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siempre había amado las fogatas. Pero una fogata de noche,
compartiendo una manta con Gaston y teniéndolo pegado a mi
lado, con un padre a punto de irse a la cama, iba mucho más
allá que cualquier amor.
Ésta era la fogata que superaba a todas las demás fogatas que
hayan existido.
—Buenas noches, chicos —dijo papá, estirándose al levantarse. La
cena había sido un evento placentero, gracias a que mamá se quedó
encerrada en su oficina, regalándole un montón de malas palabras a
la
persona del otro lado del teléfono. Papá, extraño y todo, fue muy
agradable, si podías ignorar el hecho de que la realidad escapaba
de sus
ojos. Había logrado aceptar esto como un hecho de la vida, y
Gaston
tampoco parecía tener ningún problema con ello.
—Buenas noches, papá. —Mi corazón ya se encontraba acelerado.
Sabía que una vez estuviéramos solos, algo sucedería entre
nosotros.
Durante toda la hora, la tensión era demasiada, mientras miradas
expectantes, manos jugando hockey de dedos, piernas frotándose
entre sí,
y palabras no dichas habían hablado mucho más fuerte que cualquier
cosa que nos hubiésemos dicho antes.
—Buenas noches, Sr. Igarzabal. Gracias de nuevo por la cena —le
dijo
Gaston a papá cuando éste se retiraba, colocando su mano sobre mi
rodilla.
—Me gusta tu papá —dijo, mientras su pulgar acariciaba el interior
de mi pierna. Fue imposible ofrecerle cualquier otra respuesta
además de
una sonrisa y un asentimiento—. Aunque todavía no se le puede
aplicar
ese veredicto a tu mamá —dijo, riéndose.
Otra sonrisa y asentimiento.
—Y me gustas tú —dijo en voz baja—. De hecho, me gustas mucho.
—Quitando su mano de mi pierna, la levantó hacia mi rostro. Y
luego la
otra. Me sostenía tan firmemente que no podía mirar a ningún otro
lugar
aparte de él, pero lo suficientemente delicado como para poder
dejarme
ir, si yo lo intentaba.
—También me gustas.
Curvó una ceja y esperó.
—Me gustas mucho —añadí, sintiendo tantas jodidas chispas que
podría encenderme en cualquier momento.
Sonriendo, movió su pulgar hacia mi boca. Acarició la línea de mi
labio inferior, y me estudió como si fuera algo que él podría
poseer.
Yo estaba a favor del empoderamiento de la mujer y todo eso, pero
estando detrás del calor de ese toque, solamente quería ser
poseída en
todas las maneras en que alguna persona pudiera poseerte.
Cuando estuve segura de que ya había pasado más de un minuto,
abrí los ojos, pero perdí todo pasar del tiempo después de eso.
Sus ojos
eran del tono más claro que alguna vez haya visto. —Puedes
besarme, Gaston.
Esperaba cualquier otra cosa menos que su frente se arrugara y que
sus ojos se oscurecieran. —Sé que puedo hacerlo —dijo, su voz era
tensa—.
Sólo que no sé si debería.
Esa aflicción que se originaba justo en el centro de mí ser
comenzó a
propagarse. Sólo existía una forma de aliviarla. —Deberías
besarme, Gaston.
Sus ojos se volvieron aún más oscuros, pero nunca se apartaron de
los míos. —No debería —dijo, deslizando una mano detrás de mí
cuello,
con uno de sus dedos rozando la piel debajo del cuello de mi
camisa—.
Pero en este momento, no me importa un cuerno.
Antes de poder comprender sus palabras, sentí sus labios. Eran tan
poderosos como sus manos, pero gentiles al mismo tiempo. Separó
los
labios, y su gruñido vibró contra mi pecho, y antes de poder
procesar si
debía o no hacerlo, lancé mi pierna sobre su regazo, porque, más
allá de
cualquier razonamiento coherente, no lo tenía lo suficientemente
cerca.
Con su lengua contra la mía, su pecho presionando el mío, sus
manos sosteniéndome como si estuviesen tan hambrientas como las
mías,
me pregunté si este era uno de esos momentos que la gente
recordaba en
sus días más oscuros y sonreían. Yo no sonreiría solamente,
estaría
arrastrando este recuerdo en mi memoria hasta el día en que
muriera.
