jueves, 3 de enero de 2013

Antes Y Despues De Odiarte capitulo 43


Aún le temblaba el corazón cuando entró en casa, cerró la puerta y apoyó en ella la espalda. Hacía unos minutos que, sobre el puente, y tras asegurarse de que nadie le veía, había desgarrado el paquete para que el polvo blanco se esparciera al aire y acabara disuelto en las aguas del río. Pero ni siquiera después de eso se había sentido tranquilo.
La oscuridad de la noche se había colado por las ventanas. Un pálido resplandor se filtraba por la puerta entreabierta de la cocina aportando un poco de claridad al pasillo. Escuchó murmullo de voces, y, casi al instante, vio salir a Peter y acercársele con gesto de preocupación.
—¿Estás bien? le preguntó sin molestarse en encender ninguna luz.
No estoy seguro. Cogió aliento y se soltó la parka, necesitado de espacio para respirar.
Ya que lo has hecho, espero que al menos hayas llegado a tiempo.
Gaston asintió con los ojos fijos en la entrada a la cocina.
—¿Cómo está Lali? preguntó, pesaroso de haber reaccionado de forma tan incontrolada con ella.
Todo lo bien que se puede estar después de lo ocurrido. Gaston frunció los labios con impotencia. No la culpes. Lo ha hecho porque te ama, como el resto de las cosas que ha hecho por ti.
No podría culparla aunque quisiera reconoció introduciendo las manos en los estrechos bolsillos de sus vaqueros. Le debo demasiado.
—¿Por qué no lo dijiste? reprochó al tiempo que se atusaba la perilla y le miraba fijamente a los ojos. Si habías decidido que ya no joderías a esa, ¿por qué no lo dijiste? insistió—. Lali no habría hecho esto y todos nos habríamos ahorrado una buena dosis de sufrimiento.
Gaston cerró los párpados y echó la cabeza hacia atrás hasta apoyarla en la puerta.
He estado a punto de perderla musitó sin fuerzas. Ayer por la noche, al recuperarla, decidí que ningún estúpido odio volvería a alejarme de ella. No compensa reveló, derrotado. ¡Mi rencor resulta tan insignificante al lado del amor inmenso que siento por ella, que nada me compensaría perderla!
—¿Y por qué no estás diciéndoselo en este momento?
Tenía que alejarme de la tienda, deshacerme del paquete, dejar pasar el tiempo por si aparecía la Ertzaintza... Y además tengo miedo admitió con ojos brillantes. Hoy mismo pensaba hablarle con sinceridad de lo que siento. Después iba a confesarle lo que en mi ceguera he estado a punto de hacer. Pero ya es tarde. Ahora ya lo sabe, y se ha enterado de la peor manera. Inspiró a la vez que se frotaba el espacio entre los ojos. Tengo miedo de haberlo estropeado todo, de que no quiera saber más de mí. Lo que he intentado hacerle es grave, muy grave, sobre todo si ignora que antes de causarle algún daño a ella me lo haría a mí mismo.
Peter le apoyó la mano en el hombro, en su particular modo de infundir ánimos, y oprimió ligeramente.
No esperes más para saber cómo están las cosas. Ve y cuéntaselo todo.
Pero... tengo que hablar con Lali.
Ella no necesita explicaciones, sino tiempo para aceptar lo que ya sabe dijo dispuesto a no dejarle llegar hasta ella aunque insistiera. Sal y arregla tu vida con quien debes hacerlo.
Gaston resopló con fuerza. Comprendió que era Lali quien no quería verle en ese momento, y entendió sus motivos.
Deséame suerte pidió separándose de la puerta.
Peter tiró de él, le pegó contra sí y ambos se unieron en un fuerte y emocionado abrazo. Pero todos los buenos deseos, compartidos sin que de sus bocas saliera palabra alguna, no lograron tranquilizarle. Tenía un mal presentimiento oprimiéndole la mente y el corazón.
El cerebro de Rocio era un hervidero de preocupación y malos pensamientos. Si había tenido alguna duda sobre el contenido del paquete, esta desapareció al ver llegar a la Ertzaintza y tomar la tienda con un desproporcionado alarde de medios. Había dado la mano a Mery durante todo el tiempo que duró el registro, sorprendida y angustiada. Después, cuando se quedaron a solas, le costó tranquilizarla. Le había asegurado que Gaston tendría una buena explicación, pero sabía que no era cierto. Había sido una solución momentánea para que dejara de preguntar, una pobre manera de retrasar la dolorosa verdad. Porque ya no podría seguir ocultándole su pasado delictivo.
Había llegado a casa con la esperanza de encontrarlo en cualquier esquina, en los jardines, en el portal. Había esperado que apareciera de entre las sombras y la abrazara para calmarle ese temblor del que no podía deshacerse, para que le susurrara al oído que todo estaba bien. Eso era todo cuanto necesitaba. Ninguna aclaración, ninguna promesa. Tan solo amor y un poco de consuelo.
