Feliz navidad!
Click en leer más para leer el capCap 5:
ROCÍO apartó los ojos de la
ventana del dormitorio de su niñez y miró la hora.
Las siete y media; pronto
tendría que bajar para salir a cenar con Gastón, que la había avisado de que,
si no bajaba por su propio pie antes de las ocho, subiría a buscarla.
—¿Por qué haces todo esto?
—le había preguntado ella desesperada.
—¿Y tú?
—Sabes perfectamente por
qué. No tengo elección.
—Claro que la tienes —había
respondido Gastón fríamente—. Podrías perfectamente dar media vuelta y
largarte.
—El refugio necesita ese
dinero… ya lo sabes.
Eso era cierto, también era
cierto que Rocío era consciente de que no podría vivir consigo misma si no
hacía todo lo posible para ayudar a aquellos niños. Pero dejar que Gastón
consumara el matrimonio, ¡y tener un hijo suyo! Volvió a perder la mirada en el
paisaje que se extendía al otro lado de la ventana mientras se preguntaba si
tendría el valor suficiente para seguir adelante.
Desde aquella ventana era
desde donde solía esperar impaciente la llegada de su padre, momento en el que
corría a recibirlo. Nunca, ni siquiera en los peores momentos de la enfermedad
de su madre, había olvidado dedicarle a Rocío el tiempo y el cariño necesarios.
Después había llegado su
matrimonio con Lisa, cuando la joven había empezado a recurrir a Gastón;
entonces era él al que esperaba ver llegar desde la ventana de su dormitorio,
que en aquella época se había convertido en un verdadero refugio.
Su padre había sentido un
cariño muy especial por aquella casa, había afirmado multitud de veces que para
él representaba todo lo que debía ser un hogar familiar.
—Algún día traerás aquí a
tus hijos a verme, Rochi —le había dicho a menudo. Siempre había deseado
convertirse en abuelo.
Un niño, pensó Rocío con
los ojos llorosos por la fuerza de aquellos recuerdos. Un niño que fuera parte
de Gastón y de ella, a su padre le habría encantado y lo habría querido con
todo su corazón.
El hijo de Gastón. Cuántas
veces se habría sentado allí mismo ella y habría fantaseado con la posibilidad
de que aquello ocurriera. Pero su fantasía era que Gastón la amara y ese niño
fuera el fruto de su mutuo amor, y eso no era lo que estaba pasando. Tuvo que
admitirlo con lágrimas en los ojos, él no la amaba, solo quería tener un hijo
que llevara su sangre porque era la sangre de su padre.
Sin embargo, al mirar al
camino que llevaba hasta la puerta de la casa, podía imaginarse perfectamente a
los tres paseando tranquilamente: Gastón, ella y el pequeño de pelo Rubio y
ojos verdes o miel y la misma tierna sonrisa de su abuelo.
«Estoy loca», se dijo en
tono reprobatorio mientras salía de la habitación para dirigirse al encuentro
de su marido.
Nunca podría desear hacer
lo que él estaba obligándola a hacer pero, tenía que admitir que tampoco podía
negar el fuerte instinto maternal que le provocaba la sola idea de tener ese
hijo que había evocado su imaginación.
Al bajar al cuarto de estar
comprobó que, a diferencia de ella, Gastón se había cambiado de ropa y se había
puesto un atuendo más informal que el traje que había llevado por la mañana.
Debía de estar haciendo muy
buen tiempo aquel verano, pensó Rocío al ver el bronceado que lucía él en los
brazos. Siempre había encontrado algo extraordinario en aquellos brazos
sutilmente musculados, algo que la hacía sentir un sensual escalofrío que le
recorría la piel palmo a palmo. Había habido un tiempo en el que solo la idea
de que aquellos brazos la rodearan con fuerza había hecho que sintiera un ardor
en lo más profundo de su cuerpo adolescente.
Más tarde, a medida que
había ido creciendo, había empezado a fantasear con sus manos más que con sus
brazos; soñaba que aquellos dedos la acariciaban, excitándole de un modo que,
con solo imaginarlo en la soledad de su dormitorio, la hacía sonrojarse llena
de deseo.
El hecho de que se hubiera
duchado y cambiado de ropa la hizo sentir incómoda porque ella seguía llevando
la misma indumentaria con la que había viajado desde Río. Se había negado a
cambiarse para demostrarle lo poco que le importaba lo que pensara de ella o el
aspecto que tenía cuando estaba en su compañía. Sin embargo ahora lo único que
sentía era incomodidad.
—¿Estabas demasiado ocupada
para cambiarte? No te preocupes, estoy seguro de que Luigi lo entenderá—la
disculpó Gastón nada más verla.
—¿Le has dicho a Luigi que…
que nosotros?
—Le he dicho que íbamos a
ir a cenar —confirmó él—. Espero que te siga gustando la tarta de pera y
almendra y el helado de miel.
Sin querer fijarse en que
recordaba perfectamente su postre preferido, Rocío le dijo secamente:
—¿Y qué más le has dicho?
—Nada —respondió
encogiéndose de hombros.
Tuvo que preguntarse a sí
misma por qué en lugar de sentirse aliviada, lo que sentía era una especie de
rabia de que él no hubiera hecho público su reencuentro.
—Pues tendrás que decir
algo, ¿no? No podemos empezar de repente a vivir juntos como un matrimonio.
—Entonces tendremos que
decirle a la gente lo que quieren oír —respondió Gastón con naturalidad.
—¿Y qué es eso exactamente?