Mis manos se deslizaron por debajo de su playera, rodando por su
estómago hasta que no había más lugar a dónde ir sino hacia abajo.
—Rochi. —Respiró cuando mis dedos se posaron sobre su cinturón—.
Detente. —Sus manos sostuvieron mis caderas firmemente, pero su
boca se
apoderó de la mía otra vez.
—Me detendré cuando tú lo hagas —murmuré contra su boca.
—Maldición —suspiró, apartándome con sus manos, pero volviendo
a darme la bienvenida con su boca.
—Si ya terminaste con ella, ¿puede ser mi turno ahora? —gritó una
voz de pronto desde la playa.
—Mierda —siseó Gaston, levantándome para ponerme de pie en un
solo movimiento.
—¿Qué? —murmuré, pasando mis manos por mi cabello
desordenado debido a los besos.
—Ve adentro, Rochi —dijo, situándose frente a mí—. Ahora mismo.
—¿Por qué? —No me iba a ir a ningún lado. No con el hombre que
podría hacerme eso aquí afuera—. ¿Quiénes son ellos? —pregunté
cuando unas figuras oscuras caminaron hacia nosotros desde la
playa.
Girándose hacia mí, sus ojos se veían tan perturbados que no podía
determinar si eran más frenéticos que maniáticos. —No me hagas
preguntas, Rochi Igarzabal. Mete tu trasero en la casa ahora
mismo. —
Tomando mis hombros, me giró, y luego me empujó en dirección a la
casa—. Ya, demonios.
Tenía un mal genio, lo cual no era bueno. Porque yo también tenía
uno.
Me giré de nuevo, y le lancé una mala mirada. —¡Nunca vuelvas a
empujarme! —grité—. Y nunca vuelvas a decirme qué hacer.
La expresión de Gaston se suavizó antes de volverse desesperada. —
Por favor, Rochi. Sólo ve adentro.
Su súplica era tan honesta, y sus ojos tan impotentes, que casi le
hice
caso. Pero las tres figuras ya se habían acercado.
—¿Has estado evitándonos, Gaston? —dijo uno, acercándose a la luz
de la fogata. No era tan alto como Gaston, pero sí más robusto. Me
miró de
arriba abajo como si me desnudara al mismo tiempo, y dijo—:
¿Conseguiste un fresco pedazo de trasero y no tienes la decencia
de
compartir con tus hermanos?
—¿Hermanos? —murmuré esta vez, permitiendo que Gaston se
colocara frente a mí y que se mantuviese allí.
—Metafóricamente, bebé —respondió el chico robusto—, y
hermanos que lo comparten todo. —La amplia espalda de Gaston era
lo
único que me salvaba de otra violada con los ojos de parte del
chico
robusto—. Todo —repitió, contando una historia tonta en una sola
palabra.
—Nicolas —dijo Gaston, su tono era mórbido—, lárgate de aquí antes
de
que te obligué.
Nicolas se rió. —Sé que te gusta un pedazo de trasero, ya sea para
patearlo, o para tomarlo, pero dudo que puedas con todos nosotros antes
de que te derribemos. —Los otros dos chicos, que debían ser
gemelos con
una higiene bien particular, entraron al círculo—. Justo antes de
que
derribemos a tu chica. Cada uno de nosotros derribará a tu chica.
Debí haber estado aterrorizada. Cada instinto de supervivencia en
mi interior debería estar trabajando a toda velocidad. Las
adolescentes
tenían pesadillas con situaciones como éstas.
Pero yo no. Ya sea por los puños tensos de Gaston, o la furia que
descendía de él, o el hecho de que mis instintos de supervivencia
habían
tomado un hiato, me sentía tan calmada como podía sentirme.
—Averigüemos cómo te salen esos planes —dijo Gaston, con la
mandíbula tensa—. Vamos, buenos para nada. ¿Quién va a ser el
primero
en venir por mí? —Esperó, llamando a cada uno con su dedo.
Esperamos por un rato. Ninguno, mucho menos los gemelos olorosos,
parecían como si pudieran terminar vivos, o incluso caminando si
se
enfrentaban a él. Por las miradas que les lanzaban a Gaston,
pensarías que
era la muerte en persona con un par de puños que aseguraban una
buena golpiza.
