martes, 25 de diciembre de 2012

Amor por chantaje Capítulo 5

Feliz navidad!

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Cap 5:

ROCÍO apartó los ojos de la ventana del dormitorio de su niñez y miró la hora.
Las siete y media; pronto tendría que bajar para salir a cenar con Gastón, que la había avisado de que, si no bajaba por su propio pie antes de las ocho, subiría a buscarla.
—¿Por qué haces todo esto? —le había preguntado ella desesperada.
—¿Y tú?
—Sabes perfectamente por qué. No tengo elección.
—Claro que la tienes —había respondido Gastón fríamente—. Podrías perfectamente dar media vuelta y largarte.
—El refugio necesita ese dinero… ya lo sabes.
Eso era cierto, también era cierto que Rocío era consciente de que no podría vivir consigo misma si no hacía todo lo posible para ayudar a aquellos niños. Pero dejar que Gastón consumara el matrimonio, ¡y tener un hijo suyo! Volvió a perder la mirada en el paisaje que se extendía al otro lado de la ventana mientras se preguntaba si tendría el valor suficiente para seguir adelante.
Desde aquella ventana era desde donde solía esperar impaciente la llegada de su padre, momento en el que corría a recibirlo. Nunca, ni siquiera en los peores momentos de la enfermedad de su madre, había olvidado dedicarle a Rocío el tiempo y el cariño necesarios.
Después había llegado su matrimonio con Lisa, cuando la joven había empezado a recurrir a Gastón; entonces era él al que esperaba ver llegar desde la ventana de su dormitorio, que en aquella época se había convertido en un verdadero refugio.
Su padre había sentido un cariño muy especial por aquella casa, había afirmado multitud de veces que para él representaba todo lo que debía ser un hogar familiar.
—Algún día traerás aquí a tus hijos a verme, Rochi —le había dicho a menudo. Siempre había deseado convertirse en abuelo.
Un niño, pensó Rocío con los ojos llorosos por la fuerza de aquellos recuerdos. Un niño que fuera parte de Gastón y de ella, a su padre le habría encantado y lo habría querido con todo su corazón.
El hijo de Gastón. Cuántas veces se habría sentado allí mismo ella y habría fantaseado con la posibilidad de que aquello ocurriera. Pero su fantasía era que Gastón la amara y ese niño fuera el fruto de su mutuo amor, y eso no era lo que estaba pasando. Tuvo que admitirlo con lágrimas en los ojos, él no la amaba, solo quería tener un hijo que llevara su sangre porque era la sangre de su padre.
Sin embargo, al mirar al camino que llevaba hasta la puerta de la casa, podía imaginarse perfectamente a los tres paseando tranquilamente: Gastón, ella y el pequeño de pelo Rubio y ojos verdes o miel y la misma tierna sonrisa de su abuelo.
«Estoy loca», se dijo en tono reprobatorio mientras salía de la habitación para dirigirse al encuentro de su marido.
Nunca podría desear hacer lo que él estaba obligándola a hacer pero, tenía que admitir que tampoco podía negar el fuerte instinto maternal que le provocaba la sola idea de tener ese hijo que había evocado su imaginación.
Al bajar al cuarto de estar comprobó que, a diferencia de ella, Gastón se había cambiado de ropa y se había puesto un atuendo más informal que el traje que había llevado por la mañana.
Debía de estar haciendo muy buen tiempo aquel verano, pensó Rocío al ver el bronceado que lucía él en los brazos. Siempre había encontrado algo extraordinario en aquellos brazos sutilmente musculados, algo que la hacía sentir un sensual escalofrío que le recorría la piel palmo a palmo. Había habido un tiempo en el que solo la idea de que aquellos brazos la rodearan con fuerza había hecho que sintiera un ardor en lo más profundo de su cuerpo adolescente.
Más tarde, a medida que había ido creciendo, había empezado a fantasear con sus manos más que con sus brazos; soñaba que aquellos dedos la acariciaban, excitándole de un modo que, con solo imaginarlo en la soledad de su dormitorio, la hacía sonrojarse llena de deseo.
El hecho de que se hubiera duchado y cambiado de ropa la hizo sentir incómoda porque ella seguía llevando la misma indumentaria con la que había viajado desde Río. Se había negado a cambiarse para demostrarle lo poco que le importaba lo que pensara de ella o el aspecto que tenía cuando estaba en su compañía. Sin embargo ahora lo único que sentía era incomodidad.
—¿Estabas demasiado ocupada para cambiarte? No te preocupes, estoy seguro de que Luigi lo entenderá—la disculpó Gastón nada más verla.
—¿Le has dicho a Luigi que… que nosotros?
—Le he dicho que íbamos a ir a cenar —confirmó él—. Espero que te siga gustando la tarta de pera y almendra y el helado de miel.
Sin querer fijarse en que recordaba perfectamente su postre preferido, Rocío le dijo secamente:
—¿Y qué más le has dicho?
—Nada —respondió encogiéndose de hombros.
Tuvo que preguntarse a sí misma por qué en lugar de sentirse aliviada, lo que sentía era una especie de rabia de que él no hubiera hecho público su reencuentro.
—Pues tendrás que decir algo, ¿no? No podemos empezar de repente a vivir juntos como un matrimonio.
—Entonces tendremos que decirle a la gente lo que quieren oír —respondió Gastón con naturalidad.
