miércoles, 1 de enero de 2014

UN AMOR PELIGROSO, capitulo diez

10
so era en lo único que pude pensar la noche siguiente cuando
necesitaba toda mi atención en prepararme para el baile de
bienvenida —siendo la primera novia de Gaston. Al principio fue
un título con el que me hallaba sobre la luna sólo por usarlo, pero tras
haberme organizado toda la noche como haría cualquier chica
adolescente que se precie, no estaba tan segura de cómo me sentía al ser
la primera de Gaston ahora.
Novia, eso es.
Un tipo como él, con una reputación como la suya, habría
atravesado probablemente decenas de mujeres. A pesar de que ninguna
fue su novia, gran cosa, tuvieron relaciones íntimas con él de una manera
que yo ni siquiera había tocado. Aunque me sentía segura de que quería
tocar eso, saber que no sería la primera, o la décima, o —contuve un
escalofrío— la centésima, como que le ponía freno a todo ese sentimiento
especial de ser su primera novia.
No era tan ingenua como para esperar que un novio mío no tuviera
una historia. Infiernos, yo misma tenía una que no me calificaba
exactamente como brillante y nueva, pero la etiquetar-y-a-la-bolsa
reputación de Gaston era bien conocida a través de tres condados y una
línea de estado.
Ahora, yo era toda segundas-oportunidades. Campeona de
segundas oportunidades, no había nada que hacer con eso. Mi
preocupación radicaba en tener que soportar a cada mujer que le diera
una sonrisa sugerente o un vistazo y preguntarme si esa fue alguna vez una
de las conquistas de Gaston por aquellos tiempos. Tenía derecho a cometer
errores y arrepentimientos, ¿pero podría yo vivir con eso y sus
consecuencias?
Dejando caer el último rulo de calor de mi cabello, me di cuenta de
que sólo existía una manera de averiguarlo. La única manera para
enterarme de si podía manejar todo lo que venía con Gaston, su pasado, su
aparente incapacidad para hablar de algo personal, su “toma el futuro
como viene”, sería tomarlo día a día. La única manera de saber si Gaston
Dalmau rompería en última instancia mi corazón sería abriéndoselo.
Esa epifanía debería haber sido más aterradora de lo que fue.
Angustia o no, me encontraba en el camino. Completamente, como me
gustaba decir, porque esa era la única manera de asegurar que la
relación tuviera una oportunidad.
Revisando mi teléfono, suspiré de alivio. Todavía me quedaban
quince minutos para terminar mi maquillaje, ponerme mi vestido, y recoger
mi ingenio, ya que era necesario para pasar una noche pegada a Gaston.
Y fue entonces, cuando sonó el timbre.
Me dejé a mí misma caer en un segundo de pánico antes de luchar
con mi bata y correr escaleras abajo. Papá y mamá habían salido en una
especie de cita rara, gracias a mí. Había comprado una tarjeta de regalo
de su Café francés favorito en el lago y un par de pases para el Cine.
Incluso hice las reservas para asegurarme de que estarían fuera cuando
Gaston se presentara.
Era un engaño y no quería que Gaston pensase que me avergonzaba
de él, pero mis padres eran personas complicadas con recuerdos que no
permitían segundas oportunidades. Además, eran padres de una hija
adolescente. Papá me había dicho una vez, profundamente colorado con
“la charla”, que con niños todo de lo que tenía que preocuparse era de
penes, pero con niñas tenía que preocuparse de lo demás. Esa pequeña
joya se había quedado conmigo, probablemente porque cuando tenía
doce años, no podía oír la palabra pene sin romper en un ataque de risa.
Sabía que si Gaston y yo continuábamos a este ritmo, no podría
mantenerlos en secreto de él, pero por esta noche, era la solución más
fácil a la situación que era Gaston.
Abriendo la puerta, traté de no asombrarme, pero esa era la única
cosa que parecía apropiada con Gaston Dalmau de pie bajo la luz del porche
delantero, vistiendo un esmoquin y una caja de ramillete en la mano. Su fiel
gorro en su lugar. Si alguien podía mezclar lo formal con lo grunge —si
alguna vez surgía— tenía que ser él.
