Rocío sintió que esa insinuación podía ser más dolorosa que un puñetazo.
Cuando la puerta se cerró tras él, Rocío se desmoronó. Lo había desafiado, lo
había irritado. Estaba confusa. Todos esos años, nada, y ahora...
¿Por qué ahora? Recordaba lo que le había dicho momentos antes: que su
padre no había podido obligarlo a compartir la cama con ella. Y, sin embargo,
cuando afloraban sus instintos, parecía que cualquier mujer le venía bien.
Lo que estaba claro era que Gastón tenía que demostrar que era un macho.
Plantearle el divorcio en esas circunstancias hubiese sido contraproducente,
porque lo hubiese llevado aún más lejos en sus intentos de intimar con ella.
No era el mejor momento de hablar de Santiago.
Rocío recogió sus prendas nuevamente.
La cuestión era que su marido se había dado cuenta de que existía,
aunque sólo fuera de la forma que para él contaba una mujer: sexualmente.
Pero estaba indignada. No
entendía cómo se había atrevido a tocarla. No tenía derecho. Y además,
seguramente, le era infiel a alguna mujer. Y por descontado se hubiera
aprovechado de su deseo, en caso de que hubiese existido. Él era así. Estaba
acostumbrado a tomar, no a dar.
Gastón había trabajado
duramente para levantar las empresas familiares que había heredado, la herencia
de los Dalmau. Nadie le había regalado nada, ni le había hecho favores. Y él no
hacía tampoco. Pero seguía a sus enemigos hasta la muerte, y cuando tenía a su
presa, regresaba victorioso. Luchaba constantemente por su supremacía.
Ése había sido el aspecto
del carácter de Gastón que Max había valorado más. Y finalmente le había
servido a Gastón en bandeja de plata, tratando de convencerla de que aunque él
no hubiese hablado de amor, sería un perfecto marido.
¿De qué marido hablaba su
padre? Ella jamás había tenido un marido. Pero cinco años atrás ella no había
podido adivinar el futuro.
Lo curioso era que sus
recuerdos de los primeros encuentros no coincidían en absoluto con lo de él.
Había terminado la escuela secundaria, y había perfeccionado la técnica en
arreglos florales, ¡qué tontería! Deberían haberle enseñado mejor, un curso
sobre hombres...
Gastón había aparecido en la
entrada de la sala de música, sin que nadie lo hubiese invitado o llamado. Lo
habían hecho esperar a Max en la sala de espera y él debía haberla visto por la
ventana, porque para llegar a la sala de música tenía que salir de la sala de
espera, atravesar el hall, pasar por la otra habitación y entrar a la sala de
música a través de un ventanal. Así que, ¿Cómo podía tener el descaro de
decirle que ella había preparado el encuentro?
Lo había visto de pronto en
la entrada y, si, se había enamorado de él a primera vista. Su presencia la
había impactado. Era como un dios griego que se le había aparecido en todo su esplendor.
Eres una bocanada de aire de primavera en este triste paisaje de
invierno – le había dicho Gastón.
Y probablemente lo había copiado de alguien, pero él había pronunciado
esas palabras.
A ella no se le había
ocurrido que él estuviese interesado en ella, sino en las plantas. Porque había
surgido una conversación entre ellos. No había demostrado su falta de interés e
ignorancia hacia el mundo vegetal, y ella se había dejado engañar.
Incluso le había dicho que
sus ojos hacían juego con las violetas, y ese cumplido le había salido tan
torpe como el primero, lo que le dio la impresión a Rocío de ser un hombre
tímido, a pesar de disimularlo con cierta sofisticación.

HERMOSOOOOOOO! espero el proximo.. te quiero Lale. Lucia ;)
ResponderEliminarQuiero el proximo!!!!
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