Capitulo
GASTON
Al momento que escuché el coche de Rochi girar, tiré el teléfono
contra la pared.
Cayó al piso hecho pedazos. Sabía cómo se sentía, destrozado,
roto. Estaba seguro
de que ella me amaba, aunque nunca hubiera pronunciado las
palabras, estaba tan
malditamente seguro que me quería y no a mi perfecto y pulido
primo. Nunca
antes en mi vida había odiado a Pablo, pero en este momento, lo
odiaba. Lo
odiaba por tenerla. Lo odiaba por controlarla. Lo odiaba porque él
tenía su amor.
Un rugido llenó la habitación y apenas reconocí que el gruñido de
enojo salió de
mi boca. No sería capaz de quedarme aquí, ¿Como los miraría? ¿Cómo
podría ir a
la escuela y verlo tocándola? Abrazándola. ¡Oh dios, besando su
boca! ¿A ella le
importaría que me acabara de destruir? ¿Había sido esto sólo un
juego para ella?
¿Pasar el tiempo con el chico malo mientras el príncipe azul no
estaba?
—Maldita Rochi.
Mi destrozado teléfono empezó a sonar. Asustado de que fuera ella,
de que
pudiera haber cambiado de opinión corrí hacia él y recogí la
batería poniéndola en
su lugar mientras presionaba varias veces el botón de aceptar
antes de que
funcionara. La pantalla estaba negra.
—¿Hola?
—¿Adivina quién regresó antes y está listo para poner tu flojo
trasero a levantar
pesas mañana por la mañana? —La alegre voz de Pablo venía del otro
lado de la
línea y yo luchaba contra el instinto de tirar el teléfono a la
pared. ¿Qué le digo?
¿Cómo actuó feliz de que este en casa?
—¿Gaston? ¿Estás ahí?
—Sí, estoy aquí.
—¿Qué le pasa a todo mundo? ¿Alguien puede reaccionar feliz de que
vuelva
antes a casa?
Un manipulador rayo de esperanza trataba de pasar a mis
pensamientos,
seguramente no hablaba de Rocio.
—Estoy seguro que tu… Rochi está feliz de que regreses —dije, me
pregunte si él
habría escuchado que me detuve al admitir llamarla su novia. No
estaba listo para
aceptar esto.
Dejó escapar un suspiro de frustración.
—No, ella se oía distraída. Apenas me enteré de lo de su abuela.
Hombre, odio no
haber estado aquí. Creo que está molesta por eso y yo siendo
egoísta deseando que
actuara contenta por verme. ¿La has visto? ¿Le está yendo bien?
Tenía que ser cuidadoso, ella hizo su elección. Eso no significa
que no pueda
hacerla cambiar de opinión, pero tengo que ser cuidadoso. Tengo
que protegerla.
—No está molesta, hemos tropezado algunas veces. Nos ayudó a Eugenia
y a mí
cuando habíamos bebido mucho, nos llevó a casa. También anoche fui
a la iglesia
para dar el pésame. Recuerdo a su abuela, ella fue buena conmigo.
Pablo suspiró.
—Gracias hombre, te agradezco que fueras. Sé que significa mucho
para Rochi.
Le di un puñetazo a la pared, no necesitaba que me lo agradeciera.
No lo había
hecho por él.
—Bueno, entonces te veo en el funeral.
No, no estaba listo para verlos juntos. Ver a Pablo tocándola me
enojaría
ciegamente en el funeral de su abuela.
—Tengo cosas que hacer. Anoche fui pero ahora que estas aquí mi
trabajo está
hecho.
—De acuerdo, bueno, gracias de nuevo. No estoy bromeando acerca
del salón de
pesas mañana. Tengo que poner tu panza cervecera en forma.
—Seguro, te veo luego.
Dejé caer las piezas del teléfono en la mesa de la cocina.
Necesitaba hacer un plan,
pensar en esto. ¿Lo he arruinado dejándola ir? ¿Quería ella que la
detuviera?
Rocio Igarzabal me volvería loco.
ROCIO
—¿De verdad le dijiste a Pablo que era bienvenido a cenar con
nosotros?
Papá estaba parado en la puerta de mí habitación. Regresé del
funeral y fui
directamente a bañarme para poder llorar en privado. Una vez que
el agua se
enfrió, sequé mis lágrimas y me esforcé en controlarme. ¿Qué es lo
que mi abuela
me diría que hiciera? ¿Diría que siguiera mi corazón? ¿O vería lo
bueno de mi
decisión? Recordé cómo reaccionó Gaston a mis palabras. ¿Qué es lo
que esperaba
que él hiciera? ¿Tumbarse a mis pies llorando? Debería de estar
feliz por la manera
en que lo manejó. Así no tengo que preocuparme por cargar la culpa
de herirlo.
