viernes, 14 de febrero de 2014

UN AMOR PELIGROSO, capitulo 21

21
todos los días del resto del año escolar, me arrepentí de dejarlo
marchar ese día en el garaje. Me arrepentí de no haberlo
perseguido y abrazarlo hasta que me explicara exactamente
qué diablos trató de decir. En frases concisas y detalladas que una mujer
pudiera comprender.
Los meses que siguieron después de nuestra críptica conversación
me dejaron deseando el trato de silencio de nuevo, porque ahora cuando
Gaston pasaba a mi lado en el pasillo, ya no le ignoraba intencionalmente.
Era como si yo no existiera.
Pasé de ser algo que despreciaba a algo que ni siquiera notaba, lo
cual sólo traía más preguntas.
Cumplí dieciocho el mes pasado y me graduaría la próxima semana,
y en otoño podría ser estudiante de primer año. Era un
momento para celebrar, debía mirar al pasado con nostalgia y hacia el
futuro con esperanza.
Me era difícil implementar esa idea, aunque nunca admitiría
abiertamente la razón por la cual me sentía como si fuera un barco
perdido en la noche, pero la parte más importante de mí, la que me decía
que estaba bien y mal, la verdad y el amor existían, ya sabía el por qué.
—Voy a hacer que te diviertas al máximo esta noche, Rochi —gritó
Eugenia sobre el ruido de la música a todo volumen, sonaba una canción
sobre el verano y amigos y fiestas. Era realmente una terrible canción
cliché, pero supongo que era para crear el ambiente para la noche—.
Esta noche no habrá nada que se interponga en nuestro camino y evite
que disfrutemos del momento.
Sabias palabras viniendo de una chica que hablaba de su brillante
futuro.
—¿Y a que te refieres con disfrutar el momento es que te besarás con
el primer pedazo de hombre que veas?
Eugenia gruñó.
—Y pensé que yo era una cínica.
Bajando el volumen, tiré hacia abajo del dobladillo del vestido que
Eugenia me había prestado. Cubría sólo la mitad de mis pechos y apenas
todo mi trasero.
—Lo siento. Venía en el paquete cuando decidiste vestirme como
una puta barata.
—Llevas pendientes de perlas, por el amor de Dios, Rochi —dijo—. La
última vez que supe, las putas no usaban perlas.
—Bien —dije, mirando mi reflejo por tercera vez. ¿Si le añadiera otra
capa de rimel a mis pestañas se quebrarían por la mitad?—, una puta que
va de camino a la iglesia.
Eugenia rió, mirándome de reojo cuando llegamos a un semáforo.
—Joyas, ¿eh? —Me dio una mirada escandalosa—. Alguien debió
de ser muy bueno, o debiste de haber sido muy complaciente, para
conseguir un par de aretes de perlas como regalos de graduación.
—Tu depravación nunca deja de sorprenderme —dije, sacándole la
lengua—. Y los aretes son un regalo de graduación de mis padres, no de
Nicolas.
Gracias a Dios que no me había dado nada de joyas aún, porque
no quería recibir ningún regalo de él.
La luz verde brilló y Eugenia avanzó con su pequeño Volkswagen.
—No tienes por qué sentirte culpable por eso. Los chicos les dan
joyas a las chicas como una recompensa por sexo. Es un simple hecho de
la vida.
—Una vez más, eres depravada —dije, bajando la ventana. Donde
realmente quería estar era en el estudio, preparándome para los siguientes
cuatro años bailando con y contra los mejores. No quería estar metida en
un pequeño auto con la zorra dramática del colegio, dirigiéndome en una
fiesta de graduación donde el alcohol sería interminable y las inhibiciones
estarían en todas partes, y yo estaría bajándome a cada rato el vestido
como una mojigata.
—Dado a que no veo pendientes de diamantes, ni pulseras de oro,
¿deduzco que Nicolas aún no se ha acostado contigo? —La mierda de
esta chica comenzaba a hartarme. Sería divertido si no fuera cierto.
—No es asunto tuyo.
—Entonces, no —asumió, girando el auto en una carretera de grava.
—Entonces, por supuesto que no —corregí, ya que seguiría sacando
conclusiones si no le respondía.
—¿Por qué no? —preguntó mientras saltábamos por los baches—.
Han estado “saliendo” desde Sadie, y salen oficialmente desde el baile de
invierno. ¿Están tomando las cosas con calma o alguna mierda estúpida
como esa?
—Estoy tomando las cosas con calma —dije mientras la fiesta
quedaba a la vista. Me sentía familiarizada con el lugar, la mansión en el
lago. Los padres de Nicolas se encontraban fuera de la ciudad en alguna
subasta de automóviles, por lo cual él decidió hacer la fiesta de
graduación más épica que nadie pudiera olvidar. Sus palabras, no las
mías. Desde el final de la calle, la casa parecía estar llena de hormigas.
Hormigas borrachas.
—¿Y Nicolas? —preguntó Eugenia.
—Nicolas es un chico. ¿Desde cuándo alguno de ellos toma las
cosas de ese aspecto con calma?
—Nunca —dijo, respondiendo la pregunta quizás más retórica
conocida por las mujeres.
Encontramos un lugar vacío en la hierba, Eugenia apagó el motor y
untó otra capa de brillo labial en sus labios. Los satélites serían capaces de
identificar esos labios si ella añadiera otra capa de brillo.
—Eugenia, realmente no me siento cómoda —dije, agarrándola del
brazo—. Entramos y salimos. No me voy a quedar allí mientras te veo
echándote un polvo.
Arqueó sus cejas hacia mí, humedeció sus labios.
—Exactamente.
—Siento que debería darte un sermón sobre las chicas con baja
autoestima y los chicos que se aprovechan de eso —dije, saliendo del auto
y volviendo a bajar el dobladillo del vestido. Cuanto más lo bajaba, más
sobresalían mis pechos.
—¿Cuál es tu punto, aguafiestas? —dijo Eugenia, entrelazando su brazo
con el mío.
—No seas una chica más —dije, mostrándole una sonrisa exagerada.
—¿Y convertirme en una de esas chicas quienes se quedan solas
mientras sus ricos novios se van a la universidad en
otoño? —dijo, tirando de mí hacia la casa que retumbaba con la música.
—Sería bueno verte así —murmuré.
—Terminan quedándose viejas, solas y amargadas con una manada
de gatos y nada más que telarañas entre las piernas.
Echando mi cabeza hacia atrás, gruñí.
—Agrega retorcida a depravada y creo que tenemos las dos
principales características de Eugenia.
No llegábamos ni siquiera al jardín delantero y ya teníamos una gran
cantidad de silbidos de adolescentes en nuestra dirección.
—Una hora —dije, sintiéndome generosa—, y nos vamos de aquí.
—Tres horas —respondió Eugenia, dándole una insinuante sonrisa a un
chico que se encontraba en la escalera principal que me hizo sonrojar—, y
no te olvides que eres el conductor designado, por lo tanto no te
emborraches.
Interpretar el papel de chaperón y ser conductor designado de mis
amigos me aseguraba de que estarían con vida esta noche y en una sola
pieza, pero desearía que Eugenia le hubiera pedido eso a alguien más,
porque ella estaría hablando y bebiendo con todo el mundo mientras yo
sería la antisocial en una esquina.
—Ya era hora de que llegaran a la fiesta —gritó Morrison sobre la
música, su mirada subiendo y bajando sobre nosotras como si estuviera
usando sus manos.
—La fiesta comienza oficialmente ahora —dijo Eugenia, sintiéndose
como la reina de la fiesta por todas las miradas que le dirigían. Supongo
que cuando llegas a una fiesta llena de ebrios, vistiendo apenas un trozo
de tela y un montón de maquillaje, las miradas vienen en el paquete.
—¿Qué quieren de beber, damas? —preguntó Morrison, señalando
hacia el área de bar instalada en el buffet italiano de la madre de Nicolas.
Explotaría de coraje si viera lo que le hacían a su preciado mueble.
—Que sea un destornillador —le gritó Eugenia.
