12
Gaston
Entonces. ¿Pensaste en eso? —La Dra. Murray estaba
masticando su goma de mascar salvajemente detrás de su
anotador. De vez en cuando la oía tragar y hacer explotar
una burbuja de chicle. Creo que la hice estresarse cuando estuve
con uno de mis estados de humor.
—Sí. —Cerré mis ojos. Estaba jodidamente confundido. Parecía que
sin importar lo cuidadoso que creía que estaba siendo alrededor de
Rochi, ella siempre huía. O ponía esa rara mirada en su rostro.
Como
si no estuviera presente, como si estuviera en otro lugar
completamente diferente—. ¿Cuál es su historia? —Lo primero que
pregunté cuando me desplomé en el suelo la siguiente semana en
mi sesión de orientación.
La Dra. Murray había sonreído.
—No puedo decirte eso.
Y nos quedamos en silencio los últimos diez minutos, hasta que
finalmente mencionó de nuevo el ser el facilitador grupal del
grupo
de terapia.
—No lo sé. —Saqué el palillo de mi boca y suspiré—. Aún no sé si
haré
un buen trabajo.
—¿Qué sucede si te digo que cierta chica ira a la primera sesión?
Mi cabeza se levantó con atención.
—¿Rochi?
La Dra. Murray puso sus ojos en blanco.
—Sí, pero recuerda que durante el tiempo de las sesiones ella está
fuera de los límites. Además… —Respiró profundamente—. Hay
mucho sobre ella que no sabes.
—Cuéntemelo —murmuré. Ella había estado ignorando mis llamadas.
Cuando pasaba por la tienda de sus padres siempre me daban una
excusa patética o decían que estaba en el baño.
O la chica tenía algún gran problema con el baño, o se había ido.
De cualquier forma, yo era persistente.
Esta tarde hasta había pasado antes de mi sesión. Sabía que estaba
trabajando, pero cuando entré a la tienda, lo único que hizo fue
darme tres pedazos de caramelo y comenzar a ayudar a otro
cliente.
Tomé el caramelo y me fui.
Estaban haciendo un hueco en mi bolsillo, pero ella se había
divertido con ese estúpido hábito. Yo había recurrido a masticar
el
palillo y a comer paletas como si fuera mi trabajo. Necesitaba
algo
en mi boca, y sabía que si dejaba de comer caramelos o de chupar
algo, volvería a los viejos hábitos, especialmente con el estrés
de
Rochi en mi pecho.
—¿Cuándo es la primera sesión? —pregunté, girando el palillo entre
mis dedos.
—Mañana por la noche.
—¿Qué diré?
La Dra. Murray sonrió y me entregó un paquete.
—Todo está aquí. Lo harás genial, lo prometo.
—¿Qué hubiera pasado si decía que no? —Tomé el paquete de su
mano.
La Dra. Murray se encogió de hombros.
—Solo digamos que te conozco mejor que tú.
—Y no es raro que un psiquiatra diga eso…
Me rasqué la cabeza y abrí el paquete. Había unas hojas de
trabajo,
como también etiquetas para que los miembros llenaran con sus
nombres. Me recordó a la información de mi grupo de Alcohólicos
Anónimos que usé para volver a casa hace un tiempo.
—¿Prueba de funcionamiento? —Supliqué, dándole mi mejor sonrisa,
asegurándome de remover el palillo para que la fuerza completa de
mis hoyuelos estuviera presente.
Ella arqueó una ceja y sacudió su cabeza.
—No. O te comprometes ahora o encontraré a alguien más.
Demonios, la mujer era difícil.
—Bien. —Maldije—. Pero nada de autógrafos, ni de fotos, y juro que
demandaré a la primera persona que diga algo de mi vida personal.
—Fácil. —La Dra. Murray sacó otro pedazo de papel—. Todos los
miembros tienen que firmar una orden de silencio. Si hablan de ti
o
de ellos, se harán responsables.
—Bien. —Tomé el papel y lo metí en la carpeta con el resto de los
papeles.
—Diez minutos. —Me recordó la Dra. Murray—. Pero puedes irte antes
si quieres, tomate el tiempo para leer la información.
No quería admitir que estaba esperando a Rochi. Pero la Dra.
Murray
tenía sus trucos mentales de Jedi.
—Ella cambió el horario de sus sesiones, Gaston.
Reí amargamente y apreté el palillo.
—Cierto.
La Dra. Murray se levantó, diciendo que era momento de que me
fuera. Tome los papeles y los puse bajo mi brazo.
