lunes, 7 de enero de 2013

Una Princesa En Casa Cap14




Capítulo 14

Monito iba en silencio mientras entraba corriendo junto a Rocio en las galerías comerciales.
Rocio le había prometido llevarlo a la perrera, pero al ir a buscar a los niños al colegio había tenido que cambiar de planes.
Aleli había desaparecido.
Por lo que Rocio había podido averiguar, la niña se había encontrado con su hermano después de las clases, le había metido en el bolsillo una nota para Rocio y había escapado del colegio por la puerta trasera.
He ido a las galerías, decía la nota. Pero no especificaba en qué tienda iba a estar, ni con quién iba ni a qué hora pensaba regresar a casa.

Después de una reunión interminable con el director del colegio, Rocio por fin había localizado las galerías más cercanas. El viernes por la tarde el tráfico era terrible. Por supuesto, se había perdido y había tardado una eternidad en encontrar aparcamiento. Durante todo ese tiempo, Rocio no había dejado de rezar para que Aleli se encontrara bien. La idea de tener que llamar a Gastón para decirle que su hija se había perdido le parecía insoportable.
Era extraño. Hasta ese momento, Rocio había pensado que su relación con Aleli iba bastante bien. Durante el desayuno, habían tenido una discusión muy animada sobre cuál era la mejor película de Leonardo DiCaprio. Y aunque no habían estado de acuerdo, el debate había sido amistoso y divertido.
O por lo menos así lo había creído ella.
Porque aquello era una rebelión. Era como si Aleli estuviera poniéndola a prueba, para saber cuáles eran sus límites.
Y de pronto la vio. A través de unas enormes cristaleras, vio a Aleli Dalmau, sentada con un pequeño grupo de adolescentes en un establecimiento de comida rápida.
Rocio agarró a Monito de la mano y se metió con él en la tienda más próxima. El alivio que había sentido al verla dio rápidamente paso a una oleada de cólera. Pero pronto comprendió que lo mejor que podía hacer era dominarla y ofrecer una imagen de calma y control absoluto sobre la situación.
Contuvo la respiración mientras fingía mirar unas faldas de invierno; necesitaba calmar su pulso acelerado.
Un hombre alto los había seguido al interior de la galería. Estaba completamente fuera de lugar entre aquellas ropas de mujer. Llevaba el pelo extremadamente corto, lo que le hacía parecer un soldado. Al igual que Gabriel Morgan, el responsable de los guardaespaldas de la corte.
Rocio vio que el hombre tomaba una falda y una blusa de seda y se dirigía hacia la parte trasera de la tienda. ¿Para qué? ¿Pretendería probárselas?
Rocio rió, pero descubrió horrorizada que estaba al borde de las lágrimas.
Monito, en un inesperado alarde de compasión, la abrazó.
-¿Estás bien? -le preguntó, con sus enormes ojos abiertos de par en par. Prácticamente era la primera vez que decía dos palabras seguidas que no fueran «Cereales de la Suerte».
Rocio se agachó y lo abrazó con todas sus fuerzas.
-Ahora sí que estoy bien. Muchas gracias.

Tomó aire nuevamente y para cuando se dirigió con Monito a la parte trasera de las galerías, ya era capaz de sonreír.
Supo exactamente el momento en el que Aleli la vio. La niña tensó los hombros como si estuviera preparándose para participar en la Tercera Guerra Mundial.
Pero Rocio conservó la sonrisa. No quería tener una discusión con Aleli delante de sus amigos.

-Buenas tardes -dijo de buen humor-. Me alegro de haberte encontrado. Quería asegurarme de que tenías dinero para gastar.
La expresión beligerante de Aleli dio paso a otra de completa estupefacción e incredulidad.
-Yo... llevo cinco dólares -contestó.
-Oh -dijo Rocio, sonriendo nuevamente-, entonces no hay ningún problema -miró el reloj-. ¿Qué te parece si quedamos en la entrada principal a las cinco?

