20
Nicolas y yo fuimos juntos a lo de Sadie. Estábamos
todavía juntos en noviembre y empujando y trotando a doce
minutos los kilómetros en diciembre. Para los estándares de
Nicolas, estaba bastante segura de que se encontraba listo para
correr, tal
vez incluso llegar hasta el final, pero yo ni cerca de eso.
Nicolas no sería mi primero, pero yo también sabía que no quería
que fuera mi último, y entonces, ¿cuál era el punto? No llegué a
la cama
con un chico sólo porque habíamos llegado a esa etapa en nuestra
relación. Tenía que sentir; tenía que ser capaz de verme a mí con
él, meses
o quizás incluso años más adelante.
Podría ser novia de Nicolas, pero me imaginaba la cara de alguien
más cuando me sujetaba contra un sofá. Veía otra cara cuando lo
miraba
en clases. Gaston faltó a clases unos días después de nuestra
explosión en el
estacionamiento, luego apareció una noche en un partido de fútbol
y no
se había perdido un día desde entonces.
Lo vi todos los días en los pasillos y un par de veces alrededor
de la
ciudad, pero él no me veía. No había escatimado una mirada en mi
camino desde ese día, y yo nunca había sabido que ese tipo de
rechazo
podría lastimar de la manera en que lo hacía. Me recordé a mí
misma
cada mañana sobre lo que mintió y había fallado en mencionar, y
cada
noche terminaba pensando en la forma en que sus ojos se aligeraban
justo
antes de que me besara.
Gaston Dalmau se instaló en mi alma y no podía encontrar una
manera
de desalojarle.
La canción en la radio llegó a su fin, esa maldita canción que los
DJ’s
repetían a propósito porque alguien en la estación sabía que me
hacía
toda nostálgica y anhelante por Gaston cuando la tocaban.
—Te voy a arreglar —dije, bajando la mirada para golpear la radio.
En el espacio de una mirada desviada, un trozo de madera rebotó
fuera en la parte de atrás de algún camión destartalado,
aterrizando en mi
carril. Sin nada de tiempo para reaccionar, el Mazda se estrelló
con el trozo
de madera, y casi de inmediato lo sentí.
—Mierda —maldije, incapaz de comprender cómo una astilla de
madera de la longitud de un brazo podría derribar una pieza de dos
toneladas de metal en movimiento. La naturaleza luchaba contra la
industria, un neumático a la vez.
Y luego un familiar sonido de caída de caucho contra metal hizo
eco a través de la cabina.
—Doble mierda —dije, sabiendo que tenía un repuesto en la parte
de atrás, pero eso era todo lo que sabía acerca de cómo cambiar un
neumático. Por eso Dios inventó el hombre, para que las mujeres no
tuvieran que conseguir grasa bajo su manicura.
Entrando en un arcén, escudriñé de arriba y abajo la carretera,
buscando algún tipo de tienda para autos o cualquier cosa. Alguien
debe
haber estado sonriendo hacia mí porque ni siquiera a cincuenta
pies de
distancia había un cartel en el que decía Reparación Auto Premier
delante
de un edificio pintado de azul y gris con tres plazas abiertas.
—Muchas Gracias —ofrecí a quien estuviera escuchando.
Forzando el Mazda hacia adelante, encogiéndome mientras el
flopflop-
flopping se hacía más fuerte. Realmente esperaba que mi rueda
entera no fuera a salir volando, pero si lo hacía, al menos los
profesionales
se encontraban cerca.
Un hombre de unos veintitantos años, luciendo una camisa de bolo,
salió de una de las plazas.
La mayor parte de su rostro se veía cubierto de grasa. Agitando su
mano, me hizo señas, apuntando a la primera plaza vacía.
Un taller de auto cerca y un empleado muy útil. Acababa de recibir
una llamada desde la red de milagros.
Una vez el Mazda estuvo dentro, salí, con ganas de inspeccionar
los
daños.
—Déjame adivinar —dijo el tipo, limpiándose las manos con un paño.
