Al entrar en
Trenton a última hora de la tarde siguiente, Gastón trató de ver el pueblo a
través de los ojos de un desconocido, como Eugenia lo vería. Era un pueblo de
buen tamaño, mayor que la mayoría de los que habían visitado las mujeres en su
viaje hasta allí. Había crecido mucho desde que su padre se había instalado en
la zona.
La calle principal original era
ahora mucho más larga. Se habían añadido dos manzanas a la derecha, con tres
manzanas a la izquierda, y dos más adelante. Y el pueblo seguía creciendo, a
pesar de no haber indicios de que el ferrocarril fuera a llegar a él. Pero
tenía una línea de diligencias, con rutas que lo conectaban con Waco en el norte
y Houston en el sur, y había pasajeros a quienes les gustaba lo que veían en
Trenton y decidían quedarse en lugar de seguir el viaje.
El rancho de los Kincaid era en
parte responsable de ese crecimiento, a pesar de estar situado a unos quince
kilómetros al oeste del pueblo. Nicolas podría haber montado su propia tienda en
el rancho para satisfacer las necesidades de su gran número de trabajadores,
pero prefirió apoyar al pueblo. También había una amplia selección de
agricultores establecidos al este del pueblo, y un aserradero a un solo día de
distancia.
Líneas rectas, calles amplias,
árboles plantados tiempo atrás y de un tamaño decente ahora, no había demasiado
que el pueblo no ofreciera. Tres hoteles, cuatro casas de huéspedes, dos
restaurantes —además de los tres comedores de los hoteles abiertos al
público—, una tienda general y muchas otras especializadas en productos
concretos como zapatos, armas, sillas de montar, muebles, joyas e incluso unas
cuantas de modas. Tres médicos habían abierto consulta, y también había dos
abogados, un dentista, dos carpinteros y otras personas con ocupaciones
diversas. Para divertirse había cuatro cantinas, dos de ellas consideradas
salas de baile, un teatro y varios burdeles en las afueras del pueblo.
Era, en esencia, un pueblo
tranquilo. Nicolas no aprobaba que sus hombres fueran demasiado escandalosas, ni
tampoco los propietarios de las cantinas, y si bien los vaqueros armaban jarana
los fines de semana, ésta era más sana que destructiva, y muchos de ellos iban
a una de las dos iglesias del pueblo los domingos por la mañana.
De vez en cuando había algún tiroteo
en las calles, pero las más de las veces, el sheriff intervenía e intentaba
disuadir a los contrincantes, casi siempre con éxito. Era una lástima que se
jubilara el mes siguiente. Había mantenido la paz en Trenton muchos años y
había resultado reelegido cuatro veces.
Gastón había esperado causar cierta
conmoción al entrar en el pueblo. El distanciamiento de su padre y su marcha
habrían desatado el cotilleo entre los vecinos. Los vaqueros de Gimena habían
vuelto con la noticia de que Nicolas había contratado no a uno, sino a tres
rastreadores para encontrarlo y, por
supuesto, ninguno de ellos había descubierto dónde se había escondido.
Así que le sorprendió, incluso le
perturbó, cuando la diligencia Concord, mucho mayor que la que solía cruzar el
pueblo, atrajo más la atención que él. De hecho, esa diligencia había causado
tal revuelo que cuando se detuvieron frente al hotel Albany, nadie le había
reconocido aun cabalgando a su lado.
Pero entonces le llegaron de todas
partes los saludos y los comentarios esperados, mientras la gente empezaba a
agruparse frente a la entrada del hotel.
—¿Eres tú, Gastón?
—¿Dónde estabas?
—¿Sabe tu padre que has
vuelto, chico?
—¿Dónde te habías metido?
—Me dijeron que esa potranca
lloró toda una semana cuando la dejaste plantada.
—¿Significa esto que te vas a
casar con ella’
—¿Nos invitarás a la fiesta?
—¿Dónde has estado?
Gastón no contestó a ninguna de las
preguntas, ató el caballo a la barandilla que había delante del hotel y abrió
la puerta de la diligencia. Eugenia bajó primero, y eso acalló bastante a la
gente. Se lo había imaginado. Trenton no veía muchas mujeres tan bonitas como Eugenia Laton. Casi se oyó un grito ahogado antes del silencio.

quiero mas!!!
ResponderEliminar