—Sí, estará aquí a las seis.
Me levanté de la postura reclinada en la que estaba. Papá se veía
complacido con
mi respuesta.
—Has estado muy alejada del mundo estas vacaciones, estoy muy
aliviado de que
Pablo esté en casa.
Forcé una sonrisa para que papá no viera nada diferente. Se fue,
cerrando la puerta
detrás. Me recosté en la cama viendo el techo y preguntándome como
le daría la
cara a Pablo con la culpa de lo que había hecho.
quiero a Pablo. Mis acciones no hacen parecer que lo haga, pero sí
lo quiero. El
problema es que no estoy enamorada de él. No me había dado cuenta
de las
diferentes formas de amor que puedes sentir por un chico. Pablo
era todo lo que
respetaba, era dulce y cariñoso, nunca tuve que preocuparme por
que me dejara o
me lastimara, era imposible no amarlo. Desafortunadamente, su
novia era una
farsa. Se merecía saber la farsa que soy, pero, ¿cómo le
explicaría que por él estaba
actuando así? Por mis padres, por el maldito pueblo. No le podía
decir nada a
Pablo. Los chismes en un pueblo pequeño corren rápido. Mi madre
estaría
devastada, mi padre estaría furioso, los heriría y ¿por qué? ¿Por
un chico que ni
siquiera se molestó en contestar cuando terminé con él? Mi corazón
se estaba
rompiendo y él le estaba escribiendo a alguien. Probablemente a Eugenia.
Sólo
pensar que Gaston estuviera con Eugenia me daba nauseas.
—Oye, deja, yo limpio esto. No has visto a Pablo en semanas, ve, sé
que quieren
pasar tiempo juntos. —Este no era papá. Él normalmente quería que
nos
quedáramos aquí, en casa o en el porche. Raramente quería que
saliéramos a pasar
tiempo juntos. Aparentemente estaba más preocupado por Gaston de
lo que
pensaba. Pero antes sí tenía motivos para desconfiar de Gaston.
Tal vez sea intuición
de padres.
Pablo se levantó con su plato y vaso en la mano, siempre un
caballero. No
solamente limpió su parte de la mesa. También llevó sus platos
sucios al fregadero.
Su mama educó muy bien a su hijo. O al menos es lo que decía mamá.
—Gracias a los dos, la cena estuvo deliciosa. —Pablo les sonrió a
mis padres y me
guiñó un ojo antes de llevar los platos al lavavajillas.
Él no era como Gaston. Nunca antes había puesto atención en eso.
Ellos tenían
varias similitudes físicas, pero eran muy diferentes. El cabello
oscuro de
Pablo era lo suficientemente largo como para rozar su cuello y
rizarse en las
puntas. Sus labios no eran tan carnosos como los de Gaston pero
sus hombros eran
más anchos. Ellos siempre bromeaban sobre que él tenía el brazo
más fuerte
cuando se refería a lanzar balones, pero Gaston cuando se trataba
de dar golpes. Miré
a mi madre quien sonreía tontamente cada vez que Pablo andaba por
aquí. La
culpa en mi pecho crecía. Ella nunca sonreiría si Gaston estuviera
conmigo.
—Es tan buen muchacho —dijo ella.
Forcé mi sonrisa número cien de la noche y asentí.
Pablo caminó hacia mí y me tomó de la mano.
—La traeré de vuelta a casa a las once señor —dijo mirando a mi
padre.
—Oh, no te preocupes por la hora. Sé que ustedes dos tienen mucho
de que hablar.
Pablo parecía tan sorprendido como yo. Si no lo conociera tan bien
pensaría que
se está tomando las pastillas para la ansiedad de mi madre.
En el momento en el que Pablo cerró la puerta de su camioneta
Dodge de un año
de antigüedad, tomó mi mano y me acercó a él. No hubo cambios en
su forma de
manejar.
—Dios, te he echado de menos —me susurró, antes de agarrar mi cara
y besarme
suavemente en la boca. Era tan bueno como recordaba, dulce, gentil
y muy
cómodo. Me acerqué y metí mis dedos en su espeso cabello y probé
algunas de las
formas nuevas de besar para ver si sentía lo mismo que Gaston me
hacía sentir.
Pablo hizo un sonido que me recordó a un gruñido y puso sus manos
en mi
cintura para atraerme a él. A pesar de eso, todo se mantuvo…
agradable.
Finalmente, se hizo para atrás respirando pesadamente y recargó su
frente contra
la mía.
—Eso estuvo, ¡Wow!
Sonreí, deseando poder decir lo mismo.
—Si me hubiera visto forzado a estar una semana más alejado, me lo
hubiera
perdido. Amo a mi familia pero estaba teniendo problemas Rocio.
