—Perdiste a uno de tus hombres— comentó Gastón.
—¿De veras?
—Llegará
enseguida con el equipaje. Tendrán que desatarlo.
—Lo siento.— Nicolas rió—. Ayer me impacienté un poco.
—Me lo
había imaginado. ¿Qué diablos haces cabalgando con Leroy a la zaga? No es tu
estilo.
—Llevaba
toda la semana cerca esperando trabajo y poniendo nerviosos a algunos de los
hombres— aclaró Nicolas mientras se encogía de hombros—. Imaginé
que lo enviaba a perder el tiempo, que aparecería por aquí antes de que él te
encontrara, y que se marcharía. No me imaginaba que te entorpecerías el viaje
con carruajes y tardarías un día más en llegar.
—Yo tampoco
me lo imaginaba, pero una de las muchachas se negó a viajar del modo normal.
—¿La
ruidosa?
Gastón puso mala cara. Seguro que Nicolas había oído los chillidos que había soltado fuera de la casa. Eugenia había gritado tanto que debían de haberse enterado hasta en el barracón.
Empezó a dar explicaciones, aunque
no sabía muy bien por qué.
—Tenía
problemas con el viaje desde el primer día. No quería venir aquí y detesta
viajar. Pero su actitud mejorará ahora que el viaje ha terminado.
—No te
engañes, muchacho. Es quisquillosa por naturaleza, y como he visto pocas. Puede
que también muy malcriada. Muy bonita, eso sí. Supongo que captó tu interés.
—Un poco—
admitió Gatón.
—¿En serio?
—Aún no.
—Bien—
gruñó Nicolas—. Las quisquillosas no dejan de serlo.
—Ya te he
dicho por qué está creando problemas. Aunque no es asunto tuyo. ¿Desde cuándo
eres un experto en quisquillosas?
—Desde que
pasé dos meses con la madre de Daniella— murmuró Nicolas.
Gastón soltó una carcajada. No pudo
evitarlo. La mirada vacía de Daniella era reflejo de su cabeza, pero su madre
había estado de cháchara ininterrumpida las pocas veces que había coincidido
con ella, algo que debió de empeorar mucho después de irse él.
Pasado un momento Nicolas sonrió,
pero sólo un instante. Como todavía no habían solucionado las cosas, no iba a
relajarse demasiado. De hecho, sacó por fin el tema que ambos esperaban.
—¿Estás
preparado para volver a casa, hijo?
—¿Estás
preparado para admitir que con quien yo me case no es cosa tuya?
—¿Podemos
hablar de ello por lo menos?
—Ya lo
hicimos. Yo hablé. Tú no escuchaste— le recordó Gastón.
—No diste
ninguna oportunidad a Daniella— se apresuró a indicar Nicolas.
—No tardé
ni cinco minutos en saber que no quería tener nada que ver con ella.
—Pero es
bonita— se quejó Nicolas.
—Entonces
cásate tú con ella.
—Ni loco.
—¿Por qué
no? Es bonita— le devolvió Gastón el razonamiento.
—Es
demasiado joven para mí— comentó Nicolas.
—Y es
demasiado tonta para mí. ¿Podemos decir entonces que ninguno de los dos quiere
que entre en la familia y dejar el tema? ¿O todavía está en el rancho?—
preguntó Gastón con el ceño fruncido—. Porque si todavía está en el
rancho.
—Ya no—
le interrumpió Nicolas—. Se fue a casa el mes pasado. Te habría esperado
indefinidamente, porque la idea de casarse contigo le gustaba de verdad, pero
su padre consideró que tu ausencia era insultante y vino a buscarlas. Y ya era
hora. Su madre me estaba volviendo loco.
—Supongo
que entonces puedo volver a casa en cuanto resuelva las cosas aquí.— Gastón sonrió.
—Ya te lo
dije, enviaré a...
—Terminaré
lo que empecé— le interrumpió Gastón.
—Espero que
no quiera quedarte para cortejar a la quisquillosa— reflexionó Nicolas con el ceño fruncido.
A Gastón le molestó
que su padre llamara así a Eugenia, cuando apenas la conocía.
—Aclaremos
por lo menos una cosa. Estaría bien que aprobaran con quién me caso, pero no es
necesario.
—Si desea
que tu mujer viva bajo mi techo— gruñó Nicolas con agresividad—,
supongo que puedo dar mi opinión al respecto.
—¿Quién
dice que vayamos a vivir bajo tu techo?— replicó Gastón—.
Podríamos, pero también podría construir nuestra propia casa a mi mujer y así
no tendrías que tratarla.
Nicolas reflexionó un segundo sobre
la idea y rió.
—Estaría
bien. Sí, estaría muy bien. De acuerdo, hijo, si no vas a duplicar mi imperio,
por lo menos dame muchos nietos que puedan hacerlo.
—Cuando me
decida a ello. Pero basta de empujarme y basta de buscarme prometida. ¿Trato
hecho?
—Maldita
sea— exclamó Nicolas con una sonrisa enorme a la vez que le daba una
palmada en la espalda—, qué bueno es tenerte en casa.
Gastón era consciente de que no le había contestado.
A su padre le gustaba tener rutas de escape. Pero tenía razón. Era bueno estar
en casa, y otra vez en buenas relaciones
con su padre.

No hay comentarios:
Publicar un comentario