Los tres chicos y las cuatro chicas que estaban alrededor de la mesa no tenían un aspecto especialmente responsable, pero tampoco Aleli. Uno de los chicos, el de aspecto más infantil, estaba fumando, posiblemente para aparentar mayor edad. Ninguno de ellos parecía tener más de catorce años.
-¿Eres inglesa? -preguntó el que fumaba.
-De Wynborough -le sonrió, preparándose para presentarse-. Soy...
-Una loca -la interrumpió el adolescente-. Hace falta estar completamente loca o ser tonta para trabajar para un asesino. Nadie de aquí quiere hacerlo.-Dos de las chicas se echaron a reír.
-Cállate, Leon -Aleli se tensó y Rocio se dijo que aquellos adolescentes no podían ser sus amigos.
-Cállate tú. ¿Qué pasa? ¿Tienes miedo de que le cuente a tu niñera que tu papá mató a tu mamá? -Rocio se dirigió entonces a Aleli.
-Ahora que lo pienso, tengo muchas cosas que hacer en casa. Quizá fuera mejor que nos fuéramos ya.
Aleli la ignoró por completo.
-¡Eso no es cierto! Y no te atrevas a decir esas cosas delante de mi hermano.
Leon soltó una carcajada.
-¿Te crees que no lo sabe? -se inclinó hacia sus amigos-. Mi hermana pequeña está en su clase y dice que no habla nada. Está loco, lo único que hace es ladrar como un perro -el grupo de amigos estalló en carcajadas y Leon se volvió hacia Aleli-. Creo que vio lo que ocurrió y desde entonces está traumatizado.
Aleli estaba lívida. Era más alta y fuerte que Leon y Rocio comprendió que tenía que intervenir antes de que se abalanzara sobre el chico
-¿Cómo lo hizo tu padre? -continuó provocándola Leon, dirigiéndose en aquella ocasión a Monito-. ¿La mató con un cuchillo? Ladra una vez para decir sí y dos para decir no.

Pero en vez de pegarle, como Rocio sospechaba que iba a hacer, Aleli agarró a su hermano y se alejó de allí a toda velocidad.

Rocio le dirigió a Leon la más glacial de sus miradas. Permaneció frente a él completamente quieta, hasta que el adolescente se vio obligado a alzar la mirada.

-La madre de Aleli murió de cáncer -le dijo con una absoluta tranquilidad-. Esta noche, cuando vuelvas a casa, piensa en ello cada vez que tu madre te demuestre lo mucho que te quiere. E imagínate lo que sería que no estuviera allí, lo que sentirías si la perdieras. Seguro que después te lo piensas dos veces antes de volver a ser tan cruel con Aleli.

Leon soltó una carcajada burlona, pero Rocio no se movió.

-Por terrible y desagradable que seas, estoy segura de que tu madre te quiere. Imagínate cómo sería tu vida si la perdieras.

Continuaba oyéndolos reír mientras se alejaba, pero eran risas forzadas. No creía haber convencido a Leon, pero quizá en alguno de los otros sí tuvieran alguna influencia sus palabras.
Aleli y Monito habían desaparecido, pero esperaba que la estuvieran esperando en la entrada principal.

Corrió rápidamente hacia ella, abriéndose paso entre la gente.
Y allí estaba otra vez el hombre con aspecto de militar. Fingía estar mirando el escaparate de una librería, pero Rocio estaba convencida de que la estaba siguiendo.
Seguramente sería un guardaespaldas enviado desde Aspen para alejarla de cualquier peligro. Rocio le había pedido a Mery que hablara con Gabriel Morgan, el encargado de la seguridad de las princesas cuando estaban en America, para convencerlo de que estaría completamente a salvo en Buenos Aires sin necesidad de ningún guardaespaldas. Pero era obvio que Gabriel había decido que la princesa Rocio necesitaba una niñera.
Rocio miró hacia atrás y el hombre se volvió. En realidad, a Rocio no la molestaba que la siguiera, siempre y cuando lo hiciera disimuladamente.
Continuó corriendo hacia la entrada principal y, efectivamente, allí estaban los niños.
Aleli, con el rostro tenso por el enfado, sostenía a su hermano en brazos, como si fuera un bebé. Al acercarse a ellos, Rocio oyó que la niña estaba canturreándole a su hermano.

-¿Qué les has dicho? -preguntó Aleli, interrumpiendo su canción-. Sabes, cuando interviene algún adulto son todavía peores.
-Lo que no consigo entender es por qué hablas siquiera con ellos -sabía que no era la mejor forma de iniciar una conversación, pero no pudo evitarlo.
-¿Dónde está el coche? -preguntó Aleli con impaciencia-. Porque este niño cada vez pesa más.

El pobre Monito tenía el rostro cubierto de lágrimas.

-¿Estás bien? -le preguntó Rocio.

El niño asintió. Parecía tan cansado como ella. Aquella tarde había sido espantosa.

-¿Y crees que podrás ir andando hasta el coche?

El niño volvió a asentir y Aleli lo dejó en el suelo.

-Tenemos una pequeña excursión hasta el coche -explicó Rocio alegremente-. ¿Nos vamos?
-Voy a tener problemas, ¿verdad? -preguntó Aleli.
-Eso depende de lo que entiendas por problemas. Si para ti tener problemas significa tener que sentarse a tener una larga conversación, me temo, querida, que los vas a tener
.
Llegaron al coche, se metieron y Rocio comenzó a conducir.
A los pocos segundos, vio que los seguía el guardaespaldas, con menos discreción de la que a Rocio le habría gustado

Continuará...

*Mafe*

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