La boca de Morrison se curvó.
—Creo que puedo cumplir esa petición.
Y todavía tenía que aguantar dos horas y cincuenta y nueve minutos
de ese hedonismo. Parecía que tendría que pasar mi tiempo sola cerca
del agua.
—¿Rochi? —gritó Morrison.
Yo era lo suficientemente inteligente como para saber que no
debería aceptar una bebida abierta de un chico, sobre todo alguien
como Morrison.
—Estoy bien —dije, levantando mi pulgar hacia arriba. Inclinándome
hacia Eugenia, dije—: Pórtate bien y dime si alguien intenta sobre pasarse.
Buscaré aire fresco.
—Más vale que alguien intente sobre pasarse conmigo —replicó,
sonriéndome mientras Morrison hacía su camino a nosotras con una
bebida en la mano.
—Recuerda no ser una más del montón —dije, en dirección a la
puerta trasera—. No eres sólo un cuerpo.
—¡No me convertiré en una vieja bruja con telarañas! —gritó detrás
de mí.
Zigzagueando en el laberinto de estudiantes en la cocina, tuve que
empujar a una pareja manoseándose para poder abrir la nevera. Había
una lata de refresco detrás de toda la cerveza, y eso es lo que debería
beber un conductor designado.
—¡Sexy vestido, Rochi! —gritó alguien desde algún lugar de la cocina.
No me giré para responder.
—Nicolas ha estado buscándote. ¡Alguien debe decirle, morirá de
felicidad cuando te encuentre!
No podía esperar para irme a la playa con rapidez. Afuera se
hallaba tranquilo y casi vacío, salvo por la pareja que estaban haciéndolo
en la hamaca de la Sra.. La noche era cálida y el agua tan
silenciosa que parecía que podía caminar sobre ella sin hundirme.
Caminé descalza quitándome los zapatos de Eugenia y fui hasta el final
del muelle. Tendría mi propia fiesta privada aquí. Sólo yo y el Sr. Refresco.
Abrí la lata y bebí un sorbo. ¿Qué diablos iba mal en mí? ¿Cuándo una
chica que solía amar ser el alma de las fiestas se convirtió en la chica que
buscaba un rincón tranquilo sólo para ponerse de mal humor?
Como la mayoría de las preguntas que me planteaba a mí misma en
estos días, la respuesta se reducía a lo mismo. El mismo nombre.
—No es realmente lo que me gusta hacer, tampoco.
Salté tan fuerte que derramé un cuarto de mi refresco de limón en
todo el vestido de Eugenia. Sería la última vez que me prestaría algo de su
armario, y eso me puso feliz.
—Sí, tampoco a mí —dije, limpiando las gotas brillantes de color
champán de la ropa—. Obviamente.
—Nada es obvio en ti, Rochi Igarzabal.
Con esas palabras y esa voz, atrapó más mi atención que eliminar la
posible mancha de refresco. Incluso su voz era más bonita que la mía.
Mirando por encima de mi hombro, vi a Holly, usando unos vaqueros
oscuros y una camisa blanca, mirándome. No sabía si debía ofrecerle un
asiento, o lanzarla al lago para que nadara a la orilla más alejada de mí.
Desconocía lo que sabía de mí, si sabía algo de mí y Gaston, y estoy
bastante segura de que yo no quería hablarle sobre mi relación con Gaston.
Al final, decidí ser civilizada.
—Hola, Holly —dije—, siéntate.
Era evidente que me había seguido, esto no era un encuentro
fortuito, así que tenía algo que decirme. Quería terminar con esto pronto
para así poder intentar avanzar con mi vida.
Se sentó, dejando su vaso de plástico rojo a un lado y arremangó sus
vaqueros.
—Pensé que sería difícil encontrarte sola —dijo, metiendo los pies en
el agua—. Escuché que te convertiste en la chica del año.
No quería pensar en dónde escuchó eso.
—Si te refieres a los rumores y medias verdades que dijeron de mí
sobre un club de desnudistas, entonces sí, supongo que me llevo la corona
a la chica del año. —Sonó más defensivo de lo que quería, pero tenía una
conversación con la chica que mi ex novio tuvo un encantador hijo. Estar a
la defensiva no era tan malo.
Asintió, mirando hacia el lago.
—Lo siento, no tuve la oportunidad de entregarte mi corona
personalmente. Mi reinado terminó el año pasado y olvidé que debía
regresarla.
No supe qué decir. No me encontraba dispuesta a ser simpática con
ella y debería ser capaz de ser educada, pero tenía un problema con los
modales.
—¿Gaston está aquí? —pregunté, inmediatamente quise golpearme
por preguntar. Si no creyera ya que soy una perdedora desesperada, esa
pregunta confirmaría sus sospechas.
—No estoy segura —dijo, tomando un sorbo de su vaso.
—¿En casa con el bebé? —Era una pregunta simpática que sonó
como si yo fuera una perra.
—No. —Holly se puso rígida, sus brillantes ojos azules parpadearon—.
Esta noche mi madre está de canguro.
—Holly, lo siento —dije, deseando haberme contenido, así no
estaríamos teniendo una conversación tan incómoda—. No estoy tratando
de ser una perra.
—¿Simplemente es algo natural? —agregó, dándome una sonrisa
falsa.
—Me merezco eso.
—Sí —concordó, tomando otro sorbo.
Nos quedamos en silencio por un tiempo, tanto que no estuve segura
si esperaba que yo dijera algo o si se armaba de valor para poder hablar.
Así que solté algo que ninguna de nosotras esperaba.
—¿Es un buen padre?
Parecía tan sorprendida por mi pregunta como yo.
—Estoy segura de que lo será algún día.
Una desagradable comprensión me golpeó como un látigo.
—Espera —dije, girándome hacia Holly—. ¿Dices que algún día, no
hablas en presente?
Mordió su labio, pensando en algo más.
—No sé cuánto es lo que debería decirte, pero…
—Dímelo todo —interrumpí, acercándome—. Porque nadie más lo
hará.
Miró bajo sus pestañas.
—Esto debería ser innecesario, pero sacaste tus propias conclusiones
antes de hacer preguntas.
Contuve mi aliento por un sólido minuto.
—¿Estás lista para hacer las preguntas ahora? —dijo, echándose
hacia atrás con su mano—. ¿Las preguntas correctas?
Asentí.
—Pregunta —dijo.
¿Que quería saber? ¿Quería que confirmara o negara mis
conclusiones en este mismo instante? Cuando un rostro eclipsó mis
pensamientos, uno con una larga cicatriz y unos ojos grises, tuve mi
respuesta.
—¿Es Gaston el papá de tu bebé? —Hice la pregunta principal para
comenzar.
—No.
Oh, Dios mío. La culpa llegó de repente.
—¿Tú y Gaston tienen algún tipo de relación?
—Sí —respondió, tomando un sorbo—. Ha sido mi mejor amigo desde
que estamos en primer grado.
Una vez más, quería abofetearme en la cara y al mismo tiempo
quería saltar y gritar de alegría.
—Aquella noche lo seguí hasta tu casa —dije lentamente tratando
procesar todo—. Te trajo pañales y leche y lo abrazaste diciendo que
tenías grandes planes para él. —Reviví la escena, pero desde una
perspectiva diferente. Desde otros ojos que eran menos propensos a sacar
conclusiones sin hacer preguntas.
—Y pensé que Gaston tenía problemas de confianza —murmuró,
mirándome como si quisiera retorcerme el cuello—. Lo llamé temprano ese
día porque no tenía dinero y el bebé necesitaría pañales y comida en unas
doce horas si tenía suerte. Gaston ha sido un apoyo para mí desde el
principio ya que su verdadero padre no quiere saber nada de él.
Tragué saliva, recordando las cosas que había pensado y las cosas
que le había dicho esa mañana. Entendí por qué me ignoró de esa
manera y lo seguía haciendo ahora.
