jueves, 28 de noviembre de 2013

Un amor peligroso capitulo uno

1
los veranos me convertían en una idiota. Por eso me sentía
contenta de que este hubiera casi acabado.
Cada año desde la pubertad, de mediados de Junio a
principios de Septiembre, había estado segura de que encontraría en el
mundo real al equivalente del príncipe azul. Llámame anticuada, llámame
romántica empedernida, incluso puedes llamarme tonta, pero lo que sea
que fuese, sabía el resultado final —era patética. Hasta la fecha, no había
encontrado nunca a un chico digno de permanecer en la sombra del
príncipe A; no era una sorpresa que después de cada verano descubriese
más y más que los chicos eran algo así como un dolor en el trasero. Pero
aquí, trabajando en mi bronceado en la playa pública un
par de semanas antes de que empezara mi último curso de secundaria en
un nuevo instituto, simplemente encontré a mi Príncipe Malditamente
Caliente.
Llegó con un lío completo de chicos, lanzando una pelota de fútbol
ida y vuelta, y especímenes como éste confirmaban que hubo algún tipo
de regla divina en el mundo ya que el proceso de selección natural no
creaba cosas como él. Éste era un dios, en algún lugar, de trabajo manual.
sus hombros anchos, y tenía esos verdes ojos anillados con
pestañas que tenían el poder de deshacer las mejores intenciones
de una mujer. Por lo tanto, en términos no-patética, era simplemente mi
tipo. Junto con el de todas las mujeres
Mi sorbete azul de frambuesa —que se convertía en papilla más que
en granizado con cada mirada lasciva que daba— no podía siquiera
competir por mi atención. No sabía su nombre, ni si tenía novia, ni si quería
una, pero sí que yo me encontraba en problemas.
Sin embargo, fue cuando me esquivo y su aborde y su sprint cesaron
cuando echó un vistazo en mi camino que supe que me encontraba en
grandes problemas.
El vistazo era infinitamente más largo que cualquier otra mirada
compartida con un extraño, pero lo que se transmitía en esas cortas
conexiones cortaba a través de mí, dejando que alguna pieza de este
extraño trabajara su camino dentro. Experimenté esto varias veces antes
en mi vida, nada más que una conexión visual con un extraño que pasaba
que me conmovió en un nivel instintivo. Sin ninguna razón en absoluto, era
como si sintiese a mi alma surfear en un tifón, suplicándome para que le
hiciera caso y siguiese en pos de ese momento de casualidad.
Nunca estuve segura de si la otra persona en el otro extremo de esa
mirada sintió el mismo tipo de intensidad que yo, así que cuando el
Príncipe Malditamente Caliente se giró, abordando a alguien hacia la
arena, supe que corría el riesgo de que él pensara que era una de esas
chicas que hacían del cazar muchachos hermosos ocupándose-de-suspropios-
asuntos una obra de arte. No me importaba, no dejaría otro de
esos momentos marchar. La vida era corta y era una firme creyente de
aprovechar el momento para la mayor parte de mi vida.
Entonces, llegó a otro punto muerto, como si mi mirada lo estuviese
congelando en el lugar, antes de mirar hacia atrás. Esta vez no se trataba
de un vistazo. Fue una mirada de unos buenos cinco segundos en donde
sus ojos hicieron esa cosa estupefacta que los míos hacían por mí. Su
sonrisa sólo había comenzado un viaje ascendente en su posición cuando
la pelota de fútbol pasó zumbando justo al lado de su cara. Era uno de
esos momentos que ves en las películas: chico mirando abiertamente a
chica, ajeno al mundo que le rodea hasta que los cordones de la pelota
de fútbol marcan su frente.
—¡Deja de mirar, Gaston! —gritó el muchacho que había lanzado el
balón—. Está demasiado buena, incluso para ti. Y puesto que tiene un libro,
probablemente sabe leer, así que es lo suficientemente lista como para
saber evitar a tipos como tú.
