1
no me concentré en el hecho de que cerca de mil pares de ojos
estaban puestos en mí. Progresando en el difícil final, bailé sólo
para
un grupo. Las luces que me cegaban de la multitud, la presión de
hacer una presentación que me impulsará hacia delante, y la falla
en el vestuario
que estaba a un hilo de romperse, empujé todo de lado y bailé para
él.
Los últimos compases de la música llegaron a su fin cuando yo
hacía mi
gran alegro final en el aire. Mis puntillas aterrizaron al mismo
tiempo que el último
acorde fluía a través de la habitación.
Este era. El momento que yo amaba. El respiro y la mitad de
quietud y
silencio antes de moverme en una reverencia y que la multitud
aplaudiera. Una
ventana de dos segundos para reflejar y deleitarme en la sangre,
sudor, y
lágrimas que había derramado para llegar a este punto. El punto en
el que, si yo
fuera un espectador en el juego de la vida de rochi igarzabal,
podría asentir y pensar
trabajo bien hecho.
Era un momento que quería que durara para siempre, pero lo acepté
por lo
que era. Un vistazo a la perfección antes de que fuera descartado.
Aspirando aire, levanté mis brazos y, moviéndome en una posición
de
reverencia, levanté mis ojos. Justo donde Madame Fontaine me había
entrenado
para dirigirme al final de una presentación. Al frente y al
centro. Y luego, contra
todo lo que ella me había advertido nunca hacer, una sonrisa jugó
en las
comisuras de mi boca.
Era imposible no hacerlo cuando mi frente y centro era Gaston
Dalmau.
Él se levantó de prisa de su asiento, aplaudiendo como si
estuviera tratando
de llenar toda la habitación con ello, sonriéndome de una manera
que me hacía
un nudo en el estómago. Aquellos que lo rodeaban ya miraban con
curiosidad,
así que cuando Gaston saltó sobre su asiento y comenzó a gritar
“Bravo” a todo
volumen, esas miradas de curiosidad se afilaron en algo no tan
bueno.
No es que me importe. Había aprendido hace un tiempo que estar con
Gaston significaba ir contra la corriente de la sociedad.
Luchábamos
constantemente contra la corriente y casi cada norma social y el
principio
generalmente aceptado que hay. Valía la pena.
Haciendo una reverencia más, encontré su mirada una vez más e hice
lo
impensable. Gracias que la creadora Madame Fontaine no había
venido aquí
esta noche porque su moño perpetuamente apretado podría haberse
roto
cuando yo emparejé mi sonrisa con un guiño. Dirigido directo al
hombre que se
elevaba sobre la multitud, animándome como si yo hubiera salvado
al mundo de
su extinción.
Las luces se apagaron y, antes de que me apresurara a salir del
escenario,
escuché una ronda más de Gaston gritando y silbando. Él rompió
toda regla tácita
de cómo uno debía mostrar su apreciación por las artes. Y yo lo
amaba.
Así como nuestra relación, todo lo hacíamos fuera del estándar.
—¿Crees que podrías tratar, sólo por una vez, de no dar una
presentación
perfecta? Sabes, para que el resto de nosotros no luzcamos como
principiantes —
me susurró Pablo, un amigo estudiante y bailarín, mientras yo me
movía detrás
de las cortinas.
—Podría —le susurré por detrás mientras el último bailarín tomaba
el
escenario—. Pero, ¿dónde está la diversión en eso?
Sonriendo, me tiró una botella de agua. Tomándola con una mano, lo
saludé con la otra agradeciéndole y me dirigí hacia los bastidores
para estirarme
y cambiarme. Tenía un descanso de diez minutos antes de la
presentación que se
acerca al final, y sabía por experiencia que Gaston estaría
viniendo a toda prisa a
los bastidores para encontrarme si yo no lo encontraba primero. Él
no era
exactamente un hombre paciente, especialmente después de un
recital de
baile. Lo que me provocaba a mí el verlo jugar fútbol, mi baile se
lo provocaba a
él.
Deslizándome hacia el vestidor, agarré mi pie, estirando mis
cuádriceps
mientras subía hacia mi esquina de la habitación, desatando mi
zapatilla. El nudo
colorido de la banda elástica enrollado alrededor de mi cuello,
sosteniendo mi
corsé en su lugar así mi presentación no se convertiría en un show
pornográfico, se
rompió al momento en que estiré mi cuello hacia un lado. La falla
en el vestuario
no pudo escoger un mejor momento para “fallar”.