—¿Y qué es eso exactamente?
—Pues que ha habido un acercamiento entre nosotros y hemos decidido darle una segunda oportunidad a nuestro matrimonio.
—¿Una segunda oportunidad? —la pregunta se le escapó de los labios y, en cuanto vio el modo en que la miraba Gastón, se arrepintió de haberlo dicho.
—No creo que nadie piense que no éramos amantes antes de casamos y, no sé por qué, pero me imagino que no querrás que la gente sepa que sigues siendo virgen.
—No te hagas ilusiones de que mi virginidad tenga nada que ver contigo —espetó Rocío ofendida—. El que yo no… bueno, es asunto mío y, de nadie más.
Mientras ella hablaba Gastón había comenzado a andar hacia la puerta y ella lo había seguido sin pensar.
—Espera un momento —dijo él justo antes de abrir la puerta y, acto seguido sacó una cajita del bolsillo del pantalón—. Creo que te vendrá bien llevar esto —afirmó con extrema frialdad—. Me he fijado que no llevas el original. Este no tiene la bendición de un cura, y he tenido que adivinar el tamaño; espero haber acertado… no pensé que fueras a estar tan delgada.
A Rocío le sorprendió ver la similitud de aquel anillo con su verdadera alianza de boda, pero lo que hizo que le diera un vuelco el corazón fue el otro objeto que había en la cajita, algo que se había arrepentido todos aquellos años de haber dejado atrás: su anillo de compromiso, en el que entonces Gastón había mandado engarzar los tres diamantes que antes habían pertenecido al anillo de compromiso de su madre. Aquellas piedras significaban tanto para ella que al verlas se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Mi anillo —dijo en un susurro.
—A lo mejor te está grande —respondió él tomando su mano entre las suyas.
Rocío no pudo hacer nada para que su cuerpo entero no empezara a temblar y su mente no volviera al momento en el que, cuatro años antes, Gastón le había puesto otro anillo. Y recordó exactamente lo que había sentido entonces; la fuerza con la que había deseado que aquel matrimonio significara para él algo más que un negocio.
Efectivamente el anillo le estaba un poco grande, pensó con agitación mientras él lo deslizaba con suavidad por su dedo. De pronto le resultaba increíblemente difícil respirar con normalidad; tenía la sensación de que las costillas le oprimían los pulmones. Notó que Gastón estaba mirándola. Y como si estuviera ocurriendo a cámara lenta, vio cómo se disponía a besarle la mano al igual que había hecho el día de su boda.
—No.
Retiró la mano asustada por el nudo que se le había hecho en la garganta al predecir lo que aquel beso la habría hecho sentir. Hacía cuatro años, cuando había hecho lo mismo en la iglesia, todo su cuerpo había empezado a temblar llenándola de confusión; entonces había sabido que debía hacerle aquella pregunta. Ahora no podía evitar imaginar qué habría pasado si aquellas palabras nunca hubieran salido de su boca… No, era mejor no torturarse pensando qué habría pasado si… Tenía muy claro que no le habría gustado vivir en la ignorancia. No, así tampoco habría sido feliz.
Sin darse la vuelta para mirar a Gastón salió de la casa y se dejó embriagar por el aroma de las rosas que flanqueaban la entrada. Aquellos rosales los había plantado su madre… ¡Dios! La casa entera estaba llena de recuerdos de tiempos felices. De repente se encontró pensando en su futuro hijo, lo imaginó creciendo allí.
—Si has cambiado de opinión, quizás no deberíamos…
Era obvio que Gastón deseaba tener aquel niño a toda costa porque en sus palabras le había parecido adivinar verdadera aprensión. A lo mejor era por eso por lo que no se había casado con Lisa, porque no había querido tener un hijo con ella. Lo cierto era que la mera posibilidad de que hubiera sido así llenó a Rocío de satisfacción.
—No has cambiado nada. Eso sí, estás aún más guapa que nunca. ¡Bella, bellísima! —le dijo Luigi mientras los acompañaba hasta su mesa.
—Pero Luigi, si no ha cambiado, ¿cómo puede estar más guapa? —bromeó Gastón.
—Porque antes era una chiquilla muy guapa —empezó a explicar el dueño del restaurante sin dejarse intimidar—, pero ahora —continuó mirando a Rocío con admiración— ¡Ahora es una mujer hermosísima! Y tú tienes mucha suerte de tener una esposa tan espléndida.
Parecía que Luigi recordaba perfectamente que estaban casados.
—Menos mal que no se le quedó el aspecto que tenía después de una de tus lecciones de comer espaguetis —a pesar de que su voz era seria, en los ojos de Gastón al mirar a Rocío había un brillo tan sorprendente que ella fue incapaz de dejar de mirarlos durante varios segundos. Aquel rostro guardaba un peligroso parecido con el del joven que recordaba de su adolescencia: los mismos ojos llenos de brillo burlón, la misma boca siempre a punto de sonreír. Además aquel siempre había sido el restaurante preferido de Rocío, un lugar que asociaba con muchos momentos felices de su vida.
—Os he guardado una mesa muy especial les dijo mientras cruzaban el comedor abarrotado de gente hasta llegar a su mesa de siempre, que también había sido la preferida del señor Atkins.

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