jueves, 18 de octubre de 2012

Una Princesa En Casa Cap 8


Capitulo 8

La luz del despacho de Gastón estaba encendida. Rocio la vio mientras cerraba la puerta del dormitorio de Monito.

Aquel niño era, sin duda, el menos hablador que había conocido en toda su vida. Además de su exclamación durante el desayuno, «sí» y «no, gracias», eran las únicas palabras que habían salido de sus labios durante el resto del día. Pero le había entregado un montón de cuentos para que se los leyera en la cama. Todos protagonizados por perros, por supuesto.
Mientras bajaba hacia el despacho de Gastón, pensó en lo espectacular que estaría aquel patio en primavera y en verano. Aunque ella no estaría allí para verlo. A no ser que Pitter Lanzani fuera verdaderamente su hermano. En ese caso, podría visitar a la familia Dalmau de vez en cuando.

Rocio había pasado sus horas libres en una biblioteca de Buenos Aires, buscando en periódicos antiguos noticias sobre el elusivo Pitter Lanzani. Había estudiado atentamente todas las fotografías que de él había encontrado, intentando descubrir algún parecido con los rostros de su familia.
Por lo que decían los periódicos, Pitter Lanzani parecía frecuentar un lujoso restaurante llamado Rat Pack. Y era miembro de la Sociedad Arqueológica de Buenos Aires y del Club de Exploradores.
El día siguiente, Rocio pretendía dedicarlo a hacer algunas llamadas, intentando encontrar a alguien que supiera dónde estaba su supuesto hermano.
Por lo que hasta entonces había leído, si Pitter era realmente el príncipe Igarzabal, su familia podía estar orgullosa de todo lo que hasta entonces había hecho. Y si no lo era, se dijo a sí misma con firmeza, aquella búsqueda le había permitido a ella conocer a los Dalmau y alejarse durante algunas semanas de las obligaciones que su condición de princesa le imponía.

Rocio no había disfrutado nunca de unas vacaciones como aquellas. A pesar de la tensión que presidía las relaciones de los Dalmau, Aleli realmente le gustaba. Bajo la aparente brusquedad de la niña, se escondía una adolescente extremadamente sensible. Monito era el niño más dulce del mundo y Rocio lo adoraba. En cuanto a su padre...

Estando en la biblioteca, había tenido oportunidad de leer algunas noticias referentes a su esposa y a él.

Luz era una auténtica belleza. Ella y Gastón hacían una pareja perfecta.

Rocio había estado leyendo el anuncio de su boda, noticias sobre el nacimiento de los niños y algunos artículos sobre la empresa de Gastón. Y al final, había encontrado el obituario de Luz; una necrología extraordinariamente larga en la que, sin embargo, no aparecía el motivo de su muerte.

Rocio tomó aire y llamó a la puerta del despacho de Gastón.

-Está abierta -le respondió él.

La voz de Gastón procedía de las escaleras. Rocio se volvió y lo vio tras ella, bajando de su dormitorio. Continuaba vistiendo el traje con el que aquella mañana había ido a trabajar, aunque se había desanudado la corbata y desabrochado el primer botón de la camisa.

-Entra -le dijo a Rocio.

Pero ella vaciló, así que Gas se adelantó y empujó la puerta.
Rocio entró en el despacho diciéndose que no tenía ningún motivo para estar nerviosa. Aquella era únicamente una reunión de trabajo. Probablemente no duraría más de cinco minutos. Le daría un rápido informe sobre Aleli y sobre Monito y se marcharía.

-No estoy muy segura de lo que tengo que decirte -comentó brevemente-. Los niños y yo todavía estamos conociéndonos.
-¿Te apetece tomar algo? ¿Una copa de vino?
-Oh, no... Gracias, pero solo tomo vino en ocasiones especiales.
-¿Y esta no es una ocasión especial? En este momento termina tu primer día de trabajo -contestó Gas mientras se dirigía hacia el mueble-bar-. Por favor, siéntate.

Pero Rocio no se movió de donde estaba.

