Capitulo 12
Mery me preguntó si quería que me cortaran el pelo en Bowie's, la famosa
peluquería de Houston a la que acudían ella y su madre. Me advirtió que me
costaría bastante dinero, pero también me dijo que, después de que Bowie me lo
cortara, yo podía buscar alguna peluquería en Welcome en la que me mantuvieran
el corte. Tras obtener la aprobación de mi madre y reunir hasta el último
centavo de lo que había conseguido haciendo de canguro a los hijos de los
vecinos, le dije a Mery que concertara una cita con su peluquero. Tres semanas
más tarde, la madre de Mery nos llevó a Houston en su Cadillac blanco de
tapicería de color habano, con radiocasete incorporado y ventanas que subían y
bajaban con sólo pulsar un botón.
En
comparación con la media de Welcome y gracias a la prosperidad de su tienda, a
la que habían bautizado como Casa de Empeños TCrissle-Down, los Del Cerro eran una
familia acomodada. Yo siempre creí que a las casas de empeño acudían personas
marginadas y desesperadas, pero Mery me aseguró que mucha gente normal acudía a
aquel tipo de tiendas para conseguir un préstamo.
Un día, después del colegio,
acompañé a Mery a la casa de empeños, que estaba gestionada por su padre, su
tío y su hermano mayor. Las estanterías estaban atiborradas de pistolas y
escopetas resplandecientes, cuchillos enormes y aterradores, hornos microondas
y televisores. Para mi alegría, la madre de Mery me permitió probarme algunos
de los anillos de compromiso que guardaban en unas cajas forradas de
terciopelo. Había cientos de ellos adornados con todas las piedras imaginables.
— Hacemos
un gran negocio con los compromisos rotos — declaró la madre de Mery con
entusiasmo mientras sacaba una bandeja de terciopelo llena de solitarios. A mí
me encantaba su acento portugués, que hacía que alargara las vocales.
— ¡Oh,
qué lástima! — exclamé yo.
— En
absoluto. — La madre de Mery me contó lo reconfortante que le resultaba a una
mujer empeñar el anillo de compromiso y quedarse con el dinero después de que
su horrible novio la hubiera engañado—. ¡Él te joroba, tú le jorobas! — declaró
con autoridad.
La
buena marcha de TCrissle-Down había proporcionado a Mery y a su familia los
medios para ir a la peluquería y realizar sus compras en la zona alta de
Houston. Yo nunca había estado en la lujosa área comercial de la Galería, en la
que abundaban las tiendas y los restaurantes. La peluquería Bowie's estaba
situada en la intersección de Westheimer con un lujoso paseo de ronda. Me costó
ocultar mi sorpresa cuando la madre de Mery detuvo el coche y le entregó las
llaves a un aparcacoches. ¡Un aparcacoches para un corte de pelo!
La
peluquería Bowie's estaba llena de espejos, muebles cromados y exóticos equipos
de peluquería. Un olor penetrante a activador de permanente flotaba en el aire.
El propietario era un hombre de treinta y tantos años, y el pelo rubio y
ondulado le caía por la espalda. Esto no era habitual en el sur de Tejas y
deduje que Bowie debía de ser un tipo muy, muy duro. La verdad es que estaba
realmente en forma. Su cuerpo era enjuto y musculoso, y deambulaba por la
peluquería vestido con unos tejanos negros, unas botas negras, una camisa
vaquera blanca y una corbata de cordón de ante anudada con una piedra turquesa
sin pulir.
— ¡Vamos
a ver las lacas nuevas para uñas! — me apremió Mery.
Yo
negué con la cabeza y permanecí sentada en uno de los sillones de piel negra de
la zona de espera. Estaba demasiado atónita para pronunciar una palabra.
Bowie's era el lugar más maravilloso que había visto en toda mi vida.
Exploraría el lugar más tarde, pero de momento quería quedarme quieta y
absorberlo todo. Contemplé a las peluqueras mientras trabajaban cortando el
pelo a la navaja, secándolo con el secador de mano y enrollando con destreza
mechones pequeños de pelo en las varillas de color pastel para la permanente.
Unos carritos altos, cromados y de madera, contenían misteriosos tarros y tubos
de cosméticos y botellines de champús, lociones, bálsamos y perfumes de aspecto
medicinal.
Me
parecía que todas las clientas de la peluquería experimentaban, ante mis ojos,
una transformación. Las peinaban, las maquillaban, les limaban las uñas y las
sometían a múltiples tratamientos, hasta que alcanzaban un cuidado glamur que
yo sólo había visto en las revistas. Mientras la madre de Mery permanecía
sentada a una mesa de manicura donde le colocaban unas uñas acrílicas y Mery
curioseaba en las estanterías de los cosméticos, una mujer vestida de blanco y
negro me acompañó al tocador de Bowie.
— Primero
Bowie la asesorará— me explicó la mujer—. Yo le aconsejo que le deje hacer lo
que quiera. Es un genio.
— Mi
madre me ha dicho que no permita que me lo corten mucho... — empecé yo, pero
ella ya se había ido.
