viernes, 4 de abril de 2014

Corazones latiendo, capitulo 17

17
Rochi
El viaje hasta la pequeña sala de cine no fue tan malo. Cuanto
más nos acercábamos a las carreteras estrechas,
más fácil era para mí mantener la calma sobre el hecho de que
por primera vez en años había viajado fuera de mi pequeño
agujerito de la ciudad.
Mi pecho todavía dolía, pero juraba que era como si Gaston supiera
cuándo empezaría a entrar en pánico. Había apretado mi mano, y
luego fue como si, apretando mi mano, de alguna manera alejara el
temor.
Suspiré con alivio en el momento en que manejamos de nuevo en
territorio familiar.
El cine no estaba lleno, lo que era una doble ventaja. Yo no hacía
multitudes, y sabía que Gaston y Nicolas estarían irritados si hubiera un
montón de chicas corriendo y gritando sus nombres y llorando a
moco tendido.
Eran chicos normales, ¿no? Quiero decir, no es como si nada de ellos
era diferente de cualquier otro tipo en el mundo.
Eché un vistazo a Gaston mientras bajaba del auto y estiraba los
brazos frente a él. En serio, ¿cómo esa camiseta siquiera le
quedaba? Abrazaba cada músculo en sus brazos. No tenía ni idea
que los chicos tuvieran esa cantidad de músculos en sus brazos, y yo
solía andar con jugadores de fútbol todo el tiempo.
Él miró hacia mí. Sentí sonrojarme. Atrapada. Mierda, fui totalmente
atrapada comiéndome con los ojos al chico más ardiente que he
visto en mi vida. Mi boca estaba abierta. Perfecto. Él se paseó, sí, se
paseó, como caminado lentamente hacia mí con sus caderas
balanceándose ligeramente hacia atrás y adelante. Miré hacia el
suelo. Mis ojos estaban gritándome que lo mirara, pero juro que en
ese momento sentí que si lo hacía me derretiría en un charco,
arruinando eficientemente uno de los mejores días que he tenido.
—¿Estás bien? —Se rio, inclinando mi barbilla hacia él.
Su sonrisa era mi adicción; era demasiado brillante, demasiado
hermosa para no responder. Sus profundos hoyuelos hacían que su
rostro se encendiera en lo que creo que todas las mujeres en mi
situación se referirían como perfección.
—Sip —dije con voz ronca—. Simplemente impresionante. —Sentí mis
cejas levantarse como para demostrar que estaba totalmente bien,
cuando en realidad en el interior mi corazón latía como loco.
—Mmm... —Su boca descendió.
Olvida lo que dije antes acerca de él siendo como cualquier otro
chico.
Otro chico no besa así.
¿Qué hacían en Hollywood? ¿Dar lecciones de beso? ¿Enseñar el
arte de la seducción?
Su lengua sabía al caramelo Dalmau que le había dado, dulce
con un poco de sal. Le abrí mi boca mientras sus calientes manos
agarraban mi espalda baja, alcanzando más bajo de lo que era
probablemente apropiado en público. Él me empujó contra el auto y
gimió en mi boca. Envolví mis brazos alrededor de su cuello y traté de
presionar con más fuerza contra él. Era como si no pudiera tener
suficiente de él.
—Amigo —dijo Nicolas entre dientes—. Vamos a perder la película.
Pueden besarse luego. Vas a matarla si sigues haciendo eso sin
ningún aviso. ¡Apenas puede estar de pie!
Gaston se apartó riendo. Yo era esa chica. La chica que juré que
nunca sería. La que, literalmente, acecharía el objeto de su afecto y
nunca miraría hacia atrás. Su beso hacía muchas en mí. Cosas que,
el minuto en que Pablo murió, pensé que sería muy doloroso
experimentar otra vez. Esperé la puñalada familiar en mi pecho.
Pero no sucedió. Gaston tendió su mano y me sonrió.
Estar con Gaston no era la ausencia de dolor. Era la presencia
adicional de paz, haciendo cada vez más fácil que esa pequeña
parte de mi corazón sanara de nuevo.
—Tú eliges. —Gaston sonrió, besándome suavemente en el cuello—.