—Te dejaremos solo —dijo Nicolas al final—. Dejaremos que termines
con lo que viniste a hacer. Una última jodida de verano.
Gaston hizo un sonido que parecía más a un animal que a un humano.
—Esa es una movida inteligente, pero no va a salvarte de que te dé
una
gran paliza la próxima vez que te encuentre por ahí.
—Como siempre, Gaston, un gran placer —dijo Nicolas, siguiendo a
los
gemelos que ya se encontraban a medio camino hacia la playa—. Y un
consejo para ti, chica —dijo, moviéndose a un lado para poder
mirarme.
Cuando lo hizo, una sonrisa tan asquerosa como la propia
definición de la
palabra curvó sus labios—, cerciórate de que use condón. No
quieres
contagiarte de lo que ese mujeriego tiene creciendo allí abajo.
Todo el cuerpo de Gaston se inclinó hacia adelante, quería
perseguir a
esos chicos y hacerles quien sabe qué, pero se detuvo. Dándome una
mirada, sus hombros cayeron y sus brazos se relajaron a sus
costados.
Ese tipo había sido lo más insultante, amenazador, burlón, y
molesto
que podía ser un hombre, sin embargo, Gaston se quedó aquí. A un
paso
frente a mí. Un hombre que sin duda, podía terminarlos en diez
segundo,
juzgando por la ira y la confianza que había presenciado en sus
ojos.
Y se quedó allí conmigo. Ya sea para protegerme en caso de que las
tres marionetas regresaran o para continuar justo donde lo
habíamos
dejado, no lo sabía con seguridad. Y no me importaba.
—¡Oye, imbécil! —le grité a cualquiera del trío que se alejaba en
dirección a la playa. No podía ver muy bien en la distancia, así
que supuse
que me miraban cuando se detuvieron. Me cercioré de estar cerca de
la
luz de la fogata para que pudieran captar claramente mi mensaje.
Levantando mi dedo medio, grité—: ¡Tengo mucho de esto para
compartir!
—¿Qué demonios estás haciendo, Rochi? —siseó Gaston, volviendo a
colocarme detrás. No pensaba en Gaston como del tipo caballero,
pero me
gustaba, más de lo que cualquier mujer del siglo veintiuno
debería.
—Ni siquiera una fracción de lo que me gustaría —dije, mientras la
única respuesta que me dio el trío fue un coro de risas.
—Escucha, me gusta tu actitud de valiente que no acepta mierda
de nadie, en serio —dijo Gaston, girándose para mirarme—, pero no
debes
meterte con gente como ésta.
—¿Gente como ésta, o hermanos como éstos? —dije, tenía tanta
energía nerviosa saliendo dentro de mí debido a lo que había
ocurrido
durante los últimos diez minutos, que no sabía qué hacer con ella.
Gaston suspiró.
—¿Esos son tus hermanos? —dije una rápida oración para que no
fuese verdad.
—En una forma —respondió, cerrando sus ojos.
—¿En qué forma?
Abriendo sus ojos, buscó mi mano. —En la forma que no es
importante.
—Entonces que se jodan —dije, permitiendo que tomara mi mano
cuando sabía que no debía hacerlo, antes de tener algún tipo de
aclaración de quién o qué era él—. Debí haberlos insultado de
nuevo. Son
del tipo que solamente ladran.
—No —dijo firme—. Por favor, Rochi. Éstos son de los bastardos que
actúan. Pueden enterrarte los colmillos sin ningún tipo de
advertencia. —
Tomando mi brazo, me apretó contra sí, y me miró como si pudiera
forzar
que absorbiera sus palabras—. No te metas con ellos. Si ves que
vienen por
la acera, cruza la calle.
Esto provocó que rodara los ojos. Seguramente exageraba. No
dudaba que los trillizos estúpidos ya hubiesen cumplido con su
cuota de
marihuana y de dañar propiedad pública, pero no eran lo
suficientemente
valientes para hacer las cosas que les ganarían un gran tiempo de
cárcel si
llegaban a atraparlos. La palabra cobarde se hallaba estampada en
cada una de sus frentes.
—Mierda, Rochi —dijo Gaston, cruzando los brazos detrás de su
cuello y
girando hacia la playa—. Precisamente por esto te pedí que te
mantuvieses alejada. Para que no te encontraras metida hasta los
ojos en
mi vida de mierda.
