No debería
estar allí. El problema que el hombre gigantesco había creado en el campamento
no tenía nada que ver con ella y sí todo que ver con Gastón. Él podía haberse
encargado de la situación sin su ayuda. Pero Marian no lo había sabido cuando
había decidido “salvarlo”.
Y ahora su valiente intento
provocaba carcajadas. Fue la enorme exageración, sin embargo, lo que la indignó
sobremanera. Era probable que Leroy no se hubiera limpiado los dientes en toda
su vida, y seguro que no usaba troncos
para hacerlo. Lo había dicho sólo para indicar que no suponía ninguna amenaza
para él. Así que le dirigió el garrote directo a la cabeza. Pero él lo atrapó
con facilidad y, sin el menor esfuerzo, se lo arrebató de las manos y lo lanzó
al fuego.
Entonces se había enojado. Menuda
ayuda había resultado ser. Pero Gastón había aprovechado la distracción que Rocío había provocado. Las carcajadas de Leroy cesaron en seco cuando golpeó
el suelo al recibir un culatazo de Gastón en la nuca. Lo dejó sin sentido, de
momento. Y, sin perder un segundo, lo ató, por si volvía en sí antes de lo deseado.
Atado, amordazado, con las armas
confiscadas (del largo abrigo de piel de oso había salido todo un arsenal),
Leroy ya no representaba gran peligro. Y Rocío se quedó a observar más tiempo
del que debería. Quería preguntar a Gastón de qué había ido todo aquello, pero en
realidad no era asunto suyo y, de repente, fue muy consciente de que seguía
allí plantada en ropa interior.
Se volvió para irse, con la
esperanza de no atraer la atención de Gastón. Sin embargo, éste se dio cuenta y
le dijo:
—Espera, Eugenia.
Se quedó inmóvil por segunda vez al
percatarse de que no llevaba las gafas. Había olvidado ponérselas antes de ir a
rescatarle, lo que había sido una verdadera estupidez. Y ahora él creía que era Eugenia.
—Lo que has
intentado ha sido muy valiente— comentó mientras la agarraba por los
hombros—, aunque algo insensato.
Estaba demasiado cerca de ella.
Empezaba a sentirse algo más que insensata tras observarlo. Se había quedado
demasiado rato; tendría que haberle dejado de inmediato. Él también iba medio
desnudo, ya que sólo llevaba los pantalones, y tenía los cabellos despeinados
de dormir. Además lidiar con Leroy lo había dejado sudoroso. Gastón Dalmau sin
camisa y con la piel reluciente a la luz de la hoguera resultaba demasiado
provocativo.
Pero él creía que era Eugenia...
Debería sacarlo de su error. No, eso
sería más insensato aún. No pasaba nada si creía unos minutos más que era Eugenia. Sería preferible a que averiguara que ella y su hermana eran gemelas,
si todavía no se lo había imaginado. Había estado con ellas lo suficiente para
haberlo descubierto ya. De todos modos la mayoría de la gente que sabía que
eran gemelas lo olvidaba deprisa gracias a lo bien que Rocío llevaba su
disfraz.
Pero en ese momento estaba
convencido de que era Eugenia, y en ese momento no quería dejarlo.
Gastón le hizo dar la vuelta y le
inclinó la cara hacia arriba para acercarla a la suya.
—A pesar de
todo, gracias— prosiguió—. La situación podría haberse complicado
si no lo hubieras distraído.
Su gratitud la incomodó y bajó la
mirada para preguntar.
—¿Quién
era?
—Un cazador
de bisontes, cazador de recompensas, revendedor, cazador furtivo; es probable
que haya hecho de todo. Pero el Oeste está perdiendo encanto para él, o él se
está volviendo demasiado viejo para vivir como solía en plena naturaleza. De vez
en cuando acepta trabajillos que están bien pagados.
—¿Y lo
conoce?
—En
realidad, no. Sólo de pasada. Va al rancho de mi padre de vez en cuando para
ver si hay algún trabajo que no sea el normal del rancho.
—¿Y esta
vez tuvo suerte? ¿Su padre tiene que pagar a alguien para que vaya a visitarlo?
Gastón sonrió. Rocío deseó que no lo
hubiera hecho. Estaba demasiado cerca y aquella sonrisa...
—Es algo
complicado— dijo en voz baja, demasiado baja.
Iba a besarla. Sabía que iba a
hacerlo, debería salir disparada, porque no la besaría a ella, sino a Eugenia.
Pero no logró mover los pies. Y, en el fondo, deseaba que él lo hiciera, aunque
no la besara a ella en realidad.
No se le presentaban nunca
oportunidades como ésa. Por su culpa pero, aun así, había dejado su vida en
suspenso hasta que Eugenia se casara, y parecía que no lo haría nunca. Ya tenía
edad de casarse, quería hacerlo, quería un hombre que fuera suyo, pero no se
atrevía a seguir sus deseos hasta que Eugenia se casara y se marchara.
Aunque permitir que Gastón siguiera
pensando que era otra persona era engañarlo, la tentación de aceptar el beso e
ignorar que creía que se lo daba a Eugenia era demasiado fuerte para decir nada.
Y el tiempo de preocuparse por aquello se agotó.
Valía la pena. Esa idea ocupó su
mente mientras Gastón ponía los labios sobre los suyos y le cautivaba los
sentidos. Oh, sí, sin duda valía la pena. Una sensación embriagadora se apoderó
de ella, la sangre se le aceleró y el corazón le latió con fuerza en un exceso
de agitación. Y cuando la acercó hacia él, tuvo miedo de desmayarse, oprimida
contra su cuerpo, sintiéndolo, saboreándolo. Era demasiado todo a la vez.