—Nos abrazamos porque, vamos, hemos sido amigos toda la vida. —
Holly contaba cosas con sus dedos, mirándome como si este fuera un
juego de niños—. Los planes que tenía para él esa noche incluían fijarme
una cuna que había encontrado en una venta de garaje ese día, y sí, se
quedó esa noche —dijo, arqueando una ceja—. En el sofá, en caso de
que tu pequeña mente ya esté saltando a conclusiones equivocadas.
Dejé que todo lo que Holly acababa de decirme se hundiera en mi
piel.
—¿Por qué diablos no me dijo nada acerca de ti? —susurré—. ¿Por
qué no negó todo cuando me acerqué a él la mañana siguiente?
Metió los dedos de su pie en el agua, jugando en la calma de la
superficie.
—Porque le pedí que no le dijera a nadie acerca del pequeño Gaston.
Sabe quién es el padre y el pedazo de mierda del padre sabe quién es él,
pero yo no quería que nadie más conociera la verdadera razón por la que
dejé la escuela. Los esparcidores de rumores  habrían
hecho un día de campo con ese jugoso chisme —dijo, sonriendo en la
noche—. Y sólo Gaston puede decirte la razón por la que no te dijo la verdad
esa mañana. Tal vez porque no le habrías creído aunque te lo dijera.
Todo en lo que podía pensar era en la expresión de sus ojos esa
mañana cuando lo enfrenté, diciéndole que confiaba mas en Nicolas que
en él. El dolor y la traición que ensombreció su rostro.
—Soy la peor persona del mundo —le dije, más para mí que nada.
—Esa mañana cuando Gaston llegó, pensé que habían arrancado el
corazón de su pecho, entonces me contó lo que pasó —dijo, sin mirarme.
—Ahora entiendo —dije—. Entiendo por qué me odia. —Merecía ser
aborrecida.
Holly se rió entre dientes, una risa oscura y gutural.
—Tú realmente eres una perra despistada, Rochi —dijo, arrojando el
resto de su bebida en el agua—. Gaston no te odia. Ese hombre, en contra
de todo lo que sabe y le digo, todavía te ama.
Sólo había una sola explicación. Acababa de cruzar un universo
alternativo.
—¿Todavía me ama? —susurré.
—Todavía y siempre lo hará —dijo, sacudiendo la cabeza.
Tenía que levantarme y encontrar a Gaston. Tenía que disculparme y
pedirle perdón y saber si lo que ella decía era cierto, ya que, a pesar de
que había tratado de enterrarlo a dos metros de profundidad, todavía lo
amaba demasiado.
—Gracias, Holly —le dije, mirándola a los ojos.
Levantó su hombro, mirando hacia el lago.
—No hice esto por ti. Lo hice por él, así que no hay necesidad de
que te sientas en deuda conmigo.
Le sonreí, la chica que había asumido que Gaston amaba, la chica
quien era, en efecto, su mejor amiga y la chica que había puesto todas las
cosas claras.
—Holly —dije, sentándome a su lado—. ¿Quién es el papá del
pequeño Gaston?
Se quedó sin aliento, como si la hubiera atrapado con la guardia
baja. No era asunto mío, y esperaba que me mandara al diablo pero
entonces soltó un suspiro.
—Bueno, si son las mujeres más hermosas
La voz de Nicolas me hizo gemir en voz baja y puso a Holly toda
rígida y silenciosa. El muelle crujió bajo sus pies mientras se acercaba hacia
nosotras, vestido con sus pantalones caquis y el polo de marca.
—Oye, hermosa —dijo él, inclinándose para besarme. Su aliento era
asqueroso con el alcohol y el jugo de arándano—. Y la señorita Holly —dijo,
mirándola fijamente—. Siempre es un placer estar en tu compañía. ¿Cómo
está el pequeño bastardo? —Cubrió su boca, sus ojos saltaban con
diversión—. Quiero decir ¿el bebé?
Ella se levantó rápidamente, mirándolo ceñuda.
—Por lo que a mí respecta nunca lo sabrás —dijo, empujándolo
hacia un lado con su hombro antes de correr y desaparecer en la multitud.
—Puede que quieras tener en cuenta que pierdes el tiempo con
Rochi —dijo él, sacando una bebida gratis de su bolsillo—. Las mujeres con
su reputación no ayudan a chicas con tu vieja reputación.
—Nicolas, nos graduamos en una semana. No estoy preocupada por
mi reputación —le dije, levantándome, porque no me gustaba la forma en
la que me miraba con esa sonrisa de borracho—. Y fue una mierda lo que
le dijiste a Holly. ¿Qué ganas llamando a su hijo bastardo?
Levantando su copa dijo—: Cada quien juzga por su condición. Está
en la sangre del niño. —Terminó su bebida de un trago y la arrojó al lago.
—Lindo —dije, cruzando los brazos—. ¿No estás de buen humor esta
noche?
—Sólo estoy tan malditamente herido, Rochi —dijo apretándome en
un abrazo, moldeando sus manos en mi trasero—. Necesito liberarme. —
Deslizando mi cabello hacia un hombro, pasó sus labios por mi clavícula—.
Y la forma en la que estás vestida para mí esta noche, me dice que
finalmente estás lista para eso.
—¿Qué demonios, Nicolas? —dije, empujándolo lejos de mí, mucho
más difícil de lo que pensé, pero no tan duro como se merecía. No sé si fue
el alcohol o mi fuerza sobrehumana, pero Nicolas se tambaleó hacia atrás
cayendo en la oscuridad del lago.
—Maldita sea, Rochi —gritó, saliendo a la superficie.
—Que tengas un buen baño —le dije, pisando fuerte por el muelle.
—¡Rochi! ¡Vuelve aquí ahora mismo! —gritó, haciendo un ruidoso
chapoteo.
—Ten una vida agradable masturbándote —dije para mí misma,
TOMAndo los zapatos de Eugenia y corriendo hacia la casa.
La fiesta había crecido y ahora me encontraba de pie en la única
habitación. La gente podía ser increíblemente creativa cuando no había
una superficie de repuesto para extenderse. Estaba a punto de
apoderarme de Eugenia para llevarla de vuelta a casa y desgarrar
la ciudad en busca de Gaston cuando algo demasiado tentador como para
ignorarlo saltó a mi mente.
Esquivé un cuerpo mientras subía por las escaleras hasta el segundo
piso. La habitación de Nicolas se hallaba al final del pasillo,
probablemente, la única habitación de la casa que no era utilizada desde
que Nicolas tenía una cerradura instalada para mantener a sus padres y
adolescentes calientes fuera de follar en su cama cuando hacía este tipo
de fiestas.
Sin embargo, como su novia, me contó la ubicación de dónde
guardaba la llave de repuesto, probablemente con la esperanza que un
día me encerraría allí como una sorpresa de cumpleaños. Nunca había
estado tan feliz de haberle dicho que no a un chico bien parecido antes.
Me agaché en el banco al final del pasillo, sacando la llave de su
ubicación. Me levanté e introduje la llave en la cerradura, giré y empujé la
puerta para abrirla.
—Pensé que nunca lo preguntarías. —Uno de los defensa del equipo
arrastro las palabras tambaleándose hacia mí.
—Sí —le dije, deslizándome detrás de la puerta—. Nunca podría estar
tan borracha.
Cerré la puerta y corrí al baño de Nicolas. De pie en la habitación de
Nicolas, no podía recordar lo que había visto en él. Sin duda, algo debía
saltar a mi mente después de pasar casi seis meses con un chico, pero no
había nada.
Nada más que una corriente de pesar y alivio me imaginé que mejor
más pronto que tarde.
Tiré la toalla del anillo de metal, abrí el pequeño armario de su baño.
No tuve que buscar a tientas en todos los productos de higiene masculina
que allí había para encontrar lo que buscaba. Estaba justo en la parte
superior.
Corriendo fuera del baño, fui a su escritorio y tome una pluma, papel
adhesivo y escribí mis palabras de despedida. Ni siquiera traté de ocultar
mi sonrisa. Giré la toalla antes de soltarla en el centro de su cama, luego
coloque el lubricante al lado de ella, y guardé la nota en la botella casi
vacía. Di un paso atrás para admirar mi obra.