Ahora sus palabras de precaución comenzaban a tener sentido. El
por qué decía que debía mantenerme alejada si era inteligente.
La cosa era que, si mantenerme alejada de él me hacía bruta,
nunca quería volver a ser inteligente de nuevo.
—Gaston —dije, enganchando mi dedo en su cinturón.
Girándose, me miró con ojos cansados. —¿Sí?
—Bésame.
Y luego de un momento, lo hizo.
No tenía ni idea de qué hora era cuando Gaston y yo por fin
logramos
separarnos uno del otro, pero al meterme a la cama esa noche, supe
que
el sol estaría haciendo su debut en algunas horas, máximo. Eso
significaba
que tendría que soportar tres horas matadoras de practicar ballet
con sólo
dos horas de sueño. No me importaba. Cada minuto de mi falta de
sueño
fue gastado al perderme en los brazos de Gaston.
Me obligué a cerrar los ojos y a apagar mi mente sobrecalentada,
pero a sólo un latido, los abrí de nuevo. Rambo comenzó a ladrar
como la
advertencia de un huracán.
Salté de la cama y corrí hasta la ventana. Rambo no ladraba; tal
vez
gruñía, sonreía y daba algún quejido ocasional, pero nunca lo
había
escuchado chillar de ésta manera. Era como si él, o alguien cerca,
estuviese a punto de que le quitaran la vida al ser estrangulado.
No podía distinguir mucho más que el destello de su casita para
perros y lo que podrían ser sombras moviéndose por el viento, o
personas
correteando por el perímetro. Levanté la ventana para poder ver
mejor, y
una pared de llamas explotó alrededor y por encima de la casita de
Rambo.
No fue algo que hubiese pensado. Simplemente fue una decisión del
momento. Escalando fuera de la ventana, corrí rápidamente por el
techo.
Lo único que tenía en la mente era salvar a Rambo de otro
incendio. Uno
del que en verdad tenía la posibilidad de salvarlo.
Cómo o quien había iniciado el incendio no fue ni siquiera una
reflexión; simplemente tenía que llegar hasta él. Tenía que
salvarlo.
Balanceando mis piernas sobre el borde del techo, mis pies
aterrizaron sobre la baranda del porche, y luego sólo me tomó un
salto
para llegar al suelo. Lo había hecho millones de veces, pero no
creo que
ésta vez calificara como una escapada.
Los ladridos de Rambo habían parado cuando las llamas
comenzaron, y no estaba segura si la razón detrás de eso era
porque se
encontraba demasiado asustado como para ladrar o si ya había
muerto.
Parecía incorrecto esperar lo primero.
Tomando la manguera conectada a un lado de la casa, la encendí
y corrí hasta el patio. Me tomó una eternidad recorrer la
distancia en
dirección a la playa donde se encontraba la casita. Colocando mi
dedo
al final de la manguera, regué la puerta de la casita primero,
esperando
poder apagar las llamas de ahí y así poder abrirla y liberar a
Rambo. No
podía verlo por todo el fuego, pero tenía que creer que se encontraba
bien.
No podría decirte si la risa detrás de mí acababa de comenzar o si
ya tenía rato, pero cuando unas palmadas la acompañaron,
finalmente
los noté.
Manteniendo la manguera en dirección a la casita, miré sobre mi
hombro para encontrar a Nicolas y a los gemelos caminando hacia
mí. Sin
el formidable cuerpo de Gaston cubriéndome, ellos, y las miradas
amenazadoras en sus rostros, me aterrorizaban.
—Así que, nos encontramos nuevamente —dijo Nicolas, separándose
de los otros dos.
Me sentía como si fuera a vomitar, pero no permití que eso me
impidiera responderle. —Tenía la esperanza de que lo hiciéramos,
ya que
no estaba segura si lograste ver mi mensaje de despedida.
Quitando una mano de la manguera, le volví a mostrar mi dedo.
Sabía que era infantil, sabía que era fuera de lugar, y sabía que
era
inútil contra tres hombres y lo que sea que me harían, pero en ese
momento se sintió jodidamente bien.
El rostro de Nicolas decayó, como si no pudiera creer que le
mostraba
el dedo cuando era muy probable que mi perro se estuviera
incendiando
y que tres chicos que personificaban todo lo trastornado me
miraban
como si yo fuera el próximo paso en su escala de crímenes.