La culpa dentro mí se retorció cruelmente. Las lágrimas se
asomaron a mis ojos y
descansé mi cabeza en su pecho. Era tan bueno.
—Rochi, algo anda mal. Lo pude ver ahí dentro. Parecías tan triste
y tus padres muy
diferentes.
—Perder a la abuela fue un golpe duro. Un gran choque para todos.
Creo que papá
tomó algunas pastillas para la ansiedad de mi madre porque estoy
de acuerdo que
estaba actuando raro. Pero yo sigo tratando de sobrellevarlo.
Siento estar tan
deprimida y tu ya en casa.
Él apretó mi hombro.
—Está bien, lo entiendo.
Salió del camino y se dirigió a su casa. Nos dirigíamos al hoyo.
No tenía que
preguntar. Estaba alejado y seguro. Probablemente llamaría a su padre
para decirle
donde estábamos y que después iríamos para allá, sólo para
asegurarse que todo
estuviera bien. Estacionarnos por allí no era algo en lo que nos
verían. Eso
arruinaría su reputación y no podíamos permitir esto. Podía oír el
sarcasmo en mis
pensamientos así que cerré los ojos para reprenderme. La chica
mala no volvería a
su jaula sin pelear esta vez.
La camioneta nos empujaba alrededor cuando nos dirigimos
lentamente a lo largo
de la terracería. No había luz en el hoyo, la luz de la camioneta
iluminó el sucio
suelo y algunos animales salieron corriendo. Una vez que pasamos a
través de los
arboles, la luz de la luna brillaba en el agua y Pablo se detuvo.
Apagó el motor
antes de girarse a mirarme.
—Siento no haber estado aquí Rochi. Perder a tu abuela de esa
manera debe de ser
difícil, ¿Estás enfadada conmigo por no haber estado aquí?
Lo que no necesitaba, Pablo sintiéndose culpable cuando no tenía
razón alguna.
Eso me hacía sentir como lodo.
—Por supuesto que no estoy enfadada contigo. Desearía que
regresaras a una
novia feliz, no te mereces esto.
Él acarició mi rodilla y observé su mano, no era tan grande ni tan
bronceada como
la de Gaston.
—Está bien, sé que la vieja Rochi regresará cuando el luto haya
terminado.
Se detuvo y lo miré. Una línea apareció en su frente. Algo lo
estaba preocupando.
Lo he conocido casi toda mi vida y conozco esa cara.
—Algunas de las señoras de la iglesia mencionaron que Gaston te
agarraba la mano
—soltó una risita forzada—. Eso les preocupaba y creían que yo lo
tenía que saber.
En vez de asustarme me enojé. Estúpidos chismosos. Esto era
exactamente lo que
pensaba que pasaría. Todo mundo saltaría sobre Pablo y diría
pestes de Gaston.
Como si Gaston necesitara que lo odiaran más de lo que ya lo
hacían. Quería gritar
de frustración. En vez de eso respiré profundamente y conté hasta
diez en mi
cabeza. De vez en cuando contar hasta diez calmaba las cosas.
Cuando creía que
podía responder sin enojo dije lo primero que se me vino a la
mente.
—Cuando éramos pequeños, Gaston y yo estábamos tan unidos como tú
y yo. Él se
sentó en el porche de mi abuela tantas veces como tú. Él comió sus
galletas y jugó
uno con mi abuela tantas veces como tú. Ella fue parte de su
infancia. Una de las
pocas cosas buenas. Sabía que estabas fuera y que yo estaba
devastada. Así que fue
a la iglesia y me preguntó si ya había ido a verla. Admití que no
lo había hecho y
que no estaba segura si podría. Entonces él me animo a que fuera a
despedirme y
dijo que iría conmigo. Me imagino que vio el miedo en mis ojos y
me tomó de la
mano. Después caminamos juntos al frente de la iglesia. Entonces
él se apartó y me
dejó decir el último adiós a mi abuela. Después me tomó de la mano
y salimos de
la iglesia porque él cómo tu, sabe cuando estoy a punto de perder
el control. Y
conoce tan bien a la niña que llevo dentro, que sabía que no
quería romperme allí
para que todo mundo anduviera a mi alrededor.
Nos sentamos en silencio por unos momentos. Yo escuché el enojo en
mi voz. No
hay duda de que el también.
—Recuérdame agradecerle por estar allí con mi novia. Le debo una.
Ya era hora de
que vosotros os dierais cuenta de que erais los mejores amigos de
toda la vida.
Siempre me sentí culpable de que hubiera terminado.
Después siguió diciendo lo culpable que se sentía. Yo sólo quería
ir a casa y
meterme bajo las sábanas. Eso era mucho para manejar por ahora. La
culpa, el
enojo, la frustración, el dolor, todo eso me volvería loca.

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