Gaston tomó el
cargador, lo encajó en la
pistola y la empuñó con su
mano izquierda cuidando de que su dedo no rozara el disparador. Había levantado el seguro manual, pero toda
precaución le
parecía
insuficiente.
—No
imaginaba que fueran tan pesadas.
—Ni tan fáciles de obtener. Cualquier cabrón puede armarse de un día para otro sin ningún problema —dijo Peter analizando la suya, otra vieja
Browning de 9 mm
conseguida también esa
misma mañana en
el mercado negro. El camello que ya antes consiguió la coca les había asegurado que sería pan comido y que el precio dependería de si querían un arma limpia o una usada en
anteriores fechorías. A
menor precio más riesgo
de acabar siendo condenado por un delito cometido por otro.
Los ojos verdes
de Gaston, ensombrecidos por unas profundas ojeras, percibieron la facilidad con
la que su mano se adaptaba a la empuñadura y el índice se apresuraba hacia el gatillo, como si lo
hubiera hecho siempre.
—¿Has
disparado alguna vez? —preguntó.
—En las
casetas de las ferias. —Los dos rieron para espantar la preocupación—. Mi puntería ha conseguido muchos osos de peluche
para mis chicas.
Gaston sacó el cargador, lo dejó junto al arma y la observó sin tocarla. Le incomodaba su parecido
con la que un día sujetó su hermano. Se le encogía el corazón y le provocaba malos presagios.
Apoyó los antebrazos en el borde de la mesa y
miró a Peter, que aún jugueteaba con su pistola descargada.
—Estás a tiempo de echarte atrás. —Guardó silencio para darle tiempo a pensarlo—. Esta no es tu guerra.
—Jamás —dijo con rapidez—. Ya te lo he advertido. Si tú sigues con esto, yo estaré a tu lado hasta el final.
Gaston se frotó su descuidada barba de dos días, pensativo.
—Si va a
ser así, quiero
poner una condición.
—¡No la
aceptaré hasta
después de
haberla escuchado! —respondió con guasa.
—Llevarás puesto un pasamontañas —indicó sin prestarle mucha atención—. No quiero que nadie se quede con tu
cara y pueda identificarte después.
—¡Pero qué dices! Es más que probable que no consigamos...
—¿Quién lo asegura? —le interrumpió con una inesperada sonrisa—. Nadie debe reconocerte. Cuando esto
termine tienes que vivir tranquilo, sin ningún miedo a que alguien venga a por ti. Por
eso no me acompañarás sin pasamontañas. Y este punto no admite discusión.
—No tengo
chismes de esos —indicó acomodándose en la silla.
—¡Pues
bajas, compras uno y vuelves a subir! Tenemos tiempo de sobra.
Oír hablar del tiempo del que disponían impulsó a Peter, que se levantó al instante y se aseguró de que llevaba dinero en los bolsillos.
—¿Te
compro tabaco?
Gaston miró el paquete que tenía sobre la mesa. Apenas quedaban cinco
pitillos.
—No.
Tengo suficiente —respondió quedándose quieto mientras su amigo se
colocaba la cazadora y se ponía en marcha.
Prestó atención al sonido de sus pasos alejándose y al ruido que se produjo cuando
abrió la puerta.
Después esperó a que la cerrara.
Suspiró con alivio. Ya solo le quedaba recoger
las cosas y salir antes de que él volviera. Le quería y no iba a dejar que participara en ese
suicidio. El problema era suyo y él lo resolvería.
Las manos
comenzaron a temblarle y respiró con lentitud para darse ánimos. tomó la Browning y volvió a encajarle el cargador. Después hizo lo mismo con la de Peter. No sabía qué podía necesitar. En previsión de que le encontraran la pistola antes
de que hubiera cumplido con su cometido, se llevaría las dos.
Se tensó cuando alguien llamó al timbre. Era probable que fuera Peter,
que había
olvidado algo, pero no podía arriesgarse.
Empuñó la pistola que quedaba sobre la mesa,
apretó los
dientes y se movió con
sigilo por el pasillo. El corazón le golpeaba el pecho con violencia. Controló la respiración, bajó el seguro del arma y mantuvo firme el
pulso cuando alcanzó la entrada.
Rocio, parada en
medio de la cocina, aterida de frío a pesar del calor reinante, esperaba la respuesta de
Peter. Respiraba con ahogo mientras se abrazaba tratando de apaciguar la
angustia que le oprimía el pecho.