-Tomaré un refresco -le dijo, puesto que él parecía tan decidido a que tomara algo-. No pretendo ofenderte, pero sea esta o no una ocasión especial, mañana tengo que levantarme temprano. De hecho, tengo que conseguir que Monito se levante. ¿Sabes? Nunca había conocido a un niño de seis años que no se levantara automáticamente.
-A Monito no le gusta mucho el colegio -le tendió un vaso de refresco.
-Pues es una pena, considerando que todavía le quedan, ¿cuántos? ¿Once años para terminar?
-Sí. Más los cuatro de universidad. Lo hemos intentado todo para facilitarle las cosas, salvo contratar profesores con el fin de que estudie en casa. No creo que eso lo ayudara, necesita tener contacto con otros niños -colocó un cuenco con frutos secos en la mesita del café-. No he tenido tiempo de cenar –se disculpó mientras tomaba un puñado de ellos-, y tengo la sensación de que han pasado siglos desde la hora de la comida.
-Si quieres, podemos reunimos en la cocina -le sugirió Rocio, sentándose en el borde de una de las sillas al ver que Gastón parecía tener intención de sentarse en el sofá-. Podría prepararte algo de cenar... -se interrumpió de pronto. No sabía si aquel era un gesto que se esperaba de una niñera. Pero era evidente que Gastón estaba agotado. De modo que, fuera o no propio de su trabajo, estaba dispuesta a prepararle un sandwich o a calentar aquellos macarrones deliciosos que Tina había preparado para la cena.
-No, gracias, pero no quiero entretenerme demasiado. Hoy he tenido un día muy duro. Me he visto obligado a despedir a un nombre que no rendía en el trabajo y...

Rocio no pudo dominar la tentación de interrumpirlo:

-¿No has superado ya la época en la que estabas obligado a soportar esas jornadas agotadoras de trabajo? -por lo que había leído en el periódico, su empresa era una de las más importantes del país.
-No quiero que parezca que me estoy quejando. Trabajo porque... Bueno, porque eso es lo que sé hacer. Soy un buen programador, tengo capacidad de dirección. Me parecería una locura dedicar el tiempo a hacer cualquier otra cosa.-¿Como pasar más tiempo con sus hijos?, se preguntó Rocio.
-Aleli me ha preguntado por la cena del día de Acción de Gracias.
-Oh, Dios mío, es la semana que viene, ¿verdad?
-¿Sí? No estaba muy segura, desconozco las costumbres americanas. Aleli pensaba que era dentro de una semana.
-Sí -Gastón suspiró-. Mi madre se va a ir a Hawai a visitar a unos amigos, así que estaremos nosotros cuatro -bebió un sorbo de vino-. Quería hablar de algo contigo y este parece un buen momento -la miró a los ojos-. Me has preguntado ya un par de veces que si pensaba cenar con vosotros y... Bueno, parece imposible que Aleli y yo estemos en la misma habitación sin que alguno de los dos explote. Cuando nos peleamos, a Monito le afecta mucho y al final a los tres se nos indigesta la cena. Así que procuro estar fuera de casa a esa hora.
-Oh, Dios mío -susurró Rocio.
-Hablé con algunas personas, me refiero a profesionales, por supuesto, y me aconsejaron que le dejara a Aleli su propio espacio, pero sinceramente, no sé si eso es lo mejor. Ya has visto lo terrible que puede llegar a ser. Yo ya no sé qué debo hacer -sacudió la cabeza-. Sé que te parecerá terrible, pero la verdad es que procuro encontrar excusas para no tener que venir a casa -se apretó con los dedos el puente de la nariz, como si le doliera la cabeza-. Me cuesta creer lo que acabo de decir. Suena terrible cuando lo expresas en voz alta.
-Sí -contestó Rocio, optando por decir la verdad-, y supongo que en el fondo sabes que alejarte de tus hijos no es lo más adecuado para solucionar vuestros problemas.
-¿Entonces qué tengo que hacer? ¿Agarrarla por el cuello y obligarla a dejar de ser tan condenadamente maleducada? Dios mío, Rochi, a veces me basta mirarla para que me suba la tensión.
-¿Pero no te das cuenta de que eso es parte del problema? Cada vez que estás a su lado te preparas para tener una discusión con ella. Esta mañana, por ejemplo, ¿te acuerdas de lo primero que le has dicho?
-Dios, no lo sé, supongo que habrá sido algo así como «¿qué demonios te has puesto hoy?»
-Algo parecido. No ha sido sobre su ropa, pero le has hecho un comentario crítico por haber entrado con el monopatín en la cocina.
-Entonces, ¿qué estás insinuando? ¿Que no debería criticarla?
-Si no quieres que entre con el monopatín en la cocina, lo que tienes que hacer es establecer la norma de que lo deje en el garaje -le aconsejó Rocio-. Y aunque cometa el error de olvidarla, desearle buenos días, porque es tu hija, la quieres y te alegras de verla por la mañana. Después puedes hacer algún comentario divertido sobre lo que has soñado, porque sabes que de esa forma le harás reír y, a continuación, comentarle, sin darle demasiada importancia, que parece que se ha olvidado de guardar el monopatín en el garaje y pedirle que lo deje fuera de la cocina, ¿de acuerdo? Y siempre con una sonrisa, para que ella sepa que eso no es el fin del mundo.
-Es más fácil decirlo que hacerlo.
-Lo sé. Tú dices que te basta verla para tensarte y estoy segura de que a ella también le ocurre. Y aunque no fuera así, Aleli es tan sensible que inmediatamente percibe tu tensión. Pero no todo es culpa tuya. Ella tampoco es perfecta. He estado observándola y es evidente que calcula la respuesta que más te puede afectar y después se sienta cómodamente a esperar tu estallido.
-¿Entonces qué es lo que tengo que hacer? ¿Mirarla y pensar que es mi hija y que la quiero, en vez de pensar en lo mucho que me apetece retorcerle el cuello?

