orden en tu vida —aconsejó Peter con afecto.
—¿En qué vida? —preguntó alzando los hombros con impotencia—. ¿En qué vida voy a poner orden? —volvió a decir mientras se alejaba hacia el
camión. Allí cogió una gran hacha para unirse a los hombres
que separaban las ramas de los árboles abatidos.
—¿Cuánto te queda para terminar ese último diseño? —preguntó Lali.
Era sábado. Gaston, que había pasado esa tarde, perdido una vez más en sus pensamientos, la había llevado a cenar a un buen restaurante
para hacerse perdonar por haberla tenido una vez más en el olvido. La disculpa de que
utilizaba todas las horas posibles en dibujar para terminar cuanto antes con la
historia tenía su
parte negativa: ahora ella tenía prisa.
—¿Una
semana? —insistió ante su silencio.
—No creo
que pueda terminar en una semana —opinó Gaston revolviendo su café y vagando la mirada en el movimiento del
oscuro líquido—. Es una habitación, pero no es un único dibujo. Además, piensa que los días de labor no dispongo apenas de tiempo.
—¿Dos
semanas? —machacó ansiosa por conocer la respuesta.
—¡No lo sé, Lali; no puedo saberlo! —voceó con impaciencia.
Los que ocupaban
las mesas más
cercanas se volvieron a mirarle. Apretó la mandíbula, como el bárbaro insensible que se sentía en ese momento.
—Disculpa
—respondió, seria y dolida—. Lamento ser quien tenga más interés de los dos en que todo esto acabe.
Una inspiración larga y profunda aportó a Gaston un poco de calma.
—Perdóname tú a mí. —Dejó la cucharilla sobre el plato y pegó la espalda al respaldo de la silla—. Últimamente me irrito con facilidad.
Se crispaba, sí, y cada vez más a menudo, pero solamente con ella. No
le pasaba igual con Rocio, y esa condenada diferencia contribuía a aumentarle el mal humor.
Lali clavó el pequeño tenedor en el borde de su porción de tarta de chocolate. Separó un pequeño trozo y dudó si ofrecérselo, ya que él no había pedido postre, pero su gesto serio la
hizo desistir.
—¿Hay
algo que te inquieta? —Sus exóticos ojos negros le examinaron con atención.
Gaston apartó los suyos para mentir.
—No. Todo
está bien.
Necesitaba un
cigarro, necesitaba salir de allí, necesitaba dejar de pensar en el último y maldito fin de semana.
—¿Cuándo van a aceptar lo de tus días de vacaciones? —preguntó ella con suavidad para no volver a
alterarle—. Si no
tuvieras que ir a dormir a la cárcel dispondrías de más tiempo.
—Ya han
respondido —dijo sin
ningún ánimo—. No me conceden los permisos de todo el
año a la vez, pero sí la mitad.
Ella pasó por alto que hubiera tenido que
sonsacarle la buena noticia, e hizo las cuentas con rapidez.
—¿Veinticuatro
días? —preguntó con regocijo.
—Veinticuatro
días —repitió—. Pero como solo cuentan los cuatro por
semana que duermo en prisión, eso los convierte en mes y medio de plena libertad.
Lali le tomó la mano izquierda que él apoyaba en el borde de la mesa y se la
acarició con
mimo. Él
simplemente dejó que lo
hiciera.
—Eso es
maravilloso. —Le costó mantener sin lágrimas a su emoción—. Y ahora no estoy pensando en que vayas
a tener más tiempo
para terminar los diseños. Me alegro por ti; porque por un tiempo volverás a vivir como un verdadero hombre libre.
—Sí. Puede que me venga bien. —La miró a los ojos y vio el amor y la fidelidad
de siempre—. ¿Por qué sigues preocupándote por mí?
Sus palabras la
alarmaron. Creía que a
esas alturas de la relación él ya no debería hacerse esas preguntas. Temía que se debiera a que la cercanía de Rocio comenzaba a alejarlo de ella.
Se le contrajo el corazón al preguntarse qué más estaba consiguiendo esa mujer.
—Porque
te amo —susurró guardándose sus recelos—. Y algún día tú me amarás de la misma forma.
—Dios
sabe que lo intento —confesó con pena—. Te juro que lo intento. Eres el sueño de cualquier hombre. El problema es que
yo olvidé cómo se sueña.
—Volverás a hacerlo. Cuando todo esto termine te
sentirás
liberado del pasado y volverás a hacerlo —sonrió inclinándose sobre la mesa—. Y entonces te enamorarás de mí —aseguró con cariño, acercándose hasta poder besarlo en los labios.