Nicolas nunca se calmaría lo suficiente como para leer las palabras
de nuevo. Me hubiera gustado ver la expresión de su rostro.
Iba a salir de la habitación, para bien, cuando escuché el susurro de
la puerta siendo abierta. Volteándome lentamente, me encontré con
Nicolas, empapado, las llaves en su mano y mirándome como si yo
acabara de tropezar con su trampa.
—¿Me has echado de menos? —preguntó, cerrando la puerta
detrás.
Además de ser un hijo de puta caliente, Nicolas nunca había hecho
nada que me hiciera sentir amenazada, insegura o asustada. Sentí todas
esas cosas ahora.
—¿Qué es esto? —preguntó, cruzando la habitación hacia su
cama—. ¿Un regalo?
No respondí. Todos los instintos de mi cuerpo se dispararon,
diciéndome que saliera de esta habitación. Poco a poco comencé a
caminar hacia la puerta.
Al ver la nota en la botella, los ojos de Nicolas se entrecerraron.
—“Diviértete liberándote tú mismo”. —Leyó, una lenta sonrisa se
extendió en su rostro. Dejando caer la nota sobre la cama, su cabeza se
giró hacia donde mí haciendo mi camino hacia la puerta.
—Oh, bebé, lo tengo planeado.
Fue en ese momento, que la expresión de su cara, aún más que sus
palabras, hizo que la adrenalina en mi cuerpo viajara a toda velocidad.
Corrí hacia la puerta. No era lo suficientemente rápida.
—¿Ya te vas? —dijo Nicolas, agarrándome por detrás. Maldita sea,
era fuerte para ser un borracho tambaleante. El baño en el agua fría del
lago debió haberlo serenado—. Pero si acabas de llegar.
—Déjame ir, Nicolas —le advertí, tratando de liberar mis brazos de
donde los había clavado a mis costados.
—¿O qué? —se burló, arrastrándome de vuelta a su cama—. ¿Vas a
llorar por la perra de tu madre, o quizás por el imbécil de tu padre? ¿O tal
vez por todos tus amigos que eran míos antes que tuyos? —Llegando a un
lado de la cama, me tiró sobre el colchón, montándose encima de mí—.
Sé una buena perra y compórtate. —Miró a propósito en su mesita de
noche donde yo sabía que mantenía algún tipo de arma de fuego. Me
había explicado que era para protegerse de los intrusos, pero al parecer,
era también muy práctico para amenazar a una chica a hacer lo que él
quisiera—. O voy a tener que hacer que te comportes.
—Dios, Nicolas. ¿Quién demonios eres? —le dije, agarrando la botella
que rodaba sobre el colchón y lanzándola hacia él—. ¿Tú realmente has
engañado a todo el mundo, no?
—No a todo el mundo —dijo, sacando la camisa mojada por su
cabeza y arrojándola a un rincón—. Holly y Gaston más o menos tienen mi
número, pero mira cómo esta su reputación. Si yo fuera tú, después de esta
noche, no iría llorando por las calles para contarle a la gente que soy una
especie de monstruo. —Sonrió, con los ojos muy abiertos por la
excitación—. Porque, cariño, no van a creer tu historia sobre la mía.
Me deslicé hacia el lado de la cama, calculando la cantidad de
tiempo que me faltaría para llegar a la puerta, preguntándome si podría
llegar más rápido que Nicolas. Puesto que se encontraba de pie entre la
puerta y yo, las probabilidades no me favorecían.
—¿Por qué ahora? ¿Por qué meses después de ser un "paciente"
novio estás haciendo esto ahora?
—Porque puedo —respondió, con las manos sobre el cinturón—, y
porque quiero. Esa es toda la justificación que necesito.
Tenía que intentarlo. Tenía que hacerlo funcionar, porque de
cualquier manera, Nicolas no se iba a detener.
—Ese es tu brillante plan, violar a una chica con la que acabas de
pelear en presencia de doscientas personas.
Traté de apelar a su inteligencia, la poca que tenía en su estado de
embriaguez, enloquecido.
—No, mi brillante plan es tener relaciones sexuales consentidas con
mi novia que se va a ir en el otoño y quiere tener una noche romántica
antes de separarnos —dijo, tirando de su correa.
Mierda. Él había pensado en esto. Y yo sabía que en un tribunal de
justicia, su historia sería la que creerían. Ahora era el momento de correr.
Luchando en la cama, corrí hacia la puerta y antes de dar tres
pasos, una cuerda rodeó mi cuello. Caí al suelo, tosiendo, sintiendo como
si me estuviera ahogando en mi propia garganta.
—No te recomendaría que lo intentaras de nuevo —dijo Nicolas, de
pie junto a mí, con el pelo goteando gotas de agua en mi cara.
Volviendo la cabeza hacia otro lado, traté de recuperar el aliento.
—Un día, Nicolas—dije entre respiraciones cortadas—,
alguien va a estar sobre ti de la misma forma en la que estás sobre mí
ahora y te dará una patada en el culo. —Y voy a tener un asiento de
primera fila.
Se dejó caer sobre mí, aplastándome con su peso. Empujando mis
piernas con las rodillas, pasó la lengua por mi cuello hasta la punta de la
oreja.
—Tal vez mañana —susurró en mi oído—, pero no esta noche. Nadie
va a venir esta noche a rescatarte.
Sacudiendo las piernas, tratando de liberarme de su agarre, levanté
mi cabeza.
—No, Nicolas —le dije muy cerca de su oreja—, nadie va a venir en
tu rescate. —Y entonces las clases de defensa personal que mis padres me
obligaron a tomar cuando tenía trece años pagaron su peso en oro.
Hundiendo mis dientes en su oído, moví una pierna libre y lancé el pie una
vez, dos veces, y una tercera vez en su entrepierna.
Rugió de dolor, con una mano agarrando su oreja y la otra
agarrando su hombría.
Luchando para sacar el resto de mi cuerpo de debajo de él, me
deslicé a lo largo de la alfombra, sabiendo que si no llegaba a la puerta
antes de que él llegara a la mesita de noche, las clases de defensa
personal no importarían.
Entonces cuando me arrastraba hacia la puerta, ésta fue abierta de
golpe, parte del marco roto. Estallando a través de la puerta, se
encontraba Gaston, echó un vistazo a la escena ante él y se puso furioso.
Animales rabiosos tenían mejor dominio de sí mismo que la furia que
brillaba en sus ojos.
Sin decir una palabra, Gaston se tiró encima de Nicolas, con los puños
golpeándolo incluso antes de que Nicolas se diera cuenta de que había
alguien más en la habitación. Volteando a Nicolas sobre su espalda, Gaston
se colocó a horcajadas sobre él, enfocando sus puños en su rostro.
Cada golpe aterrizó en una herida, liberando cada vez más sangre.
Descifrar qué gruñidos eran de Gaston o Nicolas era imposible. Cuando se
hizo evidente que Gaston no pensaba en darle una lección, sino quitarle la
vida, me levanté del suelo y tropecé hacia ellos.
—Detente, Gaston. —Mi voz temblaba casi tanto como mis piernas—.
Detente. —Extendiendo mi mano, la apoyé en su hombro.
No se detuvo, pero sus golpes disminuyeron y su frecuencia decreció.
—Sí, es posible que desees escucharla —dijo Nicolas, escupiendo
sangre por la boca sobre la alfombra—. A menos que quieras que te
encierren de nuevo. ¿Quién va a estar aquí para cuidar a Rochi cuando la
arrincone en alguna otra habitación, Dalmau? —Nicolas miraba hacia Gaston
con una sonrisa sangrienta, desafiándolo como si tuviera un deseo de
muerte.
Los músculos de Gaston se tensaron debajo de mi mano, sus
respiraciones subían y bajaban sus hombros quince centímetros cada vez.
