¿Por
qué había malinterpretado una demostración de afecto amistoso entre dos personas?
Tal vez porque no le habían enseñado a demostrar sus emociones, sino a
mantenerlas inhibidas. Rocío se quedó pensativa mientras comía lentamente la
ensalada.
-
Te comportas como si fuera invisible para ti. Cuando haces eso me dan ganas de romper
cosas y gritar – dijo Gastón.
-
Es infantil...
Gastón
se encogió de hombros.
-
Hay un niño en cada uno de nosotros.
Rocío
se quedó asombrada ante su contestación. No le había molestado aceptar su parte
infantil. Gastón era una caja de sorpresas.
-
¿Por qué no me dejas marchar?
-
Eres mi esposa.
-
No soy suficientemente buena para el papel.
-
El certificado aun está por ahí – le recordó secamente él.
-
Pero mi padre está muerto... Tal vez lo destruyó.
-
No destruyó nada. Y Max era muy listo. Puede que lo desprecie, pero debo
reconocerlo. ¿Quién sabe qué habrá podido planear? Ante la posibilidad de que
nos separásemos, seguramente alguien en alguna parte esté autorizado para usar
ese certificado para hacerle daño a mi familia...
-
¡No seas paranoico! – murmuró Rocío. Le empezaba a doler la cabeza.
-
No es un riesgo que quiera asumir. Para él, hasta su muerte, tu estabas
contenta con ser mi esposa. Y seguramente se aseguró que lo pagase si se me
ocurría divorciarme de ti.
De
todas las razones que había imaginado para que Gastón quisiera seguir unido a
ella, la de que estuviera obligado a estar con ella eternamente era la peor. Y
tal vez si no fuese porque ya estaba acostumbrado a esa condena, hasta se
podría haber planteado que un accidente de ella podría liberarlo.
-
Te has puesto pálida.
-
Me duele la cabeza.
Recordaba
la furia con que había ido a buscarla al hotel. Y se daba cuenta de que no
tenía nada que ver con sentimientos personales. Simplemente no podía dejar que
lo abandonase.
Ahora
se daba cuenta de la verdadera dimensión de los hechos. Comprendía la rabia y
el desasosiego que habría sentido él los primeros tiempos de su matrimonio. Y
lo que habría deseado que ella enamorase de otra persona en vida de su padre,
para que lo dejara libre. Por eso la había acusado de ser estúpidamente fiel,
obcecadamente fiel
Rocío
quiso retirar la bandeja. Gastón se inclinó para ayudarla.
-
¡Puedo sola! – dijo desencajada, pero él ignoró sus palabras.
Una
vez que se acomodó nuevamente en la cama, se tapó con la sábana y se puso boca
abajo, incapaz de mirarlo siquiera.
Se
sentía sin una pizca de orgullo, sin un ápice de vanidad. En unos minutos,
Gastón había dado vuelta a todo. ¿Qué derecho tenía a pedirle la libertad? Le
gustase o no, había sido su capricho por Gastón lo que lo había llevado a es
situación. Ni siquiera Max la habría empujado a casarse con un hombre al que no
amaba ni deseaba.
-
Estarás más cómoda sin esa bata.
Rocío
se puso tensa. Por un momento se había olvidado de que él estaba aún en la
habitación.
-
Da igual.
-
Necesitas descansar, dormir una noche de un tirón.
-
De pronto sintió unas manos que le bajaban la bata, levantaban la sábana, y
hacían caer la prenda. Luego volvían a poner la sábana en su sitio.
Gastón
suspiró.
-
Ésta es mi habitación. ¿Te importaría si me traslado nuevamente aquí?
-
Ya me voy – dijo Rocío disponiéndose a levantarse.
-
Quiero que te quedes.
-
¡Oh! – contestó débilmente.
No
encontraba ninguna excusa para negarle que durmiera en su propia cama. La
amargura y resentimiento, y la decisión de abandonarlo se habían hecho añicos,
pero, sin embargo, ella seguía en medio del terremoto, buscando
desesperadamente una excusa para no compartir la cama con él.
Ahora
comprendía la razón del cambio de actitud de Gastón. Ese día en París había
sabido que su libertad era imposible sin el certificado en sus manos. Y se
había enfrentado a los hechos: si no podía lograr ser libre, intentaría hacer
su prisión lo más llevadera posible. Si no podía casarse con otra mujer...
debía encontrar algo positivo en la que ya tenía.
De
pronto, Rocío se sintió sin defensas. Ella era la culpable de esa situación.
Primero había sido un hombre que había demostrado estar muy interesado en ella,
pero luego había tenido una actitud distante y fría en los siguientes
encuentros antes de la boda, que a decir verdad habían sido dos. Pero no se lo
había imaginado. Estaba loca por él, y se había dicho que serían los negocios
que lo preocupaban.
Un
ruido la sacó de sus pensamientos. Entonces vio a Gastón desvistiéndose. Rocío
cerró los ojos, pero escuchaba todos los ruidos, como el del agua de la ducha
corriendo. Debía ser un ruido normal en la vida de cualquier mujer casada,
menos para ella. Se imaginó el panorama. Toallas húmedas arrojadas a un
costado, y todo en desorden.
Una
vez había estado en la parte de la casa que habitaba Gastón, después de haberse
ido él por la mañana, y lo había visto con sus propios ojos. Y había tenido la
terrible sensación de que no podían vivir más separados dentro de su
matrimonio.
Siempre
se había sentido como una extraña en su casa. Jamás había movido un mueble, ni
puesto de ninguna manera su firma en algún detalle de la casa.
Aquel
día que vio su baño había sido el comienzo de su alejamiento de Gastón. Hoy, en
cambio, era el día del quebrantamiento de aquel dispositivo para defenderse.
De
pronto lo oyó cantar en la ducha. Parecía tan contento...
Al
levantar la vista lo vio al lado de la cama, mirándola.
-
Vete a dormir – le dijo.
Rocío
cerró los ojos. Oyó el suave ruido de la toalla caer de su dorado cuerpo. El
colchón se hundió levemente, la sábana se movió y entonces se apagó la luz.
No
hubo más que silencio. Rocío estaba echada, quieta como un cadáver, pero más
despierta que nunca sabiendo que iba a dormir con Gastón desnudo a un palmo de
ella.

No te la puedo. No entiendo a Gaston, enserio. Y Rochi sacando conclusiones, para colmo esto ahora. Y se quedo a dormir en la misma cama, sospechoso ajshgasgasgahsghas. Quiero ver que onda estos dos.
ResponderEliminar@claudiarivero1 y ahora qu onda comparten cama raro rochi y sus concluciones me mata se ase mucho la cabeza que lo conquiste de alguna manera y el que cambie su actitud jdffhfnnfmdkdsks son dos divinos
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