Cuando
estaban a un día de distancia de Trenton, Gastón empezó a preguntarse si estaba
preparado para volver a hablar con su padre. Si llegaba cabalgando a Trenton
seguro que tendría lugar un enfrentamiento. Por eso estuvo mucho rato pensando
si debería enviar a las mujeres al pueblo con Will o acompañarlos.
Si no iba con ellos,
tendría que explicar por qué, y fue eso lo que al final le decidió. Además,
tres meses fuera de casa eran tiempo suficiente, más que suficiente, para que Nicolas se hubiese calmado. Ahora podrían discutir la cuestión del matrimonio
con tranquilidad, de modo racional, sin
que ninguno de los dos perdiera los estribos... Bueno, eso esperaba.
Un día más y Nicolas sabría que había vuelto al condado. Y él averiguaría si su padre iba a
mostrarse razonable respecto a sus sueños ambiciosos de fundar el mayor imperio
ganadero de la zona, a costa de Gastón.
Las mujeres estaban
instaladas en otro hotel y pronto cenarían. Gastón salió para ir a alguna cantina
ya que todavía no tenía apetito. El sol se había puesto, o cuando menos los últimos
tintes rojos desaparecerían del cielo en cuestión de minutos. Se acercaba una
tormenta pero, con un poco de suerte, ya habría escampado por la mañana. No
quería ninguna demora llegados a ese punto.
Casi no vio a Rocío, que
estaba de pie entre las sombras del porche observando cómo las nubes de lluvia
se acercaban del oeste. Se volvió para ver quién estaba detrás de ella y se
giró de nuevo sin hacerle caso. Le irritó un segundo que le hiciera así el
vacío y, después, soltó un suspiro mental de alivio ya que en realidad no le
apetecía hablar con ella.
—¿Es mi tía...
buena gente? —preguntó Rocío.
Gastón se detuvo en lo alto
de los peldaños del porche y se inclinó el sombrero hacia atrás. Había
nerviosismo en esa pregunta. Si hubiese sido tan brusca como en sus comentarios
habituales, habría fingido no oírla y se habría ido. Además, lo que le
preguntaba le pareció extraño, si se tenía en cuenta que Gimena era pariente de
ella, no suyo.
—¿Qué clase de
pregunta es ésa?
—Bueno, mi padre
tenía muchos defectos y ella es su hermana —contestó Rocío.
—¿Su padre no era
buena gente?
—Es cuestión de
opinión, y de a quién le pregunte. Eugenia le diría que era la mejor persona del
mundo.
Se volvió un poco, pero
no para mirarlo, sino para poder verlo de reojo. Gastón tuvo la impresión de que
estaba dispuesta a ignorarlo de nuevo.
—¿Y usted no?
—No era malo ni
nada de eso. Sí, supongo que era buena persona en un sentido general. Pero la
pregunta era sobre mi tía —le recordó.
—¿No se han
comunicado con ella desde que se traslado al Oeste?
—No, y apenas la
recuerdo de antes de que se fuera —contestó Rocío mientras sacudía la
cabeza.
—Bueno, pues es
encantadora. No se me ocurre una sola persona que la conozca y no la aprecie.
—¿De veras?
Parecía una niña asustada
pidiendo que la tranquilizaran un poco. A pesar de toda la antipatía que le
tenía, y era mucha, no pudo evitar sonreír y decirle lo que necesitaba oír.
—Sí, de veras. Es
bondadosa, generosa en extremo. Sería capaz de dar hasta lo que no tiene si
creyera que alguien lo necesitaba. Y no me sorprendería que estuviera tan
nerviosa por conocerlas como usted por conocerla a ella. Nunca tuvo niños.
Aunque ya no puede decirse que usted sea una niña...
Le vino a la cabeza una
imagen de aquel seductor cuerpo femenino saliendo de su habitación la pasada
noche. No, sin duda no era una niña.
—¿Y su marido? —quiso
saber Rocío—. Recuerdo que mi padre mencionó una vez que se había
mudado al Oeste justo después de casarse.
Gastón sintió un momento de inquietud porque no
le gustaba dar malas noticias. Y no podía evitar asombrarse de que la falta de
comunicación de la familia Laton fuera tal que la muchacha no se hubiera
enterado aún de eso.
Gimena y su hermano deberían
de haberse mantenido cuando menos en contacto a lo largo de los años. Desde luego,
desde que conocía a Gimena, ésta jamás había mencionado tener familia en ninguna
parte. Tampoco es que eso fuera raro porque mucha gente iba al Oeste
precisamente para olvidar lo que dejaba atrás.
Para quitarse el tema de
encima, quizá fue un poco más directo de lo necesario.
—Su tío murió el
año pasado. Su tía lleva el rancho sola desde entonces.
—Dios mío, no
tenía ni idea.
—¿No lo conocía? —aventura Gastón al ver que la joven no se entristecía.
—No, no recuerdo
haberlo visto nunca. Una vez lo mencionaron. —Se interrumpió, con el
ceño fruncido mientras trataba de recordar—. Creo que fue mi madre quién
lo dijo, que Gimena se había casado con Frank Dunn para poder irse de
Haverhill. Recuerdo haber pensado entonces que debía de tener muchos deseos de
ver más mundo.
«O muchos deseos de
alejarse de su pequeño rincón del mundo», pensó Gastón.
Podría muy bien haber
habido un distanciamiento entre los dos hermanos. Eso explicaría por qué
ninguno de ellos se había mantenido en contacto con el otro. Pero seguían siendo
familia, y la única que les quedaba, puesto que Gimena se había convertido ahora
en tutora de sus hijas.
—Bueno, tendrá
mucho tiempo para preguntarle al respecto —indicó Gastón—. Mañana
por la noche estaremos en Trenton, y a última hora del día siguiente, en el
rancho.
Cuando se le ocurrió que
estaba teniendo una conversación normal con la solterona, se sonrojó un poco.
Pero como ya había oscurecido por completo, y aunque todavía podía verla porque
sus ojos se habían adaptado a la oscuridad, no la distinguía con claridad, de
modo que era fácil olvidar que era la hermana cascarrabias con una imaginación
muy viva.
La lluvia llegó poco
después, con un chaparrón que llenó el porche de una neblina que apremio a los
dos ocupantes a entrar.
«En fin, despídete de
encontrar una cantina agradable esta noche», pensó Gastón.
En la reducida y bien
iluminada recepción, tuvo el tiempo suficiente para ver cómo Rocío se ajustaba
las gafas sobre la nariz y se marchaba haciendo aspavientos sin decir otra
palabra. Se acabó la normalidad. Se había impuesto su grosería. Ni siquiera le
dio las buenas noches.

No hay comentarios:
Publicar un comentario