lunes, 17 de marzo de 2014

UN AMOR PELIGROSO 2, CAPITULO 4

4
al menos la ducha que Gaston y Peter compartían estaba limpia. Al
menos "limpia" según los estándares del bachillerato universitario.
Había llevado una media hora de agua hirviendo para lograr
volverme a calentar. No podía recordar que una ducha se sintiera tan bien,
especialmente sabiendo que era donde Gaston estaba completamente desnudo
un par de veces al día. Incluso me había encontrado cerrando los ojos,
imaginando, mientras enjabonaba mi cuerpo con su gel de ducha.
Enrollando mi cabello en una toalla, me lavé los dientes y me deslicé en mis
jeans y la sudadera de fútbol favorita de Gaston. No había sido lavada,
así que todavía olía a él. Afortunadamente, el buen tipo de olor —jabón y
hombre— y no a cómo olía después del entrenamiento.
Me puse las botas antes de dejar el baño porque Gaston no había
exagerado, el cuarto era un desastre. El tipo de desastre por el que alguien
consideraría llamar al equipo de materiales peligrosos. Había tenido que esquivar
obstáculos como botellas de cerveza, recortes de cartones de mujeres en bikinis
en el suelo, y un par de bóxer arrugados para llegar a la habitación de Gaston más
temprano. Lo único que hacía su habitación más limpia que la del resto de la
casa era la falta de figuras de cartón de mujeres decorando el suelo.
Cerrando la puerta del baño detrás de mí, di un paso atrás para meterme
en la habitación de Gaston, deteniéndome en seco casi inmediatamente. Esta no
era la misma habitación que había dejado treinta minutos atrás. Tuve que
comprobar dos veces la foto de nosotros dos que él tenía decorando su cómoda
para asegurarme de que esta era, de verdad, la habitación de Gaston.
El cuarto se hallaba limpio, casi brillantemente limpio. La cama estaba
hecha, las esquinas incluso habían sido estiradas y dobladas. No había ningún
artículo de ropa decorando la alfombra ni ninguna superficie plana como lo
había habido antes. El desastre se había ido, pero había sido intercambiado por
algo casi igual de ofensivo, en mi opinión.
Papel crepe naranja y blanco giraba desde el ventilador de techo hacia las
esquinas de la habitación. Posters de cartulina de tamaño humano con purpurina
naranja con el número 17, Vamos dalmau, #1 estaban colgados, al
menos tres sobre una pared. Alguien había llamado a la policía rah-rah4 para
Gaston y él iba a estar enojado por encima del arco iris cuando lo viera.
Caminando tentativamente a través de la habitación que no reconocía,
abrí el primer cajón de mi tocador y volví a meter la bolsa de aseo en el interior.
Gaston y yo tratábamos de pasar los fines de semana con el otro, así que yo estaba
allí de vez en cuando. En lugar de sólo dejarme simplemente un cajón para mis
cosas, él había ido y había comprado una cómoda entera sólo para mi uso. El
gesto me había dejado extrañamente sin palabras.
Deslizando el cajón para cerrarlo, hice una nueva investigación de la
habitación. La foto nuestra llamó mi atención otra vez. Acercándome unos pasos,
entendí por qué. Una línea diagonal hecha añicos la atravesaba, cortando a
Gaston de mí casi perfectamente. Levantando la mano, pasé un dedo por la línea,
suprimiendo el temblor.
—Perdón por eso.
Me sorprendí, la foto se cayó de mis manos y dio volteretas desde la
esquina de la mesita de noche de Gaston. El vidrio se fracturó una vez más, pero no
se rompió.
De seguro lloraría si seguía mirando la foto fracturada a mis pies, así que me
di la vuelta. Sólo para desear haberme quedado mirando una eternidad más a
ese vidrio roto.
—Accidentalmente la tiré más temprano cuando limpiaba —dijo la alta,
delgada chica en uniforme de porrista naranja y blanco, deslizándose alrededor
de la habitación de Gaston, sin mirarme.
—¿Quién eres? —pregunté innecesariamente, cruzándome de brazos. Ya lo
sabía.