—Llego pronto —comenzó—, así que debería echarle la culpa a
perder la noción del tiempo completamente, pero en realidad no podía
esperar para llegar.
Deja de mirar, Rochi. Deja de mirar, Rochi, era mi mantra, pero no
funcionaba.
—Bien, no te lo tomes a mal, porque estoy disfrutando de la vista —
continuó, alzando la vista al techo—. Realmente disfrutándola, pero me
prometí que sería uno de esos educados caballeros toda la noche y no me
lo estás poniendo nada fácil.
Mi cabeza seguía nublada y todavía era incapaz de hablar, pero al
menos pude reunir una expresión de confusión.
—Ah, diablos, Rochi —maldijo Gaston, haciendo una mueca cuando
tomó una pequeña mirada de mí—. Olvidaste atar tu maldita bata de
baño.
Bajando la vista lo confirmé. Nada más que un sujetador sin tirantes,
un par de bragas a juego, y un infierno de un montón de piel en plena
pantalla. ¿Un inocente error? Quizás. ¿Lapsus freudiano? Posiblemente.
—Lo siento —dije, girándome para cubrirme.
Escuché sus pasos mientras venía tras de mí. Cepillando el cabello
lejos de mi cuello, su boca cayó justo por debajo de mi mandíbula. —Yo no
—susurró, chupando la blanda piel.
Un toque, un beso, y yo era un desastre. En ese momento, no quería
más que darme la vuelta en sus brazos, deshacernos de la ropa, y no dejar
nada a la imaginación por el resto de la noche. Era intoxicante y
abrumador, y en alguna parte, muy profundamente, sabía que era
marginalmente poco saludable.
—Ve a buscar tu vestido para que pueda mostrarte —dijo,
presionando un beso final en mi cuello antes de retroceder.
—¿Por qué no nos saltamos el baile? —Me volví hacia él, jugando
con la cuerda de la bata.
—Maldita sea, Rocio—gruñó, usando mi nombre completo por
primera vez en un largo tiempo—. Está tomando hasta la última gota de mi
fuerza de voluntad no tirarte sobre la mesa y hacerte todo con lo que he
fantaseado una y mil veces —dijo, agitando sus manos de mí a la mesa, al
cielo—. Pero eres mejor que eso. Te mereces algo mejor que eso. No ser
una de esas chicas tomadas en la mesa de la cocina de sus padres.
Mereces mucho más que eso —dijo, desafiándome con sus ojos—. Así que
deja la bata en su lugar y no me tientes otra vez.
Me sentí avergonzada y rechazada, pero especial y halagada al
mismo tiempo. Era una mezcla muy confusa de emociones. —Lo siento —
dije de nuevo, disparándole una sonrisa incómoda cuando empecé a subir
las escaleras.
—Oye —agarró mi mano—, no te disculpes. Te deseo de todas las
formas en las que un hombre podría desear a una mujer. Es sólo que no
quiero arruinar esto, ¿está bien?
—Está bien.
—Estoy en territorio desconocido aquí, Rochi. Necesito un poco de
ayuda. —Sus dedos se curvaron a través de los míos.
—Yo también —contesté.
—Seh, lo supuse. —Me apretó la mano antes de dejarla ir—. Entonces
te ayudaré, también. Ahora ve a vestirte tan sexy y entonces podré
bailar contigo toda la noche.
—Bien, mandón —dije, subiendo las escaleras—. Ponte cómodo.
Bajaré en cinco.
—Oh, y Rochi —gritó, chasqueando los dedos. Me volví a mirarlo
desde lo alto—. Cuando se trata de seleccionar la ropa interior —sus ojos
brillaban—, obtienes un sobresaliente.
Como si necesitara otra confirmación, los hombres eran criaturas
imposibles. Sonriéndole, ceñí mi apretada bata. —Y cuando se trata de
eliminar la ropa interior…
—Ah, Rochi —dijo, agarrando la barandilla—, ahora esa es buena.
Salir conmigo ha mejorado enormemente tu estilo cómico. Aprendiendo
por ósmosis, supongo.
Golpeé una mano en mi cadera. —¿Cómo puede alguien que sabe
qué es la ósmosis reprobar todas sus clases? —Gaston no era tonto, pero sus
calificaciones reflejaban lo contrario.