No recordaba cuántas veces le había llamado por teléfono durante los últimos minutos, pero no se dejó vencer por el desánimo. Siguió insistiendo, segura de que en algún momento tenía que responder. Una vez más pulsaba el botón de rellamada cuando el sonido del timbre la sobresaltó. Soltó el teléfono sobre la mesa de la cocina y se lanzó hacia la puerta.
Suspiró decepcionada al encontrarse con el comisario, agitado y con la preocupación reflejada en el rostro. Aturdida, se dejó confortar por su largo y cálido abrazo. Inmóvil junto a su pecho, advirtió la angustia con la que le latía el corazón y la tensión que le endurecía los músculos.
—¿Qué ha pasado? preguntó en cuanto halló fuerzas para soltarla.
Una simple anécdota dijo ella mientras le daba la espalda y avanzaba por el pasillo. Necesitaba que la visita acabara antes de la llegada de Gaston. ¡Alguien facilitó a la Ertzaintza una información equivocada! exclamó tratando inútilmente que sonara divertido.
Él la tomó por el brazo y la obligó a volverse.
No es lo que me han contado. Escrutó sus ojos con detenimiento. No encontraron nada, pero el perro olfateó algo.
Rocio recordó la angustia que había sentido al ver al pastor alemán señalar el lugar del que Gaston había sacado el paquete. Volvió a temblar aparatosamente y se cruzó de brazos para controlarlo.
No sé de qué te sorprendes, Pablo. ¿Cuántas veces ha recibido tu unidad confidencias erróneas? ¿Cuántas veces habéis salido a buscar algo que no existía?
Él apoyó el brazo en la pared y afiló la mirada.
—¿Y precisamente ocurre en tu tienda, donde ese delincuente está metido día sí y día también? preguntó con desconfianza. ¿De qué quieres convencerme? Los dos sabemos que te está utilizando de nuevo. Y esta vez está yendo más lejos haciendo que le guardes la mercancía. Solo Dios sabe qué te tiene preparado para más adelante.
Por favor, Pablo. No hagamos un drama de esto. Quien te haya informado con tanta rapidez también te habrá dicho que no había nada en la tienda, absolutamente nada. Solo fue una desafortunada operación más.
Trató de reanudar el camino a la cocina, pero él volvió a sujetarla.
No eres tan ingenua como quieres aparentar. Acercó el rostro como si pretendiera leer en sus ojos. ¿Qué te da ese cabrón para que se lo perdones todo? preguntó consumido por unos irracionales celos.
No me gustan tu tono ni tus formas, Pablo exclamó apartándose. Si vas a continuar así te pido que te marches y me dejes sola.
Es lógico que me pregunte qué te da insistió bloqueándole el paso. Te juro que me encantaría saberlo. Llevo años tratando de llegar a ti, y aparece un vulgar maleante del que no deberías fiarte y pierdes la cabeza por él chasqueó los labios con impaciencia. Sí, Rocio, sí susurró áspero. Me pregunto una y mil veces qué es lo que ese tipo te da.
Ella le aguantó la mirada, apenada por él, inquieta por Gaston.
No es el delincuente que imaginas.
No imagino, Rocio. Me baso en pruebas, en un juicio, en una sentencia. Y ahora también en lo que acaba de pasar razonó intentando convencerla. Te está utilizando, está haciendo que le guardes la mercancía. Te va a implicar acusó sin apartar la vista. Te va a implicar en toda su mierda y esta vez ni siquiera yo voy a poder ayudarte.
Te repito que Gaston no ha tenido nada que ver con lo ocurrido dijo con rotundidad. Está limpio.
—¿Cuántas veces me dijiste eso mismo antes de que le pilláramos? ¡Despierta, Rocio! pidió sujetándola por ambos brazos. La gente como él no cambia nunca y los que están a su lado pagan las consecuencias. Apártate de él de una vez para siempre.
Rocio dio unos pasos atrás para que la soltara. Las lágrimas amenazaban con desatarse y no quería que la viera llorar. Mostrar debilidad era como aceptar que él tenía razón, y ella nunca haría eso.
Quiero estar sola, por favor dijo presintiendo que Gaston no tardaría en aparecer. No lo tomes a mal, pero quiero que te vayas y me dejes sola.
Lo haré aceptó encogiendo los hombros. Te dejaré sola si es lo que quieres, pero antes tengo que comprobar algo. Miró alrededor como si lo viera todo por primera vez. Ese cabrón ha escondido mercancía también aquí aseguró encaminándose con prisa hacia la habitación.
—¿Qué estás haciendo? preguntó, alarmada y furiosa.