—¡No está aquí! —exclamó él con furia, arrojando el pasamontañas sobre la mesa—. Debí imaginar que intentaría apartarme, ¡maldita sea! —Empujó la silla haciéndola chocar con el borde de madera—. Quedamos en que iríamos juntos para que tuviera más posibilidades de salir vivo de esto.
—No voy a
dejar que lo haga. —Peter, extrañado, la interrogó en silencio—. Lo sé todo y no voy a dejar que arriesgue su
vida por mí. ¡No podría soportarlo! —gimió desesperada.
—Es él quien no podría soportar que te ocurriera algo. —Se frotó la nuca, sin dejar de observar el
tembloroso brillo en los ojos—. Sabe lo que le espera si vuelve allí y a pesar de eso va a hacerlo para
protegerte porque ese tío no le ha dejado otra salida. Pero no se fía de su palabra. Quiere asegurarse de que
no pueda acercarse a ti. Y esa tranquilidad solamente la tendrá si logra adelantarse y matarlo.
Las piernas de Rocio
flaquearon amenazando con dejarla caer. Había temido que, una vez recuperados los
datos, Carmona le hiciera desaparecer para enterrar todo el asunto. Ahora
estaba segura de que lo haría; él o cualquiera de sus hombres. Con la vista
emborronada por una balsa reprimida de lágrimas, se volvió para salir con urgencia.
—¿Adónde
vas? —preguntó Peter sujetándola del brazo.
—A
detener a ese loco. —Tiró con ímpetu para deshacerse de él.
—¿Y dónde comenzarás a buscarlo? No ves que no...
—Creo
saber dónde van
a reunirse. —La
humedad comenzó a
derramársele y
se la enjugó con el
dorso de la mano—. Tengo
la corazonada de que será en el mismo lugar de la otra vez: el polígono donde murió su hermano.
Peter resopló esperanzado.
—¡Te
acompaño! —exclamó con precipitación—. Dame unos segundos y te acompaño.
Sin esperar
respuesta, se volvió para alejarse hasta la ventana. Frente a la pálida claridad de la tarde, marcó un número con rapidez. El corazón se le aceleró cuando oyó el primer tono. Después el segundo. Al tercero saltó el contestador y él dejó escapar el aire mientras aguardaba el
sonido con el que se iniciaba el modo de grabación.
—Me
alegra que no lo hayas cogido. Así me resultará más fácil —dijo a la imagen de Lali que tenía en la mente—. No sé si saldré de esta. No sé si volveré a verte... —Cerró los ojos al tiempo que se le humedecían las pestañas—. ¡Hay tantas cosas que me gustaría decirte...! —Se detuvo ante un pensamiento repentino—. Por favor, deja de oír esto —rogó con apremio—. Si todo sale bien, esta noche iré a verte —suspiró, apagado—. Quiero hablarte de mis sentimientos,
pero... si no aparezco... Si no aparezco escucha este mensaje mañana. Ahora cuelga, por favor. Cuelga y
escúchalo mañana.
Le costaba
respirar. La imaginó interrumpiendo el mensaje. Después la vio al amanecer, con su pelo enmarañado y sus ojos somnolientos. Había soñado con verla despertar, recordó mientras una lágrima se le deslizaba por la mejilla.
—Si me
estás oyendo ya debe de ser mañana. Algo ha salido mal y no volveré a verte. —Apretó los párpados con fuerza—. No podía irme llevándome este secreto. Te amo —susurró con suavidad—. Te he amado desde la primera vez que te
vi. Me habría
gustado poder decírtelo
mirando tus hermosos ojos negros. Pero no hoy. Sé que necesitas tiempo para curar tus
heridas. Habría
querido estar cerca de ti mientras lo haces. Habría querido ayudarte, hacerte reír, y... y esperar hasta poder decirte que
te quiero con toda mi alma —musitó—. Me pregunto cómo tiene que ser escuchar de tus labios
un «te quiero»... —Suspiró hondo frotándose los párpados con los dedos—. Te amo. Solo lamento no haber tenido un
poco más de
tiempo para decírtelo,
para demostrártelo,
para pedirte que me permitieras hacerte feliz. Te amo.
Con el teléfono aún en la mano, se volvió y se acercó a Rocio a la vez que sacaba las llaves
del coche.
—Espero
que tu presentimiento no esté equivocado.

No nos dejes con la intriga :( pobre Gas, que tiene que ir solo... menos mal, que Rochi y Peter van a ofrecerle ayudar. ¡Qué interesante está!
ResponderEliminarPD: Ah, bueno, y no nos podemos olvidar de la declaración de Peter. ¡Es tan mono! Me ha enamorado con esa declaración... Espero que Lali le diga que sí