Él no se movió al sentir el primer roce. Recordó la invitadora boca de Rocio, su cabello revuelto sobre
la arena... ¿Por qué pensaba en eso ahora? ¿Por qué se preguntaba cómo sería besarla después de tantos años? ¿Por qué los besos de Lali no le causaban ninguna
emoción?
—Antes
nunca estabas cansada —dijo Pablo, parado junto a la puerta de la cocina—. Íbamos a menudo al cine, al teatro, a
cenar. Nunca ponías
disculpas absurdas.
Rocio colocó las dos tacitas manchadas de café en el lavavajillas. Le hubiera extrañado que Pablo se fuera sin hacer ninguna
observación a su
negativa de salir esa noche de sábado.
—Ya te lo
he dicho: estoy cansada y quiero acostarme pronto —señaló volviéndose hacia él.
El comisario
apoyó el
hombro en el marco de madera y sonrió.
—Si en el
fondo te creo. Sé que no
acostumbras mentir.
—Pero hay
algo que quieres decir antes de irte, ¿verdad? —consultó con sorna.
—Siempre
me has conocido mejor que nadie —declaró con orgullo. Después la miró como si pretendiera leer en sus ojos—. El pasado fin de semana estuviste con él, ¿no es cierto?
—Y también el anterior —respondió con sinceridad—. Fue por cuestión de trabajo.
Pablo se cruzó de brazos, tenso y a pesar de todo
sonriente.
—Es listo
el cabrón. —Soltó una risa cínica—. Se inventa una tarea en la casa para
tenerte cerca. ¿No te
inquieta eso?
Rocio le miró con desafío.
—La idea
de pintar directamente en la pared de una de las habitaciones partió del señor Ayala. Él no ha inventado nada, y menos aún pensando en mí.
—¿Dormisteis
allí? —preguntó casi sin pensar.
—¿Y qué si lo hicimos? —dijo con dureza—. No debo explicaciones a nadie. Pero,
como estoy intentando no alterarme, te las voy a dar —declaró con mal gesto—. Fuimos y volvimos aquí todos y cada uno de los cuatro días que duró el trabajo. ¿Eso te tranquiliza?
—En
absoluto —dijo
entre dientes—. Lo está consiguiendo de nuevo, ¿verdad? —preguntó al tiempo que se acercaba.
—¿Qué quieres decir?
—Que está logrando que confíes de nuevo en él, que no razones con sensatez. Lo está haciendo, ¿no es cierto? —Ella suspiró para mostrar que le aburría la conversación—. ¡Por el amor de Dios, Rocio, es un
delincuente!
—¡Está pagando su deuda con la justicia! —aclaró con ardor—. Todos merecemos segundas oportunidades.
—¿Cómo sabes que no sigue metido en la misma
mierda? —Crispó los dedos sobre la madera de la silla
que había
ocupado hacía un
rato.
—No
quiero seguir hablando de esto, Pablo —dijo yendo hacia la puerta—. Estoy cansada y quiero dormir.
—Dime una
cosa. —Ella se
volvió a
mirarle—. Si
descubres que sigue quebrantando la ley, ¿te alejarás de él?
—Sé que está limpio. Lo sé. —Pablo insistió con un movimiento de cejas, y ella
continuó—: Pero
si tuvieras razón, si
resultara no ser el hombre honrado que creo que es, no cambiaría nada. Nunca le daré la espalda.
—¿Pero es
que no te preguntas qué quiere de ti después de lo que pasó? No puedo entender que eso no te alarme.
—No te
estoy pidiendo que lo entiendas —declaró con destemplanza—. Para serte sincera, me trae sin cuidado
si lo haces o no.
Los
ojos del comisario relampaguearon heridos y sus labios se comprimieron en un
gesto de impotencia. Comprender que la estaba perdiendo definitivamente a punto
estuvo de hacerle perder el control. Empujó
el respaldo de la silla y lo estampó en el borde de la mesa. Quiso responder, pero
todo cuanto le llegaba a la boca eran palabras que ella no le perdonaría.
La señaló
con el dedo tratando de advertirle que eso no terminaría
bien y salió
llevándose
consigo su frustración, sus temores y sus consejos. adap: A.Iribika

Lo peor de todo esto es que Pablo tiene razon! yo se que hay algo que Gaston no sabe, ambos estan confundidos, tienen distintas ideas de lo que paso, y eso me molesta, para colmo el loco no se quiere acercar a Rochi, osea, no quiere hablar con Rochi, solo la odia, oh ajkgshagsg. Quiero saber que va a pasar :)))
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