—¿Gaston?
Me detuve y me giré.
—Si te sirve de algo, creo que estás mejor sin ella.
Lamí mis labios y miré el suelo.
—Nah, probablemente no soy bueno para nadie, pero quería ser
bueno para ella. Realmente lo quería.
—Aun puedes serlo. —La Dra. Murray puso su mano sobre mi hombro.
Sacudí mi cabeza.
—No puedes obligar a nadie, Doc…
Ella inclinó su cabeza con acuerdo, y me fui.
***
Para cuando llegó la noche del sábado, era un nudo de nervios. Leí
algunos de los perfiles de los miembros del grupo, mayormente la
edad y cosas así. Pero había una foto al lado de cada nombre, y
esa
estúpida foto me puso jodidamente nervioso. Significaba que tenía
que hablarle a una persona sobre cosas que odiaba hablar.
¿Y si nadie se presentaba?
¿Y si a nadie le importaba?
O peor, ¿y si solo aparecían para burlarse de mí? No tenía nada
para
ofrecerles.
Saqué la paleta de mi boca y me concentré en la puerta, dejando a
las personas entrar. La Dra. Murray había decidido que la reunión
se
llevara a cabo en mi casa y no en la suya. Creyó que se sentiría
menos profesional.
Miré alrededor, a los muebles modernos y los detalles caros.
Bueno,
se sentía menos algo.
Vomitar no era una opción, pero mi estómago seguía dando vueltas.
Metí la paleta de vuelta en mi boca y me concentré en el sabor a
sandia mientras corría por mi lengua.
El timbre sonó. Casi dejé caer la paleta.
Era el momento.
Caminé hacia la puerta y la abrí.
Un hombre, quien seriamente podría haber sido el hermano gemelo
de Camilo, se acercó. Tatuajes cubrían la piel de sus brazos.
Usaba una
gorra tejida y parecía que le daba el placer más grande terminar
con mi vida.
—Hola. —Me ahogué, casi dejando caer la paleta nuevamente—.
Soy Gaston.
La chica junto a él suspiro y se recostó contra él.
—Holly —gruñó el tipo y la acerco más a él.
Parecían de mi misma edad. Abrí más la puerta. El tipo gruñó y
entró.
—Siéntanse como en casa —me quejé.
Estaba a punto de cerrar la puerta cuando otra voz dijo:
—Hola.
Me giré hacia la puerta. El tipo del acuario me miraba como si
también me quisiera matar. Perfecto. Iba a presenciar mi propio
asesiEugeniao en mi casa. Genial. Gracias, Dra. Murray. No era lo
que
tenía pensado, pero gracias. Al menos seria rápido teniendo en
cuenta la apariencia del otro tipo.
—Vicco —aclaré mi garganta y me hice a un lado, dejándolo entrar.
—Gracias, Gaston. —¿Se estaba burlando de mí? Porque sonaba
así. Apreté mi puño.
—No hay problema, hombre. Toma un refresco, o unas papas, o lo
que sea. Dejé cosas afuera. Es decir, no tienes que comer, pero si
tienes hambre… —Mordí mi labio y maldije—. No importa. Solo… —
Hice un gesto en el aire.
Quizás el tipo grande me mataría antes. Uno solo podía esperar.
La risa salió del salón cuando Vicco entró. ¿Cómo se suponía que
facilitaría un grupo sobre el dolor cuando todos los miembros me
odiaban o querían apuñalarme con el objeto puntiagudo más
cercano?
Crucé mis brazos y me recosté contra la pared.
—Hola —dijo una voz familiar desde la puerta.
Abrí mis ojos.
—Rochi. Viniste. —Odié que tener la sonrisa más ridícula
conocida por la humanidad en mi rostro.
Ella se encogió de hombros.
—Mis padres me obligaron.
Por supuesto. No tenía nada que ver conmigo. Reuní el último gramo
de confianza que me quedaba y asentí con mi cabeza.
—Bueno, me alegro que lo hicieran.
Sus ojos se entrecerraron.
—De todas formas, solo estoy esperando uno más. Entra y siéntete
como en casa.
Rochi pasó junto a mi tan rápido que casi voló. Genial.
¿No tenía admiradores? Si esto era alguna clase de truco para
humillarme, la Dra. Murray tenía otra cosa planeada.
Ya estaba patéticamente humillado.
Demasiado humillado, si me preguntas. La pérdida sabía cómo
hacerte eso. Te despojaba de cada gramo de confianza que tenías,
no solo en ti mismo, si no en la gente a tu alrededor.
