jueves, 19 de septiembre de 2013

Una noche con el Jeque Capítulo 11



Capítulo 11 

Rocío se quedó mirando preocu­pada su teléfono móvil.
Era la cuarta vez que intentaba ponerse en contacto con Marianela desde su llegada a casa de Gastón, pero su hermana seguía teniendo el teléfono desconectado y el contestador activa­do.
Le había dejado un mensaje diciéndole dónde estaba y pidiéndole que la llamara cuanto antes. Se dio cuenta de que llevaba varios días sin ha­blar con ella y, de repente, sintió miedo.
¿Y si le hubiera ocurrido algo?
Rápidamente, Rocío hizo lo necesario para conseguir el teléfono de la empresa propietaria del barco en el que viajaba Marianela.
—¿Con quién hablo, por favor? —le preguntó el hombre que le contestó tras haberle preguntado por su hermana.
—Soy la hermana de Marianela —contestó Rocío.
—Entiendo. Bien, resulta que Marianela ha abandonado el barco.
—¿Cómo? ¿Dónde? ¿Por qué?
—Lo siento, no puedo darle detalles, solo le puedo decir que se fue por propia voluntad y sin advertírnoslo.
¡Por el tono de su voz, Rocío comprendió que el hombre no estaba muy contento con el comportamiento de su hermana!
Tras agradecerle su ayuda, Rocío colgó y miró a Kiara, que estaba completamente dormida. Tal y como Hera le había dicho, Gastón había comprado de todo para la pequeña y, como Rocío había comprobado, todos los artículos eran mucho más caros y buenos de lo que Marianela o Rochi podían permitirse.
¡Marianela! ¿Dónde estaría su hermana? ¿Por qué se habría ido del barco y por qué no le devolvía las llamadas?
Tenía que hablar con ella y contarle lo que es­taba sucediendo.
Aunque su hermana era impulsiva y hedonis­ta, amaba a su hija por encima de todo, y Rocío no entendía por qué no llamaba para intere­sarse por su estado.
Si fuera su hermana, llamaría a todas horas todos los días.
Claro que, si fuera su hermana, no se habría ido a trabajar al barco, pero Marianela había elegido ser independiente económicamente y tenía que conseguirlo de alguna manera. ¡Bastante mérito tenía!
Se quedó mirando a Kiara mientras la peque­ña dormía y se dio cuenta de que el deseo de te­ner un hijo era cada vez más fuerte.
¡Cuando había decidido no dejar que un hombre le hiciera daño jamás, no había pensado en ese tipo de complicaciones!
Gastón frunció el ceño mientras se paseaba por su estudio.
Había recibido un montón de faxes y en todos se le informaba de lo mismo: no habían visto a su primo en ninguno de sus lugares favoritos.
¿Dónde demonios se había metido Peter? Gastón estaba empezando a sospechar que su primo no le había dicho nada de Kiara adrede. ¿Lo habría hecho para escapar a sus obligaciones o para proteger a la niña y a su madre?
Peter debía de saber que, aunque él no apro­bara a la madre, no habría dudado un segundo en disponer lo que fuera necesario para que la niña estuviera bien.
¿No sabía acaso que habría pagado todos sus gastos? Sí, claro que lo sabía, por eso precisa­mente le había escrito una carta informándolo de su paternidad.
Se arrepentía profundamente de haber creído que Rocío era la madre de Kiara. La informa­ción que el príncipe le había dado sobre Rochi le había dejado muy claro hasta qué punto se había equivocado con Rochi.
Rocío era una joven capaz e independiente que se mantenía a sí misma con lo que ganaba y ayudaba a su hermana con su hija. No había ras­tro de que no hubiera llevado una vida decente.
No había nada oculto, ningún secreto. Todos los que habían tratado con Rochi no tenían más que buenas palabras.
Y él, que se preciaba de ser un hombre que sabía identificar la catadura moral de las perso­nas en cuanto las conocía, se había equivocado completamente con Rochi.
Era cierto que lo había engañado porque no le había dicho que no era la madre de la niña, pero aun así…
Se había comportado con Rochi de forma cruel. Si le hubieran contado lo mismo de otro hombre, lo habría denunciado y condenado inmediata­mente.
¡No había excusas! Se había comportado como un auténtico canalla y de nada servía inten­tar reconfortarse diciéndose que había sido por el bien de Peter.
¿No era acaso cierto que la última persona en la que pensó cuando se acostó con Rochi había sido su primo? ¿No era acaso cierto que se había de­jado llevar y consumir por el deseo?