Solo será un momento. No revolveré nada dijo sin detenerse. Dame unos minutos y la encontraré. Tengo buen olfato para esto.
Aterrada, fue tras él, le adelantó y se plantó ante la puerta.
No quiero que busques porque no hay nada advirtió colocando las manos a ambos lados del umbral. Quiero que te vayas y me dejes en paz.
Me quedaré más tranquilo si yo mismo lo compruebo le rozó la mano con intención de apartarla.
No vas a hacerlo a no ser que traigas una orden de registro advirtió desafiándole con la mirada.
Él frunció el ceño, dolido.
Por lo que veo, tu confianza en él no es tan firme como pretendes hacerme creer opinó con sarcasmo. Sabes que te utiliza, lo sabes, y a pesar de eso no haces nada por evitarlo. Trató de mantener el control, pero su rabia fue más poderosa. Al final va a resultar que es cierto; que ese desgraciado sabe cómo mantener satisfecha a una mujer.
—¡Lárgate de una vez! vociferó tan molesta como furiosa. ¿Es que no entiendes que quiero que te vayas?
—¡Maldito cabrón! exclamó golpeando la pared con el puño cerrado. Debió haber sido él quien recibiera el tiro en lugar de su hermano. Todos estaríamos mucho mejor. Pero lo pillaré en plena faena, Rocio, y entonces verás la clase de hombre que es. Apretó la mandíbula y masculló algo entre dientes. Estoy cerca, mucho más cerca de lo que imaginas.
—¡Déjale en paz! gritó con toda su alma. ¡No ha hecho nada! Pero Pablo ya descendía por la escalera haciendo caso omiso a sus voces. ¡Aléjate tú de él! continuó chillando desde la entrada. ¡No ha hecho nada! ¡No ha hecho nada!
Pero ni gritos ni súplicas valdrían esta vez con Pablo, y ella lo sabía.
Cerró la puerta, arrimó la espalda a la madera y se escurrió hasta el suelo, envuelta en llanto. Su preocupación ya no era saber si Gaston estaba mezclado en asuntos sucios. Ahora su angustia se centraba en que se mantuviera a salvo de la justicia, a salvo de la sagacidad del comisario.
Recordó la última conversación en su despacho antes de que todo ocurriera. Entonces ya amaba a Gaston con toda su alma, creía ciegamente en su inocencia y compartía con él días enteros y noches completas.
Está limpio dice ella con vehemencia mientras le pasa el informe. Quítale la vigilancia y deja de grabar sus conversaciones telefónicas, porque es el hombre más honrado que te puedas imaginar afirma sentándose frente a él.
—¡Vaya! dice Pablo sonriendo de modo forzado. ¿Y todo eso lo has descubierto mientras le vigilabas desde el coche?
En este tiempo no ha hecho otra cosa que trabajar y divertirse como cualquier joven normal responde nerviosa.
La persistente mirada del comisario le hace sospechar que su relación ha dejado de ser un secreto.
—¿Tienes idea del lío en el que te estás metiendo? presiona con preocupación. Ella siente que se queda sin aire. Debí seguir mi instinto y apartarte de ese tipo cuando estuve a tiempo. Pero, iluso de mí, no quise provocar tu furia.
Rocio se arrellana en el asiento, incómoda.
—¿Vas a retirarle la vigilancia y las escuchas? insiste como si no hubiera oído sus recriminaciones.
El comisario resopla con impaciencia.
—¿Sabes qué te ocurrirá si se llega a saber lo que estás haciendo? pregunta en un murmullo. ¿Sabes que yo no debería callarme lo que sé?
Ella se mantiene firme, dispuesta a no mostrar su inquietud.
Haz lo que tengas que hacer.
Me duele que digas eso. Me ofende. El brillo en sus ojos lo corrobora. Sabes que te amo, y a estas alturas también sabes que haría cualquier cosa por ti. Pero me cuesta soportar que estés con un delincuente que antes o después será tu perdición. Me preocupas.
No deberías hacerlo asegura convencida. Es honrado, Pablo. Respondería con mi vida por él.
Se apretó más contra la puerta y su llanto se hizo más intenso al recordar aquellas palabras. La seguridad le había durado poco. Unos días después de su enérgica defensa se sintió morir cuando le vio hacer movimientos extraños, visitar antros de delincuencia y sexo y finalmente esconder, en el hogar que compartía con su hermano pequeño, un paquete exactamente igual al que había sacado de la tienda esa misma tarde. En aquella ocasión su corazón se equivocó, y después de los años estaba ocurriendo lo mismo. Nada había cambiado. Ni su forma de engañarse ni la fuerza de sus sentimientos.

1 comentario:

  1. un gran capitulo me imagino que en el próximo estará gaston con rochi ojala a pasense por mi blog gastochi nunca muere xoxo

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