Aquello no iba a ser fácil. Pero Rocio sabía que Gastón Dalmau no era un hombre que se dejara vencer por las dificultades.

-Podías intentar retrasar tus críticas -le sugirió-. Cuando la veas, procura decirle algo bueno. Y también podrías intentar sonreír.
-Dios, debes creer que soy un monstruo.
-No creo... -bajó la mirada hacia el suelo antes de mirarlo de nuevo a los ojos. Había en ellos un calor especial. Sus mejillas estaban cubiertas de un rubor que a Gastón comenzaba a resultarle familiar.
Gas reparó entonces en la melena que Rochi se había dejado suelta aquella noche y tuvo que aferrarse con fuerza a la copa de vino, consciente de que acariciar la melena de una empleada no era un gesto bien considerado. Aunque su caricia fuera estrictamente fraternal.
-Creo que eres maravilloso por desear mejorar tu relación con Aleli.

Rochi pensaba que era maravilloso. Quizá solo fuera el efecto del vino en un estómago vacío, pero el caso era que sus palabras le hicieron sentirse maravillosamente bien. O quizá fuera la repentina esperanza que nacía en su pecho la que le hacía sentirse tan condenadamente bien. Por primera vez desde hacía años pensaba en el mañana y tenía la sensación de que había alguna oportunidad, por pequeña que fuera, de que mejorara su relación con sus hijos.
Terminó la copa de vino y la dejó en la mesa.

-¿Qué tengo que hacer para que decidas quedarte con nosotros permanentemente?

Rocio sacudió la cabeza y le sonrió. Era evidente que pensaba que estaba bromeando.

-Por favor -Gas se inclinó hacia delante-, no estoy bromeando, Rochi. Podrías pensar en quedarte durante, digamos, seis o siete años. Para entonces Monito ya iría al instituto. Considera también el dinero que quieres ganar a cambio, las vacaciones que necesitas, las noches libres... Incluso podemos instalarte un apartamento en el ala más apartada de la casa. Y si llegara un momento en el que quisieras casarte, tu marido podría vivir aquí también.

Rochi estaba completamente desconcertada.

-Señor Dalmau, Gas... Yo...
-Sé que me dijiste que no tenías novio, pero si hay alguien especial en tu vida, lo traeré hasta aquí y le daré trabajo en mi empresa.
-No, no hay nadie.
-Se dedique a lo que se dedique, puedo asegurarle un puesto en Dalmau-Lanzani y...
-Pero si no hay nadie -insistió, elevando la voz-, de verdad.
-Lo siento -Gastón le dirigió una sonrisa-, no consigo detenerme cuando quiero realmente algo. Y, no puedo evitarlo, te quiero a ti.

Rocio desvió la mirada y la fijó en las manos que apretaba con fuerza en su regazo.

-Quiero que trabajes para mí -le aclaró rápidamente Gas, consciente de lo mal que había escogido sus palabras. Pero, al igual que le había ocurrido noches atrás, la imagen de Rochi tumbada en su cama, con su hermosa melena extendida sobre la almohada, apareció inevitablemente en su mente.
¿Pero de dónde diablos salían esas imágenes? ¿Del vino? Quizá, pero la otra noche no había bebido absolutamente nada.