Esperé cinco minutos más. La Dra. Murray llamó más temprano para
decir que teníamos un nuevo miembro. Aparentemente, él fue una
adición de último momento. Esa fue toda la información que me dio.
Y ahora, él llegaba tarde.
La risa se hizo más fuerte en el salón. Estaba siendo una gallina.
Quería salir por la puerta e ir directamente hacia el océano.
Tocar en los Grammy había sido más fácil que esto.
Me di unas palabras de ánimo y entré al salón.
Directamente al silencio.
Aclaré mi garganta y me senté en el sillón reclinable, y asentí
hacia la
mesita de café.
—Como pueden ver tenemos algunas etiquetas para sus nombres,
para que todos los sepan.
Todos gruñeron al unísono mientras les daba marcadores para que
escribieran sus nombres.
No me estaba ganando a nadie, eso estaba claro.
Bueno, esperaba no meterme en problemas. Estaba a punto de
romper un montón de reglas. Escribí mi nombre y comencé a hablar.
—Entonces, soy su facilitador grupal… —Varios ojos se alejaron de
mí.
Ojos que mostraban dolor, duda, inseguridad, miedo. Dios, como
sabía lo que se sentía.
Aquí no va nada.
—Usé las drogas y el alcohol para olvidar mi pérdida y casi me
maté,
sin mencionar otras cosas, en el proceso. Soy un idiota. Soy un
mujeriego que, hasta el año pasado, durmió con todo lo que lo
miraba. Usaba el dinero ganado por el trabajo duro para comprar
drogas y no pensaba en que otros se engancharan conmigo. Hasta
que conocí a alguien… y todo cambió. Me gustaría decir que es
porque cambié. Pero claramente, soy un idiota y un cretino, y se
necesitó mucho más que solo mi propia conciencia para quedar
limpio. Pero en todas mis malas decisiones aprendí algo valioso —
aclaré mi garganta; podías haber oído un alfiler caer. El sudor se
juntaba en mis manos—. Aprendí que a veces está bien dejar que
otros te ayuden. A veces no serás tú el que tome el primer paso.
Será
la persona que no tiene miedo a empujarte. La persona que no le
importa perderte como amigo. Sé que nunca podré ser lo
suficientemente fuerte para liberarme del ciclo en el que me metí.
Y
estoy bien con apoyarme en otras personas. Por cierto, soy Gaston,
su líder grupal.
El tipo grande, que antes me había mirado como si quisiera
matarme, se levantó de su asiento. Mierda, era ahí cuando se iría.
Lo miré tentativamente mientras caminaba hacia mi silla y sacaba
su
mano.
—Soy Aaron, y es un placer conocerte, Gaston.
Sentí como mis ojos se agrandaban ligeramente. Tomé su mano y la
sacudí firmemente.
—También es un placer conocerte, Aaron.
—Holly. —La chica que había llegado con el tipo grande sonrió
cálidamente y estiró su mano.
—Sabes quién soy. —Vicco saludó desde el otro lado de la mesita de
café. Sus ojos miraron hacia abajo y luego hacia arriba antes de
asentir con la cabeza. El tipo de asentimiento que los tipos le
daban
a otros hombres cuando finalmente decides que son lo
suficientemente geniales como para pasar el rato. Por lo menos ya
no quería atropellarme con su auto.
Todas las cabezas giraron hacia Rochi. Sabía que era un pueblo
pequeño. Sin duda todos en el cuarto sabían que había perseguido
a la chica como un estudiante de secundaria enamorado que
nunca había besado a una chica antes.
Esperé que ella dijera algo. Escribió su nombre en el pedazo de
papel
y les sonrió a todos menos a mí. De hecho, sus ojos pasaron
rápidamente sobre mí mientras saludaba al grupo.
—Soy Rochi.
—Te conozco de la escuela —dijo Holly—. Estabas en una clase más
abajo que la mía, pero es bueno verte.
Rochi se ruborizó y asintió. Aaron se acercó más a Holly contra él
y
besó su frente.
—Ahora que eso está fuera del camino… —Me incliné hacia
adelante—. Creo que será bueno para todos aclarar por qué
estamos en un grupo de dolor. No diré ninguna mierda como el
círculo de confianza y esas cosas, pero todos saben que tienen que
firmar órdenes de silencio, así que todo lo que se dice dentro de
la
casa, se queda aquí. ¿Lo entienden?
Estaba sorprendido por cómo había tomado el control
completamente.