Deslicé mis gafas de vuelta a su lugar mientras el chico-casualidad
perseguía el diminuto reclamo y dirigí mi atención de nuevo al libro tirado
debajo de mí, ya no me preocupada por tener que perseguirle para
explorar si podía haber algo más entre nosotros que una mirada cargada.
Vi la reciprocidad en sus ojos, eso y más. Sólo era cuestión de cuánto
tiempo quería jugar a hacerse el guay antes de acercarse. Tenía todo el
día.
Eso era lo que me aseguraba a mí misma mientras él echaba al
atrapado chico por encima del hombro y corrían hacia el lago, salpicando
arriba y abajo hasta que el muchacho chillaba de risa. Me tranquilicé a mí
misma de nuevo cuando él y el chico salieron del agua y regresaron al
grupo de muchachos jugando al fútbol y se situaba justo donde lo había
dejado, sin repartir ni una sola mirada en mi camino.
Traté de distraerme con el libro que tenía, pero cuando me encontré
leyendo el mismo párrafo por sexta vez, me di por vencida. Seguía sin
mirarme, como si fuera invisible.
Cuando una segunda hora pasó de la misma manera, decidí que
era hora de tomar el asunto en mis propias manos. Si él no iba a venir a mí
y yo no me sentía preparada para ir a él, tenía que hacer que lo hiciera.
Encontré que los chicos son criaturas razonablemente simples de entender,
por lo menos en un nivel primitivo —en mente, corazón y alma eran tan
desconcertantes para mí como termodinámica— y desde que primitivo
era un bonito término para hormonas furiosas, decidí usar su exceso por
adolescencia a mi favor.
Agarrando el litro de agua de mi bolsa de playa, me levanté en
postura, haciendo cada movimiento lento y deliberado. Por lo menos sin
hacer el ridículo. Sus ojos no se fijaron en mí mientras me puse de pie y me
ajuste el bikini, pero si unos pocos grupos de hombres. Buena señal de que
lo hacía bien, pero mala señal que no estuviera dándose cuenta ya que
todo este truco fue puesto en marcha por él.
Quitando el clip de mi abundante pelo, bajó por mi espalda, y lo
sacudí en posición de buena medida. Prácticamente maldije entre dientes
cuando me atreví a echarle un vistazo para encontrarle en el olvido total.
¿Qué tenía que hacer una chica para conseguir la atención de un chico
en estos días?
Regresé a la mesa de picnic donde la más nueva incorporación a
nuestra familia, del tipo peludo, seguía sonriendo a través de sus jadeos. —
Aquí hay un buen chico —dije, arrodillándome junto a él donde usaba la
sombra de la mesa a su favor—. Ya que eres del mismo sexo, aunque
encuentro a tu especie mucho más atractiva en numerosos frentes, ¿tienes
alguna sugerencia de cómo hacer que ese chico sea mío? —pregunté,
echándole más agua en el cuenco mientras observaba a Gaston interceptar
el balón en el aire. El muchacho jugó el mejor partido de fútbol que tuve el
placer de ver.
Mi peludo amigo ofreció algunos lametazos sobre mi brazo antes de
que su húmeda nariz empujara mi pierna. Podría haber estado leyendo un
poco en su empujón de ánimo, pero cuando sus perrunos ojos rastrearon a
Gaston y su perruna sonrisa se extendía más, me reí. —Sí, sí. Ya sé que es un
mundo de mujeres y eso, pero todavía hay algunas cosas antiguas —dije,
rascándole detrás de las apelmazadas orejas—. Como el chico
acercándose a la chica. No llames al movimiento feminista y me expongas
o no habrá bistec para ti esta noche.
Palmeé su cabeza mientras ladraba su voto de silencio antes de
regresar a mi toalla para tomar el sol. Mantuve mi cabeza hacia delante,
pero mis ojos se hallaban tan cerca del rabillo como podían, observándole
mientras lanzaba el balón a otro pequeño niño. Si levantarme, estirarme, y
ajustar mi bikini no funcionaba, con la cena en menos de una hora, tendría
que recurrir a drásticas, o desesperadas, medidas. Era tan terca como
patética, y desde que había esperado tanto para que viniera, no iba a
rendirme ahora. Renunciar no estaba en mi sangre.
