jueves, 29 de agosto de 2013

Una noche con el Jeque Capítulo 8



Capítulo 8

Los presentes estaban yendo hacia la carpa en la que se iba a servir el desayuno, pero Rocío dudó preguntándose si no debería llevar a Kiara a la guardería. Sin saber qué hacer, miró a su alre¬dedor con la esperanza de ver al secretario del príncipe.
Gastón la vio antes de que Rocío lo viera a él.
¡Sí, era Rochi!
Era fácil sospechar lo que estaba haciendo allí. En el desayuno benéfico se habían congre¬gado algunos de los hombres más ricos de Zuran y no sería difícil que alguno de ellos se fijara en Rochi.
Desde la pamela de rafta y tul que llevaba en la cabeza hasta las uñas de los pies delicadamen¬te pintadas y las sandalias tan frágiles que no sabía ni cómo podía andar, toda Rochi irradiaba vulnerabilidad e inocencia.
¡Pero Rocío no era así y él lo sabía! ¬Sin sospechar lo que se avecinaba, Rocío se cambió de brazo a Kiara.
—¡Muy bonito! —exclamó Gastón acercándose a Rochi—. Te has presentado aquí vestida a la euro¬pea, ¿eh? Pues déjame que te diga que no creo que vayas a tener el efecto deseado en Zuran con esa ropa.
—¡Gastón! —contestó Rocío notando que le temblaban las piernas. 
—No sé cómo habrás conseguido pasar el con¬trol de seguridad… aunque me lo puedo imagi¬nar. A las amantes y las mujeres que venden sus favores no se les suele permitir asistir a estos actos.
¡Amantes! Su insulto no hirió solo su orgullo sino su sentido de protección fraternal hacia Marianela.
Sabía que, si aquella conversación continua¬ba, le iba a tener que decir que no era la madre de Kiara, así que prefirió irse a la carpa a desayunar.
¡Había ido allí por motivos de trabajo y no pensaba estropear un buen proyecto discutiendo con Gastón delante del príncipe!
—Si te vas a comportar como un patán, me niego a hablar contigo —le advirtió—. Perdona, pero debo reunirme con los demás —añadió, dán¬dose cuenta de que un fotógrafo acababa de to¬mar una imagen de ellos dos juntos.
—No creas que me engañas —apuntó Gastón—. Sabes que Peter se va a enterar de lo que pasó y va a dejarte definitivamente y te estás buscando ya otro hombre que te mantenga.
—Para que lo sepas, no necesito que ningún hombre me mantenga —contestó Rocío aleján¬dose iracunda.
Mientras huía de él, Rocío sintió una mano ¬en el brazo. Menos mal que era el secretario del príncipe.
—Su Alteza quiere que desayune usted en su mesa, señorita Igarzabal —le informó—. Si quiere primero la acompaño a la guardería.
Gastón observó con ira cómo Rocío desapa¬recía entre los invitados. ¿Cómo se atrevía a mentir tan descaradamente y a decirle que era in¬dependiente económicamente?
¡Aquella mujer era despreciable y fría, así que no merecía la pena volver a pensar en Rochi!
Al oír a dos mujeres conversar sobre los me¬jores balnearios del mundo, Rocío decidió que la conversación en la mesa era, desde luego, cos¬mopolita.
Cuando el desayuno hubo terminado, el prín¬cipe se acercó a Rochi.
—Mi secretario se pondrá en contacto con usted para que quedemos y podamos tratar los aspectos formales del proyecto —le dijo.
—Me estaba preguntando si podría visitar las nuevas cuadras o, por lo menos, ver los planos.
Se le habían ocurrido un par de ideas, por su¬puesto innovadoras, pero antes de proponérselas al príncipe para su aprobación, quería ver el en¬clave donde van a estar las nuevas cuadras.
—Por supuesto, me ocuparé personalmente de ello —contestó el príncipe.
Mientras la escoltaba a la salida, Rocío vio a Gastón observándolos como si Rochi fuera… un trozo… de carne que se estuviera plateando com¬prar.
—Alteza. 
—Gastón.
Al ver que se saludaban, Rocío intentó apartarse y alejarse, pero, de alguna manera, Gastón le había cerrado el paso.
—¡Veo que no llevas a Kiara contigo! 
—No, está en la guardería. Iba a buscarla ahora —contestó Rocío con frialdad.
—¿Os conocéis? —preguntó el príncipe—. La se¬ñorita Igarzabal me va a prestar sus maravillosos servicios. De hecho, me ha prometido ser inno¬vadora conmigo, ¿verdad?
Al darse cuenta de cómo estaban sonando aquellas palabras a oídos de Gastón, Rocío se excusó y se fue, pero, para su desgracia, Gastón la siguió y la tomó del brazo.
—Es increíble —le dijo—. Todo el mundo sabe que el príncipe está enamoradísimo de su esposa y tú has conseguido, bruja, que diga públicamen¬te que va a contratar tus servicios.
Rocío no se molestó en contestarle y se li¬mitó a sonreír.
—¿Ves? No deberías haberte molestado tanto en proteger a tu primo —le espetó—. Ya no hace falta que vayas corriendo a narrarle tu sórdido com¬portamiento conmigo. Al fin y al cabo, cuando se entere de que el príncipe me paga por… mi arte…
—¿Cómo te atreves a hablar así de un tema tan serio? —le preguntó Gastón zarandeándola de ambos brazos.
¬Para su sorpresa, Rocío acababa de descu¬brir que estaba disfrutando de lo lindo sacándolo de sus casillas.
—¿Por qué no iba a hacerlo? Estoy muy orgu¬llosa de mi profesión y de que se me tenga en tanta estima. ¡Eso me permite ganarme la vida decentemente!
Gastón le clavó los dedos en los antebrazos con fuerza.
—De hecho, en algunos círculos muy selectos ya soy famosa —sonrió eufórica.
—¿Estás orgullosa de ser una prostituta de alto nivel? Personalmente, yo te habría clasificado solo como una prostituta cara.
Rocío estuvo a punto de abofetearlo, pero Gastón se lo impidió.
—Si me abofetearas aquí, podrías terminar en la cárcel, pero si yo hago esto… —dijo besándola con rabia.
Rocío intentó soltarse, pero no pudo. Gastón era mucho más fuerte que Rochi y, a pesar de su furia y su desprecio, la deseaba físicamente. ¿Como le pasaba a Rochi con él?
La soltó tan de repente, que Rocío estuvo a punto de perder el equilibrio. Asombrada, lo vio gi¬rarse para irse, pero antes de hacerlo, se sacó la car¬tera de la chaqueta y le arrojó unos billetes al suelo.
Rocío se quedó mirándolo con la boca abierta.
—¡Recógelos! —le ordenó.
Rocío tomó aire y habló con toda la dignidad que pudo.
¬—Por supuesto que los voy a recoger. Estoy segura de que las asociaciones benéficas que patrocinan este evento estarán encantadas de contar con este dinero —dijo rezando para que creyera que el brillo de sus ojos era desprecio y no dolor.
Gastón la vio alejarse en silencio. Su propio comportamiento le había sorprendido, pero era demasiado orgulloso para admitirlo y, por supuesto, no iba a admitir qué lo había motivado.
¿Cómo iba a admitir que se sentía celoso por los favores de una prostituta? ¿Cómo iba a admi¬tir que su deseo de poseerla no era un deseo pu¬ramente físico sino mucho más? ¡No podía admi¬tirlo y no pensaba hacerlo!


1 comentario:

  1. ahhh esta novela esta muy buena espero que se arregle ya todo

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