—Me dije a mí mismo que la próxima vez que escuchara sobre ti
haciéndole esto a otra chica, iba a arrancarte la polla y metértela en la
garganta. Pero como la chica con la que te encontré es Rochi... —Me miró,
su rostro delineado antes de inclinarse por lo que su rostro quedó a una
pulgada de Nicolas—: Te voy a matar.
Y la cosa más aterradora que había sucedido hasta el momento
esta noche fue esa amenaza. Porque no era una amenaza, me di cuenta
por el tono de su voz que hablaba en serio.
En lugar de arrastrarme hacia ellos, me arrastré lejos, colocando mi
cuerpo delante de la mesa de noche de Nicolas. Dudaba que Gaston
supiera si y dónde tenía un arma Nicolas, pero también sabía que él
buscaría, y la mesita de noche sería la primera cosa en donde buscar.
Empujándolo hacia arriba, Gaston se puso sobre Nicolas, hirviendo
hacia él.
—Rochi —dijo, con los ojos fijos en Nicolas—, ¿te importaría alejarte
de allí, así puedo terminar con este hijo de puta?
Tragué saliva. Él ya sabía.
—No —le dije.
—Rochi, esto es entre él y yo en este momento —dijo, con la espalda
temblorosa—. Muévete.
Mi pelea había cambiado de evitar que Nicolas me violara, a evitar
que Gaston lo moliera a golpes, y ahora a Gaston de asesinarlo. Debería haber
llegado a mi punto de agotamiento desde hace una puerta rota atrás,
pero era una chica con mucha fuerza dentro.
—No —repetí, mi voz más fuerte.
—Maldita sea, Rochi —gritó Gaston—, ¡se merece esto!
Me levanté, dando un paso hacia él.
—Lo sé —dije, dando unos pasos más hasta que pude poner mis
manos alrededor de una de las suyas. Esperé que me mirara, y cuando
finalmente lo hizo, vi el conflicto en sus ojos—. Pero tú no.
Sus ojos se cerraron, la rabia aún rodando fuera de él.
—Voy a quedarme encerrado para siempre un día, y no puedo
imaginar una mejor razón para cumplir una sentencia de cadena
perpetua que por llevarme un bastardo como él. No me importa, Rochi.
Levantando una mano a su mejilla, incliné su rostro hacia el mío.
—Pero a mí sí.
Me miró, truenos retumbando a través de sus ojos, y luego hacia
abajo a Nicolas. Todo su cuerpo se tensó de nuevo.
—Quiero matarlo, Rochi. Quiero matarlo más de lo que he querido
nada. —Una ondulación recorrió su espalda—. No sé cómo alejarme.
—Déjame ayudarte —le dije. Esperaría el tiempo que fuera
necesario. No me iba a alejar, hasta que se alejara conmigo.
Debajo de Gaston, Nicolas se rió entre dientes, escupiendo otro chorro
de sangre.
—El delincuente y la zorra cabalgando hacia la puesta de sol juntos
—dijo riendo—. No vamos a tener que aguantar la respiración para ese
felices para siempre.
Gaston se estremeció, pero no lo dejé ir.
—No desperdicies tu vida en este bastardo —le dije, negándome a
mirar a Nicolas porque estaría bien si nunca tuviera que mirar esa cara de
nuevo. Le sonreí a Gaston—. ¿Por qué no la desperdicias conmigo en su
lugar?
Las líneas se suavizaban en su rostro mientras sostenía mi mirada. Y,
finalmente, sonrió.
—Aceptaré ese acuerdo.
Asintiendo hacia la puerta, empujé su mano.
Otra risa provino de Nicolas.
—Por lo menos alguien va a recibir un pedazo de ese culo esta
noche.
Gemí. Nicolas no tenía sentido de auto-preservación.
Agarrándolo por el cuello de la camisa, Gaston lo levantó.
—Tú no sabes cuándo callar —dijo Gaston, levantando su puño
apretado—. Deja que te ayude. —Condujo su puño cuadrado hacia la
boca de Nicolas, enviándolo a estrellarse de nuevo en el suelo—. Rochi. —
Gaston me miró, su cara serena—. Espérame en el pasillo —dijo—. No voy a
matarlo —añadió, respondiendo mi mirada preventiva.
—Gaston. —No lo iba a dejar solo con Nicolas.
—Mírame —dijo, esperando por mí—. Estoy bien. No lo voy a matar.
—Y luego, me miró todo significativo—. Confía en mí.
Esta era mi oportunidad. Mi oportunidad para mostrarle la confianza
que le había negado. La confianza que había merecido que yo sentía que
no tenía. ¿Cómo podía decir que no y esperar que tuviéramos alguna vez
una oportunidad de luchar?
No quería, no me gustaba, pero era necesario.
—Está bien —concordé.
Esa sonrisa que no había visto en su cara en mucho tiempo que
pensé que había desaparecido para siempre, apareció.
—Estaré afuera pronto —dijo—. ¿Podrías llamar a Holly? Está
esperando en el pasillo y creo que va a querer ver esto.
Confía. Confía. Confía.
—Está bien. Voy a esperar afuera —le dije—. No me hagas esperar
demasiado tiempo. —Caminando hacia la puerta, alisé la espalda de mi
vestido en su lugar, tratando de hacer lo mismo con mi pelo.
Apoyada contra la pared, Holly obviamente había estado colocada
allí para asegurarse de que nadie tratara de interrumpir a Gaston mientras se
ocupaba de golpearle el trasero a Nicolas.
Sus ojos corrieron sobre mí, con el rostro ensombrecido.
—¿Estás bien?
—Sí —respondí, acercándome a ella—. Gaston pregunta por ti ahí.
Asintió, empujándose de la pared. Volviéndose hacia mí, sus manos
encontraron las mías.
—¿Estás bien? —preguntó de nuevo mientras un silencioso
intercambio tenía lugar entre nosotras. En un nivel básico, lo entendí, la
entendí, y ella me entendía también. Éramos como la hermandad de
chicas que Nicolas atacó y, aunque no era un denominador común para
estar orgullosas, sí era un vínculo para estarlo.
—Sí —le contesté, mirándola a los ojos.
Dándole a mis manos un apretón, se dirigió hacia el dormitorio.
—Eres un hueso duro de roer, Rochi Igarzabal—dijo, mirándome desde la
puerta—. Entiendo lo que Gaston ve en ti.
Yendo en contra de cada impulso de correr nuevamente dentro de
esa habitación, no lo hice. No había confiado en Gaston, no le había dado
el beneficio de la duda antes. Ahora lo haría.
Obtuve un par de miradas de reojo de algunas chicas sentadas en la
parte superior de la escalera, pero el segundo piso se encontraba
prácticamente vacío. O bien la fiesta terminaba o Holly sabía cómo
redirigir el tráfico.
Jugueteando con el enigma que era el vestido que llevaba para
pasar el tiempo, me di por vencida. Ninguna cantidad de tirones y alisados
podrían mágicamente crear más tejido para cubrir las partes de mi cuerpo
que preferiría mantener cubiertas, y parecía que le debía a Eugenia un
vestido nuevo, ya que, gracias a Nicolas, tenía una abertura en la parte
frontal que coincida con una en la parte posterior.
Otro minuto pasó y me reaseguré que todo iba bien, porque no
había gritos que helaran la sangre ni disparos habían salido de la
habitación al final del pasillo, pero todavía me sentía ansiosa como el
infierno. Así que enterré algo de esa energía nerviosa paseándome por el
pasillo como una leona enjaulada.
En mi quinta vuelta camino a la escalera, Gaston y Holly salieron de la
habitación de Nicolas, la expresión de Gaston ilegible, pero Holly sonrió para
sus adentros.
—¿Está todo bien? —le pregunté, corriendo por el pasillo a su
encuentro.
Gaston echó un vistazo a Holly.
—Lo está ahora —dijo, abriendo sus brazos para mí. Me acurruqué
contra él, sintiendo como partes de mí se derretían contra él. Los seis meses
de no sentirme bien se convirtieron en humo.
—¿Qué pasó? —pregunté contra su pecho.