Me estiré en la toalla, boca abajo, torciendo los brazos hacia atrás
para tirar de la correa libre de su tensión. En mi experiencia como chica de
diecisiete años, siete de esos años teniendo pechos que requerían un
sujetador, deshacer el pequeño nudo en el centro de tu espalda tenía un
noventa y cinco por cierto de índice de precisión de atraer a cualquier
hombre en un radio de cinco toallas. Gaston podría haber estado en la
cúspide de los cinco/seis, pero era todo lo que me quedaba. El último
truco en mi bolso.
Hice una almohada con mi vestido y fingí estar concentrada en
nada más que minimizar las líneas de bronceado, pero cuando tomé un
rápido vistazo de la zona, cada par de ojos masculinos en el radio de las
cinco toallas me miraba. Excepto él.
Incluso hubo algunos silbidos de los labios de su compañero de
fútbol, de los cuales me hice la ignorante, pero aún así, no dio la más leve
mirada en mi dirección. Uno de mis amigos del antiguo colegio me había
dicho que si alguna vez llegara el día en el que uno de nuestros objetivos
masculinos no acudiese a nosotras después de este último esfuerzo, sería
tiempo de avisar al Papa de que un milagro necesitaba ser inspeccionado.
Que marcaran a Roma en el móvil porque un milagro ocurría frente
a mí mientras que el único chico al que quería hacerme notar era el único
que no lo hacía. Malditos sean, casualidades y tifones-alma.
Le daría cinco minutos más antes de que me obligara a mí misma a
tragarme el orgullo y hacer un movimiento. Sabía que si tenía que
acercarme a él, probablemente sería rechazada, pero no iba a dejar que
otro de estos pasara de largo. Carpe diem, nena.
Me di cuenta de algo zumbando por encima de mí por el rabillo del
ojo, pero no me pareció de mucha importancia, hasta que cierto cuerpo
que había estado deseando encima, lo enganchó fuera del aire por la
derecha antes de bajar a tierra de su impresionante suspensión en el aire.
O al menos caer justo encima de mí.
No se estrelló contra mí tan fuerte, llevándome a creer que fue
intencional, pero me las arreglé para gritar como una niña pequeña.
Anudé mi bikini de nuevo en su sitio mientras él luchaba por reposicionarse.
—Mi nombre es Gaston Dalmau, ya que sé que estás casi babeando
como un perro rabioso por saberlo, y no tengo novias, ni relaciones, ni doy
flores o llamadas regulares. Si eso funciona para ti, creo que podríamos
trabajar en algo especial.
¿Así que éste era el momento fortuito que había esperado la mayor
parte de una gloriosa tarde de verano? Que desperdicio. No hubo nada
en el otro lado de esa cargada mirada más que una oportunista… eh-hm
aventura de verano. Señor ayúdame, iba a convertirme en monja si mi
radar masculino no se reajustaba hacia chicos que no caminaran sobre sus
penes.
—Y yo te daría mi nombre si realmente quisiera sacar adelante algo
más contigo que decirte que te largues lejos de mí —dije, girándome sobre
mi espalda, una vez me aseguré de que todo en la parte delantera se
encontraba cubierto. Sin embargo, no sé si fue mi movimiento de torsión o
su retorcido sentido del yo, su pierna capturó mi cadera mientras giraba y
la siguió hasta rodearla. Súper, ahora el chico se encontraba a horcajadas
sobre mí y, a pesar de estar enojada más allá del apaciguamiento, sentí
que mi corazón latía a través de mi pecho como nunca antes lo hizo.