—Mery —dijo, ofreciendo nada más mientras llevaba un cesto rebosante
de ropa doblada hacia la cómoda de Gaston—. Ya sabes, no se le permite la
entrada a nadie en la habitación del jugador antes del juego, excepto por su
Hermana Espiritual —dijo, abriendo el primer cajón de la cómoda antes de
comenzar a meter la ropa interior de Gaston dentro.
Dos emociones me golpearon en ese momento, viendo a Mery, una
chica que era el doble de alta y linda que yo, manoseando toda la ropa interior
limpia de mi novio mientras la ordenaba. Hubo ira, pura y cruda, como la que
Gaston sentía.
Hubo algo que apretó mi garganta y mi corazón fuerte, sintiéndose como si
ambos se fueran a romper.
—Soy su novia —respondí, intentando dejar que hablara la ira—. Se me
permite la entrada cuando quiera. Puedes verlo —señalé a los carteles—, por el
número 17 si no me crees. ¿Y qué demonios es una Hermana Espiritual? Además
de lo obvio —terminé, evaluándola antes de arrugar la nariz.
Su piel era perfecta, su cabello claro, y tenía unos ojos miel
que casi resplandecían en contraste con su piel. Sus piernas eran tan
largas que la falda del uniforme parecía más bien un par de bragas que una
falda, y tal como Peter había dicho ardientemente, tenía enormes tetas. Y
aparentemente no tenía problemas en dejar que el mundo conociera esas tetas,
a un nivel de no dejar nada a la imaginación.
—Cada porrista es asignada a uno de los jugadores de fútbol. Uno de los
jugadores de mayor rendimiento, porque nosotras no somos suficientes para
cubrirlos a todos ellos, y de todas formas, ¿cuál es el punto de atender a alguien
en el banco? —explicó, cerrando el cajón de Gaston y moviéndose al que le
seguía. Dobló y presionó camisetas en aquel, incluso con un código de color.
—Soy la capitana de mi equipo, y Gaston es la estrella del suyo. Éramos una
combinación obvia —dijo, sonriendo a las camisetas limpias de Gaston.
Era impresionante lo atrayente que lucía arrancarle a esta chica los
mechones salidos de su brillante cabello. Incluso reconocí que habría
consecuencias, posiblemente incluso una noche en la cárcel. Y no me
importaba.
—Obviamente —dije sin expresión, estrechando mis ojos mientras ella
pasaba al siguiente cajón, guardando los tres únicos pares de pantalones que
tenía Gaston—. ¿Entonces qué? ¿Como Hermana Espiritual consigues limpiar sus
cuartos, lavarles la ropa, prepararle los brownies, ese tipo de mierda de ama de
casa de los 50? —Ah, allí estaba. Ese genio que necesitaba elevar para no
atragantarme las palabras en frente de esta exótica Barbie.
Dándose la vuelta, dejó caer el cesto de la ropa vacío al suelo.
—Y cualquier otra necesidad de la que puedan llegar a querer ocuparse —dijo, su sonrisa contando toda la historia.
Sentí que mis puños se cerraban, preparándose para el impacto. Aún no
me había metido en una pelea de gatas, pero estaba segura de que una se
aproximaba con fuerza.
—Escucha, ¿Mery, cierto? —dije, rodeando los pies de la cama de Gaston,
parándome tan alta como era. Ella aun así se alzaba unos quince centímetros
encima de mí—. Sé a qué estás jugando. Lo he visto un millón de veces diferentes
y en un millón de maneras diferentes. Pero déjame ahorrarte el suspenso sobre el
resultado de este pequeño juego que estás tratando de manipular.
Di otro paso más cerca, cruzándome de brazos porque no confiaba en ellos
para que dejaran de pensar por su propia voluntad y dejaran un puñetazo justo
en medio de esos lindos ojos.
—Perderás. Gaston está conmigo y yo estoy con Gaston. Fin. Puedes preguntarle
si necesitas más explicaciones.
Los labios de Mery se fruncieron por un momento antes de que se
aplanaran de nuevo en esa sonrisa de cera.
—No le lavas la ropa, no limpias su habitación, todos sabemos que no te
abres de piernas, así que ¿qué bien eres para él? Un hombre tiene necesidades.