¿Película o besarnos?
—No. No hay salida. —Nicolas se acercó—. No lo escuches, Rochi. Está
usando sus trucos mentales de Jedi en ti. ¡Mira hacia otro lado! ¡Mira
hacia otro lado!
Me mordí el labio y cerré mis ojos.
—O eso —dijo Nicolas.
—Película —chillé. No había ido a ver una en más de un año. Yo solo
alquilaba todas y me sentaba sola en mi casa.
No me extrañaba que hubiera perdido todos mis amigos.
Gaston me agarró de la mano y me condujo hasta el cine.
De repente me di cuenta de lo decepcionado que Pablo estaría de
mi comportamiento. Él siempre había dicho que cambiaría el mundo
un día con mi constante alegría y una actitud positiva.
¿Cómo pasé de ser esa persona, una persona que ni siquiera
recuerdo haber sido, a alguien que mis padres pusieron en vigilancia
de suicidio?
El olor de las palomitas de maíz con mantequilla bombardeó mis
sentidos mientras hacíamos nuestro camino más allá de la taquilla.
Los chicos no dejaron que ni Eugenia o yo pagáramos. Lo que era
extraño para mí. La única persona con la que alguna vez había
salido antes era Pablo. Éramos tan buenos amigos que nunca quería
aprovecharme de él. Siempre pagábamos por separado. Hasta
ahora, nunca había entendido lo bien que se sentía tener a alguien
que me trate.
Mi sonrisa era enorme. No pude evitarlo. Gaston se acercó al
mostrador de los dulces y examinó el vidrio.
—Una caja de Swedish Fish, una bolsa de Gummi Worms, dos bolsas
de M&M normales y tres refrescos.
—¿Estamos alimentando un ejército? —Le di un codazo mientras
pagaba por los dulces y pop.
Él sonrió y me devolvió el codazo.
—No, solo un drogadicto en recuperación con una seria adicción a
los dulces.
—Gracias, hermano. —Nicolas agarró el Swedish Fish de Gaston y abrió
la bolsa, colgando un pez frente a Eugenia. Ella se sonrojó y le dio un beso
antes de tirarlo a su boca.
—No te preocupes por ellos. Swedish Fish son un poco lo suyo.
Gaston sonrió y envolvió su brazo alrededor de mí.
—¿Y los gusanos son lo tuyo? —pregunté.
—Gusanos, caramelos masticables, refrescos, Rochi… —Su voz se fue
apagando.
—Es una lástima que no quepo en tu bolsillo y te doy una caries. —
Suspiré.
—Eres lo suficientemente baja para caber, seamos honestos. Y
aunque no podrías darme una caries, me haces querer probarte
cada segundo que estoy contigo. —Se lamió los labios y sonrió.
—Oh. —Sentí mis mejillas calentarse mientras apartaba la vista.
Afortunadamente, el cine estaba algo oscuro, gracias a las luces de
mierda que utilizaban. De lo contrario, me habría avergonzado por el
hecho de que me estaba sonrojando como una tonta.
Encontramos la sala correcta y nos fuimos al fondo. Los adelantos
comenzaron justo cuando nos sentamos.
Debería haber sabido que mi día perfecto terminaría horriblemente.
La pantalla se puso verde, y luego el primer adelanto comenzó.
Mi pecho se tensó mientras observaba el adelanto desarrollarse. La
historia tan similar a la mía. Una chica y un chico se enamoran. El
chico muere, pero no antes de dejar a la chica embarazada, y luego
ella es rechazada por sus amigos hasta que el nuevo chico en la
escuela la lleva bajo su ala.
El nuevo chico es un jugador de fútbol.
Sonreí ante la relación entre los dos.
Y luego ese chico tiene un accidente horrible, dejándola
preguntándose si ella se quedaría sola de nuevo sin su amor. Mi
respiración estaba errática, eso lo sabía. Traté de cerrar mis ojos, pero
el chirrido de metal contra metal era de repente demasiado para mí.
Salí corriendo de la sala, las lágrimas corrían por mi cara. Mierda.