Me sonrió. En realidad, era más una sonrisa irónica. Una llena de
actitud y ego. Era un poco demasiado sexy, y podría haber sido
malditamente sexy si no hubiera tomado ya la decisión de no caer en las
trampas de este chico. —Me preguntaba cuánto tardaría en tenerte en
horizontal —dijo, sus ojos deslizándose hasta mi ombligo—. Aunque no soy
del tipo chico-misionario que te gusta.
Lo que quedaba de mis nociones románticas de caballerosidad
masculina y el amor a primera vista fue simplemente destruido. Nunca
admitiría verbalmente que era una romanticona, ese era uno de los
muchos secretos que mantenía para mí, pero era un ideal especial y un
chico tomó el último trozo al que me aferraba.
Empujando su pecho, lo que era como tratar de mover un tanque,
me quité las gafas de sol para que pudiera ver mi mirada. —¿Eso es
porque requeriría de una real, viviente, y que respirara mujer, no del tipo
imaginario o hinchable, para tener sexo contigo?
Se echó a reír con esto, como si acabara de decir algo tan mono
como un gatito. —No, el suministro de mujeres nunca ha sido un problema.
Pero si lo son las que vienen llamando a mi puerta, ¿por qué debería ser el
único en hacer todo el trabajo?
—Eres un cerdo —dije, empujándole de nuevo. Tan duramente
que mis manos golpearon su pecho, pero era como si nada más que una
simple ráfaga de viento llegara a él.
—Nunca dije ser otra cosa —respondió, levantando las manos en
señal de rendición cuando llegué hasta él de nuevo con mis manos—.
También supe que no pararías de mirar hasta que aprendieras la fría, dura
verdad. Así que, considérate advertida. Puede que no sea el tipo de chico
que lee libros de texto en la playa —dijo, mirando hacia mi libro abierto—,
pero soy lo suficientemente inteligente para saber que chicas como tú
deberían permanecer lejos de chicos como yo. Así que mantente alejada.
Mi mirada era oficialmente furiosa ahora. —Eso no será un problema
una vez pares de mantenerme sujeta —dije, esperando que se moviera. Lo
hizo, pero todavía tenía esa sonrisa arrogante. Odiaba ese tipo de sonrisa—
. Y puedes considerarte advertido de estar traspasando mi propiedad
personal. —Agarré mi toalla rosa de playa en explicación mientras una
erupción de ladridos sonaban detrás de mí—. Y ten cuidado con el perro
—me burlé de él mientras se situaba así mismo a mi lado, todavía a
horcajadas—. Te puedes ir ahora.
Eso aniquiló la sonrisa de su cara. —¿Qué? —preguntó, las líneas de
su frente tirando su gorro gris pistola-de-metal más bajo. ¿Y qué clase de
persona lleva un gorro de algodón a la playa en un día de calor
abrasador? Los mentalmente trastornados de los que necesitaba
mantenerme alejada, justo esos.
—Lárgate —dije, echándole por señas—. He terminado de
desperdiciar mis últimos preciosos minutos de una encantadora tarde de
verano en ti. Gracias por la dulce distracción de ojos, pero puedo ver que
no es más que eso. Ah, y por cierto, tu culo no es tan impresionante de
cerca como lo es de lejos.
No tuve tiempo para maldecirme a mí misma por mi última
precipitada pelea verbal porque su boca se abrió por un segundo. Era
exactamente la reacción que había esperado. —Las chicas hablan un
lenguaje que nunca entenderé, ¿pero estás diciendo lo que creo que
estás diciendo?
—Si se trata de ti levantándote y caminando fuera de mi sol y mi vida
de aquí hasta el final de los tiempos, entonces estamos en la misma onda
—contesté, deslizándome más abajo en mi toalla para re-alinear la cara
hacia el sol, tratando de fingir que su cara no era de lo que estaban
hechos los pensamientos sucios. Salvo por una larga cicatriz que recorría
en diagonal su pómulo izquierdo, podría haber sido clasificado como
mental-idiotamente perfecto.
Perfectamente no mi tipo. Tuve que recordarme a mi misma eso. Y
convencerme, también.
