Rocío sabía que
Consuela llegaría pronto, así que abordó de inmediato el tema en cuestión.
—Lo que
viste arriba fue, en su mayoría, si no todo, un montaje —empezó a
aclarar.
—Estaba
empapada en sudor —contestó Gimena—. Y recuerdo lo mal que me
sentí por no estar acostumbrada al calor los primeros meses que pasé aquí.
—Estaba
empapada en agua — la corrigió Rocío—. En las sienes, la frente,
el cuello y el pecho. Si la hubieras mirado de cerca, habrías visto que no
había rastro de humedad en ninguno de los sitios donde normalmente se concentra
el sudor. Aunque en realidad no importa. Era una representación en tu honor.
—¿Por qué?
—Para que
la mandes a casa con tu consentimiento y ella pueda casarse con quien quiera.
—No puedo
hacer eso. — Gimena fruncía el ceño—. Aunque no la pedí, tengo
la responsabilidad de asegurarme de que ningún cazador de fortunas ni ningún
otro hombre de intenciones dudosas se aproveche de vosotras.
—Ya lo sé,
pero eso no le importa a Eugenia, ¿sabes? Es muy egocéntrica.
—¿Cómo lo
era mi hermano?
—Sí. Pero a
diferencia de tu hermano, puede ponerse muy desagradable si no logra lo que
quiere. No quería venir aquí. Quiere regresar a casa. Y le molesta mucho tener
que recibir permiso para casarse, cuando siempre esperó que nuestro padre le
permitiera hacerlo con quien ella quisiera.
—¿Lo habría
hecho?
—Es
probable —asintió Rocío—. Bueno, le habría sido fácil, ya que
todos los pretendientes que tenía en casa eran bastante aceptables para él.
También le pone furiosa no poder disponer de su herencia hasta casarse. Lo
habría hecho de inmediato sólo por eso si no hubiera necesitado tu
consentimiento. No soporta que se le niegue nada.
—¿Así que
el problema es que, según estipulaba el testamento de tu padre, se necesita mi
consentimiento? Es una lástima que ninguno de sus pretendientes decidiera
seguirla hasta aquí para poder conocerlo. Me da la impresión de que lo que mi
hermano hubiera considerado aceptable no es por fuerza lo que a mí me lo
parece.
—Es muy
posible. La riqueza personal era el único criterio que él consideraba
importante en un pretendiente. Igual que mi hermana, de hecho, por lo menos, ni
siquiera mira a un hombre que no sea acomodado. Y algunos de sus pretendientes
la habrían seguido hasta el fin del mundo si eso hubiera significado
conquistarla. Se le da muy bien tener a los hombres pendientes de ella y evita
que averigüen cómo es en realidad.
—¿Entonces
va a venir alguno? —preguntó Gimena—. Eso podría ser una
solución.
—No. Hirió
en lo más vivo al que se ofreció a venir. Y nos marchamos tan pronto después
del funeral que los demás ni siquiera supieron que se iba de la ciudad.
—Bueno, aquí hay buenos hombres entre los que podrá elegir, y algunos
son incluso bastante ricos —contestó Gimena—. Así de pronto se
me ocurren cuatro que podrían muy bien contar con mi aprobación. A uno ya lo
conoce.
—¿Gastón?
—Sí, puede
que sea considerado el mejor partido de los alrededores.
No iba a resultarle fácil hablar
sobre Gastón y Rocío como pareja. Procuró ser imparcial al hacerlo, sin revelar
sus sentimientos al respecto.
—No ha sido
agradable con él, ya que tenía la impresión de que sólo era un empleado tuyo y
eso hizo que no le prestara ninguna atención. Lo que no significa que él no
esté loco por ella. La mayoría de los hombres que la conocen suelen estarlo. Y
ahora que Eugenia sabe que es más que eso, podría incluso considerarlo un último
recurso.
—Es
probable que a Gastón le ofendiera mucho ser catalogado de “último recurso”.
—No se lo
digas, por favor —pidió Rocío, que notó que se sonrojaba—. Yo no
comparto esa opinión. Es sólo que Eugenia no aceptará a ningún hombre de esta
zona del país mientras esté decidida a obligarte a enviarla de vuelta a casa
para poder hacer lo que le plazca. Pero si no lo haces, entonces sí,
seguramente elegirá a un hombre de los alrededores para conseguirlo.
—¿Para
conseguirlo? —repitió Gimena.
—Si se casa
con alguien de aquí, le fastidiará y le amargará la vida hasta que acceda a
llevarla a Haverhill porque no se quedará aquí más tiempo del necesario.
—Detesto
decirlo, cielo, pero sería muy extraño que un hombre dejara su hogar porque le
convenga a su mujer. Yo rechacé media docena de proposiciones a la espera de un
hombre que no quisiera quedarse en Haverhill; sabía que ninguno de los demás se
plantearía nunca marcharse. No puede decirse que una esposa tenga opción en esa
cuestión.
—Yo lo sé y
tú lo sabes, pero Eugenia ve las cosas sólo desde su punto de vista, y eso no
incluye que le digan que no puede tener lo que quiere —dijo Rocío.
—Sí, pero
se salía con la suya porque mi hermano se lo permitía. No es probable que un
marido tolere esa clase de tonterías.
—Espero que
tengas razón, tía Gimena. De todas formas, compadezco al hombre de los
alrededores que se case con ella. De hecho, compadezco a cualquier hombre que
se case con ella, sea de donde sea. Es muy triste, pero no creo que pueda ser
una buena esposa. No está hecha para hacer feliz a otra persona. Es demasiado
egocéntrica.
—Es una
lástima. Parece que le causaría un perjuicio a un hombre al permitirle casarse
con ella.
Rocío gimió para sí. No había
querido dar semejante impresión. Deseaba tanto como la propia Eugenia que ésta
se casara.
—No, si
sabe qué esperar y la quiere de todos modos— sugirió.
—Supongo— aceptó Gimena a regañadientes.
—No te he
explicado todo esto para que pareciera que tu tarea era imposible —dijo Rocío con un suspiro—, sino para advertirte de lo que te espera y
evitar que te manipule para que hagas algo a tu pesar.
—Ya lo sé,
cielo, y te lo agradezco. —Gimena rió un poco—. Si no supiera
que no puede ser, pensaría que darme la tutela de Eugenia fue la forma de
Mortimer de vengarse de mí por haber salido de su esfera de influencia. No le
caía bien, y le gustaba restregarme por las narices lo inútil que me
consideraba.
—Estoy
segura de que no se murió antes de que Eugenia estuviera casada sólo para
fastidiarte.
—Ya lo sé. —Gimena sonrió.

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