—Voy a disfrutar ver cómo ardes, perra —dijo, caminando hacia un
lado—. Agarren a esa zorra para que le podamos enseñar modales.
Debí haber gritado, debí haber corrido, al menos debí haber
soltado
la manguera para poder usar ambas manos cuando los gemelos
vinieran
por mí, pero nunca fui esa chica que hacía lo que debía.
Mantuve la manguera hacia la casita, y miré hacia la casa de
Gaston,
esperando a que en cualquier momento saliera corriendo a salvarme.
Dos
pares de brazos me tomaron por cada lado, retorciéndome con tanta
fuerza que la manguera se salió de mis manos.
—¡Es mejor que me suelten ahora mismo! —les grité, luchando contra
sus agarres—. A menos que quieran la marca de una golpiza en sus
frentes.
—Otra mirada por encima de mi hombro reveló que no había señales
de
Gaston, ni siquiera el indicio de una luz en su casa.
—No va a venir a rescatarte, cariño —dijo Nicolas, acercándose—.
Gaston no es el tipo de chico que le gusta ser un héroe. Más bien
es del tipo
anti-héroe si entiendes lo que digo.
Esto se ganó un par de risotadas a cada lado de mí.
—Ja —resoplé—. Y esto viene de la persona que incendió a un pobre
perro sólo para sacar a una chica de la cama e intentar
intimidarla. ¿Eso te
suena a alguien que podría reconocer a un héroe cuando lo viera? —
Desde que tengo tres años, mi mamá me había dicho que mi boca
sería
mi muerte, y juzgando por el destello de homicida que cruzó por el
rostro
de Nicolas, tenía razón.
—¿Cómo me estás llamando exactamente?
Entrecerrando los ojos, enterré mis talones en la tierra. —Un
cobarde.
No parecía físicamente posible que un chico tan robusto como él
pudiese moverse tan rápido como lo hizo.
—Iba a permitir que vivieras —siseó junto a mi oído, mientras sus
manos rodeaban mi cuello—, pero eso fue antes de que hicieras ese
comentario. —Sus dedos soltaron mí cuello y fueron por mi cabeza.
Sabía
lo que iba a hacer, así que me llené de valor, pero esperar el
dolor no lo
hizo menos doloroso cuando jaló mi cabello tan fuerte que estuve
segura
que me arrancó la mitad.
—Tienes bonito cabello —dijo, mientras un sonido vagamente
familiar
se escuchó detrás—. Espero que lo hayas disfrutado.
El desagradable olor fue instantáneo, mucho más instantáneo de lo
que le tomó a mi mente procesar y aceptar que éste tipo me
achicharró el
cabello.
Finalmente, grité.
—Tápale la boca, Agustin —ordenó Nicolas, empujando a uno de los
gemelos—. Maldición. Los dos son unos inútiles.
Ya para este momento podía sentir el calor del fuego acercándose
a mí cada vez más, incinerando mi cabello mientras subía. Sabía
que no
iba a salir de ésta con mi cabello, pero todavía había
oportunidad,
aunque remota, de salir de todo esto aún con mi vida. Me aferré a
eso
cuando mordí el interior del dedo de Agustin con tanta fuerza que
pude
saborear su sangre, y fue eso en lo que creí cuando pisé con todas
las
fuerzas que mi cuerpo de metro sesenta podía sobre el pie del otro
gemelo.
Y allí, puse todas mis esperanzas cuando me di cuenta que no había
más manos aprisionándome y que a mí alrededor sólo se escuchaba un
trío de jadeos y gruñidos. Sentí el fuego tocando mi cuello, y
ahora, en vez
del olor a cabello quemado, en el aire, adhiriéndose a la capa de
ozono,
había un aroma tan horrible como el que me había imaginado que
olería
la piel quemada.
Corrí hacia el lago. Por supuesto, detenerse, caer al piso y rodar
era
el método más eficaz para extinguir el fuego, lo sabía en algún
lugar de mi
arrugada materia gris, pero cuando en verdad te estás quemando y
un frío
cuerpo de agua se encuentra a menos de seis metros, no piensas.