Sus cejas seguían todavía aplastadas juntas, como si estuviera
tratando de averiguar el más enigmático de los acertijos.
—¿A qué se debe esa atónita mirada? —pregunté.
—Porque he venido a encontrar una chica que me envía de paseo
—dijo, mirándome con algo nuevo en sus ojos.
—Siento mucho hacer añicos tu mundo de no-respeto a las mujeres,
pero parece que mi trabajo aquí está hecho. —Me senté, arrastrando mi
libro de texto dentro del bolso.
—¿Qué tipo de perro es ese? —preguntó bruscamente, tomando
asiento en la arena junto a mí. El tono bajo de su voz desapareció.
Miré por encima de él mientras continuaba lanzando mis
imprescindibles de día de playa en la bolsa, evaluándole para ver si
hablaba en serio. Pasó de todo lo de montarme en la playa a una casual
conversación. —Es una mezcla de razas —comencé lentamente,
mirándolo por el rabillo del ojo para ver si esto era una nueva trampa.
—Así que es un perro callejero —dijo.
—No —dije, mirando al bulto peludo, todavía enseñando los dientes
en dirección a Gaston—. Está bien equilibrado.
—Bueno ese es el mejor esfuerzo que he oído hasta ahora de hacer
un pedazo de mierda parecer menos mierda —dijo, girando el balón en su
dedo.
—No, esa es mi forma de ver algo como lo que realmente es —dije,
segura de que sonaba más a la defensiva de lo que había previsto—. Ese
“pedazo de mierda”, para que lo sepas, fue golpeado, pateado, no
alimentado, y prendido fuego por sus anteriores dueños quienes le dejaron
en el refugio cuando tuvo la desfachatez de devorar un sándwich de atún
sin vigilancia. Ese “pedazo de mierda” fue programado para ser
sacrificado hoy por ninguna otra razón que dibujar la pajita más corta en
la vida.
Gaston miró en la lejanía, de vuelta al perro. —¿Conseguiste a este
chico hoy? —preguntó, haciendo una mueca—. De todos los que pudiste
escoger, elegiste a la más lamentable excusa de perro que he visto nunca.
—No podía dejar que le mataran sólo porque el barro de la Tierra lo
arruinó, ¿no? —pregunté, a punto de una mueca de dolor mientras me
preguntaba qué dirían mis padres—. Quiero decir, mírale. Ha sido
maltratado brutalmente por humanos y la única cosa de la que se
preocupa ahora mismo es de protegerme. ¿Cómo no podría salvarle?
—Porque es el perro más feo que he visto jamás —dijo Gaston—. No
tiene casi pelo y, no quiero acercarme porque temo que podría rasgar mis
pelotas, pero estoy bastante seguro de que ese olor pútrido viene de él. A
no ser… —Se inclinó hacia mí, moviendo mi pelo detrás del hombro
mientras su nariz casi conectaba con mi cuello. Mi reacción inmediata fue
estremecerme, este chico sabía lo que hacía y cómo el más ligero roce de
dedos sobre las zonas adecuadas de piel o un cálido aliento exhalado
sobre el punto derecho del cuello podía aplastar la más virtuosa de las
intenciones de una chica, pero luché contra él. No sería una de esas
chicas que se estremeciera en su presencia. No le hacía falta otro impulso
a ese hinchado ego—. No, sólo huelo dulzura e inocencia por aquí —
susurró casi contra mi cuello antes de mirar de nuevo al perro. Me sonrió,
sabiendo exactamente lo que él hacía y lo que yo trataba de no hacer—.
Te sugiero llevar a esa bolsa de pulgas a un auto-perrito1 un par de veces.
—Se rió cuando el perro comenzó a ladrarle de nuevo por su proximidad a
mí, pero se apartó de nuevo—. ¿Qué pensaron tus padres cuando trajiste a
Cujo a casa?
Esta vez hice una mueca.
