Capitulo 40
Arreglarse el pelo
constituye un asunto serio en Houston. Me sorprendió la cantidad de
personas que estaban dispuestas a pagar por los servicios que se
ofrecían en Salón One. Poli, el
peluquero jefe y socio de la peluquería, tenía una lista de espera
de tres meses como mínimo.
Poli era un hombre con un gran carisma, y se movía con la gracia de un bailarín. Era un perfeccionista, cuando algo no se
hacía como él quería, estallaba la tormenta. Claro que ¡menudo
negocio había creado! Salón One había sido declarada peluquería
del año en revistas como Tejas Monthly,
Elle y Glamour.
Como aprendiz, yo no podía
cortarle el pelo a nadie hasta que hubiera transcurrido un año.
Mientras tanto, observaba y aprendía, realizaba encargos para Poli,
llevaba bebidas a los clientes y, de vez en cuando, aplicaba
tratamientos con trocitos de papel de aluminio y toallas calientes. Y
también realizaba manicuras y daba masajes en las manos a algunos de
los clientes de Poli mientras esperaban su turno. Lo que más me
divertía era que me encargaran realizar la pedicura a las señoras
que venían con amigas a recibir un tratamiento de belleza. Mientras
las señoras charlaban, la otra aprendiz y yo embellecíamos sus pies
y nos enterábamos de los últimos cotilleos.
A la peluquería también acudían hombres de todas las edades. La mayoría iban muy bien vestidos y llevaban el pelo, el cutis y las uñas escrupulosamente arreglados, Algunos de ellos flirtearon conmigo, sobre todos los más jóvenes, pero Poli también tenía normas respecto a esta cuestión. Y a mí ya me iba bien. En aquel momento de mi vida, no estaba interesada en coqueteos y enamoramientos, lo único que quería era un trabajo fijo y buenas propinas.
Un par de chicas de la peluquería, entre ellas Angie, habían conseguido un amigo rico y maduro entre los clientes. El acuerdo se estableció con discreción, de modo que Poli no se enteró o miró a otro lado de una forma deliberada. El tipo de acuerdo que se establecía entre algunos hombres maduros y acomodados y ciertas mujeres jóvenes no me atraía, aunque me fascinaba. Según me explicó Angie, el acuerdo pocas veces incluía transferencias directas de dinero, pues eso eliminaba el romanticismo de la relación. Los hombres preferían pensar en la relación como en un tipo de amistad especial en la que proporcionaban regalos y ayuda a una joven que merecía tener una oportunidad, y las jóvenes se convencían a sí mismas de que resultaba lógico que sus novios quisieran ayudarlas y, a cambio, ellas querían demostrarles su aprecio pasando tiempo con ellos.
—¿Y qué ocurre si una noche no te apetece acostarte con él y él acaba de comprarte un coche? —le pregunté a Angie con escepticismo—. En el fondo te ves obligada a hacerlo, ¿no? ¿Y en qué se diferencia esto de ser una...?
Me interrumpí al percibir la mueca de advertencia que torcía su boca.
—No se trata sólo de sexo —declaró Angie con voz tensa—. Se trata de amistad. Si no puedes entenderlo, no voy a perder el tiempo explicándotelo.
Yo me disculpé de inmediato y le conté que era de una ciudad pequeña y que no siempre comprendía la sutileza de las situaciones. Angie se calmó, me perdonó y añadió que, si era lista, yo también me buscaría un amigo generoso que me ayudara a conseguir, con más rapidez, mis objetivos.
Sin embargo, yo no quería viajes a Cabo de Hornos o Río de Janeiro, no quería ropa de diseño ni el boato de una vida de lujo. Lo único que quería era cumplir las promesas que me había hecho a mí misma y a Aleli. Mis modestas ambiciones consistían en tener una casa confortable y los medios para mantenernos, estar bien alimentadas y vestidas, disponer de un seguro médico y un plan dental. Y no quería que nada de esto me lo proporcionara un amigo generoso. La obligación que implicaba este tipo de relación, los regalos y el sexo disfrazados de amistad constituían una vía que yo no era capaz de transitar.
Una vía con demasiados baches.
Continuara...
*Mafe*

Espero el próximo
ResponderEliminarEspero q ro encuentre a un nuevo amor o q aparezca gaston
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