—Reivindicación —respondió Holly, dándole palmaditas a su
sobredimensionado bolso—. Me voy de aquí. He hecho lo que vine a hacer
y mamá va a estar enojada si me quedo toda la noche.
—Nosotros también —dijo Gaston, empujándome debajo de su brazo y
dirigiéndonos hacia las escaleras—. Tengo que llevar a Rochi a casa.
—Espera. —Me detuve—. Traje con Eugenia. Soy la conductora
designada esta noche.
Gaston se quejó.
—Oye, Holl, ¿te importaría encontrar a Eugenia y darle un
aventón a su casa?
Su rostro se torció.
—Si te refieres a la mujer que me llamó por todos los nombres en la
guía de maldad femenina, entonces sí, me importa —dijo Holly detrás de
nosotros, serpenteando por las escaleras—. Pero ya que tú eres el que
pregunta, voy a poner en mi modo de niña grande, de bragas no muy
amargas y llevaré a la perra a su hogar. No voy a acompañarla hasta la
puerta principal sin embargo.
—Eres una santa —dijo Gaston, guiándome por las escaleras,
empujando a un tipo a un lado que casi derramó su cerveza sobre mí.
—¿Alguien ha visto a una perra delirante con cabello bonito? —gritó
Holly en la parte inferior de las escaleras.
Todos los que la oyeron señalaron una dirección diferente.
—Parece que haré el trabajo por mí misma —dijo ella,
sumergiéndose en la multitud—. Nos vemos más tarde.
—¡Oye, Hol! —gritó Gaston tras ella.
Echó un vistazo hacia atrás, casi fuera de la vista.
—Mis felicitaciones por tu trabajo allá arriba.
Ella nos dedicó una deslumbrante expresión y desapareció entre la
multitud.
—Vamos —dijo Gaston, manteniéndome cerca—, vamos a salir de
aquí.
Al salir por la puerta principal, me di cuenta de que nunca había
estado en algo tan malo después de otra fiesta, pero mientras Gaston me
condujo por las escaleras, también sabía que me alegraba haber venido.
Vestida como una zorra estática, una incómodamente esclarecedora
conversación con Holly, y Nicolas tratando de aprovecharse de mí a un
lado, tenía a Gaston junto a mí, tomando mi mano como si nunca fuera a
permitir que se vaya otra vez.
Soportaría una suerte mucho peor por sostener esta mano.
—Entonces, ¿a qué trabajo te referías allí? —le pregunté, sacando las
llaves de Eugenia de mi bolso.
No respondió.
—Oh, Dios. ¿Qué tan malo es? —Ni siquiera dejaría ir a mi
imaginación.
—Nada menos de lo que se merecía —dijo Gaston, abriendo la puerta
del acompañante para mí y tomando las llaves—. Sólo puso una etiqueta
de advertencia sobre él. —Cerró la puerta y se tomó su tiempo rodeando
la parte delantera del coche.
—¿Qué clase de etiqueta de advertencia? —le pregunté tan pronto
como la puerta del conductor se abrió.
Haciendo clic con el cinturón de seguridad en su lugar, Gaston me
lanzó una mirada tímida.
—Del tipo que está tatuado en su entrepierna con una lista de las
enfermedades de transmisión sexual que tiene.
Me atraganté con mi saliva.
—¿Qué? No hablas en serio.
Al girar la llave otra vez, me miró con una expresión que sangraba
seriedad.
—Oh, Dios mío. —Suspiré—. Mierda, ¿tiene una lista real? —Tenía
incluso más cosas que agradecer a Gaston.
Se encogió de hombros.
—Otra chica nunca tendrá que averiguarlo —dijo, dando la vuelta y
bajando por el camino de entrada.
—¿Algo más? —le pregunté, temiendo la respuesta.
Las esquinas de los ojos de Gaston se arrugaron.
—Podríamos haber pegado su mano a su polla y el
dedo índice de la otra mano a su nariz.
Mi boca se abrió. Era tan impactante como divertido, así que me reí.
Me imaginé todo el evento, comenzando con el tatuaje
, sintiéndome totalmente... reivindicada. Holly lo había dicho
mejor.
—¿No es posible que ustedes se metan en problemas por eso? —le
pregunté cuando me calmé.
—Probablemente —dijo, su propia risa oscureciéndose—, pero no
hay manera en el infierno que Nicolas lo vaya a denunciar.
Nicolas siempre me había parecido el tipo que iba haciendo crecer
los chismes en clase.
—¿Por qué no?
—Porque Holly amenazó con decirle a sus padres que el pequeño
Gaston es su hijo y luego se convertiría en un escándalo autentico —dijo,
regodeándose—. Una familia como ellos no puede darse el lujo de
recibir un golpe público como ese si esperan seguir vendiendo minivans
caros y todo eso.
Holly no había tenido la oportunidad de decirme, pero me lo
imaginé. El intercambio silencioso en la sala me dijo todo lo que
necesitaba saber sobre quién era el padre del pequeño Gaston.
—Ustedes dos tenían todo esto planeado.
Respondió con un encogimiento de hombros a medias.
—¿Cómo estás? —preguntó, cubriendo mi mano con la suya.
—¿Después de casi ser forzada a tener relaciones sexuales con mi
novio? ¿O después de enterarme, que mi novio no es solamente un
bastardo, sino un padre? ¿O después de enterarme de que había estado
toda equivocada sobre ti y no dijiste nada que me haga pensar lo
contrario? —Quería culpar a alguien más, o a las circunstancias por lo
menos, pero la única persona a quien señalar con mi pequeño dedo
juzgador era yo misma.
—¿Cómo te sientes acerca de todo eso? —preguntó, con voz suave,
con tal contraste a lo que yo sabía que era capaz de hacer—. Dame una
puntuación media.
—Me siento como una mierda —le contesté, y luego lo miré. No
sabía si era sólo por esta noche, o simplemente como un amigo que
cuidaba mi espalda o como sólo un poco más de lo que había sido para
mí estos últimos seis meses, pero él se encontraba aquí—. Y un poco como
genial también. ¿Y tú?
Me miró, sus ojos iluminados y cálidos.
—Estoy un poco como genial también.
llevó el coche de Eugenia hasta la cabina. Los
dos nos quedamos mirando la estructura oscura, esperando. Podría ser
apresurado, podría ser de mal gusto, pero esta mujer agarraba lo que
quería y sin mirar atrás.
—¿Quieres entrar? —Tragué, esperando una aceptación tanto como
un rechazo.
Hizo una pausa, sus ojos inspeccionando el lugar como si estuviera
fuertemente custodiado. Conocía aquella mirada en un hombre, de
preocupación.
—Mis padres no están en casa —le dije—. Mamá tenía un viaje de
trabajo y arrastró a mi papá.
Gaston abrió su puerta. El corazón me dio un vuelco.
—¿Tu mamá sacó a tu padre de la casa? —preguntó, cuando salí
del coche.
—Después de mezclar sus huevos con algunos narcóticos fuertes —le
contesté, caminando hacia donde me esperaba.
Tenía la vista fija en la cabina de nuevo, masticando algo fuera en su
labio inferior. También conocía esa mirada en un hombre: vacilación.
—Está bien si no quieres —le dije, esperando a su lado—. Entiendo.
—Si quiero, Rochi —dijo, mirando a la ventana de mi dormitorio—.
Sólo no estoy seguro de sí debería hacerlo.
El hombre que podría patearle el culo a cualquiera con las manos
atadas detrás de su espalda. El mismo hombre al que no le importaba si
todos anunciaban al mundo que había dormido con todas
y cada una de las mujeres solteras en el estado. El mismo hombre que
deliberaba sobre venir dentro de una casa sin padres conmigo.
Era una dicotomía andante.
—Bueno, estoy segura, por lo que mi certeza anula tu incertidumbre.
—Lo agarré del brazo y tiré de él por las escaleras—. Por aquí.
Suspiró, pero me dejó conducirlo hasta la entrada y la puerta
principal. Las tablas del suelo se quejaban debajo de nuestros pies,
haciendo eco a través de la casa en silencio.