Gas apartó la mirada, temiendo que pudiera ver reflejada en ella lo que en ese momento sentía. Pretendía que se quedara con ellos de forma permanente, no hacer que huyera asustada. Clavó los ojos en la copa de vino. Como una hermana, se repitió. Sus sentimientos hacia ella eran únicamente fraternales. Por lo menos durante la mayor parte del tiempo.
Se arriesgó a mirarla de reojo. Sí, tenía unas piernas muy largas. Unas piernas largas y hermosas.

Y estaba seguro de que esas piernas tan adorables jamás habían rodeado el cuerpo de un hombre de la forma que él había imaginado. Y también de que esas piernas terminarían rodeando el cuerpo de algún joven que no se parecería ni remotamente a él.

Él era un hombre cansado, amargado, un cínico que solo aspiraba a una relación puramente física que dejara a salvo su corazón y su alma. Lo único que él deseaba era sexo. Sexo apasionado y ardiente, pero sin ningún tipo de compromiso.

Y no hacía falta haberse graduado en Harvard para saber lo que deseaba la dulce Rochi Gutiérrez. Sin duda, ella esperaba encontrar un joven y delicado amante, un alma gemela con la que poder unirse en cuerpo y alma. Deseaba promesas de amor eterno y ser feliz con su marido durante años y años.

El problema era que Gastón sabía que la felicidad era un mito, una mentira.
Alzó la mirada y descubrió que Rocio lo estaba observando.

-¿Te encuentras bien? -le preguntó ella.
-Estoy cansado -contestó-. Lo siento, yo... ¿Podrías hacerme un favor, Rochi?
-Por supuesto.
-Piensa en lo que te he dicho, ya sabes, sobre lo de quedarte con nosotros.

Pronto conseguiría convencerla de que estaba hablando en serio. Y entonces conseguiría su objetivo. Porque todo el mundo tenía un precio. Y, antes o después, averiguaría cuál era el de Rochi, aunque ella misma no lo supiera.

-Me temo que aunque piense en ello no va a servir de mucho.
-Pero no dejes de hacerlo. Y hazme toda clase de peticiones, por decadentes que puedan parecerte.

Rochi soltó una carcajada.

-No tienes idea de lo decadentes que pueden llegar a ser.
-Pues la verdad es que teniendo en cuenta que uno de tus informes procedía de la familia real de Wynborough, creo que puedo hacerme una idea. Por cierto, ¿cómo se consigue llegar a conocer a una princesa?-Rocio se ruborizó ligeramente.
-Es más fácil de lo que puede parecer. Conozco a la familia real desde que nací.
-¿Tu padre o tu madre trabajaban para ellos?
-Algo así -contestó. Se levantó, era evidente que no quería seguir hablando de sí misma-. Creo que debería ir a ver a Aleli. Ya es hora de que se vaya a la cama.

Gas la imitó y miró el reloj. No sabía que se había hecho tan tarde.

-La princesa dio unos informes extremadamente buenos sobre ti.
-Me alegro -contestó Rocio, deseando salir cuanto antes de allí-. Y ahora, si me perdonas...

Gastón se dirigió con ella hacia la puerta.

-Mañana tengo una reunión a primera hora de la mañana. Saldré de casa antes de que los niños se levanten. Con un poco de suerte, regresaré alrededor de las cinco.

Rocio lo miró esperanzada.

-¿Entonces te esperamos a cenar?

La desazón de Gastón debió de reflejarse en su rostro, porque Rocio rio suavemente y contestó ella misma:

-Supongo que no.
-Mañana por la noche se celebra una cena benéfica y en un momento de completa locura le prometí a mi madre que iría.
-¿El viernes entonces?
Parecía tan dulcemente esperanzada que Gastón se sentía como un auténtico villano.
-Me va a llevar algún tiempo volver a organizar mi agenda. Hay algunas cosas que no puedo cambiar y la cena de negocios del viernes es una de ellas -contestó Gastón, consciente de que Rocio estaba empezando a pensar que no era tan maravilloso como anteriormente le había dicho-. Pero lo haré. Pronto cenaré con los niños -le prometió.
-No me lo prometas a mí. Es a ti a quien tienes que prometértelo

Continuara...
  
*Mafe*

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