Mi voz parecía fuerte, confiada, y tan loco como suena, una vez
que
aclaré eso, me sentí así. Sentí que estaba haciendo exactamente lo
que debería estar haciendo.
Cabezas asintieron hacia mí.
—Bien. —Me recosté—. ¿Quién irá primero?
—Yo —dijo una voz detrás de mí. Todos los ojos se giraron para
observar al intruso. Me giré y saludé al chico. Debió haber tenido
diecinueve, quizás veinte—. Lo siento. —Se encogió de hombros y
ofreció una sonrisa—. Golpeé y un tipo enorme me abrió y dijo que
ya estaban comenzando.
—Ese debe ser Camilo. —Asentí y le ofrecí mi sonrisa—. Soy Gaston.
El tipo rio cálidamente.
—Sí, estoy bastante seguro que sería imposible no saber eso. ¿Cómo
estás, hombre?
—No puedo quejarme. —Hice un gesto hacia el sofá—. ¿Por qué no
te sientas?
Me giré de vuelta hacia el grupo y noté que todos estaban mirando
al recién llegado como si fuera alguna clase de fantasma. Incluso
los
ojos de Aaron estaban muy abiertos.
Holly comenzó a llorar suavemente en el pecho de él, y la
mandíbula
de Rochi estaba tan apretada que creí que sus dientes se caerían.
¿Qué diablos?
Las ciudades pequeñas explotaban, eso era seguro. Claramente me
estaba perdiendo algo importante, pero solo nos quedaba media
hora, y tenía muchas cosas para hacer.
—Lo siento, ¿no sé tu nombre? —le pregunté.
Él extendió su mano.
—Connor. Connor Austin.
¿Por qué ese nombre, de todos, sonaba familiar? Podría haber
jurado
que el estadio de futbol americano se llamaba Estadio Austin. Debe
ser de una familia rica o algo así.
—Genial. —Me recosté en mi silla—. ¿Sigues queriendo verter tus
tripas?
—Sí. —Se inclinó hacia adelante—. Sé que soy la última persona que
quieren ver.
—¿Por qué es eso? —pregunté. No pude evitarlo.
Connor se quedó en silencio. Ninguno de los miembros del grupo se
movió. Era como si todo hubiera cambiado. Todo lo que había
hecho no importaba. No con Connor sentado aquí.
—Ya que parece que estoy afuera de esto… —maldije y pasé mis
dedos por mi cabello irritado—. ¿Alguien podría decirme qué
demonios está sucediendo?
El rostro de Connor enfrentó a Rochi; ella aun miraba hacia abajo.
—Yo asesiné a alguien.
No era lo que esperaba. Traté de actuar calmado.
—¿Puedes explicarte mejor, Connor?
—Fue un accidente.
Bueno, eso era un alivio.
—Estaba conduciendo hacia un juego. La lluvia era torrencial. No
podía ver nada. Un venado corrió frente a mí, y me desvié. No vi
la
camioneta. No sabía que él estaba del lado de la carretera… —Un
sollozo se escapó de la garganta de Connor—. Él estacionó por el
tráfico cuando me desvié del venado, así que estuve en su punto
ciego. Cuando frené, lo había chocado. La camioneta se estrelló
contra el poste telefónico.
Rochi se levantó de su asiento y corrió hacia la puerta. Me
levanté
para ir tras ella, pero me senté rápidamente. Este era mi grupo.
No
podía simplemente dejarlos.
Connor maldijo y apretó su puño.
—Maté a Pablo esa noche. El quarterback estrella de nuestro
equipo, mi mejor amigo.
—¿Murió instantáneamente? —pregunté. Llámalo curiosidad
morbosa, pero no estaba seguro cuanto tiempo había durado su
dolor. ¿Él chico estuvo en coma? ¿Estuvo paralizado?
—No. —Connor inspiró—. Su novia estaba con él. Nadie sabe cómo,
pero su cuerpo la protegió del impacto. Cuando ella despertó,
comenzó a hacer compresiones. Él murió en el hospital.
Entonces la novia aún estaba viva.
Mi mente fue a la sudadera que Rochi usaba todo el tiempo.
—¿Cuál era su número de jugador?
—Quince. —Todos contestaron al unísono y me miraron, y luego al
lugar vacío de Rochi.
—La novia —dije.
Connor asintió aturdido.
—Mierda.
Aaron, la persona que menos esperaba que hiciera algo en esta
clase de situación, se inclinó hacia adelante y puso una mano
sobre
el hombre de Connor.
