Capitulo 26
Una noche, Gabo me llevó
a una fiesta que se celebraba en la casa de un chico cuyos padres
estaban fuera durante el fin de semana. La casa estaba llena de
chicos y chicas de último curso y busqué en vano un rostro que me
resultara familiar.
El rock duro de Stevie Ray
Vaughan retumbaba en el patio a través de los altavoces y unos vasos
de plástico con un líquido naranja en su interior corrían de mano
en mano. Gabo me dio uno de esos vasos y me advirtió, medio riendo,
que no me lo bebiera demasiado deprisa. Sabía a alcohol de noventa y
seis grados aromatizado. Yo tomé los sorbos más pequeños posibles
y los labios me escocieron al contacto con el cáustico licor.
Mientras Gabo charlaba con sus amigos, yo le pregunté dónde estaba
el lavabo.
Con el vaso de plástico
en la mano, entré en la casa simulando no ver a las parejas que se
besuqueaban en las sombras y por los rincones. Encontré el lavabo,
el cual, de una forma milagrosa, no estaba ocupado, y tiré la bebida
en el retrete.
Cuando salí del lavabo,
decidí tomar una ruta distinta para volver al jardín. Me resultaría
más fácil, por no decir menos embarazoso, salir por la puerta
principal y rodear la casa que volver a cruzarme con todas aquellas
parejas amorosas. Pasé junto a la escalera de la entrada y vi un par
de cuerpos entrelazados en las sombras.
Cuando reconocí a Gastón,
quien rodeaba con los brazos a una rubia de largas extremidades, me
sentí como si me hubieran atravesado el corazón con un cuchillo.
Ella estaba sentada encima de uno de los muslos de Gastón y llevaba
puesto un top ajustado de terciopelo negro que dejaba al descubierto
su espalda y sus hombros. Gastón le había cogido el cabello con una
mano y tiraba de él hacia atrás mientras deslizaba con lentitud los
labios por un costado de su garganta.
Dolor, celos,
deseo... Yo no sabía que se podían sentir tantas cosas al mismo
tiempo y con tanta intensidad. Necesité toda mi voluntad para
ignorarlos y continuar mi camino. Las piernas me flaquearon, pero yo
seguí adelante. Por el rabillo del ojo vi que Gastón levantaba la
cabeza y me quise morir cuando me di cuenta de que me había visto.
Yo giré, con mano temblorosa, el frío pomo de bronce de la puerta y
salí de la casa.
Yo sabía que Gastón
no vendría detrás de mí, pero aceleré el paso y al final me
encontré corriendo y resoplando en dirección al jardín trasero.
Quería olvidar lo que acababa de ver, pero la imagen de Gastón con
la chica rubia quedaría grabada en mi memoria para siempre. Me
sorprendió la rabia que sentí hacia el, la ardiente sensación de
haber sido traicionada. No me importaba que él no me hubiera
prometido nada, que no me debiera nada, Gastón era mío y así lo
sentía en todas las células de mi cuerpo.
Al final conseguí
encontrar a Gabo entre la multitud del jardín y él me miró con una
sonrisa inquisitiva; era imposible que no percibiera mis mejillas
encendidas.
—¿Qué te ocurre,
muñeca?
—Se me ha caído la
bebida —contesté con voz grave.
Él se echó a reír y me
rodeó los hombros con su sólido brazo.
—Te traeré otra.
—No, yo... —Me puse de
puntillas y le susurré al oído—: ¿Te importa si nos vamos ya?
—¿Ya?, pero si acabamos
de llegar.
—Quiero estar a solas
contigo —susurré con desesperación—. ¡Por favor, Gabo! Llévame
a otro lugar. A donde sea.
La expresión de Gabo
cambió. Yo sabía que se preguntaba si mi repentino deseo de estar a
solas con él significaba lo que él creía que significaba.
Y la respuesta era que sí.
Yo quería besarlo, abrazarlo y hacer con él todo lo que Gastón
estaba haciendo con aquella chica en aquel momento. No como resultado
del deseo, sino por despecho y dolor. Yo no podía recurrir a nadie
más. Mi madre consideraría que mis sentimientos eran infantiles, y
quizá lo fueran, pero no me importaba; nunca había sentido una
rabia devoradora como aquélla antes y mi única ancla era el peso
del brazo sólido de Gabo.
