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después de suplicar a los Darcy, a quienes solía hacer de
niñera para cruzar el lago, para que cuidaran al cachorro
una noche mientras planeaba que hacer con él, el mensaje
de mi intestino tomó finalmente raíz y se extendió todo el camino
hacia el
descuido, liberando pedazos de espíritu de mi conciencia.
Gaston Dalmau no sólo era un problema, era un problema con una
guarnición de peligro y un postre de angustia. No hablaba la jerga
de los
estereotipos, pero sabía que los caminos por los que íbamos nunca
se
cruzarían a menos que uno de nosotros se perdiera a sí mismo a
unirse al
otro.
Había trabajado duramente durante mucho tiempo como para
permitir que el mío acabara en un callejón sin salida.
Incluso mientras me desviaba Drive para rebotar en el
camino de tierra de nuestra una vez, segunda casa y presente
vivienda
principal exclusiva, las razonas por las que debería eliminar de
mi mente a
Gaston continuaron apilándose en una montaña que era incapaz de
escalar. Sabía por qué no debería tener nada que ver con él y todo
tenía
sentido, pero lo que carecía de sentido me importaba un bledo.
Algo
luchaba, diciéndole a mis intestinos que tomara una caminata. Algo
quería
a Gaston Dalmau en mi vida, sin importar las consecuencias o el
resultado.
Y lo que sea que fuese eso, me gustaba.
Aparqué mi pequeña máquina Mazda fuera del garaje, ya que
había sido llenada hasta los topes con cajas y muebles de nuestra
antigua
casa, la cual era cuatro veces más grande. En un momento, nunca
nos
preocupamos por el dinero, pero después de que el imperio de papá
se
derrumbara, los ahorros se secaron y cosas como segundas casas y
vacaciones europeas se convirtieron en lujos del pasado. El
trabajo de
mamá como arquitecto pagaba lo suficiente como para mantener a una
familia de tres personas con vida, pero no una próspera. Incluso
teníamos
todavía todo el dinero que una vez tuvimos, vivo, pero la no
prosperidad
continuaba describiendo a la unidad familiar Igarzabal. No
habíamos
prosperado en cinco años.
Deslizando mi cobertor por encima del traje de baño para no tener
que escuchar la siempre previsible y tan creativa conferencia de
desaprobación de mi madre sobre regalar la leche antes de que
alguien
comprara la vaca, corrí por las desvencijadas escaleras de nuestro
porche
delantero.
—Hola, papá —dije mientras empujaba la puerta de tela metálica
para abrirla. Después de cinco años, dejé de mirar por encima del
desgastado sillón azul para comprobar que se encontraba allí,
fascinado
por la televisión o un crucigrama. Siempre si eran antes de las
7p.m.
Después de las siete, se transformaba en chef gourmet improvisando
con
la cocina Francesa .
—Hola, mi Rochi en el cielo2. —Era su esperada
respuesta, como lo
había sido durante años. Mi padre no era nada sino un fan de los
Beatles
—¿Cómo fue tu día? —pregunté, sólo por costumbre. Los días de
papá eran todos lo mismo. La única variación era el color de la
camiseta
que llevaba y el tipo de salsa que preparaba con la cena.
Acababa de abrir la boca cuando las primeras notas de la melodía
Jeopardy sonaron y, como un reloj, salió de su asiento y dio
zancadas
hacia la cocina como si le fuera a declarar la guerra. —La cena
estará lista
en treinta minutos —anunció, apretando el delantal ceremoniosamente.
—Vale —dije, preguntándome por qué, después de todo este
tiempo, seguía lamentándome por lo que mi padre y yo habíamos
sido—.
Voy a ducharme y bajaré a poner la mesa. —Me lancé hacia las
escaleras
en el momento en que oí el click clack de los tacones golpeando la
grava,
pero era demasiado tarde.
—rocio. —La puerta metálica delantera chirrió abierta,
dejando
entrar un ineludible frente frío también conocido como mi madre—.
¿A
dónde vas corriendo?
—Al circo. —Fue mi respuesta.
La reina del hielo polar fue más al sur3.
—A juzgar por la forma en la
que vas vestida, o apenas, y dada tu caída en picado del GPA en
los
últimos años, yo diría que una carrera como trapecista no es tan
descabellado.
Sus palabras ya no dolían tanto, no más que una herida superficial.
—Es bueno saber que estoy a la altura de tus expectativas —disparé
de
vuelta—. Me aseguraré de enviarte una postal cuando golpeé los
grandes
momentos con el Cirque Du Soleil.
Siempre partidaria de tener la última palabra, me di la vuelta y
volé
escaleras arriba antes de que realmente acabáramos. No obstante,
sólo
retrasaba lo inevitable. Volveríamos justo dónde lo dejamos en
treinta
minutos cuando papá hiciera sonar el cencerro. La cena sería
interesante.
Cerrando de un portazo la puerta, me apoyé en ella, obligándome a
tomar profundas respiraciones. En realidad, nunca me calmaban como
se
suponía que hacían, pero me empujaban lo suficiente desde el
saliente
para poder continuar con la siguiente cosa en la vida, por suerte,
algo que
no envolviera a mamá. Soy muy consciente de que la mayoría de las
chicas adolescentes creen que sus madres las odian y viven para
arruinar
sus vidas.
Lo que pasa con mi madre es que realmente lo hace. Me odia, eso
es, y desea que mi vida algún día sea arruinada como le arruiné la
suya.
No siempre fue así, la definición de seca, revienta-pelotas,
desprecia-hijas,
mujer de carrera. De hecho, el día en que mi padre comenzó a
encerrarse
con algunos problemas serios, perdí a la mujer que solía dejar
notas en las
servilletas de mi fiambrera firmadas con corazón, mamá.
Esa persona nunca volvería, pero me seguía encontrando a mí
misma deseándolo cada vez que deslizaba mi bandeja a través de la
fila
del almuerzo y agarraba un puñado de servilletas.

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