Puede que él sea tuyo hoy. ¿Pero qué hay de mañana? —Se apoyó en el
tocador, sus dedos jugando con la esquina. No quería que sus dedos pasaran así
por encima de ninguna de las cosas de Gaston.
—Muy bien, déjame poner esto en términos de gente estúpida —dije,
juntando mis dedos debajo de mi barbilla—. Mantente alejada de Gaston o yo,
figurativa y literalmente, patearé tu trasero. Con una sonrisa —agregué, luciendo
una.
Arqueando un par de las cejas más meticulosamente esculpidas que había
visto, Mery chasqueó la lengua.
—¿Quieres saber qué le pasó a la última chica que se metió en mi camino?
No, en realidad, pero no me pude resistir.
—¿Qué?
Se encogió de hombros, deslizándose a través de la habitación hacia la
puerta en esas piernas malditamente interminables.
—No lo sé. Jamás escuché nada de ella otra vez después de conseguir a su
hombre —dijo, mirando de vuelta hacia mí—. Se ahogó en mi estela. Será mejor
que sepas nadar si vas a ir en mi contra.
Esta perra tenía suerte de que la estuviera dejando ir en una pieza.
—Como un maldito pez.
Para cuando había hecho mi camino a través de miles de aficionados para
llegar al asiento guardado para mí en cada partido local, mi ira y el odio hacia
Mery no se habían atenuado ni en lo más mínimo. Sabía que de meterme con
la Señorita, esa pelea de gatas que me había evitado durante dieciocho años
llegaría a su punto crítico.
Haciéndome a un lado en la primera fila, equilibrando cuidadosamente mis
palomitas y mi chocolate caliente, encontré un rostro familiar en el asiento de al
lado del mío, en el centro y al frente.
—¡Oye, tú! —gritó Holly por encima de la multitud hacia mí, agarrando las
palomitas que tenía así podía sentarme.
—No creí que pudieras venir —respondí, dándole un abrazo de costado
antes de tomar mi asiento.
Gaston delante de su equipo saliendo a la cancha para adoración de
miles, en esa camiseta de lycra formando y resaltando los músculos de él que
merecían ser resaltados... Bueno, era una vista que jamás me querría perder.
Manteniendo mis ojos fijos en el túnel por el que salía el equipo local, le di
un codazo en la pierna a Holly.
—¿Tu mamá estuvo de acuerdo en cuidar al pequeño Gaston por una
noche?
—Me tomó algo de convencimiento creativo, y tuve que acceder a
hacerle mechitas más claras en el cabello por un año, pero sí, estuvo de acuerdo.
Además, tuve que hacerle la permanente como a doce cabezas de cabello de
anciana en el hogar de la ciudad para pagar el billete de avión —dijo Holly,
arrojando una palomita de maíz en su boca—. Esta es mi primera noche afuera, y
a juzgar por la falta de entusiasmo de mamá de cuidar de su único nieto, será
probablemente la última en un tiempo, así que esta noche me voy a soltar el
cabello, chica. —Pasándose los dedos por el pelo, Holly lo desordenó, luego echó
la cabeza hacia adelante, dándole una sacudida bulliciosa—. Advertencia justa
—agregó cuando tiró la cabeza de vuelta hacia atrás. Su largo cabello
había ganado dos centímetros y medio de altura.
—Sólo asegúrate de usar un condón esta vez —dije, sonriéndole de lado—.
Y no te arrastres hacia nada que se parezca a Nicolas.
—No es divertido —dijo, apartando mi brazo.
—¿Cómo está el señor Nicolas? —pregunté, sin importarme, pero
suponiendo que ella tenía la primicia ya que vivíamos en una ciudad donde
todos conocían los asuntos de los demás.
—No lo sé. No me importa —respondió—. Sin embargo, encuentro una gran
satisfacción cuando descubro que cada vez que uno de sus amigos disfruta de
una sexy chica, él está teniendo suerte con nada más que el lado suave
de su mano.
Reí, extendiendo mi chocolate caliente. Ella lo tomó, lanzando una sonrisa
hacia mí.
Luego de enterarme que no era el amor de Gaston y madre de su hijo, fui
capaz de mirar a Holly con una luz neutra. Y había comenzado a gustarme.
