domingo, 3 de febrero de 2013

Un Hombre para Mi... Capitulo 38







La lección no había terminado como Rocío había creído al principio. Estaba sólo empezando. Ya no tenía nada que ver con los caballos. Pero no sabía eso cuando Gastón la llevó a la cuadra, done hacía menos calor.
            Por un momento, no veía nada. La rápida transición del sol radiante del exterior a la penumbra del interior daba a la cuadra un aspecto más oscuro del que tenía en realidad. Pero cuando sus ojos se adaptaron a la tenue luz, se encontró echada sobre un montón de heno en uno de los compartimentos vacíos, con el cuerpo de Gastón medio cubriendo el suyo, y su boca impidiendo cualquier objeción, aunque no pensaba hacer ninguna.
            Estaba demasiado aturdida. Había pasado demasiado deprisa. Y ni siquiera estaba segura de por qué. Lo que había murmurado sobre invitaciones y piedras no tenía demasiado sentido para ella. Que a volviera a besar, tampoco. Habían acordado que el beso de la noche anterior era un error, o por lo menos, eso había supuesto ella. Y esta vez Gastón no había bebido. Así que se le estaban acabando las razones que explicaran por qué quería besarla.
            No sólo estaba haciendo eso. El beso era tan apasionado que al principio no se dio cuenta. Pero cuando le cubrió un seno con la mano, la anormal calidez que sintió fue la primera pista de que ya no había ninguna barrera de tela entre ambos. Tenía la blusa desabrochada, la camisola bajada.
            El pánico fue su reacción inmediata al verse medio desnuda fuera de la intimidad de su dormitorio.
            —¿Y si viene alguien? dijo con voz entrecortada tras interrumpir un momento el beso.
            —¿Te importa? A mí no.
            Tuvo que pensárselo. ¿Cómo iba a pensar cuando todavía le acariciaba el seno? En realidad, si parara en aquel instante, se echaría a llorar. Y no era probable que nadie entrara a esa hora del día. No, tampoco le importaba. Si aparecía alguien, ya se preocuparía entonces.
            Así que dejó que encontrara de nuevo sus labios. Le rodeó el cuello con los brazos, en una respuesta silenciosa. El beso se volvió más voraz mientras Gastón exploraba a fondo la boca con la lengua. Estaba perdiendo otra vez el contacto con la realidad, atrapada en una oleada de sensaciones turbulentas muy alejadas e su escasa experiencia.
            Las caricias de Gastón se volvieron más atrevidas, algo bruscas. Oía que su respiración era tan irregular como la de ella. Tenía la sensación de que era prisionero de su propia pasión. Esperaba que la controlara mejor que ella.
            Su boca descendió por su cuerpo, le chupó el cuello. Le hizo cosquillas, le disparó la sangre, provocó que quisiera enroscarse alrededor de su cuerpo. Bajó más aún y le rodeo un pecho con los labios. Sabía que Gastón no tenía la boca tan caliente pero, aun así, sintió que la abrasaba. Temió que quisiera abarcar todo el seno con la boca. Imposible, no tenía los senos tan pequeños. Pero no daba la impresión de que Gastón fuera a dejar de intentarlo.
Las sensaciones eran cada vez más profundas. Notó vagamente que le palpaba la falda y comprendió que quería quitársela. No tuvo suerte, así que atacó desde otro ángulo.
            —Tendría que haber una ley que prohibiera llevar pantalones a las mujeres gruñó cuando no pudo llegar demasiado arriba con la mano desde la parte inferior de la falda de montar.
            A Rocío le entraron ganas de reír y se sorprendió a sí misma al ceder a ellas.
            —¿De verdad quieres desnudarte en una cuadra, sobre un montón de heno? bromeó a  continuación en un tono remilgado.
            —Usa la imaginación. Sé que la tienes muy viva. Piensa que estás acostada sobre seda.
            —¿Es eso un sí?
            Ahora rió Gastón, a carcajada limpia. Rodó por el suelo con ella hasta dejarla sentada a horcajadas sobre su cintura, con las rodillas dobladas a cada lado de su cuerpo, de modo que casi la tenía por completo al alcance de la mano. Se deslizo con rapidez de su blusa, la extendió en el heno a su lado. Le pasó la camisola por la cabeza y la prenda pasó a formar parte también de la manta que estaba preparando sobre el heno.