No había explicación lógica para lo que había hecho. ¿Se habría vuelto loco? ¡Y para colmo la había obligado a quedarse en su casa!
Por supuesto, debía disculparse.
Rocío era una mujer que había demostrado lo fuerte y responsable que era, una mujer que era evidente que se desviviría por sus hijos cuan­do los tuviera…
Gastón se había jurado a sí mismo no casarse por miedo a un matrimonio que fuera mal, pero, ¿no sería mejor ofrecerle a Rocío la protección de una boda que exponerla a la crueldad de los rumores?
«Ya está protegida con mi tía», se recordó.
¡Si seguía pensando así, al final, iba a acabar creyendo que de verdad se quería casar con Rochi y volverla a meter en su cama para acabar lo que habían dejado a medias!
Enfadado, se volvió hacia la máquina de fax, que estaba escupiendo otra hoja de papel.
—Bueno, ya estoy aquí. Gastón me ha dicho que tengo que acompañarte a todas partes mien­tras estés pintando, ¿no?
—Bueno, no exactamente —contestó Rocío. Era imposible que no le cayera bien aquella mujer vivaz y simpática que había llegado hacía media hora acompañada por montones de male­tas y su doncRochi.
—No estoy trabajando en el palacio, sino en el lugar donde se van a emplazar las nuevas cua­dras y, para ser sincera, no estoy de acuerdo con Gastón…
—¿Estar de acuerdo? Siento decirte, chérie, que aquí en Zuran no hay más remedio que acos­tumbrarse a las tradiciones de sus gentes —le ex­plicó—. Todavía recuerdo lo difícil que me resultó a mí acostumbrarme, pero… Me vine a vivir aquí tras la muerte de mi esposo. Para entonces, mi hermana llevaba ya muchos años casada con el abuelo de Gastón, ¿sabes? Ahora, vivo entre Zuran y París. Por cierto, la niña es de Peter, ¿no? —añadió cambiando de tema de repente—. Es un hombre encantador, pero muy débil de carác­ter. Por suerte, Gastón se ocupa de él y se mues­tra muy indulgente. Como probablemente ya sa­brás, Gastón no tiene intención de casarse y quiere que la descendencia de su primo herede el trono, lo que es una locura…
—¿No tiene intención de casarse? —se encontró preguntando Rocío.
—Eso dice. La muerte de sus padres lo afectó mucho. Lo pilló en una edad muy impresionable y mi hermana, su abuela, era de la vieja escuela, así que lo educó en la conciencia de la responsa­bilidad que tenía hacia su pueblo. Ahora, Gastón cree que sus necesidades son más importantes que las suyas propias y que no puede arriesgarse a casarse con una mujer que no entienda su deber y la importancia de su papel. Menuda tontería, pero, bueno, ya sabemos cómo son los hom­bres… Les encanta creer que son el sexo fuerte, pero nosotras sabemos que no es así, ¿verdad? Desde luego, se ve que tú eres una mujer muy fuerte —añadió—. Vas a echar de menos a la niña cuando se la tengas que devolver a su hermana —concluyó pensativa.
Debido a la velocidad con la que hablaba y lo perceptiva que era, Rocío estaba empezando a marearse.
—Veo que no has querido hospedarte en la ha­bitación de mi hermana—. Una elección muy afor­tunada por tu parte, te lo digo sinceramente. ¡Nunca entendí por qué se empeñó en recrear el piso de mis padres en la Avenue Foche aquí! Así era Sophia, ¿sabes? Era la hermana mayor y te­nía una voluntad de acero mientras que yo… Se­gún mi hermana, estaba demasiado consentida —sonrió—. No te habría caído bien —añadió sor­prendiendo a Rocío con su sinceridad—. En cuanto te hubiera conocido, habría empezado a planear tu boda con Gastón. ¿No me crees? Te aseguro que es cierto. ¡Habría visto inmediata­mente lo perfecta que eres para él!
¿Rochi? ¿Perfecta para Gastón?
—¡Yo tampoco tengo intención de casarme ja­más! —exclamó Rocío intentando no enfadarse demasiado.
—¿Lo ves? ¡Es obvio que Gastón y tú tenéis muchas cosas en común! Pero yo no soy mi her­mana. Yo no me meto en las vidas de los demás, te lo aseguro. Y dime, ¿por qué has decidido no casarte? En el caso de Gastón está claro que es por el temor que le inculcó mi hermana de que no iba a encontrar a una mujer con la que compartir su infinito compromiso hacia su pueblo. ¡Tonterías! Cuando era jovencito, lo mandó a Francia con la esperanza de que encontrara esposa entre las chi­cas de nuestro círculo. No se dio cuenta de que aquellas chicas no tenían ningún interés en salir de París. ¡La idea de tenerse que venir al desierto con la tribu era para Rochis inconcebible!