Mucho. Nuestro aspecto no era lo único que se parecía entre nosotras dos,
nuestras personalidades eran tan parecidas que ella a menudo decía lo mismo
que yo iba a decir. Sólo que Holly era más valiente lanzándolo. Mientras que yo
era demasiado cobarde para actuar, Holly lo hacía sin pensarlo dos veces.
Era un rasgo que yo quería afilar.
El equipo visitante salió de su túnel, siendo bienvenido por un abucheo y
bromas de casi todo el estadio. Holly incluso se les unió, lanzando unas cuantas
palomitas hacia el campo.
Y luego las banderas naranjas y blancas, seguidas por un conjunto de
animadoras que yo odiaba, partiendo de la base, dando volteretas de espaldas y
patadas al aire, resurgieron del túnel local. No necesité consultar el número en su
pecho para identificarlo cuando salió corriendo del túnel. Gaston tenía una marca
particular de pavoneo, incluso cuando corría, que sería capaz de identificar
dentro de cincuenta años.
—Juro que ese hombre se pavonea mientras duerme —le grité a Holly.
—Sí, pero el pavoneo de Gaston es justificado, no manipulado. Se mueve con
ese contoneo porque sabe cómo hacer que una mujer tire su cabeza hacia atrás
en la cama. Y lo sabe —dijo, devolviéndome el chocolate caliente.
—Sí, lo hace —murmuré perdida en el mar de ruidos.
El estadio se volvió salvaje, gritando, cantando y haciendo reverencias
mientras que su héroe dirigía al equipo al campo. En apenas dos meses de juego
universitario, Gaston ya se había convertido en una leyenda. Jugaba a un nivel
completamente diferente que el resto de los chicos universitarios. Jugaba como si
fuese un dios. Y sus fanáticos lo adoraban en consecuencia.
Disparándome de mi asiento, llevando a Holly conmigo, salté, silbé y grité lo
mejor que pude. Tanto, que ya me sentía ronca cuando Gaston tomó su lugar en la
zona lateral del campo, justo en mi línea de visión. El entrenador hablaba con él,
pero Gaston miraba hacia atrás, sus ojos encontrándome de inmediato. Los
beneficios de guardar el asiento de en frente y al centro para tu novia, supuse.
Saludó con la mano a Holly, luego me guiñó un ojo a mí, lo que respondí con un
beso al aire. La sonrisa separó la barra de su casco antes de volver su atención al
entrenador.
—Ese hombre tiene un trasero digno de una mirada de "necesita ser
agarrado de un puñado" —dijo Holly, echándole una mirada soñadora al trasero
de Gaston. Me habría puesto celosa si hubiera sido cualquier otra persona en lugar
de la mejor amiga de la infancia de Gaston. Holly, y sólo Holly, podía hacer una
observación honesta sobre el trasero de Gaston sin que yo me pusiera en novia
celosa con ella.
—Quiero decir, eso es algo a lo que una chica podría aferrarse en la cama
—agregó Holly, masticando una palomita de maíz.
Un destello de calor enrojeció mis mejillas, asignándole una imagen a esa
declaración.
Como si pudiera sentir nuestros ojos devorando su parte trasera, Gaston se
llevó el brazo hacia atrás y se dio un manotazo en el trasero, lanzándome una
rápida sonrisa por encima del hombro antes de acurrucarse con algunos de sus
titulares.
Gaston Dalmau era cruel en todas las formas.
—Entonces —comenzó Holly, codeando mi lado—. ¿Ustedes dos...?
La miré de lado.
—Eso fue un firme no —murmuró, escondiendo su sonrisa detrás de la taza
de chocolate caliente.
Observé mientras Gaston y los chicos se metían en el campo después del
primer saque. El nombre del número 23 llamó mi atención. Donde había estado
estampado "Jaime" en su camiseta durante toda la temporada, esta noche
tenía la palabra "Idiota" escrita en rotulador negro en un pedazo de cinta
adhesiva. Gaston se tomó su venganza en serio.
—Bueno, no ha sido por falta de esfuerzo —dije, dándome la vuelta en mi
asiento para enfrentar a Holly. Me sentía cómoda hablando con Holly sobre la
aparente incapacidad de Gaston de dormir conmigo porque Holly era el ejemplo
de no juzgar. Dudaba que ella hubiera levantado una ceja si yo hubiera
divulgado que tenía una especie de fetiche de succionar pies—. Por mi parte, al
menos —añadí.