—Talento inequívoco, nena —respondió, sonriendo como el diablo—,
talento inequívoco.
***
Acababa de deslizar mi último pendiente cuando oí el familiar
sonido de los neumáticos crujiendo sobre la grava.
—Rochi —dijo la voz de Gaston por las escaleras—, ¿esperas
compañía?
Agarrando mi chaqueta vintage de la cama, salí corriendo de mi
habitación, oyendo el familiar sonido de la retracción de la puerta del
garaje.
—Son mis padres —dije, bajando por las escaleras.
La frente de Gaston se arrugó. —¿Y no saben que soy yo quien te está
llevando al baile de bienvenida?
Deteniéndome al final de las escaleras, sacudí la cabeza.
—Y como soy tan bueno adivinando, diría que ni siquiera saben que
vamos a la misma escuela, ¿no? —preguntó, tratando de hacer como si
no fuera nada pero para mí, se sentía como la peor clase de traición.
Negué con la cabeza, incapaz de mirarlo.
—Muy bien, ¿cuál es mi estrategia de salida? —preguntó, mirando
alrededor de la habitación—. ¿Puerta principal, puerta trasera, o una
ventana? —No sonreía, hablaba en serio. Algo se rompió en mi corazón.
—No hay estrategia de salida —dije, tomando su mano y caminado
a través de la sala de estar—. Me gustaría presentarles a mis padres mi cita.
—Esto va a ser bueno.
—Seh —dije con sarcasmo—, será una explosión.
—¿Algún consejo? —dijo, situándose junto a mí en la puerta de la
cocina.
—Sí —dije, mirando la puerta del garaje abrirse—. Abróchate el
cinturón.
—¿De quién diablos es el coche en…? —Mamá llegó a un abrupto
final en el umbral. Tan abrupto que papá rebotó contra ella.
—Papá, mamá —me aclaré la garganta, poniendo cara de todoestá-
normal—, están en casa temprano.
—Tu padre no se sentía bien —dijo ella en tono cortante,
nivelándome con la mirada.
Me aclaré la garganta. —¿Recuerdas a Gaston?
Entrando a la cocina, le dio a Gaston esa mirada. La misma que le
había dado cuando lo conoció. La que decía que volviera al agujero del
que había salido. —Una difícilmente olvida el rostro de un criminal siendo
llevado fuera de su propiedad en esposas.
Ese destello de mal genio pedía a gritos ser liberado de su cadena.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Gaston se adelantó. —Llevando a Rochi al baile de bienvenida, señora.
—No —dijo ella—, ciertamente no lo haces. ¿Dónde están tus
amigos, por cierto? —continuó, mirando por encima de su hombro como si
esperara encontrarlos descansando en la sala de estar—. ¿Están en el
asiento trasero, esperando quemar el resto del cabello de mi hija? ¿O en el
estacionamiento de la escuela, dispuestos a echarle un galón de gasolina
de nuevo?
Gaston hizo una mueca, bajando la mirada.
—Mamá —advertí—, esos chicos no eran amigos de Gaston. Y corta el
acto de madre preocupada, es un poquito demasiado tarde.
—¡No te atrevas a hablarme de esa manera! —gritó mamá,
señalándome—. Estás encerrada hasta el día en que te mudes de esta
casa por mentirnos a tu padre y a mí. —Realmente podría ejercer su dedo
índice como arma—. Y sí, esos eran —le miró—, son sus amigos. Decidiste
no mirar los reportes policiales que yo sí vi. Esos chicos y Gaston cometieron su
primer crimen juntos años atrás. Tráfico de drogas, ¿no? —dijo, no como
una cuestión a ser confirmada o negada—. Gaston y el resto de esos chicos
drenadores-de-sociedad de esa casa necesitan ser encerrados y que tiren
la llave. No merecen tener trabajadoras chicas buenas como citas a
futuros bailes de bienvenida.
Me tambaleé hacia delante, a punto de decir algo fuerte y
mezquino, cuando Gaston me apartó.
—Nunca dije que mereciese eso —dijo Gaston, mirando a los ojos de
mi madre.
Podría decirse, en base a los vasos sanguíneos estallando en sus ojos,
que esto la enojaba seriamente, que esta persona no cedía a su
superioridad y bajaba su mirada.
