Eugenia era
demasiado complicada para molestarse por ella. Ésa fue la conclusión a la que Gastón llegó aquella mañana. Bueno, casi. Pero realmente era como si Eugenia fuera
dos mujeres distintas: tierna y complaciente de noche, una verdadera arpía de
día.
Pensó que la grosería debía ser cosa
de familia. No, eso no era cierto. Gimena no tenía nada de grosera, y era familiar
directo de las hermanas Laton.
La confusión que lo acosaba ahora
era culpa suya. Debería haberse mantenido firme y esperado a que el viaje
terminara antes de averiguar por dónde iban los tiros con Eugenia Laton.
Sabía por experiencia que los ánimos
se enardecían con facilidad cuando uno hacía algo que no deseaba y, por los
comentarios que había oído, sabía que Eugenia no quería ir a Tejas, para
empezar, y que además detestaba todo lo relacionado con el viaje. De modo que
los estallidos de grosería eran algo comprensible o, por lo menos, había buenos
motivos para que Eugenia los tuviera. Lo más seguro era que cuado hubiera
terminado el viaje, fuera del todo distinta.
Pero la noche anterior estaba tan
hermosa que de ningún modo habría conseguido contenerse y no besarla. Y ella
había intentado rescatarlo. Eso le había llegado al alma; jamás lo habría
esperado de Eugenia. Siempre se mostraba tan distante, indiferente. Al menos con
él.
A pesar de todo, la noche anterior,
se había derretido en sus brazos. Lo sorprendió, le encantó, sintió aumentar su
deseo y, entonces, de modo extraño, hubo algo que no lo acababa de convencer.
Y, por un instante, llegó a preguntarse por qué la había besado.
No tenía nada que ver con el beso,
que había sido maravilloso. No tenía nada que ver con la facilidad con que ella
había cedido. Tenía que ver con ella. Tenía algo que no cuadraba, era demasiado
desconcertante: gélida y, de repente, cálida, como si fuera
dos...mujeres...distintas. Ni hablar. La luz de la hoguera no era muy
brillante, pero tendrían que ser gemelas para que él cometiera semejante error.
Vaya, hombre.
No debería estar tan perplejo. Lo
había visto venir, sólo que no lo había admitido. Los hermanos podían parecerse
mucho, claro que no había demasiadas probabilidades de que tuvieran tantos
rasgos idénticos a no ser que fueran gemelos. Por supuesto que eran gemelas.
Sólo que una era ciega como un topo y tenía un genio terrible. Y era imposible
que la hubiera besado a ella.
Así que eran gemelas. Eso no
cambiaba nada, y seguía sin explicar su confusión respecto a Eugenia. O quizás
era él. Tal vez no estuviera tan interesado como había creído.
En realidad, puede que ése fuera el
problema. Debería estar interesado, pero ¿lo estaba? ¿De verdad? ¿O le
recordaba Eugenia demasiado a Daniella, un exterior espléndido con nada que le
gustara demasiado en el interior? Era otra razón que lo había llevado a esperar
a que el viaje terminara para festejarla, así ella tendría tiempo de relajarse,
o de recuperarse según cómo se mirara; de instalarse y de volver a ser ella misma.
Esperaba un gran cambio de actitud
en los próximos días. Ya no tendría nada de que quejarse. La casa de Gimena tenía
un aire del Oeste, pero era muy cómoda. Y en ella trabajaba una de las mejores
cocineras del país. Una vez le hubieran pasado los dolores del viaje y
estuviera rodeada de comodidades y de su familia, descubriría cómo era Eugenia en realidad.
Había visto su peor cara, por lo
menos esperaba que fuera así, porque no había visto nada mucho peor. Tenía
ganas de ver su mejor cara.
El carruaje llegó a Twisting Barb un
poco antes de mediodía, seguido de la carreta con el equipaje y Leroy al cabo
de unos treinta minutos. Gastón tendría que explicar lo de Leroy. Estaban
demasiado alejados de todas partes para dejarlo allí. No había ninguna casa lo
bastante cerca para que pudiera ir andando si se llevaban a su caballo, a fin
de demorarlo. Y el camino no era lo bastante concurrido para que alguien lo
encontrara si lo dejaban atado.
