La lección no había terminado como Rocío había creído al principio.
Estaba sólo empezando. Ya no tenía nada que ver con los caballos. Pero no sabía
eso cuando Gastón la llevó a la cuadra, done hacía menos calor.
Por
un momento, no veía nada. La rápida transición del sol radiante del exterior a
la penumbra del interior daba a la cuadra un aspecto más oscuro del que tenía
en realidad. Pero cuando sus ojos se adaptaron a la tenue luz, se encontró
echada sobre un montón de heno en uno de los compartimentos vacíos, con el
cuerpo de Gastón medio cubriendo el suyo, y su boca impidiendo cualquier
objeción, aunque no pensaba hacer ninguna.
Estaba
demasiado aturdida. Había pasado demasiado deprisa. Y ni siquiera estaba segura
de por qué. Lo que había murmurado sobre invitaciones y piedras no tenía
demasiado sentido para ella. Que a volviera a besar, tampoco. Habían acordado
que el beso de la noche anterior era un error, o por lo menos, eso había
supuesto ella. Y esta vez Gastón no había bebido. Así que se le estaban acabando
las razones que explicaran por qué quería besarla.
No
sólo estaba haciendo eso. El beso era tan apasionado que al principio no se dio
cuenta. Pero cuando le cubrió un seno con la mano, la anormal calidez que
sintió fue la primera pista de que ya no había ninguna barrera de tela entre
ambos. Tenía la blusa desabrochada, la camisola bajada.
El
pánico fue su reacción inmediata al verse medio desnuda fuera de la intimidad
de su dormitorio.
—¿Y si viene alguien? —dijo
con voz entrecortada tras interrumpir un momento el beso.
—¿Te importa? A mí no.
Tuvo
que pensárselo. ¿Cómo iba a pensar cuando todavía le acariciaba el seno? En
realidad, si parara en aquel instante, se echaría a llorar. Y no era probable
que nadie entrara a esa hora del día. No, tampoco le importaba. Si aparecía
alguien, ya se preocuparía entonces.
Así
que dejó que encontrara de nuevo sus labios. Le rodeó el cuello con los brazos,
en una respuesta silenciosa. El beso se volvió más voraz mientras Gastón exploraba a fondo la boca con la lengua. Estaba perdiendo otra vez el contacto
con la realidad, atrapada en una oleada de sensaciones turbulentas muy alejadas
e su escasa experiencia.
Las
caricias de Gastón se volvieron más atrevidas, algo bruscas. Oía que su
respiración era tan irregular como la de ella. Tenía la sensación de que era
prisionero de su propia pasión. Esperaba que la controlara mejor que ella.
Su
boca descendió por su cuerpo, le chupó el cuello. Le hizo cosquillas, le
disparó la sangre, provocó que quisiera enroscarse alrededor de su cuerpo. Bajó
más aún y le rodeo un pecho con los labios. Sabía que Gastón no tenía la boca tan
caliente pero, aun así, sintió que la abrasaba. Temió que quisiera abarcar todo
el seno con la boca. Imposible, no tenía los senos tan pequeños. Pero no daba
la impresión de que Gastón fuera a dejar de intentarlo.
Las sensaciones eran cada vez más profundas.
Notó vagamente que le palpaba la falda y comprendió que quería quitársela. No
tuvo suerte, así que atacó desde otro ángulo.
—Tendría que haber una ley que
prohibiera llevar pantalones a las mujeres —gruñó cuando no pudo llegar
demasiado arriba con la mano desde la parte inferior de la falda de montar.
A Rocío le entraron ganas de reír y se sorprendió a sí misma al ceder a ellas.
—¿De verdad quieres desnudarte en
una cuadra, sobre un montón de heno? —bromeó a continuación en un tono remilgado.
—Usa la imaginación. Sé que la
tienes muy viva. Piensa que estás acostada sobre seda.
—¿Es eso un sí?
Ahora
rió Gastón, a carcajada limpia. Rodó por el suelo con ella hasta dejarla sentada
a horcajadas sobre su cintura, con las rodillas dobladas a cada lado de su
cuerpo, de modo que casi la tenía por completo al alcance de la mano. Se
deslizo con rapidez de su blusa, la extendió en el heno a su lado. Le pasó la
camisola por la cabeza y la prenda pasó a formar parte también de la manta que
estaba preparando sobre el heno.