—Y esos tipos nunca fueron y nunca serán mis amigos. Si alguna vez
encuentran la manera de salir de la cárcel y me encuentro con ellos,
repararé todo el daño que se llevó a cabo en Rochi.
—Qué refrescante. El delincuente sugiriendo reparar violencia con
violencia.
—A veces esa es la única respuesta —dijo Gaston, flexionando sus
dedos en mi mano.
La cara de mamá se ensombreció. —Y a veces consigue que las
personas que más quieres sean asesinadas.
Una figura se movió detrás de mamá. No me había dado cuenta de
que se encontraba allí, su presencia era tan ausente. Arrastrando los pies
alrededor de ella y de nosotros, la cara de papá lucía tan sombría como la
de mamá. Tocó mi hombro al pasar. —Buenas noches a todos.
Debería haberse vuelto viejo, de luto por la persona que mi padre
fue una vez, y a veces, odiaba la cáscara de ser humano en la que se
había convertido, pero no fue así. Él había comprobado todas las facetas
de su vida, dejando a las reglas de locura y compulsión sus pocos
momentos conocedores.
Mamá juntó las manos sobre su cara. —Rochi, es hora de decir
buenas noches.
Agarré el brazo de Gaston, guiándolo por la puerta principal. No podía
salir de esta casa de locos lo suficientemente rápido. —Buenas noches,
mamá.
—¡Rocio Igarzabal! —gritó detrás de nosotros—. Ve arriba como
el infierno ahora mismo. Y usted, señor Dalmau, lárguese de mi propiedad
antes de que llame a la policía. —Su voz ahora era menos enojada y más
desesperada.
—¡No, mamá! —grité, dejando suelto mi mal genio—. Me voy al baile
y voy con Gaston, porque estoy con él y él conmigo y si no puedes manejar
eso, ¡entonces puedes decirle adiós a tu única hija!
La apuñalé en la parte blanda y se registró inmediatamente en su
cara. —Este chico estuvo a punto de matarte, Rochi —dijo en un susurro.
Seguía en cada fase de cabreo, así que mi voz era cercana al
susurro. —¡Este hombre también salvó mi vida! —Tirando la puerta abierta,
prácticamente me lancé por las escaleras con la mano de Gaston en la mía.
—Rochi —suplicó desde la sala de estar.
—Estaré en casa sobre la una —dije, por encima del hombro, la ira
regulándose a un ruido sordo ahora que sabía que había ganado la
batalla. Pero estaba segura de que no la guerra. Habría mucho que pagar
mañana por la mañana, así que me aseguraría de que esta noche
realmente contara—. Todo estará bien —enfaticé, antes de girar la
esquina de la entrada.
—Cuando dices cinturón de seguridad —dijo Gaston, sacando un
juego de llaves de su bolsillo—, quieres decir prepararse para el maldito
apocalipsis.
—Más o menos —dije, arrugando la nariz—. Lo siento por eso.
Gaston le quitó importancia con un gesto de la mano, pero no podía
esconderme cuánto le habían cortado las palabras de mi madre. Justo
como ella esperaba que lo hicieran.
—No, fueron horribles, horribles cosas que decir a otro ser humano —
dije—. Mis padres son gente complicada. —Lo desestimé, sin saber cuándo
o si alguna vez podría explicar el desastre que era la familia Igarzabal.
—Rochi —dijo Gaston, deteniéndome—. Sé que pedazo de mierda soy,
y no es horrible o injusto o incorrecto que la gente me llame por lo que soy.
Pero me gusta pensar que las personas pueden cambiar, y te juro que voy
a dejar atrás mi pedazo de mierdez. —Sus ojos lucían tan serios, que
pensarías que iba a ponerse sobre una rodilla.
—¿Mierdez? —dije—. Eso es algo que me perdí.
—Nop —dijo—. Es una con derechos registrados del diccionario
urbano de Gaston Dalmau.
—Lindo. —Me reí, caminando de puntillas por la grava para no
tropezarme por las piedras con mis tacones de diez centímetros—. Y en el
libro de mierdez de Rochi Igarzabal, no tienes ningún lugar en la lista.