No tenía idea de cuánto tiempo la
sujetó así. Estaba tan absorta en sus propias sensaciones que el tiempo no
importaba. Podría haberla besado toda la noche y seguramente no habría notado
la diferencia. Aunque quizás hubiesen sido sólo unos instantes y, cuando por
fin se echó hacia atrás, no parecía en absoluto tan afectado como ella.
Apenas podía pensar con claridad. Él
se limitó a sonreír, le acarició la mejilla y le dijo:
—Deberías
dormir un poco. Ya hablaremos de esto por la mañana.
—No, no.—
Aquello le había abierto los ojos y hecho sonar las señales de alarma—.
No lo hablaremos. No ocurrió. Bueno, no debería haber ocurrido, así que no me
lo mencione...nunca.
Gastón le sonrió, sin que le hubiera
impresionado ese aparente arranque repentino de decoro por su parte.
—Si tú lo
dices, cariño. Con tal de que nosotros lo sepamos.
Él se volvió hacia la hoguera, a su
cama junto al fuego. Mientras no la
observaba, Rocío corrió hacia la carreta, al lecho que ocupaba bajo la
misma. En algún momento, el jaleo había despertado a Esperanza, que había
presenciado aquel beso. Estaba echada de lado, apoyada en un codo. Puso los
ojos en blanco cuando Rocío se dejó caer a su lado.
—¿Ya sabes
qué haces?— preguntó Esperanza.
—No.
—Eso ha
estado mal.
—Ya lo sé.
—Deberías
decirle la verdad, y mostrárselo. Si es que lo quieres para ti.
Esperanza no se andaba nunca con
miramientos, pero no procedía del más bajo estrato social. Su familia había
sido de clase obrera, pero no pobre. La habían repudiado cuando se quedó
embarazada sin estar casada. Esperanza había perdido al niño, al que todavía
lloraba en privado, y desde entonces había estado sola.
Hacía su trabajo y lo hacía muy
bien, de modo que no le importaba si lo conservaba o no porque sabía que podía
encontrar otro empleo con facilidad. Por eso la trataban más como a una igual
que como a una sirvienta, y por eso ambas hermanas la valoraban. Rocío la
consideraba además una amiga. Incluso Eugenia, que había ahuyentado a otras
cinco doncellas, no le había dirigido nunca una palabra altisonante. Esperanza no lo toleraría, se iría, y Eugenia lo sabía. No iba a correr el riesgo de
perder a alguien que la peinaba a la perfección y le conservaba el guardarropa
en un estado excelente.
Sin embargo, Esperanza era a veces
demasiado franca, y ésa era una de aquellas veces. Rocío no quería hablar de
lo que sentía por Gastón, que creía imposible, así que mejor no comentarlo ni
siquiera con una amiga.
—¿Lo
quieres para ti?— insistió Esperanza.
Rocío podría haberlo negado, pero
no tenía demasiado sentido. Podría haber impedido que Eugenia observara la
dirección de sus miradas anhelantes, pero Esperanza estaba más a menudo con ella
que con Eugenia, y en más de una ocasión había arqueado una ceja a Rocío a modo
de pregunta al respecto.
—Creo que
sí— admitió Rocío.
—Entonces
díselo— insistió Esperanza.
—No puedo.
Ya sabes lo celosa que se pondría. Y él la quiere a ella.
—No la
conoce. Tampoco te conoce a ti. Deberías permitir que lo hiciera— añadió
la doncella.
—No sigas.
Ya sabes qué pasa cuando un hombre muestra el menor interés por mí. Eugenia lo
atrae, lo tiene pendiente de ella indefinidamente y me lo restriega por las
narices.
—Eso lo
hizo con muchachitos. Ya hace unos cuantos años que te muestras lo más fea que
puedes. No has dado nunca la oportunidad a un hombre. No pueden ser todos tan
crédulo para tragarse sus ardides.
—Puede que
no— contestó Rocío—. Pero no voy a ser la causante de que un
solo hombre más sufra de ese modo. Puedo esperar.
—Esperar es
fácil, y no te lleva a ninguna parte— indicó Esperanza.
—No tengo
prisa.
—¿No?
¿Quieres perder a éste, al que quieres de verdad?
—No puedo
perder lo que no es mío.— Rocío suspiró—. Ha dejado muy claro a
quién prefiere.
—Y ella
también. No le interesa en absoluto. Apenas es cortés con él.
—Por eso
puedo esperar.— Rocío sonrió al oírla—. Es distinto a los demás.
Todavía no ha hecho el ridículo por ella. Creo que está esperando a ver si vale
la pena.
—O
esperando a no tener que preocuparse por mantenernos vivas.
—Adelante,
mujer, debate mi conclusión— comentó Rocío con cara de indignación—.
Menudos ánimos me das.
Esperanza se rió a la vez que sacudía
la cabeza.
—Te
complicas demasiado la vida, Rochi. Y él ha dado el primer paso. La ha besado, o
eso cree. Piénsalo mientras intentas dormir.

Me encanto el capitulo! Que Rochi se muestre tan cuál es y asi ve que onda con Gaston. Quiero el otro!
ResponderEliminarah buenoooo era hora rochi se mostro como es realmente me encanto esa parte maldita eugenia y tarado gaston que le pasa no sabe diferenciar a dos personas o que jajajajajjajajaja espero ansiosa el proximo besos
ResponderEliminarBueno lado bueno, se mostro tal cual es y gaston la beso. lado malo, gaston cree que es eugenia! ahhgg!!.. Espero el prximo!! me encanta la nove!
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