jueves, 17 de enero de 2013

El Hijo del magnate Capítulo 58

Penúltimo Capítulo
Hace click en leer más para leer capítulo...
El Hijo del Magnate Capítulo 58


Rocío se llevó a su hermana al interior de la casa en cuanto surgió la oportunidad. Quería hablar a solas con ella.
—Si vamos a salir esta noche, tendré que cambiarme de ropa.
—Gastón ha dicho que el club del puerto no es tan elegante...
—No sé si será muy elegante, pero es el sitio al que hay que ir sí quieres que te vean —observó Eugenia—. Está lleno de gente rica y famosa... Pero ahora que te miro mejor, yo diría que estás más delgada que antes.
—Espero que no —dijo ella, a la defensiva—. A Gastón le gustan mis curvas.
—Ah, los hombres siempre dicen eso en estos casos. Pero cuando te abandonan, te dejan por una mujer que pesa la mitad que tú...—ironizó—. Dime, ¿qué tal va tu matrimonio?
Rocío se sentó en la cama del dormitorio de su hermana mientras Eugenia buscaba algo que ponerse.
—Mejor de lo que esperaba —contestó—. Pero, ¿qué tal estás tú? ¿Cuándo perdiste el bebe?
—¿Perder el bebé? —dijo su hermana, frunciendo el ceño—. No seas tonta, Rocío... es una historia que me invente para decírsela a Peter. Nunca he estado embarazada. Supuse que ya lo habrías imaginado.
Rocío se quedó asombrada. Además de engañarla con todo lo demás, Eugenia también le había mentido al usar la excusa de su supuesto embarazo para que ocupara su lugar y se casara con Gastón.
—¿Que no estabas embarazada? —dijo con amargura—. No, claro, supongo que ya no debería extrañarme nada de ti.
—Era una historia conveniente para mis intereses —declaró Eugenia, desafiante—. Pero me temo que hasta el propio Peter ha empezado a sospechar que era mentira.
—¿En serio?
—Sí, me inventé lo del aborto espontáneo porque me pareció lo más oportuno, pero no estoy segura de que me haya creído.
Rocío estalló entonces, indignada.
—¿Por qué me engañaste, Eugenia? ¡Me dijiste con lágrimas en los ojos que amabas a Peter y que tendrías que abortar si no me casaba con Gastón!
—Te engañé por el dinero, por supuesto —respondió con absoluta naturalidad—. Haces unas preguntas... Cuando leí el contrato con detenimiento y me di cuenta de que tendría que tener un hijo con Gastón, supe que no podría hacerlo y decidí pasártelo a ti. La simple idea de estropear mi figura por culpa de un embarazo, me produce náuseas.
Rocío hizo un esfuerzo por contener su enfado.
—De modo que mentiste para asegurarte de que me casaría con él...
—Bueno, no ha salido tan mal, ¿verdad? En el fondo te he hecho un favor. Es un hombre muy guapo y tiene un yate tan grande como el Titanic... Eso, sin contar el anillo de diamantes que llevas en el dedo. Sé sincera, Rocío. Admite que estás llevando la vida que desearían llevar la mayoría de las mujeres.
—¡Porque no quiero a Gastón porque sea rico! —protestó—. Lo quiero por lo que es, no por lo que tiene. Lo querría aunque estuviera arruinado.
—No te creo. No puedes haber sido tan estúpida como para enamorarte de un hombre que se casó contigo por un contrato —dijo, mirándola con humor—. Espera un momento... ¡Lo dices en serio! ¿Es que no lo has pensado bien? No eres su esposa de verdad. Firmasteis un acuerdo y se separará de ti.
Rocío no dijo nada. Sabía que su hermana tenía razón.
—Bueno, si en algún momento quieres que te lo quite de encima, no te preocupes —continuó Eugenia—. Podría seducirlo en cinco minutos... Al fin y al cabo, si te encuentra atractiva a ti, a mí me encontraría irresistible. ¿Quieres que te haga una demostración?
—No creo que llegues muy lejos con él mientras no le devuelvas el dinero que te quedaste —espetó.
—Oh, vamos, mírame bien... valgo mucho, Rocío. Él estaría encantado de que me quedara con el dinero. Yo sé cómo tener satisfecho a un hombre. Todas las relaciones empiezan y terminan en la cama —dijo con una sonrisa.
—Esto no tiene gracia, Eugenia.
—Ni pretendo que la tenga. De no ser por mí, ni siquiera estarías con él. No lo olvides —declaró con frialdad.
Poco después, salieron de la casa y volvieron a la terraza, donde los dos hombres estaban charlando. En cuanto se quedó a solas con su esposo. Rocío preguntó:
—¿Qué te parece mi hermana?
Gastón entrecerró los ojos.
—Muy diferente de ti. Sorprendentemente distinta, teniendo en cuenta que sois hermanas gemelas.
La respuesta de Gastón no fue precisamente la que esperaba, pero prefirió no insistir. Además, estaba embarazada y no quería llevarse disgustos, de modo que decidió disfrutar con la velada posterior. Pero todo se estropeó cuando Eugenia empezó a coquetear descaradamente con Gastón.