—Esa puede ser la cosa más romántica que alguien haya dicho
jamás de mí —dijo, haciéndome cosquillas en los costados—. Algo acerca
de una sexy mujer en un maldito vestido fino mintiendo a través de sus
dientes sobre mí no siendo un pedazo de mierda es un verdadero cambio.
—Me alegro de… —Y me di cuenta del coche aparcado en el
camino de entrada, y me detuve en seco—. ¿Qué es eso?
No dije nada, pero sabía que el reluciente auto color plata era
rápido, costoso, y atraería a todos los policías en un radio de kilómetro y
medio.
—Es un auto —dijo Gaston, abriéndome la puerta.
—No me trates como a una de esas chicas de una noche —dije,
mirándole.
—Dios mío, mujer —dijo, inclinándose sobre la puerta del coche—.
¿Qué tiene que hacer un hombre para ganarse un pase libre contigo?
—No creo en pases libres —lancé de vuelta—. Creo en la
honestidad. Estoy chapada a la antigua con eso.
—Es un Chevelle del 66 —dijo, cerrando la puerta antes de que
pudiera preguntarle más.
—¿Es tuyo? —pregunté mientras se sentaba en el asiento del
conductor.
—Nop. —Giró la llave y el motor regresó a la vida—. Pertenece a un
amigo mío.
—¿Un amigo de la casa de los chicos? —Sabía que este tipo de
preguntas le hacían tensarse, como bien reflejaba su apretada mandíbula,
pero no entendía por qué.
—¿Parece como si alguno de nosotros tenga algún familiar al que le
importemos una mierda, trabajos que paguen una miseria o una maldita
herencia que permitiera que tipos como nosotros pudiesen permitirse un
coche como este? —Estirando su brazo a través de mi asiento, miró sobre
su hombro, y salió a la carretera.
Mamá nos miraba desde la ventana de la sala, por primera vez
viéndose tan perdida como mi papá. Algo pesado cayó en mi estómago,
algo que se sentía muy parecido a la culpa.
—Defensivo —murmuré, mirando por la ventana lateral.
—Tus padres por poco me llamaron el chicle de las suelas de sus
zapatos. Fallaste en mencionar, o más bien optaste por no hacerlo, que
era tu cita para esta noche. —aceleró el
Chevelle—. Soy el chico malo que se aprovecha de la buena chica. Así
que sí, estoy un poco a la defensiva en estos momentos.
Ni siquiera había pasado media hora de nuestra primera cita real y
ya discutíamos. Nos encontrábamos en un maravilloso precedente de
cualquiera que fuese la carretera por la que nuestra relación iba cuesta
abajo.
Luchando contra el instinto de reacción de devolverla, respiré
lentamente y luego me volví en mi asiento. —Escucha, siento no haberle
dicho a mis padres sobre ti. En serio —añadí cuando vi que hizo una
mueca—. No les dije no por quién eres, sino por quiénes son ellos.
—¿Por quiénes son ellos? —repitió. No sonaba como si estuviera
comprándolo, pero esa era la verdad.
—Sí.
—¿Y quiénes son exactamente, Rochi? —preguntó, manejando hasta
que se detuvo en un semáforo en rojo.
—Personas tristes y asustadas que han perdido mucho en la vida y
están temerosas de perder más —dije, jugueteando con las asas de mi
bolso.
Apretando su mano en el volante, me miró. —¿Y qué sucedió en sus
vidas para que estén tan tristes y asustadas? —se burlaba de nosotros, de
ellos, pero simplemente no lo entendía, y jamás me sentía de humor para
hacerles entender lo que ni yo misma entendía.
—Vida. —Era la única explicación que tenía.
Resopló. —¡Que abierta, toda una respuesta mundial!
Realmente trabajaba duro para mantenerme en frío. —Lo aprendí
observándote —respondí, maldiciendo las lágrimas que se formaban. Me
había convertido en un desastre lloriqueante tras conocer a este chico.
El semáforo se puso en verde, pero Gaston seguía mirándome.
Levantando el pulgar hasta la esquina de mi ojo, dejó que las lágrimas
corrieran por su mano. —Mierda. Soy un idiota —dijo, mientras un coche
tocaba la bocina detrás de nosotros. Levantando su mano en la ventana
trasera, Gaston apagó el coche—. Lo siento, Rochi. Quería que esta noche
fuera genial y me parece que no puedo hacer ni decir nada bien. No
estoy enojado contigo, ni mucho menos. Estoy enojado conmigo mismo.