Estirando la otra pierna hacia atrás, mis dedos trabajaron por desatar
mi
otra zapatilla. Tirando ambas en mi bolso, saqué mis vaqueros,
suéter, y botas de
montar. Era viernes por la noche y, ya que Gaston tiene un juego
mañana, eso
significaba que teníamos toda la noche para nosotros. Él tenía
algo planeado y
me había dicho que me vistiera con algo caliente. Yo preferiría
estar vestida para
clima caliente, pero realmente, cuando se trataba de estar con
Gaston, no me
importaba lo que vestía. De hecho, preferiría no usar nada, pero
por el último
patrón de virtud de santidad, Gaston Dalmau, no tenía nada de eso
hasta que
“arreglara su mierda”.
Nunca había querido que se arreglara su mierda más rápido.
Realmente necesitaba estirar un poco más, pero tenía dos minutos
máximo
antes de que Gaston viniera corriendo a través de la puerta del
vestidor.
Retorciendo mis brazos detrás de mí, trabajé en el corsé de mi
traje. ¿Dónde
estaba Eve cuando la necesitaba? Esa chica podía amarrar y
desamarrar un
corsé más rápido de lo que un mujeriego podía bajarse la
cremallera en la parte
de atrás de su coche deportivo.
Estaba medio contemplando buscar un par de tijeras para escapar
del
aparato de satín cuando un par de manos cálidas se apoyaron sobre
mis
hombros.
—¿Puedo ser de ayuda? —dijo Pablo, sonriéndome mientras lo miraba
sobre mi hombro.
—Si tu ayuda viene con velocidad y precisión, entonces sí, por
favor —le
contesté.
Su sonrisa se llenó de maldad. —Cuando se trata de quitarle la
ropa a las
mujeres, la velocidad y la precisión son de suma importancia.
Lo codeé mientras se reía. —En cualquier momento hoy, Sr. Dedos
Calientes.
—Sí, señora —dijo, haciendo crujir los dedos dramáticamente antes
de
moverse hacia la parte posterior de mi vestido.
Pablo tenía razón, él había dominado la parte de la velocidad y la
precisión del desvestir a las mujeres. Sin embargo, no había nada
ni remotamente
íntimo sobre un bailarín ayudando a otro bailarín a vestirse o
desvestirse, hombre o
no. Al bailar por demasiado tiempo, te acostumbras a casi todos
los bailarines en
un radio de tres estados mirándote a un lado desnudo. No había
lugar para ser
una mojigata en el mundo de la danza.
—Ya casi —murmuró Pablo mientras sus dedos trabajaban hacia la
parte
inferior del remache de mi corsé.
Yo estaba a punto de volverme con algo inteligente de mi variedad
ingeniosa cuando la puerta del vestuario se abrió. No tuve ni un
segundo caliente
para explicar antes de que el rostro de Gaston palideciera de
entusiasmo a
asesinato.
—¿Qué diablos? —gritó, su rostro de un rojo llameante.
—Gaston —comencé, dándome la vuelta y levantando mis manos.
—Eres hombre muerto —espetó, lanzándose a través de la habitación
hacia
nosotros.
Moviéndome rápidamente delante de él, puse ambas manos en su pecho
duro como una pared de ladrillos. Me iban a doler un poco por la
maniobra.
—¡Gaston! —Esta vez grité—. ¡Detente! —ordené, interponiéndome
delante
de él de nuevo cuando se abalanzó hacia Pablo, quien se retiraba
hacia un
rincón de la habitación.
—Claro, voy a parar —respondió Gaston, sus ojos grises destellando
como
ónix1—. Una vez que este cretino esté bailando en el
escenario en una silla de
ruedas.
No había visto su monstruo rabioso en meses y verlo de nuevo en
toda su
grandeza me dejó sin palabras. Este era el tipo de ira de la que
la gente contaba
historias alrededor de una fogata.
Girando de nuevo alrededor de mí, Gaston se lanzó hacia Pablo,
quien
miraba con los ojos muy abiertos, medio confundido, medio
aterrado, por el
hombre furioso tratando de destruirlo. Mi fuerza no igualaba la de
él, ni siquiera la
décima parte para ser su rival, pero yo tenía otros poderes que
podían rendirlo en
esclavitud. Corriendo a toda velocidad frente a él, salté,
envolviendo mis brazos y
piernas alrededor de él tan fuerte como pude.
Se detuvo inmediatamente, lo asesino oscureciéndose en sus ojos.
Sólo un
poco.
—Gaston —dije con calma, esperando a que sus ojos volvieran a los
míos. Lo
hicieron—. Detente —repetí.
Hice un gesto hacia Pablo. —Me estaba ayudando a salir de mi
traje. Yo
le pedí que lo hiciera. Él accedió. Quería apresurarme a cambiarme
para así
poder estar contigo —enfaticé—, y a menos de que
quisieras esperar un año y
medio por mí, deberías estar agradeciéndole a Pablo.