No se veía bien por ningún lado—, el otro chico ganó. —Agachándose
para echar un vistazo a mi rueda, sacudió la cabeza.
—Un afilado proyectil lanzándose hacia el blando y sintético
material
generalmente lo hace —le contesté, arrodillada junto a él.
—Palabras de vida —dijo, golpeando el neumático y poniéndose de
pie—. Vamos a conseguir cuidar a este por ti, cariño.
—Muchas gracias —dije, de pie—. No hay prisa, pero ¿tiene una idea
de cuánto podría tomar esto? —Había estado en camino hacia el
estudio
de danza, con la esperanza de lograr un sábado lleno de baile,
pero
parecía como si mis planes podrían estar cambiando.
—Vas a estar dentro y fuera en un santiamén, cariño —dijo,
haciéndole gestos a alguien dentro de la zona de oficinas—. Voy a
poner
mi mejor hombre en ello.
Y luego, inexplicablemente, la piel de gallina se levantó en mis
brazos, y todo a mí alrededor fue cálido y brillante.
—Oye, Gaston —vocifero el tipo—ayuda a esta
linda pequeña cosita a salir.
Pude verlo a través de las ventanas traseras, su espalda al
garaje,
hablando por teléfono con alguien. Colgó el teléfono y se dio la
vuelta.
Nunca antes había visto una sonrisa desaparecer tan rápido. Fue un
récord
mundial, gracias a mí.
Entonces, cuadrando los hombros, salió de la oficina, rodeando la
parte trasera del coche.
—¿Cuál es el problema, Damon? —preguntó Gaston, mirando al
coche, negándose a mirarme.
—La chica tuvo un encuentro con un desagradable pedazo de
basura —gritó Damon, con su cabeza escondida en el capó de una
camioneta junto a nosotros—. Repara lo que sea que necesites
hacer. Es
de la casa.
—Oh, eso no es necesario —grité por encima a Damon.
Dándome un vistazo, me miró con determinación. —Sí, lo es.
Habría seguido una y otra vez unas cuantas rondas más con él, pero
cuando Gaston llegó despreocupadamente hacia mí sin siquiera un
Hola,
sabía que mi lucha era necesaria en otra parte.
—Hola, Gaston —dije, caminando unos pasos hacia donde se
encontraba de espaldas a mí, inspeccionando la llanta.
Empujándose de pie, pasó junto a mí, los labios sellados
herméticamente y los ojos muertos por delante. Hizo saltar el baúl
abriéndolo y jaló el repuesto libre.
—Realmente tienes todo este asunto silencioso ahí abajo —llamé
después de él—. Bien por ti, has demostrado tu punto de rotundo
desdeño
hacia mi… —Desdén podría haber sido un pelín generoso por la forma
en
que Gaston me ignoraba—… pero ¿realmente no vas a decir hola?
Haciendo una pausa al final de una plaza, agarró una palanca. —
Hola —dijo sin ninguna inflexión—. Ahora corre al infierno de
nuevo para
que pueda llegar a arreglar tu llanta y puedas seguir tu camino.
Guau. Fue peor de lo que pensaba. Gaston no me desdeña—me odia.
Sin embargo, no le odio y no voy a pretender que lo hago.
—Escuché que tienes una beca completa a casi cualquier
Universidad de tu elección —dije, gritando por encina del ascensor
mientras el Mazda se elevaba.
Viendo el coche, respondió con un encogimiento.
—Incluso oí al Entrenador A mencionar que algunos equipos
están interesados.
Otro encogimiento, esta vez con el otro hombro.
—Gaston. ¿No serías, digamos, uno de los primeros chicos
nunca en ser reclutado directamente de la escuela secundaria?
El elevador se estremeció hasta detenerse, y Gaston marchó por la
llanta pinchada. Miró a donde me encontraba apoyada contra la
pared y
miró hacia otro lado muy rápido. —Estoy seguro de que aquello son
sólo
rumores o exageran. Además, incluso si llego a ser seleccionado,
podría
acabar en el Banco o conseguir ser lesionado por jugar con chicos
mayores de cien libras.