Gabo me llevó al parque
público, en el que había un estanque artificial y varios
bosquecillos. En uno de los lados del estanque había una glorieta
destartalada con unos bancos de madera astillada. Las familias solían
ir allí de picnic, pero en aquel momento la glorieta estaba vacía y
a oscuras. El aire estaba cargado con los sonidos nocturnos; se oía
una orquesta de ranas entre las aneas, el canto de los cenzontes y el
aleteo de las garzas.
Justo antes de irnos
de la fiesta, me bebí de un trago lo que quedaba del tequila sunrise
de Gabo. La cabeza me daba vueltas y me tambaleaba entre
oleadas de vértigo y náuseas. Gabo extendió su
chaqueta encima de uno de los bancos de la glorieta, me
sentó en su regazo y me besó con labios húmedos y ansiosos. Yo
percibí la intención de su beso, el mensaje de que aquella noche
iría tan lejos como yo se lo permitiera.
Gabo deslizó su
suave mano por debajo de mi camisa y a lo largo de mi espalda y tiró
del cierre de mi sujetador. Este se aflojó alrededor de mi pecho.
Sin perder tiempo, Gabo movió la mano hacia delante, encontró la
blanda curvatura de uno de mis pechos y lo apretó con impaciencia.
Yo hice un gesto de dolor y él aflojó un poco la mano mientras se
disculpaba con una risa nerviosa:
—Lo siento, muñeca, es
que... eres tan guapa que me vuelves loco.
Gabo frotó con el pulgar
la punta de mi pecho y pellizcó y restregó mis pezones con
insistencia mientras nuestras bocas se movían juntas en unos besos
largos e ininterrumpidos. Mis pezones enseguida estuvieron irritados
y escocidos. Yo abandoné toda esperanza de sentir placer e intenté
simularlo. Si algo iba mal, era culpa mía, porque Gabo era un chico
experimentado.
Gabo me tumbó encima de
su chaqueta mientras yo me sentía como una espectadora, seguramente
a causa del tequila. El impacto de la madera contra mis hombros
desató una sensación de pánico en mi estómago, pero la ignoré y
me relajé.
Gabo me desabrochó los
pantalones, los bajó por mis caderas y me sacó una pernera. Yo
vislumbré un trozo de cielo más allá del tejado de la glorieta.
Era una noche nebulosa, sin luna ni estrellas. La única luz que se
percibía era el distante resplandor azul de una farola que
parpadeaba entre una nube de mariposas de la luz.
Como cualquier
adolescente, Gabo apenas sabía nada acerca de las sutiles zonas
erógenas del cuerpo de una mujer. Yo todavía sabía menos que él
y, como era demasiado tímida para explicarle lo que me gustaba y lo
que no, permití que hiciera lo que quisiera. Yo no tenía ni idea de
dónde poner las manos. Noté que Gabo deslizaba la mano por dentro
de mis bragas, donde el vello estaba caliente y aplastado. Gabo
volvió a restregar mi piel y frotó con aspereza unas cuantas veces
la zona más sensible, hasta que yo di un brinco. Él confundió mi
incomodidad con placer y soltó una risita de excitación.
Gabo se echó sobre
mí con su cuerpo grande y pesado y mis piernas rodearon las suyas
con rigidez. Gabo se desabrochó los tejanos y utilizó ambas manos
para realizar algo a toda prisa. Yo oí el crujido de un plástico y
noté que Gabo tiraba de algo y se lo colocaba. Después sentí su
miembro tenso y cabeceante contra la zona interior de mi muslo.
Gabo arrugó mi
camisa y mi sujetador por debajo de mi barbilla y succionó mi pecho
con nerviosismo. Yo pensé que habíamos ido demasiado lejos para
detenerlo, que, llegados a aquel punto, no tenía derecho a decir que
no y deseé que todo aquello acabara, que Gabo terminara pronto.
Mientras tenía estos pensamientos, la presión que sentía entre mis
piernas se volvió dolorosa. Yo me puse en tensión, apreté los
dientes y miré a Gabo a los ojos. Él no me devolvió la mirada,
estaba concentrado en lo que estaba haciendo, no en mí. Yo me había
convertido en el mero instrumento que iba a proporcionarle alivio. El
miembro de Gabo presionó con fuerza mi resistente carne y un sonido
de dolor escapó de mis labios.
