miércoles, 30 de enero de 2013

Un Hombre para Mi... Capitulo 37







¡Había descubierto su disfraz! Nadie lo había hecho antes. No sabía que era un disfraz, por supuesto. Creía que realmente necesitaba llevar gafas. Pero aun así, había visto más allá de ellas y deducido que Eugenia y ella eran gemelas. Sabiendo eso, no era extraño que empezara a preguntarse a cuál de las dos había besado aquella noche junto a la hoguera, en especial cuando Eugenia lo había ignorado por completo la mañana siguiente.
            Podría haberle preguntado para aclarar su confusión. Debería haberle preguntado en lugar de tratar de averiguarlo por su cuenta comparando besos. Incluso puede que ella lo hubiese admitido. No habría habido motivo para no hacerlo puesto que ya sabía que eran gemelas. Había tenido razón, pero ¿y si se hubiera equivocado? ¿Se lo planteó en algún momento y pensó qué supondría para ella? ¡Y acusarla de fingirse Eugenia, como si lo hubiese hecho aposta!
            Puede que ahora no supiera qué pensar, o tal vez se sintiera aliviado por no haber cometido un error y haber besado a la hermana equivocada. Pero, gracias a Dios, los dos habían decidido no avergonzarse más mencionando ese beso. De hecho, hasta ese momento, él se comportaba como si no hubiese ocurrido.
            A Rocío le parecía muy bien; pero es que había ocurrido, y había sido tan bonito, tan increíblemente excitante… Su primer beso de verdad, por lo menos, el primero que le daban a ella y no porque la hubiesen confundido con su hermana. Era una comparación, de acuerdo. Por el motivo equivocado, de acuerdo. Pero, aun así, se lo habían dado a ella. Las dos veces había sido maravilloso, aunque el de la noche anterior había sido mucho más apasionado.
            Era esa pasión lo que recordaba ahora. Si a ello se sumaban las emociones embriagadoras que siempre despertaba en ella cuando lo tenía cerca, no era extraño que no pudiera concentrarse en la tarea que tenía entre manos. Se encontró observándole los labios, las manos que la habían atraído hacia él, el modo en que el cabello se le rizaba alrededor del cuello, la forma en que la camisa se extendía sobre sus músculos tensos cuando se movía, cosas que no debería mirar. Pero no parecía poder evitarlo.
            La prueba. ¿Qué iba primero? La manta. La recogió, la sacudió una y dos veces, y la situó sobre el lomo de la yegua. Tardó más de lo necesario en alisar las arrugas y colocarla bien, mientras trataba de estabilizar su respiración, que se estaba volviendo bastante irregular.
            —No va su primer baile oyó que decía tras ella con evidente impaciencia. No tiene que estar perfecta.
            Asintió, impidió que viera cómo se sonrojaba y alargó la mano hacia la silla. Pesaba más de lo que parecía aunque, con un poco de esfuerzo, la levantó del suelo. Sin embargo, dudaba poder llevarla hasta el lomo de la yegua.
            Gastón debió de imaginar qué pensaba porque dijo:
            —Tendrías que balancearla un poco para tomar algo de impulso.
            Lo intentó, y acabó lanzándola por encima del animal. Gastón soltó una carcajada. Rodeó incluso a la dócil yegua para recuperar la silla y llevársela con una sola mano.
            —Por lo menos ya sabes que puedes levantarla comentó con algo de humor todavía en la voz. Procura no soltarla esta vez para impedir que se deslice hacia el otro lado. Y no golpees a la yegua con ella. A los caballos no les gustan las sillas, para empezar, pero aún menos que se las lancen encima.
            ¿La estaba provocando? Puede que no. E iba a hacérselo hacer otra vez, cuando ya había reconocido que era algo que seguramente ella no tendría que hacer nunca. Esta parte de la lección era “sólo por si acaso”. ¿O era su forma de vengarse por tener que enseñarle? Eso sí podía creerlo, de modo que irguió la espalda, resuelta a ensillar la yegua aunque le costara la vida.
            Le costó dos intentos más. Cuando la silla aterrizó por fin donde debía, la sonrisa de triunfo de Rocío fue radiante. La de Gastón fue genuina, lo que la llevó a censurarse por haberle atribuido intenciones mezquinas sin motivo.
            Su respiración era aún más dificultosa para entonces. Sudaba del esfuerzo. Pero eso no tuvo nada que ver con el temblor que sintió cuando Gastón la tocó para girarla hacia la silla, que todavía había que sujetar al animal.
            Gastón debió de notar que se estremecía. Seguro que oía su respiración dificultosa, puede que incluso los latidos de su corazón, tan fuertes.
            Aspiró y la soltó como si fuera un hierro candente.
            —No hagas eso indicó con brusquedad.
            “Como si pudiera evitarlo”, quería gritar Rocío. Pero se alejó de él inspiró a fondo unas cuantas veces. No sirvió de nada. En su interior se había despertado algo que no conseguía calmar.
            Y entonces le oyó hablar en voz baja, enfadado.
            —Maldita sea, la invitación no podría ser más explícita aunque quisieras. Que no soy de piedra, oye. Y se la llevó de vuelta a la cuadra.


1 comentario:

  1. no esntendi muy bien.. pero si es lo que pienso.. quiero el proximo cap ya!!

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