—¿Quieres algo? —le pregunté, encendiendo la luz de la cocina.
Negó con la cabeza, sus ojos ahora uniéndose al juego vacilante.
Queriendo poder ver un piso cercano a la salida más conveniente, lo
empujé hacia las escaleras, ni de cerca dejando ir su mano.
—Tengo que cambiarme —le dije, dando a su mano otro tirón.
Funcionó.
No estaba segura de lo que hacía mientras llevaba a Gaston a mi
habitación, pero no era porque mis intenciones eran puras o impuras. No
tenía ninguna intención en este momento, sólo iba a lo que se sentía bien.
—¿Cómo sabías lo que sucedía conmigo esta noche? —pregunté,
tirando de la cadena de la lámpara en mi tocador. Sabía que tenía que
estar preocupada con una montaña de preguntas en este momento, pero
la única razón por la que las hacía era llenar el silencio.
—Holly los vio a Nicolas y a ti tener una pelea, vino y me llevó. Y
cuando se trata de predecir los próximos movimientos de Nicolas, todo lo
que tienes que preguntarte a ti mismo es qué haría un imbécil y
multiplicarlo por diez y tendrás tu respuesta. —Se apoyó en la puerta,
inspeccionando mi cuarto como si no fuera real.
Lo miré de la misma manera.
—Gracias, Gaston. —Hice una pausa en mi camino al baño y lo miré.
Había creído y asumido cosas horribles sobre él. Me había convertido en
otro miembro de la mafia dejando que la peor mierda le pegara. Esto hizo
mi garganta arder—. Y lo siento —dije, esperando que pudiera leer en mis
ojos lo que mis palabras no podían expresar—. Holly me explicó todo y
estoy tan, tan arrepentida, Gaston.
Empujando la puerta, dio un paso dentro.
—Lo sé, Rochi. —Me dio una sonrisa triste.
Desaparecí detrás de la puerta del baño, pijamas en mano, con
lágrimas en los ojos.
—No creía que tu habitación sería tan... femenina. —Su nariz se
hallaba apretada por el tono de su voz.
Deslizándome del vestido de envoltura de salchicha, saqué la
cabeza.
—¿No nos conocemos mejor ahora para asumir cualquier cosa el
uno del otro? —Alzó una ceja y me sonrió.
Se rió entre dientes.
—Espero que sí —dijo—. ¿Estás diciendo que esto sería un mal
momento para hablar de los otros cinco hijos que he engendrado con
cinco mujeres diferentes? ¿O es que me has seguido a todos sus tráileres
ya?
Tiré el vestido por la puerta, golpeando su rostro.
Quitándolo de su cara, lo arrugó. Si se tratara de un indicador de la
poca tela en que consistía, él fue capaz de hacerlo caber en la palma de
una mano y meterlo en el bolsillo de su chaqueta.
—Me quedo con esto como un recuerdo, Rochi. Te veías increíble.
—Como si estuvieras mirando el vestido —le grité, deslizándome en
mi camisón.
—Si te pones un vestido así, Rochi, aquí hay un señalamiento. Los
chicos no van a estar admirando el material.
Todo se sentía como antes. De vuelta a la normalidad. Pues bien, lo
único normal que Gaston y yo podríamos ser alguna vez, pero era nuestro, y
suficiente. Pasé un cepillo por mi cabello un par de veces, sólo para que
no se viera como si tuviera un aspecto andrajoso, y volví a entrar en el
dormitorio.
Gaston se encontraba recostado en mi cama, hojeando mi manual del
estudiante.
—He oído que conseguiste entrar —dijo, poniéndolo de nuevo en la
mesita de noche—Incluso con lo estúpido que soy he oído
lo suficiente para saber que es algo para estar orgullosos.
Doblé la rodilla por debajo de mí y me senté a su lado.
—Oí que conseguiste entrar en casi cualquier universidad que
desees. Es decir, si no vas detrás de la cosa de las siete figuras.
Inclinó la cabeza contra el cabecero.
—Sí, supongo.
—¿Has tomado alguna decisión?
—Todavía no —dijo, como si no fuera la gran cosa. Como si tener
una beca completa para cualquier escuela que eligieras no fuera un gran
logro. Si eso no lo era, era difícil imaginar lo que Gaston consideraba un gran
logro.
—Gaston —dije, plantando mi mano sobre su estómago—. ¿Por qué no
me dijiste acerca de Nicolas? ¿Por qué no me dijiste que no eras el padre?
—Era una de las muchas preguntas que ni siquiera podía comenzar a
responder.
—¿Me habrías creído? —preguntó, con voz tensa.
Yo sabía la respuesta, pero no quería darle aire.
—Y también sabía que si asumías que era el padre de Gaston, y que
había mentido sobre eso, sería suficiente para que terminaras conmigo
para siempre. Era la única manera que conocía para mantenerte a salvo
de mí.
Alcé mi mano de su estómago.
—Así que ¿planeaste esto? ¿Durante todo el tiempo que estuvimos
juntos, tramabas alguna forma de meter la pata soberanamente así te
dejaba en paz?
—No, Rochi —dijo agarrando mi mano—. Así yo te dejaba en paz.
—Esa mañana cuando te confronté sobre Holly y el bebé, no lo
negaste.
—Pero, ¿lo confirmé?
Entrecerré los ojos.
—No negándolo, lo hiciste.
Deslizando su gorro abajo, cerró los ojos.
—Eso es porque sabía que era la única manera de salvarte de mí. No
lo planeé de esa manera, pero cuando me confrontaste sobre Holly esa
mañana, sabía que si iba a ser un hombre y dejarte ir, esa era mi única
oportunidad. Y por suerte para mí, tuve las pelotas para hacerlo ese día.
—¿Qué? ¿Mentirme? —le pregunté con un borde en la voz.
Gaston negó con la cabeza.
—Alejarme de ti.
Toda esta cosa entre Gaston y yo había sido cuidadosamente
manejado malentendido orquestado por él. Me sentía herida, y enojada,
incluso entendía por qué, pero sobre todo, había terminado con ello.
—¿Terminaste de alejarte de mí, ya? —le pregunté, agarrando una
almohada y arrojándosela a la cara.
Arrojó la almohada de vuelta.
—Indeciso sobre eso.
Si no supiera por qué se encontraba indeciso, esa respuesta podría
haber dolido.
—¿Por qué estás aquí ahora, entonces?
—Porque quiero estar aquí —dijo, confesándolo como si fuera un
pecado.
—¿Y no querías estar aquí antes? —Me acerqué más, deseando que
durante dos malditos minutos, pudiéramos estar en la misma página.
—Sí —dijo, mirando al techo—. Estoy cansado de luchar contra eso
en estos momentos.
Allí apareció, la brecha que esperé. La luz roja había cambiado.
—Hazme un favor y no luches contra eso de nuevo.
Se incorporó y me miró. Su mirada era paralizante.
—Lo haré, Rochi. Voy a seguir luchando porque no te mereces un tipo
sin salida con mi pasado arruinando tu vida.
Levantando mis brazos, exhalé. La humildad era algo bueno, pero
ser un mártir era tan malo como creer que eras un don de Dios. Terminé
con la rutina.
—Si dejaras de hablar acerca de todas las razones por las que no
deberías desearlo, tal vez te gustaría escuchar que no me importa —le dije.
Bueno, le grité—: Conozco lo peor de ti y conozco lo mejor de ti. —Hice
una pausa para respirar un poco—. Y te amo.
Algo brilló en sus ojos antes de que desviara la mirada. Apretó la
mandíbula mientras miraba la puerta y, justo cuando contemplaba
levantar una barricada lo cerró con mi cuerpo, me atrajo hacia él, su boca
encontrando la mía.
Me besó como si estuviera tratando de consumirme, como si
estuviera recuperando la mitad de todo un año de momentos perdidos, y
como si estuviera peleando lo que yo sabía que era una pelea inútil.