—Pues que ha habido un
acercamiento entre nosotros y hemos decidido darle una segunda oportunidad a
nuestro matrimonio.
—¿Una segunda oportunidad?
—la pregunta se le escapó de los labios y, en cuanto vio el modo en que la
miraba Gastón, se arrepintió de haberlo dicho.
—No creo que nadie piense
que no éramos amantes antes de casamos y, no sé por qué, pero me imagino que no
querrás que la gente sepa que sigues siendo virgen.
—No te hagas ilusiones de
que mi virginidad tenga nada que ver contigo —espetó Rocío ofendida—. El que yo
no… bueno, es asunto mío y, de nadie más.
Mientras ella hablaba
Gastón había comenzado a andar hacia la puerta y ella lo había seguido sin
pensar.
—Espera un momento —dijo él
justo antes de abrir la puerta y, acto seguido sacó una cajita del bolsillo del
pantalón—. Creo que te vendrá bien llevar esto —afirmó con extrema frialdad—.
Me he fijado que no llevas el original. Este no tiene la bendición de un cura,
y he tenido que adivinar el tamaño; espero haber acertado… no pensé que fueras
a estar tan delgada.
A Rocío le sorprendió ver
la similitud de aquel anillo con su verdadera alianza de boda, pero lo que hizo
que le diera un vuelco el corazón fue el otro objeto que había en la cajita,
algo que se había arrepentido todos aquellos años de haber dejado atrás: su
anillo de compromiso, en el que entonces Gastón había mandado engarzar los tres
diamantes que antes habían pertenecido al anillo de compromiso de su madre.
Aquellas piedras significaban tanto para ella que al verlas se le llenaron los
ojos de lágrimas.
—Mi anillo —dijo en un
susurro.
—A lo mejor te está grande
—respondió él tomando su mano entre las suyas.
Rocío no pudo hacer nada
para que su cuerpo entero no empezara a temblar y su mente no volviera al
momento en el que, cuatro años antes, Gastón le había puesto otro anillo. Y
recordó exactamente lo que había sentido entonces; la fuerza con la que había
deseado que aquel matrimonio significara para él algo más que un negocio.
Efectivamente el anillo le
estaba un poco grande, pensó con agitación mientras él lo deslizaba con
suavidad por su dedo. De pronto le resultaba increíblemente difícil respirar
con normalidad; tenía la sensación de que las costillas le oprimían los
pulmones. Notó que Gastón estaba mirándola. Y como si estuviera ocurriendo a
cámara lenta, vio cómo se disponía a besarle la mano al igual que había hecho
el día de su boda.
—No.
Retiró la mano asustada por
el nudo que se le había hecho en la garganta al predecir lo que aquel beso la
habría hecho sentir. Hacía cuatro años, cuando había hecho lo mismo en la
iglesia, todo su cuerpo había empezado a temblar llenándola de confusión;
entonces había sabido que debía hacerle aquella pregunta. Ahora no podía evitar
imaginar qué habría pasado si aquellas palabras nunca hubieran salido de su
boca… No, era mejor no torturarse pensando qué habría pasado si… Tenía muy
claro que no le habría gustado vivir en la ignorancia. No, así tampoco habría
sido feliz.
Sin darse la vuelta para
mirar a Gastón salió de la casa y se dejó embriagar por el aroma de las rosas
que flanqueaban la entrada. Aquellos rosales los había plantado su madre…
¡Dios! La casa entera estaba llena de recuerdos de tiempos felices. De repente
se encontró pensando en su futuro hijo, lo imaginó creciendo allí.
—Si has cambiado de
opinión, quizás no deberíamos…
Era obvio que Gastón
deseaba tener aquel niño a toda costa porque en sus palabras le había parecido
adivinar verdadera aprensión. A lo mejor era por eso por lo que no se había
casado con Lisa, porque no había querido tener un hijo con ella. Lo cierto era
que la mera posibilidad de que hubiera sido así llenó a Rocío de satisfacción.
—No has cambiado nada. Eso
sí, estás aún más guapa que nunca. ¡Bella, bellísima! —le dijo Luigi mientras
los acompañaba hasta su mesa.
—Pero Luigi, si no ha
cambiado, ¿cómo puede estar más guapa? —bromeó Gastón.
—Porque antes era una
chiquilla muy guapa —empezó a explicar el dueño del restaurante sin dejarse
intimidar—, pero ahora —continuó mirando a Rocío con admiración— ¡Ahora es una
mujer hermosísima! Y tú tienes mucha suerte de tener una esposa tan espléndida.
Parecía que Luigi recordaba
perfectamente que estaban casados.
—Menos mal que no se le
quedó el aspecto que tenía después de una de tus lecciones de comer espaguetis —a
pesar de que su voz era seria, en los ojos de Gastón al mirar a Rocío había un
brillo tan sorprendente que ella fue incapaz de dejar de mirarlos durante
varios segundos. Aquel rostro guardaba un peligroso parecido con el del joven
que recordaba de su adolescencia: los mismos ojos llenos de brillo burlón, la
misma boca siempre a punto de sonreír. Además aquel siempre había sido el
restaurante preferido de Rocío, un lugar que asociaba con muchos momentos
felices de su vida.
—Os he guardado una mesa
muy especial les dijo mientras cruzaban el comedor abarrotado de gente hasta
llegar a su mesa de siempre, que también había sido la preferida del señor
Atkins.
me encsnta!!! espero el proximo!
ResponderEliminarme encanto... espero el proximo
ResponderEliminarque pasó con la nove? cuando subes otro cap?
ResponderEliminaresta buenisimaaa