miércoles, 19 de diciembre de 2012

Un Hombre para Mi... Capitulo 27






Rocío recibió el nuevo día con una agradable sensación de optimismo. El sol brillaba con fuerza. Hasta el dormitorio le llegaba el olor a panecillos recién hechos. Le gustaba la casa donde iba a vivir y la habitación que se le había asignado. Era bastante grande, con muchas ventanas que ofrecían brisas suaves, y se hallaba en una esquina, con un lado que daba al barracón, a la cuadra y al jardín trasero de la casa, y el otro con una vista clara y panorámica hasta donde alcanzaba la vista.

            Si encontraba los útiles correspondientes en Trenton, podría volver a pintar. Había espacio para un caballete, y mucha luz. Había abandonado ese pasatiempo placentero hacía varios años, cuando quiso colgar su mejor cuadro en el salón y su padre se había reído de la idea, para empezar después a menospreciar su talento, igual que Eugenia. No había vuelto a tomar un pincel.
            Pero ahora sólo estaba su hermana para burlarse de sus intentos y esperaba que no fuera así por mucho más tiempo. Tanto si Eugenia lograba lo que deseaba y podía regresar a casa con el consentimiento de Gimena para casarse con quien quisiera, como si aceptaba la primera propuesta de matrimonio que recibiera y arrastraba a su marido a casa con ella, Rocío sospechaba que sería pronto, ya que Eugenia no perdía el tiempo una vez había decidido algo. Lo que explicaba gran parte de su optimismo.
            Rocío sabía que se acercaba el momento de dejar de alterar su aspecto natural y de empezar a llevar una vida normal. Eso era motivo de entusiasmo. Estaba muy cansada de aparentar, y de tener que insultar a los hombres para que la esquivaran. Había quemado todas las naves en casa y conseguido que todos los buenos partidos la despreciaran. Pero ahora podría empezar desde cero, si Eugenia se marchaba lo antes posible.
            Allí sólo había un hombre que la despreciara hasta entonces, y esperaba poder mantenerlo así. Era una lástima que resultara ser el único hombre que le había acelerado el pulso en toda su vida. Sin embargo, el resto de su optimismo guardaba relación con él. Podría entenderlo si se lo explicaba todo. Podrían empezar de nuevo, sin más pretensiones de por medio, siempre que Eugenia no decidiera usarlo como medio para volver a casa.
            Que estuviera entonces fascinado por Eugenia no era el escollo gigantesco que parecía. La mayoría de los hombres jóvenes lo estaban hasta que se mostraba tal como era en realidad. Gastón no parecía haber sucumbido aún por completo al hechizo de Eugenia, ya que había podido prestarle atención a ella dos veces durante la cena de la noche anterior. Incluso la había provocado, o eso había dicho. Así que tal vez no había logrado que la despreciara del todo.
            Todo ello pensaba Rocío mientras se vestía para bajar, y no eran sino esperanzas pero, aun así, se sentía muy optimista. De hecho no podía recordar la última vez que había estado de tan buen humor.
            Puede que hubiera estado más preocupada por su recibimiento de lo que había creído. Después de todo, Gimena era hermana de Mortimer. Podría haber sido como él. Pero no lo era. En absoluto. Y todos los temores de Rocío se habían desvanecido con la calurosa acogida que había recibido.

 El gran comedor estaba vacío cuando llegó. Encontró la cocina, pero en ella sólo halló a Consuela, la cocinera: una mujer corpulenta de mediana edad a la que evidentemente le gustaba comer lo que cocinaba. Consuela era de ascendencia mexicana, pero había nacido y se había criado en Tejas, así que tenía el mismo acento perezoso que Rocío había estado oyendo desde su llegada.
            Consuela puso a Rocío un plato lleno de comida en las manos sin el menor comentario; más comida de la que podía tomar de una solo sentada. Aun así, se sentó a la mesa de trabajo y procuró comerse buena parte.
            —¿Llego tarde?
            —Depende de lo que piense hacer contestó la cocinera encogiéndose de hombros. Si quiere desayunar con Gimena, tendrá que levantarse al amanecer. Aquí la jornada empieza pronto; estamos en un rancho de trabajo. Pero no tenemos horarios para las comidas. Sirvo a Gimena cuando se levanta y cuando viene hacia mediodía, si viene. No lo hace siempre. Y de nuevo al anochecer. Hay comida disponible en cualquier momento del día, así que venga a servirse cuando le apetezca.
            La mujer parecía un poco avergonzada tras decir todo aquello. Rocío supuso que no estaría acostumbrada a hablar tanto, o a que otra persona, a parte de Gimena o de su hija Rita, le invadiera la cocina.
            —Gracias Rocío sonrió. Trataré de levantarme antes para poder desayunar con mi tía. Creo que eso me gustará.
            La mujer le devolvió la sonrisa. Rocío tuvo la sensación de haber dicho lo correcto y de que acababan de aceptarla como miembro de la casa.

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