Rocío recibió el nuevo día con una agradable sensación de optimismo.
El sol brillaba con fuerza. Hasta el dormitorio le llegaba el olor a panecillos
recién hechos. Le gustaba la casa donde iba a vivir y la habitación que se le
había asignado. Era bastante grande, con muchas ventanas que ofrecían brisas
suaves, y se hallaba en una esquina, con un lado que daba al barracón, a la
cuadra y al jardín trasero de la casa, y el otro con una vista clara y
panorámica hasta donde alcanzaba la vista.
Si
encontraba los útiles correspondientes en Trenton, podría volver a pintar.
Había espacio para un caballete, y mucha luz. Había abandonado ese pasatiempo
placentero hacía varios años, cuando quiso colgar su mejor cuadro en el salón y
su padre se había reído de la idea, para empezar después a menospreciar su
talento, igual que Eugenia. No había vuelto a tomar un pincel.
Pero
ahora sólo estaba su hermana para burlarse de sus intentos y esperaba que no
fuera así por mucho más tiempo. Tanto si Eugenia lograba lo que deseaba y podía
regresar a casa con el consentimiento de Gimena para casarse con quien
quisiera, como si aceptaba la primera propuesta de matrimonio que recibiera y
arrastraba a su marido a casa con ella, Rocío sospechaba que sería pronto, ya
que Eugenia no perdía el tiempo una vez había decidido algo. Lo que explicaba
gran parte de su optimismo.
Rocío sabía que se acercaba el momento de dejar de alterar su aspecto natural y de
empezar a llevar una vida normal. Eso era motivo de entusiasmo. Estaba muy
cansada de aparentar, y de tener que insultar a los hombres para que la
esquivaran. Había quemado todas las naves en casa y conseguido que todos los
buenos partidos la despreciaran. Pero ahora podría empezar desde cero, si Eugenia se marchaba lo antes posible.
Allí
sólo había un hombre que la despreciara hasta entonces, y esperaba poder
mantenerlo así. Era una lástima que resultara ser el único hombre que le había
acelerado el pulso en toda su vida. Sin embargo, el resto de su optimismo
guardaba relación con él. Podría entenderlo si se lo explicaba todo. Podrían
empezar de nuevo, sin más pretensiones de por medio, siempre que Eugenia no
decidiera usarlo como medio para volver a casa.
Que
estuviera entonces fascinado por Eugenia no era el escollo gigantesco que
parecía. La mayoría de los hombres jóvenes lo estaban hasta que se mostraba tal
como era en realidad. Gastón no parecía haber sucumbido aún por completo al
hechizo de Eugenia, ya que había podido prestarle atención a ella dos veces
durante la cena de la noche anterior. Incluso la había provocado, o eso había
dicho. Así que tal vez no había logrado que la despreciara del todo.
Todo
ello pensaba Rocío mientras se vestía para bajar, y no eran sino esperanzas
pero, aun así, se sentía muy optimista. De hecho no podía recordar la última
vez que había estado de tan buen humor.
Puede
que hubiera estado más preocupada por su recibimiento de lo que había creído.
Después de todo, Gimena era hermana de Mortimer. Podría haber sido como él.
Pero no lo era. En absoluto. Y todos los temores de Rocío se habían
desvanecido con la calurosa acogida que había recibido.
El gran comedor estaba vacío cuando llegó.
Encontró la cocina, pero en ella sólo halló a Consuela, la cocinera: una mujer
corpulenta de mediana edad a la que evidentemente le gustaba comer lo que
cocinaba. Consuela era de ascendencia mexicana, pero había nacido y se había
criado en Tejas, así que tenía el mismo acento perezoso que Rocío había estado
oyendo desde su llegada.
Consuela
puso a Rocío un plato lleno de comida en las manos sin el menor comentario;
más comida de la que podía tomar de una solo sentada. Aun así, se sentó a la
mesa de trabajo y procuró comerse buena parte.
—¿Llego tarde?
—Depende de lo que piense hacer —contestó
la cocinera encogiéndose de hombros—. Si quiere desayunar con Gimena,
tendrá que levantarse al amanecer. Aquí la jornada empieza pronto; estamos en
un rancho de trabajo. Pero no tenemos horarios para las comidas. Sirvo a Gimena cuando se levanta y cuando viene hacia mediodía, si viene. No lo hace siempre.
Y de nuevo al anochecer. Hay comida disponible en cualquier momento del día,
así que venga a servirse cuando le apetezca.
La
mujer parecía un poco avergonzada tras decir todo aquello. Rocío supuso que no
estaría acostumbrada a hablar tanto, o a que otra persona, a parte de Gimena o de su hija Rita, le invadiera la cocina.
—Gracias —Rocío sonrió—.
Trataré de levantarme antes para poder desayunar con mi tía. Creo que eso me
gustará.
La
mujer le devolvió la sonrisa. Rocío tuvo la sensación de haber dicho lo
correcto y de que acababan de aceptarla como miembro de la casa.

amo la novela!! pero neesito algo gastochi!jajajajja
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