Tras unos cuantos
empujones dolorosos y con el condón mojado de sangre, Gabo se dejó
caer sobre mí con un estremecimiento y soltó un gemido.
—¡Oh, cariño, ha sido
fantástico!
Yo continué abrazándolo,
pero sentí una oleada de repulsión cuando él me besó en el cuello
y noté el calor de su aliento en mi piel. Ya tenía bastante. Él ya
me había tenido bastante, y yo necesitaba volver a pertenecerme a mí
misma. Cuando Gabo se separó de mí, me sentí aliviada más allá
de toda medida. La carne me escocía y estaba al rojo vivo.
Nos vestimos en silencio.
Yo había mantenido los músculos tan tensos, que cuando por fin me
relajé me puse a temblar y los dientes me castañetearon.
Gabo me acercó a él y me
dio unas palmaditas en la espalda.
—¿Te arrepientes? —me
preguntó en voz baja.
Él no se esperaba que le
dijera que sí y no lo hice. En cierta manera, me parecía de mala
educación y, además, no cambiaría nada. Lo que estaba hecho, hecho
estaba. Pero quería irme a casa. Quería estar sola. Sólo entonces
podría clasificar los cambios que se habían producido en mí.
—No —mascullé junto a
su hombro.
Él me dio unas cuantas
palmaditas más en la espalda.
—La próxima vez
será mejor, te lo prometo. Mi última novia también era virgen y no
le gustó hasta después de unas cuantas veces.
Yo me puse un poco
in tensión. A ninguna chica le gustaría oír hablar a su
pareja de su antigua novia un momento como aquél. Y aunque no me
sorprendió que Gabo hubiera practicado el sexo
con una chica virgen antes, me dolió. Parecía desvalorizar lo que
yo le había dado. Como si para él ser el primer amante de una chica
fuera algo habitual; Gabo, el chico sobre el que se lanzaban las
chicas vírgenes.
—Por favor, llévame a
casa. ¡Estoy tan cansada! —declaré.
—¡Claro, cariño!
Durante el trayecto a
Bluebonnet Ranch Gabo condujo con una mano y sostuvo la mía con la
otra mientras le daba pequeños y ocasionales apretones. Yo no estaba
segura de si me estaba reconfortando o si me estaba pidiendo que lo
reconfortara, de modo que yo le devolví el apretón en todas las
ocasiones. Gabo me preguntó si quería cenar con él al día
siguiente y le contesté que sí de una forma automática.
Charlamos un poco, aunque
yo estaba demasiado aturdida para saber qué decía. Pensamientos
aleatorios cruzaron mi mente de una forma rápida y entrecortada. Me
sentía aterrorizada al pensar en lo mal que me iba a sentir cuando
el aturdimiento desapareciera e intentaba convencerme en silencio de
que no existía ninguna razón para que me sintiera así. Otras
chicas de mi edad se acostaban con sus novios. Lucy lo había hecho,
y Moody estaba considerando seriamente esa posibilidad; por tanto,
¿qué pasaba si yo lo había hecho? Yo seguía siendo la misma, me
repetía una y otra vez. La misma.
Ahora que lo habíamos
hecho una vez, ¿lo haríamos siempre? ¿Gabo esperaría que todas
nuestras citas terminaran en sexo? Yo literalmente me encogí sólo
de pensarlo. Sentía escozor y temblores en lugares insospechados y
tensión en los muslos. «Con Gastón habría sido igual —me dije a
mí misma—; el dolor, los olores, las reacciones corporales...
habrían sido los mismos».
El coche se detuvo delante
de mi casa y Gabo me acompañó hasta la puerta. Parecía querer
quedarse un rato. Yo, desesperada por librarme de él, desplegué
grandes muestras de afecto: lo abracé con fuerza, lo besé en los
labios, y también en la mandíbula y la mejilla. Mis muestras de
afecto parecieron restaurar su autoconfianza. Gabo sonrió y nos
despedimos.
—Adiós, muñeca.
—Adiós, Gabo.
Continuara...
*Mafe*

Que dura Gastón cuando se entere? Porfaaa no tardes en subir el proximoo!!!
ResponderEliminarEspere casi años para un nuevo capitulo, ojala subas el otro pronto! ME encanta :)))
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