—Sabes que no es porque él no quiere hacerlo, ¿verdad? —dijo,
mirándome—. Porque el hombre te desea tanto que está a punto de explotar en
sus pantalones. Sólo está malditamente empeñado en hacer todo esto bien
contigo. No quiere arruinar nada, y si eres Gaston, crees que arruinarlo está en tu
naturaleza. —Hizo una pausa, mordisqueando una palomita mientras Gaston se
alineaba detrás de su línea ofensiva. Salté al nivel del resto de los aficionados—.
Sólo dale algo más de tiempo.
—Mucho tiempo más, y voy a estallar y luego, si está bien o mal dormir
conmigo, no importará —respondí, manteniendo el aliento cuando Gaston se
agachó en posición.
—Cariño, conozco el sentimiento —dijo Holly—. Esta yegua ha estado
saliendo a pastorear en primavera desde antes del pequeño Gaston.
—Dios, Holly —dije, casi ahogándome con mi grano de palomita de maíz,
pero luego el central elevó el balón y me congelé. Gaston amagó hacia un lado,
luego el otro, arqueando el balón mientras Peter cargaba contra el campo. El
brazo de Gaston se puso borroso, la pelota se arqueó en una espiral de digna
alabanza, enumerando las yardas hasta que aterrizó en los brazos acunados de
Peter en la décimo quinta yarda.
La multitud estalló, los pompones se sacudieron, las manos rebotaron, los
fanáticos cantaron; era más intenso que cualquier concierto de rock al que había
ido.
—¡Maldita sea! —me gritó Holly, después de silbar entre dientes—. Ese chico
no está allí afuera sólo por un dulce trasero.
—Puede jugar —dije, sin hacer hincapié adecuadamente—. Dulce trasero
es sólo un título honorario.
Holly lanzó otro comentario, pero Gaston estaba de vuelta en posición y yo
apagué todo lo demás. Esta vez, tan pronto como Gaston atrapó la pelota, echó a
correr. Esquivando un par de jugadores que se deslizaban por su camino, se abrió
paso más allá de la décimo quinta, y luego las últimas pocas yardas quedaron
abiertas.
Y estábamos en el marcador con seis puntos a menos de un minuto de
juego. Sabía que no había ninguna G en la palabra equipo, pero esos puntos eran
casi todos gracias al número 17, Gaston.
Agarrando la barandilla en frente de mí, salté, gritando hacia el campo.
Holly estaba gritando también, a pesar de que el suyo estaba interrumpido por un
"dulce trasero" cada pocas palabras.
Gaston dejó caer el balón en la zona final, habiendo ya abandonado hacía
mucho tiempo la teatralidad de anotar un touchdown después de su primer
partido. Algo acerca de meter la bola en la zona final de una a dos veces por
partido, hacía parecer las teatralidades un poco deslucidas.
Sin embargo, había una tradición de apertura de touchdown que él no
había dejado morir. Yo ya me inclinaba por encima de la barandilla antes de que
él corriera más allá de la décima yarda. Se sentía como si la mitad de los ojos del
estadio estuvieran en mí, porque si alguno de ellos había ido a algún partido,
sabían por qué Gaston Dalmau estaba sacándose del casco y a quién le sonreía.
Jamás había sido de las que hacen escenas o de las que participan en
demostraciones públicas de afecto, pero cuando se trataba de Gaston, lo llevaría a
donde quiera que él se ofreciera a ir. Sin importar si estábamos solos o en el medio
de miles de aficionados enloquecidos. Cuando nos mirábamos el uno al otro de
la manera en que lo estábamos haciendo ahora, todo se desvanecía en el
olvido.
Abriéndose paso entre sus compañeros que le daban palmadas en la
espalda mientras pasaba, dejó caer su casco antes de saltar en el aire. Sus manos
atraparon la barra superior de la primera fila y, colgándose de lado de la
barandilla igual que un levantamiento de barbilla, se impulsó.
Inclinándome más, le sonreí a su rostro perlado de sudor.
