Rocío se puso tensa. ¿Sabía que eran gemelas? ¡Pero si su disfraz era muy bueno!
—¿Quién te dijo que éramos gemelas?
—No hacía falta que me lo dijera nadie, corazón. Eres tú quien lleva gafas, no yo.
¿Así que la había besado por eso? ¿Sólo para comparar ambos besos porque no estaba seguro de que fuera ella la otra noche y ahora creía que lo estaba? No era muy halagador, pero ella era la hermana que nunca recibía halagos. Debería haberse imaginado que no la besaría sólo porque deseara hacerlo.
—Yo nunca finjo adrede ser mi hermana —aseguró, más decepcionada de lo que quería admitir—. Esas bromas le gustan a Eugenia, a mí no.
Gastón pareció de repente muy avergonzado, a pesar de que resultaba difícil deducirlo de su cutis oscuro. Al parecer también estaba cohibido.
—Yo... Bueno... —empezó a decir antes de cerrar la boca para no meter la pata.
Rocío se dio cuenta de que estaba confundido porque no había admitido nada, sino que se había limitado a exponer un hecho. Menos mal. No quería que sospechara lo que sentía por él cuando él todavía tenía los ojos puestos en Eugenia.
—No hace falta explicaciones —dijo Rocío—. Entiendo que fue un error. —Abrió la puerta para irse antes de que le fallara la voz, y añadió con brusquedad—: Sólo espero que no vuelva a ocurrir.
Oyó un golpe sordo contra la puerta cerrada. Le consoló un poco pensar que él le había lanzado el sombrero. Esperaba que se le hubiera quedado chafado. Le estaría bien por pisotear así sus emociones.
Un
portazo y unos gritos en el pasillo despertaron a Rocío una hora antes del
alba. Su hermana se había desmandado por algo.
En
casa, Rocío se habría dado la vuelta, se habría tapado las orejas con una
almohada y habría procurado volver a conciliar el sueño. Pero estaba en una
casa nueva. La gente que vivía en ella no estaba acostumbrada aún a las
tácticas de Eugenia. Así que salió de la cama con un suspiro de indignación y
trató de encontrar la bata a oscuras.
—¡Necesito otra habitación! —gritaba Eugenia en
el pasillo—. La que me diste es intolerable. Ya es bastante malo que
esta casa sea tan rústica como una cabaña de troncos, pero es que además es tan
calurosa como un horno.
Al
parecer, Gimena había llegado para averiguar a qué obedecía todo aquel jaleo,
porque su voz, aunque no alta, fue clara.
—No hay más habitaciones.
—¡Encuentra una! A no ser que quieras que duerma en
el porche, donde puedan verme todos los vecinos.
—Al margen del hecho de que mi marido y yo solíamos
hacer eso durante algún que otro período caluroso, no tenemos vecinos que estén
lo bastante cerca para darse cuenta.
—Entonces ¿vas a obligarme a dormir en un porche? ¿Es
así como piensas ejercer tu tutela? —preguntó Eugenia.
Tras
haber encontrado por fin la bata a oscuras, Rocío llegó al estrecho pasillo
que conectaba las habitaciones a tiempo para observar el rubor intenso de Gimena, que había llevado una lámpara con ella. Eugenia estaba allí de pie en
ropa interior con las manos en las caderas, fingiendo estar furiosa.
—Estaría encantada de cederte mi habitación, pero no
notarías demasiada diferencia —dijo Gimena, que seguía intentando
mantener la calma en su voz—. Todavía no te has adaptado a este clima
más cálido. Recuerdo cómo fueron los primeros meses que pasé aquí. Llegamos en
primavera y ese primer verano todavía construíamos el rancho. Fue horrible.
Pero el verano siguiente el calor no fue tan terrible. Nos habíamos aclimatado.
—¿Por qué me cuentas eso? —preguntó Eugenia—.
La verdad es que me importa un comino.
Rocío suspiró exasperada. Ya debería ser inmune a la sensación de indignación por
algo que había visto muchas veces antes, pero no lo era, por lo menos cuando
afectaba a otras personas.
—¿Te has obligado a pasar la noche en vilo para poder
despertar a toda la casa antes del alba? —preguntó cruzada de brazos a
su hermana con sequedad—. Como ayer dormiste durante la mayor parte del
día, supongo que no te habrá costado mucho, claro.
—¡No puedo dormir con este calor! —exclamó Eugenia.
—Claro que puedes. Yo lo he hecho sin problemas. No
ha sido una noche demasiado calurosa —replicó Rocío.
—¿Y cómo lo sabes si estabas dormida? —gritó Eugenia.
Tras
haber logrado lo que pretendía, que era despertar a Gimena y predisponerla a
sus desagravios, Eugenia entró en su habitación con un portazo. Gimena relajó
los hombros, bien por alivio, bien por abatimiento; era difícil saber cuál de
los dos era el motivo. Rocío rodeó a su tía con un brazo y le pidió que la
acompañara escaleras abajo.
—Pronto amanecerá —comentó—. No tiene
sentido intentar volver a dormir. Preparemos un poco de café y acabemos la
conversación que empezamos ayer por la noche.
—No sé prepararlo demasiado bien —admitió Gimena, que de todos modos, asintió.
—Yo tampoco, pero una mañana me fijé cómo lo
preparaba Gastón. Entre las dos, nos saldrá algo que por lo menos pueda beberse.
No se podía, y ambas se
rieron del resultado, lo que sirvió al menos para aliviar un poco la tensión de Gimena.

hay!! espero el proximo capppp!!!
ResponderEliminar@claudiarivero1 me muerooo que tarado gaston no se da cuenta que es ella que se quite ese disfraz de una ves y euge que se mate jajajajajjaajja espero mas besooo
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