Amanda se dedicó entonces a atender a sus
admiradores en el comedor. Estaba de lo más encantadora, lo que significaba que
había decidido cautivar a todos lo hombres presentes, incluido el padre de Gastón. Seguro que le parecería divertido que padre e hijo pelearan por ella.
Pero
le aguardaba una sorpresa. Puede que Nicolas admirara su belleza un momento, sin
embargo, no pasó mucho rato antes de que fuera evidente que le interesaba más
la comida que una mocosa lo bastante joven como para ser su hija.
Rocío estaba cerca de él y le oyó susurrar a Gimena:
—¿Te enfadarías si sobornara a tu
cocinera para que se fuera a trabajar a mi casa, Gimena?
—Ya lo creo que sí.
—Ayer por la noche creí que había
tenido suerte.— Frunció el ceño, aunque era obvio que estaba bromeando—.
Pero hoy ya no puedo negarlo: pocas veces he comido mejor. ¿Seguro que te
enfadarías?.
— No le puedes robar la cocinera
a una mujer, sobre todo cuando esa mujer no sabe cocinar.
— Entonces supongo que tendré que
venir aquí más a menudo —comentó tras una carcajada al oír su
advertencia—. Espero que no te importe la compañía.
— En absoluto. Puedes venir
siempre que quieras.
Rocío se percató del rubor de su tía más o menos a la vez que comprendió que Stuart
le gustaba. No sabía si él sería consciente de ello o no. Los signos eran
sutiles, pero ahí estaban: el rubor de su tía cuando no se había dicho nada que
lo provocara, las miradas encubiertas cuando creía que nadie la veía.
Dios
mío, Rocío esperaba que lo que sentía por Gastón no fuera tan evidente. Puede
que lo fuera, pero como nadie le prestaba atención, nadie, excepto Esperanza,
podría averiguarlo. Ella también se sonrojaba a menudo y sin motivo alguno,
salvo por el hecho de que estaba sentada junto a Gastón a la mesa.
Las
rodillas les chocaban. Se daban codazos. Rocío susurró disculpas cada vez,
incluso cuando no era culpa suya. Pero él no parecía oírla de lo muy ocupado
que estaba escuchando cada palabra que salía de los labios de Eugenia. Le pisó
un pie aposta. Con fuerza. Gastón ni siquiera se dio cuenta de eso.
Cuando
se servía el postre, Gastón le dijo en un aparte:
—Si no supiera la poca
coordinación que tiene, creería que me estaba atacando. ¿Por qué rayos se pone
colorada? Sólo quería provocarla un poco.
Los
hombres no la provocaban. No era la clase de mujer a la que nadie se sintiera
cómoda provocando. Y, además, le había estado atacando porque era evidente que
estaba haciendo el ridículo respecto a Eugenia.
Se
ahorró la contestación porque Eugenia se percató de que había perdido la
atención de Gastón un momento y, como de costumbre, le dirigió el comentario
siguiente para recuperarla. Algo que molestó mucho a Peter, que había
intentado captar la atención de Eugenia en exclusiva. A él sí lo había
conquistado.
Peter había hablado de su cantina. A Rocío el nombre le pareció extraño y se lo
mencionó a Gimena, que estaba sentada a su izquierda.
—¿Lo he oído bien? ¿Su local se
llama de verdad "Not Here"?
—Sí— respondió Gimena.
—Pero eso significa “aquí no”.
¿No te parece un nombre extraño para una cantina?
—No más que otros. Aquí cuando se
trata de poner nombres a las cosas, cuando más estrambótico mejor parece la
idea.
—Ahora que lo dices—
admitió Rocío—, supongo que he visto unos cuantos letreros más extraños
aún durante el viaje, tanto que no podía imaginar qué clase de negocio
anunciaban.
—En este caso —asintió Gimena—, se había llamado No Tea Here. Descriptivo, al indicar que nos
se servía té, aunque nada extraordinario. Creo que el viejo Evans sólo quería
asegurarse de que los clientes no se confundieran sobre la clase de local que
regentaba. Pero con los años una o dos letras se gastaron, la E y la A para ser
exactos, y cuando pasó un pintor por el pueblo y recibió el encargo de pintar
el letrero de nuevo, bebió demasiado antes de empezar a trabajar, y se marchó
antes de que el señor Evans viera la obra terminada. Pero colgó el letrero
nuevo de todas formas hasta poder encontrar a otro pintor.
—Lo que no ocurrió nunca —concluyó Rocío.
—Oh, pasaron más pintores por el
pueblo. Uno de ellos hasta se estableció en él y sigue aquí. Sin embargo, para
entonces la gente se había acostumbrado a Not Here. Resulta que incluso hay una
lápida en el cementerio a nombre de un tal Andy con una alusión bastante
divertida al Not Here. Habría sido una lástima cambiarlo después de que hubiera
un consenso tan general.
—Sí, eso inmortalizaría el
nombre, ¿verdad? —sonrió Rocío.
—No es que nadie supiera quien
era Andy —comentó Gastón desde el otro lado—. Sólo era un
desgraciado que iba de paso y se murió en la cantina cuando acababan de colgar
el nuevo letrero. Entonces, al viejo Evans le tomaban el pelo por lo del
nombre, y el marmolista local decidió sumarse a la broma con esa inscripción.
Rocío volvió a sonrojarse. ¿Estaba escuchando su conversación en lugar de la de Eugenia?
En realidad, no era tan extraño si se paraba a pensarlo. Amanda podía embelesar
a los hombres, pero lo hacía con su belleza, no con una personalidad brillante
o una conversación interesante. Su conversación solía enseguida volverse
aburrida ya que se centraba en sí misma.

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