—Ahh, déjame rellenar los espacios en blanco ya que estoy muy
familiarizado con esa mirada. No saben que su preciosa hija coló tras su
espalda y trajo a este animal con un pasado cuestionable a sus vidas.
Mi mueca se hizo más profunda mientras verbalizaba lo que me
gustaría endulzar.
—Y ya que estoy en buena racha, déjame rellenar los espacios en
blanco en cuanto a lo que su reacción será. —Se tocó la barbilla, mirando
al cielo—. Te dirán que abandones esa cosa como un mal hábito y le
envíes de vuelta a donde lo encontraste.
Solté una ráfaga de aire. —Probablemente —dije, tratando de
formar una réplica para convencer a mis padres. Ya sabía que papá
estaría a bordo de forma predeterminada, pero mamá era otra historia y
papá aprendió años atrás que la vida no era agradable si no se ubicaba
en el mismo barco parental que mamá.
—¿Entonces por qué lo hiciste? —preguntó, todavía mirando al perro
como si fuera un rompecabezas—. Porque no me pareces el tipo de chica
que se rebela contra lo que dicen sus padres.
—No lo soy —respondí—. Pero hemos hecho una especie de gran
cambio de vida recientemente y no fui capaz de renunciar a esto.
—¿Cambio de vida? ¿Renunciar a esto? —repitió—. Vale, mi interés
alcanzó su punto máximo cuando me derribaste, ahora estoy
absolutamente enamorado ya que hiciste de lo de adoptar perros un vicio.
—Me sonrió de lado y juro que pude sentir mi estómago tocando fondo—.
Así que, ¿cuál es el gran cambio de vida que están haciendo esos
pequeños bonitos ojos?
Deslicé mis gafas de sol a su posición del principio. Si iba a encontrar
una manera de ser condescendiente con mis ojos, no llegaría a verlos. —
Vendimos la casa en la que crecí y nos trasladamos a nuestra casa del
lago —comencé, tratando de sonar tan despreocupada como podía—, y
la comunidad en la que vivíamos tiene estas ridículas, restrictivas cláusulas
que no permiten ningún tipo de valla alrededor de la propiedad, así que
tiene sentido que esos idiotas no permitieran un perro sin correa, ¿no? —Me
exaltaba sólo de pensar en ello, mientras mis manos volaban
expresándose—. No tenemos una caseta, no puedo tenerlo dentro de
casa porque papá es alérgico, y tratas de ponerle una correa a este chico
y casi se convierte en el Demonio de Tasmania. —Volví a mirar al perro,
todavía mirando a Gaston con recelo—. Es como si la idea de estar atado a
algo lo enviara al límite.
—Conozco el sentimiento —dijo, mirando de nuevo al perro con algo
nuevo en sus ojos. Camaradería, ¿verdad?
—Seh, seh —dije, alcanzando mi sorbete derretido—. Ya he pillado
ese rollo tuyo de no estar atado a cosas como novias. No hay necesidad
de una repetición instantánea.
Mientras tomaba el último y largo sorbo final del sirope azul de
frambuesa, Gaston me niveló con una mirada que contenía demasiada
emoción para un hombre de tal carácter superficial. —Hay otras formas de
estar atado a algo que a través de una mujer. De hecho, diría que estoy
prácticamente atado a todo lo demás excepto a una mujer.
Vale, no esperaba que este momento de vulnerabilidad se deslizara
de un tipo que probablemente pensara que una primera cita agradable
incluía una visita al asiento trasero de su coche. —¿Preocupado de
elaborarlo? —pregunté, poniendo el vaso vacío en la arena.
—Ni siquiera un poco —replicó, mirando hacia el agua—. Pero
gracias por preguntar.
—¡Gaston! —gritó alguien en la playa.
Mirando por encima hacia el gritón, un hombre de mediana edad
que era corpulento como mucho y obeso sinceramente, Gaston hizo un
gesto con la mano. —Ya voy, tío Joe.
—¿Ese es tu tío? —Mis ojos volaron de ida y vuelta entre Gaston y tío
Joe, no encontrando más parecido que el género.