No pude detener la sonrisa que apareció. Gaston me hablaba de
nuevo. —¿Eso fue sólo una frase completa dirigida a mí? —pregunté,
inclinando mi oído.
Levantando una herramienta desde un banquillo, comenzó a sacar
las tuercas. —En realidad, eran dos.
—¿Y qué he hecho para merecer dos oraciones completas de ti? —
No me importaba.
—Estás hablando con mi lado bueno —dijo, mirándome y dándome
a duras penas, pero lo suficiente de una sonrisa.
Nunca imaginé que estaría agradecida por un pinchazo, pero lo
añadí a la lista. —No pensé que tuvieras uno.
—No —dijo, quitando la última tuerca—. Pero maldición si no
intenta
emerger cada luna azul. —Elevando lo que quedaba de la llanta y la
rueda del eje, lo bajó al suelo.
Maldita sea si no era la cosa más sexy que había visto en mucho
tiempo. Tal vez nunca.
—¿Cómo has estado?
—Es una pregunta capciosa —dijo, levantando una ceja hacia mí—.
¿Cómo esta Nicolas? —preguntó tan desposeído de emoción como
Gaston era capaz cuando hablaba de Nicolas.
—¿Acabas de responder una pregunta con otra pregunta?
Rodando la rueda de repuesto por un lado, levantó la mirada hacia
mí nuevamente. Esta vez por todo un largo segundo. —Simplemente
compensaba tu pregunta con una propia. No deseas responder a mi
pregunta más de lo que quiero responder la tuya —dijo—. Así que
estamos
igualados ahora.
El hombre tenía el sentido más jodido de lo justo e igualado.
Y, porque yo era la idiota que era, toqué un tema que ya sabía lo
molestaría. —Gaston —empecé, mirando mis manos—, lo siento por
todo lo
dije e hice.
Su cuerpo ya lucía tenso mientras levantaba la rueda de repuesto
en
el eje, pero se flexionó al menos el cincuenta por ciento más.
—¿Puedes ser
más imprecisa?
No voy ponerme a la defensiva. No voy ponerme a la defensiva. —
¿Fue una solicitud o un pinchazo? —me puse a la defensiva
—Si estás pensando acerca de recordar ciertos temas —comenzó,
apretando una tuerca como si le hubiera hecho un mundo de mal—,
entonces eran las dos.
Trágate el orgullo. Discúlpate. Mi diálogo interno me guiaba a
través
de esto. —Lo siento, te seguí esa noche a lo de Holly —tragué,
algo sobre
ese nombre solo no se sentía bien al decirlo—, y siento como fui
contigo a
la mañana siguiente.
—No me importa nada de eso —dijo, apretando la mandíbula.
—¿No? —Crucé mis brazos—. Entonces ¿por qué estás aún tan
malditamente cabreado conmigo que vas a soplar tu tapa? —Ser
alguien
propenso a los ataques de temperamento sobrecargado, podía afectar
a
otra persona cerca de diez pasos.
Gaston exhaló, apoyando su frente en el neumático. —Maldita sea
todo este infierno —murmuró, golpeando con su llave el carrito de
metal
detrás de él—. Porque —comenzó, desplazando sus ojos sobre mí—,
porque tomaste su palabra sobre la mía.
Eso me dejo sin palabras. En todas mis medianoches analizando lo
que paso, no había nunca llegado a esta conclusión. —¿Y me
equivoqué?
—dije lentamente—. Porque resultó que Nicolas tenía razón.
—¿Tenía razón acerca de qué? —dijo Gaston en un tono que era
aterradoramente controlado.
—Tú y Holly. —Hombre, odiaba decir ese nombre. Termine. Ella ahora
sería referida como la vagabunda que no será nombrada.
—Yo y Holly, ¿eh? —Sujetó otra tuerca en su lugar—. ¿Así que
pensabas preguntarme acerca de ella antes de que decidieras
vigilarme?
¿No escogiste confiar en él sobre mí?