Pero
al quitarle la camisola, le descolocó las gafas, que ella, sin pensarlo, puso
en su sitio. Y Gastón alargó también la mano hacia ellas. Su reacción fue también
automática. Se echó hacia atrás para que no llegara.
—Quítatelas —dijo Gas.
—No.
Gastón empezó a fruncir el ceño, pero sus senos lo distrajeron. Los cubrió ambos con
las manos y se los acarició. Rocío echó la cabeza hacia atrás y soltó un
gemido irreprimible. Sentada a horcajadas sobre él, sentía un nuevo calor en lo
más profundo de su ser.
—Levántate sin moverte de donde
estás —pidió Gastón con una voz más ronca de normal.
No quería perder el contacto de sus manos,
pero no encontró motivo alguno para negarse. Sin embargo, no estaba segura de
poder ponerse de pie porque temblaba. Lo consiguió, pero mientras miraba cómo
empezaba a desabrocharse la camisa, casi se le doblaron las rodillas.
—Suéltate el cabello —ordenó Gastón a continuación.
Le obedeció enseguida. Se quitó las
horquillas, sacudió la cabeza y una cascada dorada le cayó espalda abajo, por
encima de los hombros, hasta la cintura.
—Sabía que sería así de largo, y
hermoso. Se acabaron los moños. Si te veo con otro, yo mismo, en persona, te
robaré las horquillas.
Rocío sonrió al imaginarlo entrando a escondidas en su habitación para robar horquillas.
En realidad, si estuviera en ella en ese momento…
—Desabróchate ese artilugio que
llevas para que pueda quitártelo.
Inspiró
de nuevo ya que resultaba que él se estaba desabrochando los pantalones al
decir eso. Le costó un buen rato poder pensar con claridad para deducir que el
“artilugio” se refería a la falda. La agarró con torpeza mientras los dedos le
temblaban más aún. Y en cuanto Gastón la vio desabrochada, se la bajó.
Se
incorporó, se quitó la camisa y apenas dedicó un instante a añadirla a la manta
improvisada. Apoyó la mejilla en el bajo vientre de Rocío y la rodeó con los
brazos. Le deslizó las manos espalda arriba y abajo, despacio, y siguió por las
caderas para bajar más aún y quitarle así el culote.
Aunque
el aire estaba quieto en los confines del compartimento cerrado, Rocío sintió
un ligero escalofrío, ahí de pie, pero fue sólo un instante. Notaba el aliento
cálido de Gastón en la tripa, y su tórax caliente en los muslos. Le estaba
levantando con cuidado una de las piernas para liberarlas de la ropa restante.
Puso las manos en la cabeza de Gastón y deslizó los dedos por su cabello. Era
suave como el de un bebé y su tacto le proporcionó tanto placer que se dio
cuenta de que había deseado hacer eso desde que lo había conocido.
Cuando Gastón le levantó la otra pierna, perdió el equilibrio y se deslizó hacia abajo
hasta que sus rodillas tocaron el suelo, una a cada lado de su cuerpo, como
antes. Gastón le puso una mano en la nuca y la atrajo de nuevo hacia él. Y
mientras la besaba, consiguió de algún modo quitarle también las botas.
De
repente, se encontró echada sobre la manta improvisada, y Gastón le sonreía.
—Es seda, ¿verdad? —le
preguntó él.
Habría
contestado que sí. En realidad, habría estado de acuerdo con cualquier cosa en
ese momento, pero no le salió la voz. Gastón se veía tan juvenil con esa sonrisa,
tan atractivo, que notó un cosquilleo en el vientre que la mareaba. Y él debió
de notar lo que sentía porque su expresión se volvió tan sensual que Rocío tuvo que contener el aliento.
Gastón volvía a tener sus labios sobre los suyos, y con las manos, muy suaves al
acariciarle la piel desnuda, exploraba los puntos a los que no podía llegar
antes. Rocío no cuestionó nada de lo que él hacía, y se limitó a aceptar el
placer de sus caricias a la vez que se concentraba en cada instante, en cada
nueva sensación para poder recordarla siempre. Pero pasaba todo tan deprisa, y
estaba tan atrapada en las pasiones despertadas en ella que si recordaba algo
sería el calor, la ansiedad y el asombro de que estuviera ocurriendo.