Corres
como loca y te lanzas al agua, prefiriendo morirte ahogada en esa
agua
fría a morirte quemada, si en verdad tuvieras alguna opción.
El agua me quemaba de una forma eufórica y dolorosa. No supe
cuánto tiempo me quedé sumergida, pero quería quedarme más tiempo
debajo. Allí debajo del agua había calma y silencio, y ningún olor
desagradable subiendo por mi nariz. Fue un alivio tan grande, al
flotar libre
sin nada de fuego recorriéndome, que pensé que morir ahogada no
sería
una manera tan mala de partir.
Eso fue hasta que un par de manos atraparon mi cuello y me
mantuvieron sumergida. El lago pasó de ser un lugar de refugio a
ser un
enemigo con dientes afilados.
Lo último de mi aliento fue burbujeando hasta la superficie cuando
Nicolas me levantó, con sus manos aún apretadas alrededor de mi
cuello. —
Si yo fuera un buen chico, simplemente te ahogaría y terminaría
con esto
de una vez —dijo, llevándome fuera del agua—. Pero no soy un buen
chico. —Trastabillé por la arena, y mi mirada pasaba desde la
casita del
perro envuelta en fuego hasta la silenciosa casa de Gaston—. Vas a
arder,
perra.
Fue en éste momento que todo se sintió real. Como si me hubiese
convencido a mí misma que todo lo que había ocurrido hasta ese
momento había sido sólo una pesadilla, pero ahora me había
despertado
y sabía que a la duración de mi vida sólo le quedaban pocos
minutos.
—Colton, busca la gasolina —dijo Nicolas, sacando algo de su
bolsillo.
Era una tira de tela, una mojada tira de tela que apretó bien
fuerte—. No
quiero despertar a los vecinos. —Me tuvo amordazada tan rápido y
tan
fuerte que fue muy obvio que ésta no era la primera, segunda, o
décima
vez que había hecho esto. Se había convertido en un experto en
amordazar con el tiempo. Gaston tenía razón, éstos delincuentes no
jugaban.
Entonces, las lágrimas comenzaron. Odiaba llorar. De hecho, lo
detestaba con pasión. Pero había algo en saber que iba a
convertirme en
una antorcha humana a la, ni siquiera legal, edad de diecisiete
años, que
tenía una muy buena manera de atraer un festival de llanto.
De nuevo mis ojos escanearon frenéticamente la casa de Gaston,
desesperada por verlo correr todo el camino hasta la playa para
salvar el
día.
Suspendiendo el bidón, Nicolas lo levantó sobre mi cabeza y
comenzó
a verter la gasolina, dejando que se deslizara sobre mí hasta que
hizo un
pequeño pozo en el piso a mis pies.
Y estuve lista para morir, por primera vez en mi vida. De hecho,
quería que se apurara y me tomara. El destino finalmente me había
alcanzado, listo para hacerme pagar el precio que había estado
evitando
desde hace años.
Prendiendo un encendedor, Nicolas me sonrió. —Algo me dice que
vas a tener un ataúd cerrado —dijo, separándose, ya que según el
galón
de gasolina que había vertido sobre mí, iba a encenderme tanto que
un
satélite podría localizarme.
Cerré los ojos y susurré un oración, que decía cada noche antes de
acostarme cuando era niña y luego, cuando esperaba escuchar el
grito
del fuego arrastrándose por mi cuerpo, escuché otro tipo de grito.
Una que
era tan desesperado y enrabiado al mismo tiempo que sonaba como si
el
diablo mismo hubiese decidido hacerle una visita al Lago.
Al abrir los ojos, lo primero que vi fue el rostro de Nicolas
eclipsado
desde la dominación hasta el miedo, justo cuando algo pequeño lo
golpeó directo en medio de sus ojos. Se impulsó hacia tras,
tomando su
cabeza antes de caerse completamente. El encendedor se apagó y
cayó
de su mano.
Y luego, Gaston se encontraba sobre él, apareciendo de la nada y
lanzando puño tras puño en cualquier parte de Nicolas al que
pudiera
llegar. —¡Vas a tener que amarrarme mejor la próxima vez , enfermo
hijo
de puta! —A cada palabra le seguía un golpe, y cada uno aterrizaba
como un trueno.