Rocío la miraba absorta.
—Gastón necesita una esposa que comprenda y ame a su pueblo con la misma pasión que él y que lo ame a él con más pasión todavía porque, como estoy segura de que ya sabrás, es un hom­bre muy apasionado.
Rocío se preguntó qué había querido decir aquella mujer con semejante comentario, pero al mirarla vio en su rostro una expresión inocente.
Lo que madame Flavel le estaba contando es­taba consiguiendo despertar en Rochi curiosidad e interés.
—Ha mencionado usted a la tribu y el compro­miso de Gastón hacia Rochi, pero no sé realmen­te… —dijo dubitativa.
—¿No? Es muy sencillo. El pueblo de Gastón tiene una forma de vida única. Su abuelo se pasó toda la vida preservando su tradición nómada y su padre habría hecho lo mismo si no hubiera muerto. Por otro lado, también animan a los miembros que quieran a integrarse en la sociedad moderna y llevar una vida más actual. Para ello, todos los niños y niñas nacidos en la tribu tienen derecho a una educación digna y a un buen tra­bajo a cambio de comprometerse a viajar una parte del año con el resto de los integrantes de la tribu, viviendo de forma nómada y según las tra­diciones ancestrales de su pueblo. Algunos eli­gen vivir siempre así y esos son los más respeta­dos incluso por los que han salido del país y se han convertido en destacados empresarios. Den­tro de la tribu, el respeto no se gana por el dinero o la posición social, sino por preservar la forma de vida original de su pueblo.
Rocío seguía con interés lo que la tía abue­la de Gastón le estaba contando.
—Gastón tiene un doble papel. Por un lado, debe asegurarse de que el dinero que dejó su abuelo genere suficientes beneficios como para que la tribu pueda vivir y, por otro, debe ganarse el respeto de la propia tribu viviendo como antes. Sabe desde pequeño que debe desempeñar ese doble papel y lo hace con gusto. Sin embargo, a mí me parece que ha elegido un camino muy so­litario para recorrerlo sin compañía femenina. Rocío no dijo nada.
Lo que había oído la había tocado muy den­tro. El Gastón que aquella mujer le había descrito era un hombre de sentimientos y creencias muy arraigados, un hombre al que en otras circunstan­cias habría respetado y admirado.
—Madame, le aseguro que no hace falta que se quede conmigo —insistió Rocío estudiando el largo pasillo que iba a ser su lienzo.
Kiara estaba en su sillita jugando y Rocío ha­bía colocado frente a Rochi en un atril las fotografías que el príncipe le había dado de sus caballos.
—Precisamente para estar contigo es para lo que Gastón me ha hecho venir —contestó la mujer impertérrita.
—Se va usted a aburrir ahí sentada viendo cómo trabajo —protestó Rocío.
—Yo nunca me aburro. Me he traído la labor y el periódico y Ali vendrá dentro de un rato a bus­carnos para llevarnos a casa a comer y a dormir una siestecita.
Mientras comenzaba a trabajar con el carbon­cillo, Rocío pensó que Rochi no tenía ninguna intención de perder el tiempo durmiendo sieste­citas, pero no dijo nada.
Ya tenía claro en la cabeza cómo quería que fuera el friso y, en pocos minutos, estaba com­pletamente absorta en lo que estaba haciendo.
Había decidido que los caballos no iban a te­ner detrás la pista de carreras, sino algo que espe­raba que gustara mucho más a los que lo vieran.
Iba a pintar a los caballos rodeados de las olas del mar ya que para aquella gente el agua era un elemento muy importante en sus vidas. Esperaba que les gustara la idea. Desde luego, al príncipe le había entusiasmado.
Hasta que no le empezaron a doler los dedos no se dio cuenta del tiempo que llevaba trabajan­do sin parar.
Madame Flavel se había quedado dormida en la cómoda hamaca que Ali le había llevado y sus suaves ronquidos habían hecho que Kiara se dur­miera también.
Sonrió a su sobrina y bebió agua.
¿Dónde estaría Marianela? ¿Por qué no se habría puesto en contacto con Rochi?
—Madre mía, ¿ya es la hora de comer? —pre­guntó madame Flavel al despertarse.
Rocío habría preferido quedarse trabajando y no volver a casa de Gastón, pero sabía que ma­dame Flavel era muy mayor y no le pareció bien tenerla allí demasiado tiempo, así que recogió sus cosas y se marcharon.

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