Entiendo por qué tus padres no me quieren y entiendo por qué no les
hablaste de mí. Entiendo todo eso —dijo, golpeando el tablero de
instrumentos—. Esa es la realidad, sólo desearía que la realidad se tomara
unas vacaciones ¿sabes?
Otro claxon, esta vez no tan educado. Golpeando el tablero de
nuevo, Gaston abrió la puerta. —Discúlpame un segundo —dijo, mirándome
mientras se arrastraba fuera de su asiento.
Me volví en mi asiento, no muy segura de lo que sucedía. Gaston
anduvo hacia la camioneta detrás de nosotros y comenzó a golpear la
ventanilla del conductor de vidrios polarizados.
—Oye, idiota. ¡Abre la puerta y resolvamos esto como hombres! —
Alcanzando el mango, Gaston intentó abrir la puerta, pero el conductor era
lo suficientemente inteligente como para haber cerrado con llave—.
¿Qué? ¿Crees que puedes joderle la mierda a un hombre cuando está
tratando de tener una conversación seria con su chica? —gritaba, y el
tráfico que se aproximaba se detenía para ver qué demonios pasaba. Me
acurruqué en mi asiento, preguntándome por enésima vez qué era
exactamente lo que había sucedido en la vida de Gaston para hacerlo de
esta manera. Tan enojado, tan cerrado.
—La próxima vez que piense colocar su mano en la bocina, será
mejor que esté listo para poner el dinero en su boca y pelear como un
hombre —gritó Gaston, alzando los brazos al aire—. ¿Lo pillas, cobarde de
mierda?
Girándose, regresó dando grandes zancadas hacia el coche. Un
puñado de personas asomaba sus cabezas por las ventanas, mirándonos
como si fuéramos amenazas para la sociedad. Me encogí mucho más.
En su asiento, Gaston cerró de un portazo y, mirando a ambos lados en
primer lugar, pasó la luz roja una vez más.
Respirando profundamente, me miró, su rostro suavizándose. Como si
no acabara de actuar todo Hulk en una intersección. —Puedes
preguntarme lo que quieras, Rochi. No puedo prometer que vaya a
responderte a tu gusto, pero puedes hacerlo siempre.
Mi primer pensamiento fue que debía estar en alguna receta
médica y que había olvidado tomar su dosis diaria, pero luego me di
cuenta de que esta pequeña actuación de nada-ha-pasado era una
rutina. Me sentía tan familiarizada con este mecanismo de defensa que
podría haber escrito un libro de psicología.
—¿Qué demonios fue eso?
Entrando en el estacionamiento de la escuela secundaria, tomó el
último lugar en la parte trasera. Mirando por la ventana, suspiró. —Ese fui yo
perdiendo mi mierda. Sucede continuamente, Rochi. No lo planifico, y ni
siquiera lo quiero, pero el noventa por ciento de las veces, no puedo
controlarlo.
Allí se encontraba, esa ventana de vulnerabilidad, tan honesta, tan
dolorosa, que me recordó por qué me encontraba aquí, ahora, con Gaston
Dalmau.
—Quiero ser un hombre mejor, pero no sé si puedo serlo —continuó,
reclinándose en el asiento—. Necesitas saberlo si vamos a llevar esto a
alguna parte, porque…
Y entonces hice algo, dependiendo de las visiones del mundo, muy
imprudente y equivocado o no muy adecuado para la situación.
En un fácil movimiento, gracias a mi década y media como
bailarina, me encontré a mí misma sentada a horcajadas sobre sus piernas
y, antes de que pudiera pensármelo dos veces, apreté mi boca contra la
suya.
—Rochi. —Logró murmurar Gaston contra mi boca inflexible.
—Cállate, Dalmau —contesté, mordiéndole el labio inferior.
Renunciando a la dominante fuerza que era yo, sus manos se
deslizaron por mi cintura, afianzándose en mi trasero. —Mis labios están

sellados —susurró, volviendo a nuestra inquebrantable unión.

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