—Presume —susurré, tan cerca que casi podía saborear la sal de su piel.
Su sonrisa se curvó aún más.
—Ven aquí —ordenó, sus ojos cayendo a mis labios.
Dejando caer mi boca a la suya, probé el salado sudor de su piel. Y luego lo
besé. La multitud estalló de nuevo, amando el show que su estrella mariscal de
campo les daba. Pero no lo hacíamos por ellos. Esto, lo hacíamos por nosotros.
Todo lo que hacíamos como pareja lo hacíamos por nosotros.
No me dejó alejarme cuando me moví. En su lugar, de algunas manera se
las arregló para sostenerse con una mano mientras que con la otra agarraba la
parte trasera de mi nuca y me acercaba de vuelta a él. Me besó aún más fuerte,
así no podía respirar, y el estadio estaba girando y, como esperé, todo excepto
Gaston se desvaneció. Me había perdido total y completamente en él.
Luego, inclinándose hacia atrás, presionó un último beso dulce en mis
labios.
—Dios mío, Rochi —respiró, el calor de éste recubriendo mi rostro—, ¿cómo
se supone que un hombre se concentre en el fútbol después de esto?
—Buena suerte con eso —respondí, mi voz tan escalonada como supuse
que lo estaría.
—Será mejor que haya más de donde vinieron esos después del partido —
dijo, mostrando una sonrisa mientras se bajaba.
—Muchos —le grité.
—¡Dalmau! —gritó el entrenador en jefe por encima del ruido—. Seguro que
sé como el infierno que no te importa hacer el ridículo por ti mismo, ¡pero deja de
hacer el ridículo por mí y el resto del equipo! ¡Tranquiliza tu polla y enfócate!
Gaston rodó los ojos hacia mí antes de darse la vuelta y dirigirse a la zona
lateral del campo.
—¡Me alegro de verte también, Gaston! —gritó Holly, cruzándose de brazos y
luciendo positivamente molesta.
Dándose la vuelta, Gaston extendió los brazos.
—¡Sabes que te quiero, Hol!
—Sí, sí —murmuró ella, haciendo un ademán de despedida.
Y luego una diosa de bronce se puso en el camino de Gaston, con las manos
en las caderas y dándole una mirada que me hizo poner muy furiosa otra vez. Dijo
algo, pero no pude escuchar qué. Aunque de haber sido lectora de labios,
estaría echándome por encima de la baranda y golpeando esa sugestiva
sonrisita hasta sacarla de su rostro.
Gaston asintió en reconocimiento, agachándose para recuperar su casco.
Mery se movió más rápido, tomando el casco y sacándolo de su alcance.
Gaston lo intentó alcanzar, pero ella lo esquivó, levantándose más alto. El rostro de
Gaston no estaba divertido, y el mío estaba enfurecido. Esta chica recurría a la
táctica de juegos infantiles para atraer la atención de un chico. Era débil. Y
patético.
Volviendo a estirarse para alcanzarlo, Mery lo esquivó, sosteniéndolo
lejos de las manos de Gaston. Él se detuvo, con las manos en las caderas, y dejó
escapar un suspiro. Parecía como si dijera por favor, a lo cual ella sacudió su
cabeza. Luego, sus ojos aterrizaron en mí antes de tocarse la mejilla con el dedo.
Ella esperó, sosteniendo su casco lejos de él, asegurándose de que yo la miraba.
Lo estaba.
Así que cuando Gaston se inclinó y le dio un beso en la mejilla, ella pudo ver
la tormenta que nubló mi rostro. Bajando el casco, se lo devolvió, pero no antes
de levantar una ceja hacia mí y poner una sonrisa victoriosa en su lugar.
—¿Quién es esa perra? —dijo Holly, sonando tan furiosa como yo lo estaba.
Ceñuda hacia ella a pesar de que ya se había dado la vuelta y se había
reunido con el resto de las Hermanas Espirituales, planeé mi venganza.

—Está a punto de ser una perra muerta.

2 comentarios:

  1. ahiiiiiiiiiii la odiooooooooooo que wachaa q es ah seguilaa porfaa me encantaa!!!! ah

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  2. seguila plis.. amo la amistad de gaston y holly *-* odia a mery seguila plis

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