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El Hijo del Magnate Capítulo 54
—No quiero que lo intentes, quiero
que lo consigas —bramó—. Y por si lo habías pensado, ni se te ocurra vender
alguno de los regalos que te he hecho para devolverme mi propio dinero.
—Yo nunca haría eso. Sé que no me
crees, pero te aseguro que soy una persona honesta.
Gastón se preguntó si sería posible
que Eugenia hubiera engañado tan fácilmente a su hermana como a sus propios
abogados. Su esposa parecía sinceramente impactada con lo sucedido; además, se
notaba que no había dormido bien y estaba tan nerviosa que casi temblaba.
Sin embargo, decidió no tener
clemencia con ella. Seguramente, su nerviosismo se debía a que la habían
descubierto y a que tenía miedo de que acudiera a las autoridades.
—Si no me dejas otra salida, llamaré
a la policía —insistió.
—No lo dudo. Pero acabas de decir
que quieres que siga siendo tu esposa durante al menos un año...
—Sí, lo he dicho y lo repito. No me
gustaría que Yelena se llevara un disgusto. A fin de cuentas, acabamos de
casarnos.
—Está bien... entonces, me quedaré.
Gastón contempló sus labios y cómo
su jersey remarcaba sus generosos senos. A pesar de lo ocurrido, la deseaba con
toda su alma. Rocío tenía un poder increíble sobre su libido.
—Mis prioridades han cambiado —le
informó.
—¿En qué sentido?
—Vendrás a mi cama cuando a mí me
apetezca. Se acabaron todas estas tonterías de que no quieres estar conmigo
—afirmó, mirándola con arrogancia—. No voy a salir de todo esto sin una
compensación.
Rocío notó que la miraba con deseo y
se ruborizó todavía más, pero no dijo nada. No tenía fuerzas.
—Y eso no es negociable —continuó
él—. Sólo recuperarás tu libertad si devuelves el dinero.
Ella lo miró con angustia.
—¡No puedo hacer el amor contigo
como si no hubiera pasado nada!
Gastón se encogió de hombros.
—Estoy seguro de que encontrarás la
forma de sobrellevarlo. Ya lo hiciste ayer, cuando tú eras la única persona que
estaba al tanto del engaño, y no parece que te costara mucho —le recordó con
una sonrisa irónica—. Me voy a Londres dentro de una hora, pero tú te quedas
aquí.
—¿Por qué?
—Te concedo tres días para que tomes
una decisión. Y si aceptas mi propuesta, estarás esperándome en mi cama cuando
regrese, milaya moya.
Rocío dio un paso adelante con
debilidad.
Gastón caminó hacia ella, la tomó
entre sus brazos y la besó con la fuerza de una tormenta. Ella se estremeció
contra la dureza de su cuerpo masculino, apretando los senos contra su pecho,
dominada por el deseo.
—Creo que, cuando hayas valorado
detenidamente mi proposición, me darás una luna de miel inolvidable —añadió él,
satisfecho.
—¿Una luna de miel?
—Sí, una luna de miel en mi yate,
donde estaremos completamente solos —respondió—. Y no pongas esa cara: sonríe
un poco... te he dado la posibilidad de elegir entre la cárcel y mi cama. Es
una oferta muy generosa. Mucho más generosa de lo que mereces.
Rocío supo que Gastón no estaba
bromeando. Su amenaza era real. Tenía todo el derecho del mundo a presentar esa
denuncia, que sin duda acabaría con su hermana embarazada y con ella misma en
la cárcel. Y aunque Eugenia recibiría la condena más dura, dado que había sido
la instigadora, eso no sería ningún consuelo.
Tenía que hablar con su hermana y
convencerla para que devolviera el dinero que Gastón le había dado. No había
otra solución.
—¿Por qué quieres tener un hijo?
¿Para que Yelena sea feliz?
Gastón la miró con sorpresa.
—Sí, ésa era mi motivación principal
cuando se me ocurrió la idea —le confesó—. Pero los niños me gustan de verdad y
me gustaría tener hijos de todas formas.
Rocío volvió al dormitorio y llamó a
su hermana otra vez. Como no le contestó, llamó a su madre. Jenny se puso a
hablar inmediatamente sobre la lista de invitados para la celebración que Gastón
y ella habían prometido organizar en Londres.
—Me temo que hay un problema
—continuó Jenny—. Peter y Eugenia están de vacaciones en Turquía y me ha dicho
que no volverá a tiempo.
Aquella noche, cuando ya estaba en
la cama, Rocío se puso a pensar en Gastón, en su empeño en tener un hijo con
ella y en la forma de mantener una relación sexual con él sin involucrarse
desde un punto de vista emocional. Sólo tenía una esperanza: que se aburriera
de ella en algún momento y dejara de desearla.
Por primera vez, cayó en la cuenta
de que Gastón y sus abogados no creían haberla elegido a ella, a una mujer
normal y corriente, sino a la refinada y experimentada Eugenia. En
consecuencia, cabía la posibilidad de que Gastón no la deseara a ella de
verdad, sino a su hermana.
Era un pensamiento tan perturbador
que tardó un buen rato en poder conciliar el sueño.

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