Gaston asintió una vez. —Tío Joe.
—¿Y esos son tus primos? —De nuevo, examiné al puñado de chicos
de edades comprendidas probablemente entre el jardín de infancia hasta
la secundaria, sin definitivamente encontrar alguna característica que les
relacionara entre sí.
Gaston asintió de nuevo mientras se levantaba de un salto.
—¿Es que todos ellos tienen madres diferentes? —pregunté, sólo
burlándome en parte.
Eso le hizo reír con una risa que sentí todo el camino hasta los pies. —
Creo que podrías estar en lo cierto.
Aceptando que el fin se acercaba, decidí cortar el lazo antes. —
Bueno, fue… —Busqué la palabra correcta, llegando con las manos
vacías—… algo conocerte, Gaston —dije, mientras su sonrisa aumentaba por
mi elección de palabras—. Ten una buena vida.
—Tú también… —dijo, sus cejas juntándose como si me buscara por
algo.
—Rochi —ofrecí, sin saber por qué. Había dicho mi nombre un millón
de veces y de diferentes formas, pero decírselo a él parecía extrañamente
íntimo.
—Rochi —repitió, saboreando la palabra en su boca. Disparándome
otra sonrisa ladeada, dio media vuelta y se dirigió hacia los chicos
abandonando la playa.
—Oh dios, Rochi —me dije a mí misma, dejándome caer sobre mi
toalla de playa—. ¿En qué pensabas? Ese fue un serio desengaño amoroso
evitado.
Incluso mientras pronunciaba las palabras, con tanta convicción
como pude, mis ojos no eran capaces de alejarse de él mientras
deambulaba por la playa, haciendo girar el balón entre sus dedos.
Deteniéndose repentinamente, se dio la vuelta, esa sonrisa
reformándose cuando encontró mi mirada en él. —Entonces, Rochi —gritó,
metiendo la pelota bajo el brazo—, ¿cuánto más lejos vas a dejarme llegar
antes de darme tu número?
Cualquier premonición que tuviese sobre Gaston y desengaño
amoroso yendo de la mano salió volando por la ventana. Quise
levantarme y romper a bailar de tan feliz que me sentía.
Sin embargo, todavía tenía un poco de dignidad en nombre de
todas las mujeres y no podía ponérselo tan fácil. —¿Cuán lejos crees que
está el borde del mundo? —grité de vuelta, rodando sobre mi lado.
Gaston meneó la cabeza, riendo silenciosamente —¿Estás jugando a
hacerte la difícil, Rochi?
—No, Gaston —repliqué, arqueando una ceja—. Soy imposible de
conseguir.
Mentira descarada, pero él no tenía por qué saberlo.
—¡Gaston! —gritó de nuevo tío Joe, esta vez sonando especialmente
enojado—. ¡Ahora mismo!
Gaston se tensó, la sonrisa vacilando. —¡Ya voy! —gritó por encima del
hombro antes de trotar hacia mí. Arrodillándose, sus ojos se clavaron en los
míos—. ¿Número?
—No. —Me hallaba tan cerca de romperme que si preguntaba otra
vez, sabía que me enterraría.
—¿Por qué?
—Porque tienes que currártelo más que algún intento poco
convincente para conseguirlo —contesté, escuchando a mi conciencia
preguntarme qué demonios hacía. Este tipo de chico era cada tipo de mal
en la superficie, pero había algo más ahí, algo que había visto en ese
destello de vulnerabilidad que me absorbió hacia dentro.
Inclinándose tan cerca que su nariz casi rozaba la mía, preguntó—:
¿Cuánto más?
Absorbí una lenta respiración, esperando que mi respuesta no
pareciera como si estuviera hiperventilando. —Usa tu cerebro, desde que
dejaste claro que no lo usas para fines académicos.
Aguardó varios segundos, tal vez esperando que retirara mi “difícil de
conseguir” rutina. Sellé mis labios con más fuerza.