Gastón dejó de besarla para poder contemplarla mientras deslizaba la mano hacia la
parte inferior de su cuerpo. Rocío vio turbación en su mirada, ¿o eran
imaginaciones suyas? Pero parecía encantado ante la vista de sus extremidades desnudas, o
acaso sorprendido, ya que la ropa que solía vestir no dejaba entrever sus
formas. En cualquier caso, estaba asombrada de no sentir vergüenza porque Gastón la mirara de esa forma. Bueno, puede que sintiera un poco.
Su
mano siguió deslizándose muslo abajo y después subió por la parte interior
hasta detenerse en la entrepierna. Rocío soltó un grito ahogado, lo que
provocó que Gastón volviera a cubrirle la boca con los labios. Pero no era ese
grito ahogado lo que había intentado tapar, sino los que sabía que iban a
seguirlo cuando explorara con los dedos su interior. Los nervios de Rocío reaccionaron ante el placer, y unos espasmos incontrolables la llevaron a
arquear su cuerpo hacia el de Gastón, que se acercó para contenerlos. De repente,
la cubría por completo y, antes de que pudiera imaginar por qué, la estaba
penetrando.
El
dolor fue intenso, pero desapareció tan deprisa que no lo recordaría. Sentirlo
en su interior, en cambio, y de modo tan profundo, lo compensaba, y le
proporcionaba un placer que no habría imaginado nunca. No hizo nada más durante
un largo instante para darle tiempo a adaptarse, tiempo que en realidad no
necesitaba. Cuando por fin empezó a moverse, estaba más que preparada. Pero él
seguía tratando de calmarla. Mientras descansaba un brazo bajo su nuca, le
acercó la otra mano a la mejilla, la oreja, el cabello… y éste se le enganchó
en las gafas y Gastón se las quitó.
Rocío no estaba segura de que no lo hubiera
hecho aposta, aunque tal vez no. Su expresión de sorpresa podía deberse a tener
las gafas en los dedos. Pero le estaba observando la cara mientras ambos
permanecían inmóviles. Sabía que ella y Eugenia eran gemelas, se lo había dicho,
y aun así, se sentía más desnuda sin las gafas que sin la ropa.
—¿Puedes verme sin ellas? —le
preguntó.
—Sí.
—Bien, porque quiero que veas lo
mucho que estoy disfrutando.
El
tono fue ronco, pero las palabras la afectaron muchísimo, eliminando toda su
timidez y le recordaron que seguía estando dentro de ella.
—¿Entonces qué estás esperando? —dijo
ella con una voz igual de ronca mientras le rodeaba el cuello con los brazos.
Gastón inspiró pero, entonces, frunció el ceño un momento, confundido.
—¿Amanda?
Rocío no contestó. En ese momento estaba demasiado aturdida para pensar. Gastón la
penetraba una y otra vez, y en unos instantes la llevó hasta el éxtasis más
sublime de su vida, con un placer que siguió recorriéndole el cuerpo hasta que
él alcanzó el suyo unos momentos después.
Los
dos volvían a estar inmóviles, respirando despacio mientras recuperaban la normalidad. Rocío mantuvo alejados los pensamientos todo lo que pudo para intentar
saborear lo que sin duda sería una experiencia única que jamás volvería a tener
con él. Notó cómo la cólera aumentaba en su interior e intuyó que Gastón podía
sentir lo mismo. Tampoco parecía tener prisa en abordarlo. Sin embargo, entre
ellos crecía la noción de que él creía que ella era Eugenia. Y le había hecho el
amor.
Gastón se echó hacia atrás. La contempló un instante largísimo. Ahora, sin darse
cuenta, ella le devolvía la mirada. Pero antes de que ninguno de los dos
pudiera decir algo, oyeron una voz cerca de la entrada de la cuadra.
—¿Aún estás aquí, Gastón? Hay que
dar de comer a los caballos. Bueno, parece que tendré que…
El
monólogo se detuvo, Era el peón enfermo, preocupado por los animales. Gastón soltó un taco entre dientes cuando el peón añadió:
—Oh, no te había visto, Lonny.
—Vístete mientras me deshago de
ellos —susurró Gastón mientras agarraba su ropa y se la ponía—. Ya
hablaremos de esto después.
¿Después?
Si lo veía después, podría matarlo. Bueno, cuando le hubieran enseñado a
disparar un arma.

Para, para... Ame el cap! ame que rochi se animara a todo eso, pero el pensaba que era eugenia?.. No entendi esa parte!
ResponderEliminary el otro?????
ResponderEliminarsubi el prox, no tardes que me encanta la nove!!
besos :)