            Pero al quitarle la camisola, le descolocó las gafas, que ella, sin pensarlo, puso en su sitio. Y Gastón alargó también la mano hacia ellas. Su reacción fue también automática. Se echó hacia atrás para que no llegara.
            —Quítatelas dijo Gas.
            —No.
            Gastón empezó a fruncir el ceño, pero sus senos lo distrajeron. Los cubrió ambos con las manos y se los acarició. Rocío echó la cabeza hacia atrás y soltó un gemido irreprimible. Sentada a horcajadas sobre él, sentía un nuevo calor en lo más profundo de su ser.
            —Levántate sin moverte de donde estás pidió Gastón con una voz más ronca de normal.
No quería perder el contacto de sus manos, pero no encontró motivo alguno para negarse. Sin embargo, no estaba segura de poder ponerse de pie porque temblaba. Lo consiguió, pero mientras miraba cómo empezaba a desabrocharse la camisa, casi se le doblaron las rodillas.
            —Suéltate el cabello ordenó Gastón a continuación.
Le obedeció enseguida. Se quitó las horquillas, sacudió la cabeza y una cascada dorada le cayó espalda abajo, por encima de los hombros, hasta la cintura.
            —Sabía que sería así de largo, y hermoso. Se acabaron los moños. Si te veo con otro, yo mismo, en persona, te robaré las horquillas.
            Rocío sonrió al imaginarlo entrando a escondidas en su habitación para robar horquillas. En realidad, si estuviera en ella en ese momento…
            —Desabróchate ese artilugio que llevas para que pueda quitártelo.
            Inspiró de nuevo ya que resultaba que él se estaba desabrochando los pantalones al decir eso. Le costó un buen rato poder pensar con claridad para deducir que el “artilugio” se refería a la falda. La agarró con torpeza mientras los dedos le temblaban más aún. Y en cuanto Gastón la vio desabrochada, se la bajó.
            Se incorporó, se quitó la camisa y apenas dedicó un instante a añadirla a la manta improvisada. Apoyó la mejilla en el bajo vientre de Rocío y la rodeó con los brazos. Le deslizó las manos espalda arriba y abajo, despacio, y siguió por las caderas para bajar más aún y quitarle así el culote.
            Aunque el aire estaba quieto en los confines del compartimento cerrado, Rocío sintió un ligero escalofrío, ahí de pie, pero fue sólo un instante. Notaba el aliento cálido de Gastón en la tripa, y su tórax caliente en los muslos. Le estaba levantando con cuidado una de las piernas para liberarlas de la ropa restante. Puso las manos en la cabeza de Gastón y deslizó los dedos por su cabello. Era suave como el de un bebé y su tacto le proporcionó tanto placer que se dio cuenta de que había deseado hacer eso desde que lo había conocido.
            Cuando Gastón le levantó la otra pierna, perdió el equilibrio y se deslizó hacia abajo hasta que sus rodillas tocaron el suelo, una a cada lado de su cuerpo, como antes. Gastón le puso una mano en la nuca y la atrajo de nuevo hacia él. Y mientras la besaba, consiguió de algún modo quitarle también las botas.
            De repente, se encontró echada sobre la manta improvisada, y Gastón le sonreía.
            —Es seda, ¿verdad? le preguntó él.
            Habría contestado que sí. En realidad, habría estado de acuerdo con cualquier cosa en ese momento, pero no le salió la voz. Gastón se veía tan juvenil con esa sonrisa, tan atractivo, que notó un cosquilleo en el vientre que la mareaba. Y él debió de notar lo que sentía porque su expresión se volvió tan sensual que Rocío tuvo que contener el aliento.
            Gastón volvía a tener sus labios sobre los suyos, y con las manos, muy suaves al acariciarle la piel desnuda, exploraba los puntos a los que no podía llegar antes. Rocío no cuestionó nada de lo que él hacía, y se limitó a aceptar el placer de sus caricias a la vez que se concentraba en cada instante, en cada nueva sensación para poder recordarla siempre. Pero pasaba todo tan deprisa, y estaba tan atrapada en las pasiones despertadas en ella que si recordaba algo sería el calor, la ansiedad y el asombro de que estuviera ocurriendo.