—Gaston —suspiré en frustración. Él no lo entendía, o yo no lo
hacía.
Uno de nosotros definitivamente no lo entendía y ninguno de los
dos
hablaba el mismo idioma—, resulta que no tenía ninguna razón para
confiar en ti.
—Y sabes esto de hecho ¿porque? —preguntó, fijando la última
tuerca en su lugar. No me sentía lista para decirle adiós; estar
cerca y
discutir era mejor que pasar de él y ser ignorada.
—Porque te vi, Gaston —dije, preguntándome cuánto necesitaba
explicar para que él lo entendiera—. Te vi con Holly y...
—tragué—… y el
bebé. Lo vi todo.
—Me viste con Holly y el bebé —repitió asintiendo con la cabeza
con
cada palabra—. Y ¿Por eso no puedes confiar en mí?
Esto debería ser más obvio de lo que era para él. A menos que
engañar a espaldas de uno se haya convertido en una práctica
moralmente aceptada recientemente. —Creo que prácticamente lo
resume —dije, preguntándome si me perdí algo. Algo que obviamente
pasaba por alto.
—Bueno, ahí lo tienes —dijo, andando zancadas a la pared
opuesta—. Estamos en un callejón sin salida nuevamente. Ninguno de
nosotros confía en el otro. —Presionando la palanca, el Mazda bajó
a
tierra.
No me quería ir, quería averiguar qué diablos pasaba entre
nosotros.
Que vacíos habíamos sido descuidados en llenar. —Lo tengo, todavía
estás
cabreado conmigo y yo todavía estoy un poco cabreada contigo
también —dije, siguiéndolo a la parte de atrás—. Pero ¿crees que
podemos superarlo y ser amigos otra vez?
Se rió en una nota baja, empujando la llanta pinchada al maletero.
—Te extraño, Gaston. Extraño tener un amigo que realmente cuida mi
espalda y no lanza dagas cuando me doy la vuelta.
Se detuvo, manteniendo su espalda a mí. —Lo siento, Rocio. Tú y yo
no podemos ser amigos. —Asumiéndolo por mí, fue hasta la puerta
del
conductor y la abrió.
—¿Desde cuándo me llamas Rocio? —pregunté, sintiendo una nueva
profundidad de desamor.
—Desde que dejamos de ser amigos. —Estiró su cuello hacia el lado,
haciéndome gestos hacia al coche.
No sería empujada. Plantando mis pies, crucé mis brazos. —No
puedes tomar esa decisión por nosotros dos —le dije, mirándolo—.
No
quieres ser mi amigo, bien, eso es realmente maduro de tu parte.
Pero no
me digas que no puedo ser tu amiga. Así que jódete y aguántate.
—Hola,
temperamento, encantada de verte elevar tu fea cabeza otra vez.
Su rostro ni siquiera se suavizó como solía hacer cuando yo
explotaba sobre él. —Los personas como tú y yo no podemos ser
amigos,
Rocio—dijo, mirándome como lo hacía antes—, y tú también lo sabes.
—¿Qué sé qué? —le pregunté, esperando. Y esperando—. Vamos —
dije, marchando hacia él—. ¿Qué sé qué? —Porque, por enésima vez,
no
tenía ni idea.
Apretó sus labios mientras trataba de deslizarse a un lado. No lo
dejé.
Bloqueando su camino, empujándolo hacia atrás. —Vamos, Dalmau.
¿Qué
diablos sé?
Sus ojos resplandecieron, reuniéndose con los míos. —No puedes ser
amigo de la persona con la que se suponía fueras a pasar tu vida
—dijo,
sus ojos oscureciéndose—. Así que sigue adelante con tu vida y
vive el
infierno lejos de la mía. —Empujándome, corrió saliendo del garaje
y siguió
su camino.
Y lo que lamenté, más que haber jodido mi viaje junto a Gaston,
era
que no fui tras él.

quiero que estos dos estén juntos de una vez!!!!
ResponderEliminarseguilaaa porfa!!!!! me encantaaa (:
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