—No es tu culpa, lo sabes, ¿verdad?
Connor sacudió su cabeza.
—Si hubiera prestado más atención. Si…
Vicco estaba misteriosamente quieto. Lo miré y noté que había
estado
llorando.
—Fue un accidente —dijo Vicco con voz ronca—. He pasado muchos
días deseando haber hecho algo, cualquier cosa. —Sus ojos fueron
hacia Connor—. No había nada que pudieras hacer, hombre, nada
que ninguno de nosotros pudiera hacer. A veces la vida es
jodidamente injusta.
Sus manos temblaron mientras apretaba y relajaba sus dedos.
Entrecerré mis ojos mientras observaba otra lagrima rodar por su
mejilla.
Su respuesta fue diferente a la de los otros. Fue personal,
incluso más
personal que la respuesta del mejor amigo. Y, de repente, me di
cuenta. Había visto esa mirada en el rostro de mi hermano… el día
que yacía en la cama del hospital.
—Eres su hermano.
La cabeza de Vicco se levantó con atención y luego sus ojos se
entrecerraron.
—¿Cómo lo sabes?
Honestamente, no tenía idea cómo demonios lo adiviné, o que su
rostro me recordó al de Nicolas. Me encogí de hombros.
—Por la forma en que actúas con ella, como si trataras de ser él o
algo así. Como si le debieras lo que él no hizo. No lo sé, quizás
solo
me estoy volviendo loco, pero sí sé algo. No puedes ocupar su
lugar,
hombre. —Lo miré fijamente—. Así puedo decirlo.
—Mierda. —Vicco golpeó la mesita de café con su mano y maldijo de
nuevo—. Sé que no puedo ocupar su lugar, ¿no crees que lo sepa?
—Entonces, ¿qué demonios estás haciendo? —dije tranquilamente.
Necesitaba que él viera lo que estaba haciendo. La vida con
caparazón que tenía. Ni siquiera sé cómo lo supe. Podía saberlo.
Él
era miserable. Él no quería estar trabajando en el
acuario.
—Ella me necesita.
—No puedes salvarla. —Vaya. ¿De dónde vino eso? ¿De repente me
habían dado el don de la sabiduría en lugar de la idiotez?
Vicco asintió, se levantó y caminó lentamente hacia donde estaba
Connor sentado.
—Lo siento, hombre. —Connor sacudió su cabeza. Nunca había visto
a un chico llorar así. Los sollozos sacudían su cuerpo. Yo no era
un
hombre amoroso, pero no podía dejarlo así. Así que me senté junto
a
él y palmeé su espalda mientras Vicco estaba del otro lado llorando
también.
No estaba seguro si esto significaba que era el peor facilitador
grupal
del mundo o el mejor. Me sentía molesto, bruto, tantas cosas. Ni
siquiera quería reconocer mis propios sentimientos, porque si lo
hacía
me daría cuenta lo idiota que había sido por los últimos dos años.
Había gente lastimada en este mundo.
Sí. A mí me había tocado. Pero por lo menos tenía una familia que
me ayudaba. Tenía a Nicolas y a Eugenia. Finalmente, era capaz de
superarlo.
Pero estas personas… sus heridas aún seguían abiertas para que
todos las vieran. Rochi especialmente, y una parte de mí se dio
cuenta que se necesitaría mucho más que una terapia grupal para
ayudarla.
Cambié la conversación hacia nuestra siguiente reunión y
acompañe a todos a la puerta. Vicco y Connor se detuvieron frente
a
mí.
Ambos tenían el fantasma de una sonrisa en su rostro.
—Gracias, viejo. —Connor me abrazó y palmeó mi espalda.
—No hay problema. —Tosí.
Vicco sacudió su cabeza.
—De todas las personas que trabajaron con nosotros para superar
esta mierda…
Puse mis ojos en blanco.
—Lo sé, lo sé. Probablemente soy el peor.
Vicco tragó y miró el suelo.
—No, Este, iba a decir que probablemente eres el mejor.
No sabía que decir.
—¿Estás coqueteando conmigo? —bromeé.
Vicco puso sus ojos en blanco.
—Y allí está, Gaston Dalmau, mujeriego certificado. Te veremos
después, hombre.
—Espera, ¿no quieres mi número? —Sonreí, esta vez en serio.
Los chicos rieron e intercambiamos números antes de cerrar la
puerta
detrás de ellos.

seguuii!!! quieroo gastochi yaaa
ResponderEliminarMuy buen capitulo, muy.
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