—Se me ocurrirá algo bueno —dijo finalmente, deslizando mis gafas
de nuevo en su sitio—. Muy bueno.
—Si se te ocurre algo bueno —dije, contenta de que mis ojos
estuviesen cubiertos así no podría ver la fiesta en mis pupilas—, no sólo te
daré mi número, dejaré que me lleves a una cita. —Sentí que la
desinhibida parte de mí surgía a la superficie e hice mi mejor esfuerzo para
reprimirla. La parte de mí que trataba de convencerme que era mala,
demoniaca, errónea, etc, etc, pero la parte que se sentía como si no
estuviera luchando contra corriente cuando iba en su contra.
—¿Qué te hace pensar que quiero salir contigo en una cita? —Su
cara se veía más seria de lo que un chico adolescente debería ser capaz
de hacer.
Maldije en voz baja, queriendo expulsar otra cadena de ellos
cuando la expresión de Gaston se congeló. Quise contestar nada o agarrar
mi toalla de playa y bolsa y largarme de aquí con mi rabo entre las piernas
cuando una sonrisa dividió la cara de Gaston por la mitad.
—Eres hermosa cuando estás siendo torturada, ¿lo sabías? —Se rió,
dándole al balón otra vuelta—. Diablos, claro que quiero salir contigo. A
pesar de que las citas no son realmente lo mío, creo que puedo hacer una
excepción por una chica que rescata alimañas —justo en el momento, un
gruñido sonó bajo el banco de picnic—, una que lee física cuántica en la
playa —pude haberle corregido y decirle que repasaba Biología, no física
cuántica ya que tomaba Biología AP para otoño, pero no creo que le
hubiera importado, o sabido la diferencia—, y una que se une al camino
Europeo, por no decir mi favorito, de broncearse haciendo topless. —La
sonrisa de Gaston aumentó, dándome un vistazo de su barbilla.
—Para alguien que prefiere la parte superior fuera, no te adhieres
mucho a tu política personal —respondí, rozando con mis ojos por la larga
manga térmica aferrada a su pecho por el sudor o el agua o una
combinación de ambos. Aparentemente un sol lleno y noventa y cinco
grados de temperatura no justifica derramar las capas en el libro de Gaston.
Se encogió de hombros. —Aquí hay una obra de arte, una
verdadera obra maestra, escondida debajo de esta camisa. —Sus
músculos se enrollaron y se estiraron para marcar el punto. No es que
necesitara ser convencida—. No puedo dejar que todo esto se muestre
gratis al público.
Si no había ya cerca de tres docenas de banderas rojas sobre por
qué debería evitar su sonrisa, sus flexiones, envuelta de pies a cabeza con
cinta de precaución frente a mí, estaba la cuarta. Así que, ¿qué hice?
Exactamente lo que sabía que no debía.
—¿Entonces, cuál es el precio de entrada al Museo de Gaston?
Su sonrisa se desvaneció en la nada, sus ojos hicieron lo mismo. —
Para chicas como tú, con futuros el-mundo-es-tuyo —dijo, pisoteando la
arena—, es caro. Demasiado caro.
Otro destello de vulnerabilidad. No sabía si tenía un mal caso de
cambios de humor o en el fondo era un sensible hombre golpeándose
contra las paredes para ser puesto en libertad. Pero quería descubrirlo. —
¿Ese eres tú diciéndome indirectamente que me mantenga alejada de ti?
—No —respondió, encontrando mis ojos—, ese soy yo diciéndote
directamente que escuches a tu instinto y lo que sea que te esté gritando
ahora mismo.
—¿Qué te hace pensar que sabes lo que mi instinto me dice?
—Gritándote —corrigió—. Y la experiencia.
Si Gaston pensaba que la experiencia le había dado el manual de
instrucciones de Rochi Igarzabal, nunca había estado tan equivocado. —¿Así
que nos veremos por ahí entonces?
Sacudiendo la cabeza, su sonrisa se abrió paso de nuevo. —Nos
veremos por ahí.


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