            Gastón dejó de besarla para poder contemplarla mientras deslizaba la mano hacia la parte inferior de su cuerpo. Rocío vio turbación en su mirada, ¿o eran imaginaciones suyas? Pero parecía encantado ante  la vista de sus extremidades desnudas, o acaso sorprendido, ya que la ropa que solía vestir no dejaba entrever sus formas. En cualquier caso, estaba asombrada de no sentir vergüenza porque Gastón la mirara de esa forma. Bueno, puede que sintiera un poco.
            Su mano siguió deslizándose muslo abajo y después subió por la parte interior hasta detenerse en la entrepierna. Rocío soltó un grito ahogado, lo que provocó que Gastón volviera a cubrirle la boca con los labios. Pero no era ese grito ahogado lo que había intentado tapar, sino los que sabía que iban a seguirlo cuando explorara con los dedos su interior. Los nervios de Rocío reaccionaron ante el placer, y unos espasmos incontrolables la llevaron a arquear su cuerpo hacia el de Gastón, que se acercó para contenerlos. De repente, la cubría por completo y, antes de que pudiera imaginar por qué, la estaba penetrando.
            El dolor fue intenso, pero desapareció tan deprisa que no lo recordaría. Sentirlo en su interior, en cambio, y de modo tan profundo, lo compensaba, y le proporcionaba un placer que no habría imaginado nunca. No hizo nada más durante un largo instante para darle tiempo a adaptarse, tiempo que en realidad no necesitaba. Cuando por fin empezó a moverse, estaba más que preparada. Pero él seguía tratando de calmarla. Mientras descansaba un brazo bajo su nuca, le acercó la otra mano a la mejilla, la oreja, el cabello… y éste se le enganchó en las gafas y Gastón se las quitó.
Rocío no estaba segura de que no lo hubiera hecho aposta, aunque tal vez no. Su expresión de sorpresa podía deberse a tener las gafas en los dedos. Pero le estaba observando la cara mientras ambos permanecían inmóviles. Sabía que ella y Eugenia eran gemelas, se lo había dicho, y aun así, se sentía más desnuda sin las gafas que sin la ropa.
            —¿Puedes verme sin ellas? le preguntó.
            —Sí.
            —Bien, porque quiero que veas lo mucho que estoy disfrutando.
            El tono fue ronco, pero las palabras la afectaron muchísimo, eliminando toda su timidez y le recordaron que seguía estando dentro de ella.
            —¿Entonces qué estás esperando? dijo ella con una voz igual de ronca mientras le rodeaba el cuello con los brazos.
            Gastón inspiró pero, entonces, frunció el ceño un momento, confundido.
            —¿Amanda?
            Rocío no contestó. En ese momento estaba demasiado aturdida para pensar. Gastón la penetraba una y otra vez, y en unos instantes la llevó hasta el éxtasis más sublime de su vida, con un placer que siguió recorriéndole el cuerpo hasta que él alcanzó el suyo unos momentos después.
            Los dos volvían a estar inmóviles, respirando despacio mientras recuperaban la normalidad. Rocío mantuvo alejados los pensamientos todo lo que pudo para intentar saborear lo que sin duda sería una experiencia única que jamás volvería a tener con él. Notó cómo la cólera aumentaba en su interior e intuyó que Gastón podía sentir lo mismo. Tampoco parecía tener prisa en abordarlo. Sin embargo, entre ellos crecía la noción de que él creía que ella era Eugenia. Y le había hecho el amor.
            Gastón se echó hacia atrás. La contempló un instante largísimo. Ahora, sin darse cuenta, ella le devolvía la mirada. Pero antes de que ninguno de los dos pudiera decir algo, oyeron una voz cerca de la entrada de la cuadra.
            —¿Aún estás aquí, Gastón? Hay que dar de comer a los caballos. Bueno, parece que tendré que…
            El monólogo se detuvo, Era el peón enfermo, preocupado por los animales. Gastón soltó un taco entre dientes cuando el peón añadió:
            —Oh, no te había visto, Lonny.
            —Vístete mientras me deshago de ellos susurró Gastón mientras agarraba su ropa y se la ponía. Ya hablaremos de esto después.
            ¿Después? Si lo veía después, podría matarlo. Bueno, cuando le hubieran enseñado a disparar un arma.

2 comentarios:

  1. Para, para... Ame el cap! ame que rochi se animara a todo eso, pero el pensaba que era eugenia?.. No entendi esa parte!

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  2. y el otro?????
    subi el prox, no tardes que me encanta la nove!!

    besos :)

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