Sin embargo, Gastón ya no esperaba más
problemas de Leroy ahora que estaban en el rancho. Alguien podría acompañarlo a
buscar el caballo (Gastón no se había molestado demasiado en ir a buscarlo). Y
había vaciado la munición de los revólveres de Leroy, de modo que podrían
devolvérselos.
Su padre debía de empezar a
chochear, o estar desesperado, para enviar alguien como Leroy a buscarlo. Sobre
todo cuando le habrían dicho que Gastón se dirigía a Twisting Barb. No conseguía
verle ningún sentido, a no ser que fuera para demostrar algo. Nicolas podría
haber cabalgado al rancho de Gimena y quizá llegar antes que él, aunque puede que
eso fuera lo que había hecho. Y a lo mejor al ver que Gastón no llegaba antes del
anochecer, como había previsto, había enviado a Leroy a averiguar por qué.
Pero eso significaba que Leroy
formara parte del entorno de su padre, y Gastón no se imaginaba que Nicolas quisiera tener a aquel viejo estúpido y maloliente cabalgando cerca. En la
actualidad, Nicolas no iba a ninguna parte sin que lo acompañara un mínimo de
cuatro pistoleros, hombres capaces de abordar cualquier tipo de problema que se
presentara. Aunque todos iban limpios y tenían buenos modales, y veneraban a Nicolas porque les pagaba muy bien.
Gimena salió al porche a recibirlos.
Parecía nerviosísima. ¿Por qué o había visto a sus sobrinas desde que eran unas
chiquillas? ¿O porque Nicolas se había presentado y la había mortificado por
tener a su hijo trabajando para ella? Gastón no esperaba ver tan pronto a su
padre, no estaba preparado para ello; aun así, había imaginado que lo vería al
día siguiente o poco después, ahora que Nicolas sabía que estaba en el condado.
Le había permitido averiguar que había vuelto cuando había decidido entrar en
el pueblo, ya que sabía que alguien saldría disparado hacia la finca de los
Kincaid con la noticia.
Un para de hombres se habían acercado
para atender al carruaje y para ayudar a las hermanas y a su sirvienta a bajar.
La solterona fue la primera en llegar al porche.
Gastón desmontaba cuando oyó que Gimena preguntaba:
—¿Cuál de
las dos eres?
—Rocío.
Gimena se relajó un poco al ver que Rocío también parecía nerviosa y le dio un gran abrazo.
—Bienvenida, Rochi. Solía llamarte así, ¿sabes? ¿Te acuerdas?
—No, pero
mi madre también me llamaba Rochi— contestó Rocío con una sonrisa
vacilante.
—Siento lo
de tu padre.
—Sí, fue un
desafortunado accidente.
—Pero
quiero que sepas que me alegra mucho ofreceros un hogar todo el tiempo que
queráis.
—Gracias...
—¿Es esto?—
interrumpió Eugenia mientras subía los peldaños—. ¿La casa de un rancho,
y pequeña para más inri? ¿Y se supone que tengo que vivir aquí?
Gimena se sonrojó de inmediato. A Gastón le supo mal por ella. Estaba bastante nerviosa, y que Eugenia la sometiera a tal
escarnio era de una grosería increíble.
—Sé que no
es tan majestuosa como vuestra casa de Haverhill, pero aquí hay pocos sitios mejores—
afirmó Gimena a la defensiva—. Mi marido dedicó mucho trabajo a...
—No lo suficiente —interrumpió Eugenia de nuevo—. Pero no
sé por qué esperaba algo mejor, cuando todos los pueblos que hemos visto por el
camino eran de lo más sórdido.
Gastón ya había oído suficiente.
Furioso por el modo en que trataba a Gimena,
iba a quemar todas su naves y decirle a Eugenia que cerrara el pico, pero Rocío se le adelantó.
—¿Podrías
contener los malos modales cinco segundos, hermanita del alma?— preguntó
con una sonrisa tensa—. ¿O te resulta imposible?.
Eugenia soltó un grito ahogado y
levantó la mano para abofetear a Rocío por el insulto, merecido o no. Gastón quiso detenerla, pero no estaba lo bastante cerca. No fue necesario. Al
parecer, Rocío había esperado la represalia y estaba preparada. Con un ligero
empujón, hizo que Eugenia se tambalease y rodase peldaños abajo hasta caer en la
tierra.

Gaston es un tarado! si atara cabos sabría que beso a rochi1 agg!!.. y Bien por rochi, se lo merecía Eugenia!
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