Me quedé allí, todavía en shock por apenas haber logrado eludir mi
muerte, todavía en shock por haberme enfrentado a la muerte en
primer
lugar, y ahora, también en shock por ver a Gaston golpear a otro
hombre
con tanto odio que parecía como si no le importara matarlo o no.
No me encontraba muy segura entre estar aliviada de que estuviera
de mi lado o aterrorizada de que una persona como esa pudiera
existir en
el mundo.
Deteniéndose abruptamente, Gaston se giró para mirarme. —Rochi —
dijo, su voz era calmada, sin mostrar ningún rastro de estar sin
aliento,
como uno esperaría que estuviese—, ve adentro y llama al 911.
Cuando me quedé paralizada en mi lugar, añadió—: Lo tengo
controlado. No voy a permitir que te lastimen. —Justo en ese
momento, los
gemelos cobardes de la esquina unieron fuerzas y vinieron por
Gaston. O por
mí, no estaba segura—. Anda, Rochi —suplicó, señalando de nuevo
hacia
la casa—. Yo te protegeré.
Ésta vez, cuando intenté colocar un pie delante del otro, pude
lograrlo. Subir por la playa era como si intentara correr un
maratón en
menos de una hora, mi cuerpo y mis pulmones se sentían demasiado
fatigados, pero continué, dando rápidas miradas detrás de mí para
cerciorarme de que Gaston se estuviese defendiendo del trío.
Defenderse sería una forma modesta de decir que era
completamente agresivo. No sabía cómo o cuando ese hombre aprendió
a pelear así, pero esta noche no pude evitar estar agradecida por
ello.
Justo cuando llegué a la esquina de la casa, noté las luces rojas
y
azules, seguidas de un policía alumbrando mi rostro con su
linterna.
—Estamos respondiendo a un reporte que alguien al otro lado del
lago notó un gran incendio producido por ésta área —dijo, caminando
hacia mí mientras su compañero salía detrás de él—. ¿Ha visto
algo,
señorita?
—Aquí —dije, respirando pesadamente por mi viaje desde la playa—
. El incendio es aquí. —Apuntando hacia abajo en la playa, el
oficial volvió
a mirarme, viéndome de verdad esta vez.
Sus ojos se agrandaron.
—Señorita, ¿necesita atención médica? —preguntó, lentamente
caminando hacia mí, como si yo fuera mentalmente inestable, lo
cual no
se encontraba muy lejos de la verdad, a este punto.
—¿Tal vez? —respondí, insegura. La adrenalina todavía recorría mi
cuerpo, y era tan intensa que no podía sentir ninguna de mis
lesiones, o
comprobar si es que tenía alguna.
—Hal, llama a los paramédicos.
Su compañero asintió y trotó hasta la patrulla.
—De acuerdo, señorita —dijo, deteniéndose frente a mí—. Soy el
oficial Murphy. ¿Cuál es su nombre?
—Rochi —dije, aclarando mi garganta—. Rochi Igarzabal.
—Bien, Srta. Igarzabal —dijo el Oficial Murphy, sus ojos me
recorrieron,
intentando en vano de verme como si nada estuviese realmente mal—.
¿Hay alguien más allí abajo?
—Sí —dije, tomando su antebrazo y jalándolo hasta la playa—. Hay
otros cuatro y mi perro. —Aunque si Rambo todavía seguía vivo y
sonriente
como siempre, eso significaba que los milagros existían, y había
aprendido
a la mala que creer en milagros era trabajo de los tontos.
—¿Cómo se llaman? —preguntó Murphy, corriendo con prisa
delante de mí.
—Sólo sé el primer nombre de tres de ellos. —Tres nombres que no
era muy seguro si encontraríamos todavía vivos, y nombres que me
querían
muerta por ninguna razón lo suficientemente buena además del por
qué
no.
—¿Y el cuarto? —Murphy se detuvo, mirándome.
Tragué profundo. —Gaston —dije—. Gaston Dalmau.
—Espera —dijo Murphy, su semblante cambió—. ¿Gaston Dalmau está
allí
abajo?
Asentí, mi frente se arrugó.
—Mierda —dijo en voz baja, antes de sacar su radio de su
bolsillo—.
Hal —suspiró—, llama por refuerzos. Gaston Dalmau está aquí.
Hal murmuró otra maldición antes de contestar. —Copiado. Ya
mismo estoy llamando refuerzos.

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