Mirando entre Pablo y yo, las líneas de su rostro se atenuaron.
Sin
embargo, su mirada cayó sobre mí. —¿Por qué no me pediste que te
ayudara,
Rochi? —preguntó, con la mandíbula apretada.
—Porque no estabas aquí —le dije, sintiendo como si estuviera
diciendo lo
obvio, pero si lo obvio era lo que se necesitaba para bajarlo de
la cornisa, eso es
lo que yo haría.
—Estoy aquí ahora.
Puse mis manos sobre sus mejillas. —Sí, lo estás —dije, esperando
mientras
sus ojos cambiaron a un tono más claro. Su pecho comenzaba a
levantarse y
caer en un patrón regular de nuevo—. Gracias por la ayuda, Pablo —enfaticé,
mirando hacia atrás donde él se encontraba, todavía mirando a
Gaston como si
estuviera a punto de ir todo nuclear sobre él de nuevo—. ¿Nos
vemos luego?
Pablo pasó a un lado alrededor de nosotros, sin quitar sus ojos de
Gaston. —
Claro—dijo, dándome una sonrisa inclinada—. Nos vemos más tarde.
Le sonreí con agradecimiento. —Buenas noches.
—Adiós, Peter Pan —le dijo Gaston—. Nos vemos más tarde, también.
Pablo ya estaba fuera del vestidor, pero no había duda de que
había
escuchado el último ataque de amenazas e insultos de Gaston.
Suspirando, llevé mis dos pulgares bajo su rostro. —Gaston. ¿Qué
voy a
hacer contigo? —pregunté.
Esa fue, tal vez, la pregunta más desconcertante que jamás había
hecho.
Nada era fácil sobre nuestra relación. Bueno, nada menos
enamorarnos uno del
otro. Todo lo demás era como tratar de nadar contra la corriente.
Uno nunca
parecía estar haciendo muchos progresos, pero el viaje compensaba
la falta de
una alta clase social.
Tomándome por las caderas, Gaston me colocó de vuelta en el suelo.
Dándome vuelta, sus dedos soltaron la cinta de satín de los
últimos remaches. Sus
manos apenas rozando mi piel, pero “sólo apenas” disparando
ráfagas de calor
profundo en mi estómago.
—¿Qué voy a hacer yo contigo,
Rochi? —soltó detrás de mí, su voz
cuidadosamente controlada.
Las piezas del hombre que amaba se ajustaban de nuevo. El monstruo
rabioso se retiraba hacia su jaula. —Ya que me tienes casi sin la
parte de arriba, te
dejaré llenar los espacios en blanco a esa pregunta —impliqué,
arqueando una
ceja mientras me volvía para mirarlo.
Sus ojos no se hallaban líquidos como usualmente cuando estábamos
compartiendo o a punto de compartir un momento íntimo. Las
comisuras de su
boca no se curvaban en anticipación. Gaston era firme en su
control mirándome
como si me hubiera comportado como una niña.
—No hagas eso de nuevo, Rochi —dijo, doblando la cinta en sus
manos
antes de meterla en su bolsillo.
—¿Qué? —dije encogiéndome de hombros, fingiendo ignorancia. Estaba
comenzando a sentirme un poco agresiva. No me gustaba ser tratada
así, sobre
todo por Gaston.
—Ya sabes qué.
Podía sentir un ceño fruncido colocarse en mi rostro. —Ya que
obviamente
te he decepcionado, no me gustaría hacerlo de nuevo, así que, ¿por
qué no sólo
me lo dices?
Me maldije. La única cosa que resultaría de una pelea entre fuego
con
fuego serían unas desagradables quemaduras de primer grado. Gaston
y yo no
necesitábamos que nuestra relación se complicara más, entonces
¿por qué
aporreaba una puerta complicada?
Aspirando lentamente, fui testigo del esfuerzo que le tomaba quedarse
tranquilo. Él hacía el esfuerzo de mantener esto de estallar en un
combate de
gritos —¿Por qué no yo?
—No dejes que otro hombre, hada, usando medias o no, te ayude a
quitarte la ropa de nuevo —dijo, sus ojos entrecerrándose sólo lo
suficiente para
saber que algunas ardientes emociones se disparaban a través de él
justo
ahora—. Si necesitas ayuda para quitarte incluso un calcetín,
llámame,
¿entiendes? Ese es mi trabajo.
Súper. El posesivo, policía controlador estaba de vuelta en la
ciudad.
Parecía que en los últimos tiempos, quería tomar residencia
permanente. Lo
podía negar todo lo que quería, pero ser controlador implicaba que
no confiaba
en mí, y llámenme tonta, pero la confianza no era fundamental en
una relación,
era esencial.