¿Por qué tenía que llorar ahora, cuando todo, finalmente, se sentía
normal? Como si fuera a estar bien.
Corrí directo hacia Vicco, que estaba parado junto a Aaron.
—Eh, ¿estás bien Rochi?
—Bien —murmuré, luego pasé empujándoles. Mi visión se puso
borrosa mientras traté de llegar al baño de mujeres a tiempo. Sentía
como si me iba a desmayar. El sonido del choque sonaba una y otra
vez en mi cabeza.
La manera en que sostuve su cuerpo roto, la manera en que mis
manos lucían muy pequeñas tratando de hacer presión contra su
pecho.
Pero no fue suficiente.
No había sido suficiente.
Traté de hacerle respirar, de conseguir que haga algo.
—¡Pablo! ¡Quédate conmigo, Pablo! ¡Todo va a estar bien! La ayuda
está en camino. ¿Puedes oírme, Pablo? —Traté de hablar
suavemente a pesar de que quería gritar.
—¿Pablo?
Traté de sentir el pulso, pero había demasiada sangre, y mis dedos
seguían resbalándose. Abrí su camisa y continué haciendo presión, a
pesar de que él estaba acostado en su asiento. Era una bendición
que al menos algo estaba sosteniendo su columna en su lugar.
Traté con dificultad respirar en su boca, pero era como si no tenía
suficiente aliento.
—¿Pablo? ¡Pablo! —Esa vez grité, golpeando su pecho con más
fuerza.
Parpadeó y abrió sus ojos.
—Hermosa —susurró, su voz ronca.
—Te amo, Pablo. Quédate conmigo, ¿sí? ¿Puedes mantener tus ojos
abiertos?
Él murmuró algo más, y sangre goteó de su boca.
Oh, Dios, había demasiada sangre. Su mano alcanzó la mía. No
sabía si tenía que detenerme y esperar o continuar.
Continué.
Él tenía que vivir.
Necesitaba que él viviera. Mi corazón estaba rompiéndose en dos.
Hubiera tomado su lugar en un segundo.
—¿Pablo? ¿Sigues conmigo? —Traté de mantener mi voz suave
mientras oí las sirenas en la distancia. Gracias a Dios.
—Siempre… —Escupió más sangre.
—¿Siempre qué? —La ambulancia acababa de llegar.
—Te amaré. —Exhaló por última vez mientras la puerta era
arrancada.
—¿Señora, está bien? —Los paramédicos no paraban de hablar y
hablar, pero todo lo que oía eran las últimas palabras de Pablo.
Todo lo que veía era sangre y todo lo que sentía era vacío.
Caí el suelo, olvidando que estaba en el cine junto en frente del
baño de chicas.
Las voces eran ahogadas detrás de mí, pero era como si no pudiera
oír lo que estaban diciente. Arañé la puerta. ¿Por qué no se abría?
¡No podía tener una crisis en frente de toda la ciudad!
Brazos fuertes me levantaron y me abrazaron por detrás.
—Shhh —susurró Gaston en mi oído.
¿Estaba llorando?
Toqué mi rostro. Estaba mojado.
—¿Cómo me encontraste? —susurré con voz ronca, negándome a
girar y verlo.
—Vicco y Aaron dijeron que corriste al lado de ellos, hacia el baño de
mujeres.
Asentí. Mi corazón latía lentamente, recordándome que yo tenía
vida, cuando todo lo que quería era derrumbarme en una pequeña
bola y morir.
¿Por qué era todavía tan difícil? ¿Era porque me negué a olvidarlo?
Pero si lo olvidaba, lo perdería. No sabía qué hacer.
Me di vuelta en los brazos de Gaston y lloré contra su pecho. Él sacó
la vulnerabilidad en mí. Lo odiaba y amaba a la vez.
—¿Quieres hablar? —preguntó después de unos minutos.
Me sequé algunas lágrimas de mis ojos y me encogí de hombros.
—Déjame escribirle a Nicolas y hacerle saber qué está pasando.
Podemos regresar caminando. Está solo a unos pocos kilómetros, y
nos dará el tiempo de hablar, ¿sí?
No confiaba en mí para hablar así que asentí.

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