Acunando mi rostro entre sus manos, me besó más fuerte, tan fuerte
que no podía respirar, pero si besar así requería la falta de aliento,
renunciaba al oxígeno para siempre. En el momento me consumió,
encapsulándome en nada más que el aquí y el ahora. El pasado, las
mentiras, el dolor, nada podría romper el mundo que estábamos creando
en estos momentos. Tampoco quería que lo haga.
Sacándole su camisa, lo empujé sobre su espalda y la arrojé al suelo.
Era la primera vez que me había dejado quitarle la camisa, pero mis manos
contra su piel no eran suficientes. Quería el resto de su cuerpo contra el
resto del mío.
Justo antes de que lo hiciera, Gaston deslizó sus manos por debajo de
mi camisón, tirándolo hacia arriba por encima de mi estómago, mis
pechos, y luego mi cabeza. Sus ojos vagaron sobre mí, inspeccionando mi
cuerpo como si estuviera grabando cada línea, declive y curva en la
memoria. Sabía que debería haber sido incómodo, sentarse desnuda y
expuesta delante de un hombre que había visto su cuota de mujeres y
podría tener su selección de cualquiera de ellas, pero no había manera de
sentirse insegura con la forma en la que me miraba.
Me sonrió cuando sus ojos hicieron el último viaje hacia los míos. Su
mirada plata silenciosa, su respiración superficial, su cuerpo listo. Yo sabía
que nunca querría a nadie más como lo deseaba a él.
—Gaston —le dije—, yo...
Las dos últimas palabras se perdieron mientras su boca se aplastaba
en la mía, sus manos clavándose en mis caderas justo antes de que de un
tirón me moviera de vuelta a la cama. El calor de su piel calentaba la mía,
creando una capa de sudor entre nosotros. Su boca se movía hacia mi
cuello, sus manos a mis pechos, y me sentía a punto de caer por el borde
del mundo. Pero todavía quería más, necesitaba más.
Me encontraba tan lista para él que podía sentirlo todo el camino
hasta los pies.
Deslizando mis manos entre nosotros, agarré sus pantalones, tirando
del botón de sus vaqueros. Se abrió y deslicé mi mano dentro. Gimió, con
la frente apoyada en la mía mientras su cuerpo se movía contra el mío.
Deslizando mi mano, sacudió mis caderas hacia él. Otro sonido escapó de
él.
—Maldición —gimió justo antes de que su boca cayera sobre la mía
otra vez. Su lengua separó mis labios, tocando la punta de la mía, mientras
sus dedos se deslizaron por debajo de mi ropa interior. La quitó en un
movimiento sin fisuras, su lengua nunca dejando mi boca.
Me encontraba en otro mundo. Un mundo que era ajeno y un
mundo que quería hacer mi casa. Era apasionado y había calor. Del tipo
que era tan profundo que lo absorbías. Del tipo que era tan profundo que
se convertía en una parte de ti.
Me sentía tan cerca de perderlo todo que retorcía en mi interior,
sabía que no podría aguantar mucho más con la forma en que me
tocaba. Con la forma en que me consumía.
Ahora, totalmente desnuda, envolví mis piernas alrededor suyo,
arqueando las caderas contra él, balanceándome arriba y abajo. Su
respiración se detuvo cuando cada músculo de su cuerpo se tensó en la
superficie.
—No así —susurró, golpeando la almohada detrás de mí.
Todo dentro de mí gritó.
—No así ¿Cómo? —le dije entre jadeos irregulares, dejando mis
piernas a su alrededor. No iba a abandonar cuando estábamos tan cerca.
Cerró los ojos.
—No justo después de que casi fuiste violada por Nicolas—
dijo, echándose hacia atrás.
Su piel ya no presionaba contra la mía, un frío se arrastró sobre mí
casi de inmediato.
—Gaston, estoy bien —le dije, apoyándome sobre mis codos, no
dispuesta a dejar que el momento pase.
Moviendo sus piernas fuera de la cama, se inclinó hacia abajo.
—Pero yo no lo estoy.
—¿Por qué?
Barrió las manos sobre su cara.
—Porque esto está mal en todas las formas ahora.
Eso dolió.
—No se sentía mal para mí —le dije, tratando de no pensar en el
hecho de que era probablemente la única mujer con la que el legendario
Gaston Dalmau no iba todo el camino.
Recuperando mi vestido del suelo, lo sostuvo para mí, con los ojos
hacia abajo.
—Esa es la cosa. No se sentía mal para mí tampoco —dijo, mientras
le arrebataba el vestido de su mano. Quería tirarlo a través del cuarto para
probar un punto, pero me lo puso en su lugar—. Así es como sé que estaba
mal.
—¿Podríamos ahorrarnos las perturbaciones mentales para la
mañana? —dije, metiendo los brazos a través del vestido—. Estoy corriendo
un poco lento en la comprensión de este momento.
—Estoy haciendo un trabajo de mierda para explicarme a mí mismo
—dijo tirando de su gorro, en silencio durante un minuto—. Mi concepto del
bien y del mal está en tan mal estado, Rochi, que mi "mal" es para todo el
mundo el "bien". Y mi "bien" es el "mal" de todos.
Quería envolver mis brazos a su alrededor y confortar cualquier
confusión que experimentaba pero todavía me sentía un poco demasiado
rechazada para ello.
—¿Así que estás diciendo que porque lo que estábamos haciendo
se sentía bien para ti, tiene que ser algo malo? —Esta era todas las
definiciones de confusión.
Asintió, mirando por encima de mí.
—Necesito una recalibración del bien y el mal, Rochi, y hasta que no
sea capaz de dejar mi mierda al descubierto, tengo que tener cuidado
contigo.
Me dejé caer de nuevo en la cama, tapándome la cabeza con una
almohada.
—Cuidado, no era lo que yo tenía en mente para esta noche —
gimoteé, mi voz ahogada.
—Lo sé —dijo, frotándose la pierna—. Pero es lo correcto para hacer.
Levantando la almohada, alcé una ceja.
—¿Lo correcto para Gaston o para todos los demás? —le pregunté
con una sonrisa inocente.
Mi mueca no tuvo efecto sobre él.
—No estoy seguro —dijo—, y tengo que estarlo antes de que
terminemos... —Miró a la cama significativamente—, de hacer lo que
estábamos haciendo.
—Bueno —le dije, sentándome y arrastrándome cerca—. Date prisa y
descubre tu mierda, Dalmau. —Presioné mis labios contra los suyos,
retirándome, mientras todo en mi interior empezaba a hervir.
—Sí, señora. —Sonrió, recorriendo con su dedo mi mejilla—. Sólo
quiero que se sienta bien, ¿de acuerdo? Quiero que sea perfecto.
Eso estaría bien si viviéramos en un mundo perfecto.
—Si estás esperando que todo se sienta bien y perfecto, te voy a
ahorrar el suspenso y te diré que nunca va a pasar —le dije, entrelazando
mis dedos con los suyos—. Pero si puedes mirarme y decir que quieres estar
conmigo y puedo mirarte y saber que quiero estar contigo, entonces
carpe diem , bebé. Porque eso es lo más perfecto que alguna vez
conseguirás.
Asintió, dándole a mis dedos un apretón.
—Eres tan condenadamente inteligente Rochi —dijo, besando mi
frente mientras se levantaba—. Te veré en la mañana.
Ahora esto sólo se ponía absurdo.
—Sí —dije, agarrando su mano—, lo harás. —Di unas palmaditas en el
espacio junto a mí, tirando las mantas hacia abajo.
Gaston estudió la cama como si fuera una ecuación.
Deduje qué ecuación trataba de descifrar en su mente.
—¿Correcto o incorrecto?
Uno de los lados de su rostro se levantó.
—No estoy seguro —confesó.
—Bueno, yo sí —dije, tirando de su mano.
Se detuvo un segundo más, pero rindiéndose a mí o decidiendo por
su cuenta, se metió en la cama junto a mí y enrolló sus brazos a mí
alrededor con tanta fuerza que no podía respirar del todo bien.
No había experimentado un sueño tan tranquilo desde ese día, hace
casi cinco años atrás a la fecha.

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