Por supuesto, Peter se dio cuenta y se enfadó mucho. Para entonces, Rocío ya se estaba preguntando si Gastón encontraría más atractiva a su hermana que a ella. Estaba segura de que, si a Gastón le daban a elegir entre las dos, elegiría a su hermana.
—¿Seguro que no te apetece tomar nada? ¿Tal vez un agua mineral? —preguntó Gastón en ese momento.
—¡Rocío siempre ha sido el alma de las fiestas! —se burló Eugenia.
—No estoy de humor para tomar nada —dijo Rocío.
—Últimamente no se encuentra muy bien —explicó Gastón.
—Qué lástima —ironizó Eugenia—. Mira que ponerte enferma en plena luna de miel...
Rocío estaba tan asqueada con su hermana, que se levantó y se dirigió al cuarto de baño para tranquilizarse. Nunca olvidaría que había estado coqueteando con Gastón delante de sus narices.
Mientras estaba en el baño, decidió que lo mejor que podía hacer era marcharse; aquello era demasiado para ella. Llevaba el pasaporte en el bolso, así que sólo tenía que subir a un taxi y dirigirse al aeropuerto más cercano.
Sacó papel y un bolígrafo y escribió una nota a Gastón para despedirse; pero luego se acordó de Mattie y añadió un párrafo en el que le rogaba que le enviara el perro a Gran Bretaña. Dejó la nota a un camarero, junto con una propina generosa, y salió del local. El taxi sólo tardó cuarenta y cinco minutos en llegar a su destino, pero no pasó uno solo sin que Rocío estuviera a punto de arrepentirse y volver. Gastón le gustaba demasiado.
En cuanto llegó al aeropuerto, compró un billete a Londres. Sin embargo, faltaban varias horas para el vuelo y no tuvo más remedio que esperar.
Entró en el bar, pidió un refresco y se sentó. Se sentía tan desgraciada, que se inclinó sobre la mesa y rompió a llorar. Y todavía estaba así cuando notó una sombra, alzó la cabeza y vio a Gastón, que la miraba con enfado.
—¿Por qué me has seguido? —preguntó—. Habría sido mejor que me dejaras marchar...
—Eso es lo único que no te puedo permitir. No dejaré que te vayas.
—Déjame, Gastón. Te lo ruego.
—No, Rocío. Y si intentas huir, te aseguro que te sacaré de aquí por la fuerza.
—No te atreverías —lo desafió.
—Imaginó que me arrestarían porque te pondrías a gritar pero lo haría sin dudarlo —afirmó—. No permitiré que te vayas sin luchar.
—¿Por qué quieres luchar? —preguntó entre lágrimas—. Es evidente que mi hermana te gusta mucho más que yo.
Gastón la miró con intensidad.
—Se supone que tú eres la gemela inteligente, Rocío. Deberías conocerme mejor a estas alturas... pero en fin, tal vez haya cometido un error esta noche por no mostrarme más despreciativo con Eugenia.
—¿Despreciativo?
—Tu hermana no me interesa en absoluto. He sido amable con ella para que asumas la realidad de una vez por todas y te des cuenta de lo que Eugenia es capaz de hacer. Porque si no reaccionas, te intentará manipular una y otra vez... y yo no lo voy a permitir.
Rocío frunció el ceño.
—Jamás permitiría que mi hermana me manipulara —declaró.
Gastón soltó una carcajada irónica.
—Seguro que te ha estado manipulando desde la infancia. Y seguro que tus padres la mimaron demasiado porque era la forma más fácil de afrontar su mal genio.
—¿Insinúas que me prefieres a mí? —preguntó, asombrada.
—Preferiría acostarme con un tiburón antes que con tu hermana. Eugenia me da asco; tiene todos los defectos que detesto en una mujer. Además, ¿cómo podría gustarme? No tiene gusto con la ropa, se pone toneladas de maquillaje, carece de modales y está obsesionada con ser el centro de atención. ¿No has notado cómo ha humillado a su marido esta noche?
—Claro que lo he notado.
—He sido amable con ella por lo que ya te he dicho, Eugenia. Pero tenía otro motivo: quería que Peter se diera cuenta de la clase de mujer con la que se ha casado —le confesó.
—Pobre Peter...
—Bueno, dudo que su matrimonio dure mucho. Estaban discutiendo acaloradamente cuando los dejé. Seguro que Eugenia intenta echarte la culpa de todo. Pero dejemos de hablar de tu hermana... ¿te parece que vayamos a algún lugar más privado?
—Sí, claro... ¿adónde?
—Al yate.
Rocío frunció el ceño.
—No sé si...
—O vienes conmigo o te llevaré a rastras, angil moy —dijo con determinación.

2 comentarios:

  1. ME MUERO!! Que lindo que Gas le alla dicho que la prefería a ella en vez de su hermana, ya necesito el próximo capitulo

    ResponderEliminar
  2. Quiero el proximo!!!:.. Ame que gas le diga que la prefiera a ella!! :)

    ResponderEliminar