Entonces
apareció Bowie, carismático y guapo, pero con cierto toque artificial. Cuando
nos estrechamos la mano, oí un tintineo metálico, pues tenía los dedos llenos
de anillos de oro y plata con diamantes y turquesas encastrados.
Una
ayudante me envolvió en una capa de color negro brillante y me lavó la cabeza
con unas pociones de olor caro. Después me aclaró el pelo, me lo peinó y me
condujo de vuelta al tocador. Allí me recibió la visión, algo inquietante, de
Bowie con una navaja. Durante la media hora siguiente, dejé que inclinara mi
cabeza en todas las direcciones posibles mientras tiraba de algunos mechones
estratégicos de mi pelo o cortaba centímetros de un solo golpe de navaja.
Mientras trabajaba, Bowie permanecía en silencio y arrugaba el entrecejo debido
a la concentración. Cuando terminó, había empujado mi cabeza hacia atrás y
hacia delante tantas veces que yo me sentía como un dispensador de caramelos
Pez. Largos mechones de mi cabello permanecían amontonados en el suelo.
Una
ayudante barrió enseguida los montones de pelo desechado y Bowie me secó el
pelo con un alarde increíble de teatralidad. Enrolló mechones de cabello en un
cepillo redondo como si estuviera formando una bola de algodón de azúcar, me
enseñó a aplicar unos toques de laca en la raíz del pelo y, al final, hizo
girar mi silla para que me viera en el espejo.
Yo no
podía creerlo. En lugar de una madeja de pelo rubio y encrespado, ahora tenía
un flequillo largo y mi pelo, escalado hasta los hombros, brillaba y flotaba a mí
alrededor con cada movimiento de mi cabeza.
— ¡Oh! —
fue todo lo que pude decir.
Bowie
exhibía una sonrisa como la del gato de Cheshire.
— ¡Guapísima!
— Exclamó mientras deslizaba los dedos por la parte trasera de mi cabeza para
ahuecar el cabello—. Es toda una transformación, ¿no crees? Le diré a Shirlene
que te enseñe a maquillarte. Normalmente, cobro por sus consejos, pero en este
caso, te los ofrezco como regalo.
Antes
de que pudiera agradecérselo, Shirlene apareció y me condujo a un taburete alto
y cromado situado frente al espejo de uno de los tocadores de maquillaje.
— Eres
afortunada, tienes muy buena piel — declaró ella después de observar mi cutis—.
Te enseñaré el maquillaje de los cinco minutos.
Cuando
le pregunté cómo podía conseguir que mis labios parecieran más estrechos, ella
reaccionó con sorpresa.
— ¡Cariño,
no puede ser que quieras que tus labios parezcan más finos, pero si lo étnico
está de moda ahora! Mira a Kimora.
— ¿Quién
es Kimora?
Shirlene
dejó sobre mi regazo una sobada revista de moda. En la portada se veía a una
mujer preciosa, con la piel del color de la miel y las largas extremidades
entrecruzadas en una pose que parecía natural. Sus ojos eran oscuros, tenía los
párpados entornados y sus labios eran más carnosos que los míos.
— Es la
nueva modelo de Chanel — me explicó Shirlene—. Tiene catorce años, ¿puedes
creerlo? Dicen que será el rostro de los noventa.
Aquello
constituía toda una novedad. Que una chica de aspecto étnico, con el cabello
negro como el carbón, una nariz grande y unos labios carnosos fuera elegida
como la imagen de una casa puntera de modas, algo que yo siempre había asociado
con una mujer blanca y delgada, me resultaba increíble. Yo observé la
fotografía mientras Shirlene delineaba mis labios con un lápiz marrón pálido,
me aplicaba pintalabios de color rosa mate, espolvoreaba mis mejillas con
colorete y realzaba mis pestañas con dos capas de máscara.
Shirlene
me dio un espejo de mano y yo contemplé el resultado final. Debo admitir que el
cambio que había experimentado gracias al nuevo corte de pelo y al maquillaje
me sobresaltó. No era el tipo de belleza que siempre había deseado, pues yo
nunca sería la clásica norteamericana rubia de ojos azules, pero aquélla era mi
propia imagen. Ante mí tenía una muestra de la persona en la que podía
convertirme algún día y, por primera vez en mi vida, sentí una oleada de
orgullo por mi aspecto.
Mery y
su madre se acercaron y me observaron con tal intensidad que, avergonzada,
incliné la cabeza.
— ¡Oh...
Dios... mío! — Exclamó Mery—. No escondas la cara, déjame contemplarte. Eres
tan... — Mery sacudió la cabeza, como si no lograra encontrar la palabra
adecuada—. ¡Serás la chica más guapa de toda la escuela!
— No exageres — contesté con timidez mientras
enrojecía hasta la raíz del cabello. Yo nunca pensé que podía pasarme algo así
y me sentí incómoda más que entusiasmada. Entonces toqué la muñeca de Mery,
clavé la mirada en sus resplandecientes ojos y susurré—: Gracias.
— Disfrútalo
— respondió ella con cariño mientras su madre charlaba con Shirlene—. No estés
nerviosa, sigues siendo tú, cariño. Simplemente, eres tú...
Continuara...
*Mafe*

me encanta!. ya quiero que la vea gaston, para saber que le dice! :)
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