—¿Lo entiendes, Rochi? —dijo cuándo me quedé en silencio.
Dios, lo amaba. Demasiado para mi propio bien, pero no me darían
órdenes. —No, Gaston. No lo entiendo —le dije, a un paso de echar
humo por la
nariz—. Así que ¿por qué no vas a esperar afuera y dejar que
asimile eso mientras
termino de desvestirme? Sola —añadí antes de que pudiera abrir su
boca para
protestar. Porque si lo hacía, yo no sería capaz de decir que no.
Hizo una pausa, mirándome con indecisión escrita en su rostro.
Finalmente,
asintió. —Está bien —dijo—. Voy a estar afuera.
—¿Es porque así puedes asustar a cualquier otro chico que pueda
ayudarme con mi traje, o sólo porque vas a esperar con paciencia y
respeto por
tu novia? —dije, dándome la vuelta y caminando hacia mi bolso.
El suspiro de Gaston fue tan largo como lo era su tortura. —Ambas
—dijo
apenas en un susurro antes de cerrar la puerta detrás de él.
Tan pronto como se fue, lo sentí. Culpa. Remordimiento. Seguido
por una
potente dosis de arrepentimiento.
Yo sabía en lo que me metía cuando Gaston y yo volvimos a estar
juntos al
comienzo del año. Lo hice voluntariamente con ojos abiertos; lo
había hecho
gustosamente.
Gaston había pasado por más mierda que cualquier persona debía y
junto
con eso vinieron ciertas características que podían ser
calificadas como menos
que saladas.
Pero tú tomaste lo malo con lo bueno. Y cuando se trataba de
Gaston Dalmau, había un superávit de buenas cosas que siempre conseguía no
necesariamente limpiar lo malo, pero hacer un trato justo. Si
señalaba a quién
estaba dañado, también podía girar el dedo alrededor, porque yo no
era una
inocente, flor sin defectos.
Esa era parte de la belleza de estar juntos. También era parte del
problema.
Yo tenía casi tantos factores desencadenantes que marcaban mi
temperamento y casi tantos fantasmas de mi pasado como los tenía
Gaston.
Cuando su ira ardía, la mía respondía del mismo modo, y viceversa.
El caso de los
últimos dos minutos por ejemplo.
Luego, como siempre, la ira que había sentido hacia Gaston se
movía hacia
mí. Si me hubiera tomado el tiempo para ponerme en las Converse
número doce
de Gaston, qué habría dicho o hecho si hubiera visto a alguna
chica ayudándolo a
quitarse su ropa.
Metiéndome en mi suéter, me di cuenta de que mi reacción no
hubiera
sido tan diferente de la suya. De hecho, mis garras podrían haber
dado un golpe
medio antes de que él pudiera abrir su boca para explicar. El
viejo Gaston, el que
era pre-rochi, habría pateado traseros primero y hecho preguntas
después. El
nuevo Gaston, aunque aún no era un graduado del manejo de la ira,
había
manejado dejar que las palabras difundieran la situación. No sus
puños.
Progreso. Progreso importante que él había hecho por mí. Y, ¿cómo
se lo
había recompensado?
Gritándole y sacándolo del vestuario.
Poniéndome el resto de mi ropa como si estuviera declarándole la
guerra a
ella, guardé mi traje en mi bolso al mismo tiempo que tiré de él
por encima de mi
hombro. No me molesté en soltar mi pelo fuera de este moño
productor de dolor
de cabeza. No me molesté en lavar las tres capas de profundo maquillaje
cargado que cubría mi rostro.
Tenía que ir donde él. No podía hacerlo más rápido.
Lanzándome hacia el otro lado de la habitación, abrí la puerta.
Inclinándose contra la pared de enfrente, Gaston estaba
atormentado en
todas las tonalidades. La emoción que se expresaba en su rostro
era la misma
emoción que me sofocaba.
Un lado de su boca se curvó hacia arriba mientras se frotaba la
parte
posterior de su cuello.
Dejando caer mi bolso, me lancé contra él, envolviendo mis dos
brazos
alrededor de él tan fuertemente que podía sentir cada una de sus
costillas con
fuerza contra mi pecho. No había un latido antes de que sus brazos
cayeran
alrededor de mí con la misma urgencia y tal vez incluso alivio.
—Lo siento —dije, inhalando al chico que, incluso su olor, exudaba
una
insinuación de problemas apenas enmascarada por una dulzura
renuente.
Metiendo mi cabeza debajo de su barbilla, exhaló. —Yo también lo
siento.

Lindoss :)
ResponderEliminar